Método sobradamente honesto

#con_ciencia

Gregor Mendel

Mendel ha pasado a la historia de la ciencia por ser el descubridor de las leyes de la herencia genética, esto es, de los denominados principios de la uniformidad (1ª ley), de la segregación (2ª ley) y de la combinación independiente (3ª ley). Es bastante conocida la controversia acerca de la exactitud de los datos de Mendel. Fisher, al respecto, observó que aquellos datos eran “demasiado correctos” y que eran estadísticamente muy poco verosímiles. Podría haber ocurrido que Mendel, o algún ayudante suyo, se viera afectado por el sesgo de confirmación, de manera que si tenían una idea previa acerca de las proporciones en que debían aparecer los caracteres en la primera generación de guisantes, quizás uno de ellos alteró levemente los recuentos para que se respetasen esas proporciones en los resultados. Si Mendel hubiese confesado esa pequeña trampa, habría incurrido en un caso de “overly honest method” (un “método sobradamente honesto” o “método demasiado honesto”, como dice Alberto Sicilia en su blog Principia Marsupia).

Viene lo anterior a cuenta del artículo “#Overly Honest Methods or PhD Madness?” de Simon Williams de días atrás en PLOS Blogs. En el citado artículo, Williams se hace eco de lo sucedido con el hashtag #overlyhonestmethods en twitter. Bajo la citada marca muchos investigadores, o supuestos investigadores, dan a conocer los procedimientos, más o menos heterodoxos, más o menos convencionales, más o menos honrados, que han utilizado en sus investigaciones. La tesis del autor es que aunque en muchos casos las supuestas fechorías no sean más que meras gracias, el que muchas de ellas hagan gracia a otros científicos es señal de su plausibilidad. Y con que solamente una pequeña proporción de ellas sean, efectivamente, ciertas, sería necesario reflexionar acerca de las implicaciones que esos hechos tendrían para la ciencia. Porque la autoridad epistemológica de que goza la ciencia se basa en los principios de objetividad, fiabilidad, replicabilidad y validez, y en el supuesto anterior, alguno de esos principios se habría visto vulnerado.

También se preocupa Williams por la impresión que causan tuits como los que llevan esa marca en los legos en ciencia y, en particular, en la opinión que les merece el (mal) uso que supuestamente harían los científicos de los recursos (principalmente públicos) que tienen a su disposición. Por otra parte, también sugiere que quizás ha llegado el momento en que son los propios científicos los que han decidido dar a conocer comportamientos y formas de trabajar y de tomar decisiones de forma no objetiva y de acuerdo con criterios inspirados por factores ajenos al método científico. Este hecho vendría, según Williams, a apoyar el punto de vista de sociólogos de la ciencia como Bruno Latour o Harry Collins, quienes sostienen, en línea con el pensamiento postmoderno, que las ciencias naturales, incluyendo sus decisiones metodológicas, vienen moldeadas por factores e intereses políticos y culturales, igual que cualquier otra actividad. Williams finaliza diciendo que quizás se trata de un fenómeno provechoso, ya que podría significar el fin del hermetismo que él atribuye a la práctica científica y a los científicos; y considera que podría ser el inicio de una nueva relación, -basada en las puertas abiertas-, entre científicos y el público ajeno a la ciencia. Termina señalando que al fin y al cabo, en una época de política y prácticas basadas en la evidencia, la legitimidad de muchas políticas está ligada a la legitimidad de la evidencia sobre la que se basan. En definitiva, el autor sugiere que una transparencia total del mundo de la ciencia ante el público podría servir para que las políticas basadas en evidencias científicas tuviesen mayor legitimación, ya que habrían estado sometidas al escrutinio público.

La primera reflexión que me suscita el artículo de Williams es la facilidad con que considera que parte de los mensajes son ciertos. Sabemos que en la ciencia hay comportamientos deshonestos; sabemos que las revistas, cada cierto tiempo, retiran algún artículo; y sabemos que no es difícil incurrir en comportamientos tramposos. No dudo que en este terreno haya un camino por recorrer (ya nos referimos aquí hace unas semanas a cómo mejorar la forma en que se hace ciencia), pero de ninguna manera hay que pensar que las trampas son el pan nuestro de cada día en el mundo de la ciencia, ni que carecemos de mecanismos para detectar fraudes. Lo bueno que tiene la ciencia es que el criterio de replicabilidad, y la posibilidad de refutar conjeturas aportan una garantía de la que carecen otras actividades humanas, y que aunque a veces se tarde, en las cuestiones importantes, las conclusiones basadas en comportamientos deshonestos acaban por ser rechazadas.

Por otro lado, el artículo de Williams me ha recordado el libro “Radicales libres”, de Michael Brooks, del que ya hice una reseña hace unos meses. En el libro, su autor sostiene que la ciencia no es como se la imagina la gente desde fuera; no consiste en un procedimiento perfectamente pautado y que se atiene a normas universalmente compartidas por la comunidad científica. Lo normal en la práctica científica real es que haya una cierta anarquía; por eso se refiere a los científicos como “anarquistas secretos”.

