Los riesgos de cara a la agenda para 2030

Series La ciencia y los objetivos del milenio Artículo 7 de 8

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En los dos capítulos anteriores (aquí y aquí) hemos visto que, efectivamente, la ciencia y la tecnología han cumplido un papel muy importante durante los últimos años en pro del desarrollo y de la lucha contra la pobreza y la enfermedad en los países más pobres del Mundo. Y por lo mismo, es previsible que en los próximos años ese mismo efecto pueda seguir produciéndose. Sin embargo, también pueden surgir nuevas dificultades o acentuarse algunas de las ya existentes.

Las cuatro áreas en las que los movimientos anticientíficos están siendo más beligerantes en los países occidentales son los de las vacunas, los alimentos procedentes de plantas modificadas genéticamente, la tecnología de telefonía móvil y el cambio climático. En las líneas anteriores he hecho mención de los tres productos citados de la ciencia y la tecnología y de su papel clave a la hora de facilitar la consecución de los objetivos marcados para 2015. Pero si los movimientos occidentales –principalmente, pero no solamente, europeos- contrarios a las vacunas, a los productos transgénicos y a la telefonía móvil tienen éxito, ello puede tener consecuencias en los países en que esas tecnologías experimentan en este momento un desarrollo incipiente.

En Europa el sarampión repunta con fuerza después de que miles de niños, principalmente alemanes, hayan dejado de ser vacunados con la triple vírica. El problema, aunque comenzó en el Reino Unido, no se circunscribe a Europa ya que en los Estados Unidos el movimiento contrario a la vacunación ha ganado un gran número de adeptos, debido a las campañas lanzadas o apoyadas por figuras muy conocidas del mundo del espectáculo. Aunque en países en vías de desarrollo el problema es diferente, también en algunos países hay fuertes resistencias, motivadas también por razones de tipo religioso, como en Nigeria, o por el temor a que los equipos de vacunación estén tratando de contagiar a la población enfermedades intencionadamente o sean considerados agentes enemigos (éste parece ser el motivo por el que los trabajadores que suministran la vacuna de la polio en Pakistán han sido atacados por milicianos islamistas radicales). Como se entenderá fácilmente, si en Europa surge un fuerte oposición a las vacunas, aparte de sus efectos en nuestro continente, esto podría también afectar a los países en vías de desarrollo, pues difícilmente iba a aceptar la población de esos países algo que los más avanzados está siendo cuestionado por una parte significativa de la población.

Los problemas con las semillas o los productos modificados genéticamente pueden también ser similares. Esos productos ofrecen oportunidades extraordinarias para incorporar en el alimento micronutrientes e, incluso, fármacos, pero si los países occidentales se muestran remisos a su aceptación o, como ocurre en algunos países europeos, se rechazan abiertamente, es difícil que sean aceptados por los ciudadanos de los países en desarrollo. Y lo mismo cabe señalar en relación con la telefonía móvil y, en general, la tecnología de telecomunicaciones, tanto la que se sirve de cables como la inalámbrica.

Los países en vías de desarrollo se beneficiarían de una forma impresionante de la generalización del uso de esos y otros avances científicos y tecnológicos. Pero el creciente rechazo de