Tanto en lo que se refiere al artículo de Williams como al libro de Brooks, hay que decir que (cito literalmente el texto de la reseña del libro) “es cierto que la práctica científica tiene claroscuros. Es verdad que las motivaciones de quienes hacen ciencia y la forma en la que a veces la hacen deja mucho que desear. Pero también lo es que en lo que se refiere al progreso científico el tiempo, y el propio método, acaba poniendo a cada cual en su sitio. Quiero decir con esto que una idea ha podido surgir de un modo extraño. O puede ocurrir que un conflicto de intereses entre varios científicos dé lugar a que se retrase un descubrimiento clave. Y también puede pasar que durante un tiempo, por razones poco confesables, pueda permanecer en vigor un punto de vista erróneo sobre algún aspecto concreto. Todo eso es posible. Pero a pesar de ello, el avance se produce. La misma práctica científica descarta teorías, desestima el valor de ciertos “descubrimientos”, corrige trayectorias erróneas, etc. A largo plazo, sólo perduran los puntos de vista sólidos; sólo los descubrimientos bien sustentados en las pruebas se mantienen. La secuencia de conjeturas y refutaciones, tal y como la describió Karl Popper va destilando los conocimientos que resultan verdaderamente valiosos.”

Perovskita

Para terminar, quisiera comentar aquí algo que le he oído en alguna ocasión al físico Pedro Etxenike. Explica, citando a Holton, que hay una ciencia de día y una ciencia de noche; que hay ciencia de noche en el sentido de que hay aproximaciones “salvajes”, motivadas a veces por ideología, por pre-asunciones sin justificar, por experiencia estética, por historia, absolutamente irracionales. Holton llama a eso ciencia de noche, porque es la que surge del lado oscuro. Para él, un ejemplo muy bueno de “ciencia de noche” es el del descubrimiento, por Alex Müller, de la superconductividad de alta temperatura en las perovskitas. Las perovskitas son aislantes a temperatura normal, por lo que parecía una locura tratar de buscar superconductividad en esas estructuras a alta temperatura. Sin embargo, Muller estudia las perovskitas porque cuando él estudia con Wolfgang Pauli, en Zurich, queda deslumbrado por el trabajo de Pauli con Carl Jung (“Atom and Archetype”), sobre la importancia del concepto de los arquetipos en la belleza de los sólidos platónicos que utiliza Kepler para sus teorías; y además tiene un sueño en el que se le aparece Pauli con la perovskita y eso es para él como un “mandala”. Resulta que partiendo de una motivación tan irracional como esa acaba encontrando la superconductividad a alta temperatura en 1986, y en 1987 le conceden el premio Nobel.

Lo cierto es que en la comunidad científica y sobre todo, en lo que podríamos denominar su periferia, hay una visión muy esquemática del método científico. No se trata de que haya que hacer las cosas de acuerdo con un esquema perfectamente pautado en el que se deban ir cubriendo de forma sistemática todas las fases. Lo importante es que, surjan las ideas de la manera que surjan y utilizando procedimientos más o menos ortodoxos, se pueda, como conclusión, ir estableciendo hechos, formulando teorías y enunciando leyes cuya validez pueda ser sometida a contraste y ser refutada. Y es esa secuencia de conjeturas y refutaciones la que nos permite avanzar en el conocimiento del mundo que nos rodea y de nosotros mismos, y de utilizar parte de ese conocimiento en nuestro beneficio. Recuerden a Mendel.

Sobre el autor: Juan Ignacio Pérez, responsable de la Cátedra de Cultura Científica de la UPV/EHU

3 comentarios

  • Avatar de Jon Matxain

    Me ha gustado mucho esta entrada, puesto que pone en palabras pensamientos un poco desordenados que bullían en mi cabeza. Me vienen muchos comentarios a la cabeza en los cuales me identifico con este post, pero sólo comentaré uno por brevedad. La ciencia de noche, desde mi punto de vista, es en cierto modo intuición. Y hay veces que, sin saber por qué, te viene una idea a la mente, que aunque parezca descabellada, resulta que tiene validez. Desde luego, a mí me ha ocurrido, pero no al nivel de Müller, desde luego. En mi campo de investigación, la química cuántica, muchas veces nos vienen ideas para nuestras simulaciones, por intuición. Las llamamos intuición química. Este punto de vista les choca a veces a los físicos, que en general tienen una visión más física y matemática sobre los mismos problemas científicos. Muchas veces esa intuición no da los frutos deseados, pero otras muchas sí. Y es en esa interacción entre diferentes campos, con puntos de vista diferentes sobre un mismo tema, cuando se avanza mucho en la ciencia. Comprender el punto de vista ajeno nos lleva muchas veces a avanzar, y evitar en parte los secretos inconfesables que se mencionan en el texto.

  • Avatar de Gustavo Ariel Schwartz

    Muy buen artículo; y muy claro. El método científico permite verificar hipótesis, mas no generarlas. El surgimiento de una hipótesis está, en general, más ligado a la irracionalidad, la intuición, los sueños, etc. Más aun, estoy convencido que las mejores hipótesis surgen de manera inconsciente. Por supuesto, luego habrá que verificar si esas hipótesis son plausibles o no. Ya se ha dicho por ahí que el inconsciente procesa la información de manera mucho más eficaz que la conciencia. Quizás una buena combinación consista en dejar volar la imaginación para luego cribar lo que de allí surja.

  • Avatar de Abyecto (@abyecto_)

    Nada nuevo bajo el sol. Un análisis, el de ahí arriba, que no deja sino de mostrar la idiosincrasia del ser humano. Tramposo en no todas pero sí en una gran parte de las situaciones. La ciencia, como ente abstracto y no como la comunidad que la desarrolla, contiene en su método la objetividad, así que tarde o temprano, como bien señala el autor, el progreso -o la verdad- termina por imponerse. A mí este tipo de críticas, siendo ciertas, me enervan pues no hay, ni ha habido, en la historia de la Humanidad un conjunto de personas con mayor honestidad y objetividad como el de los científicos. Puede que no sean honestos del todo, pero sí los que más.

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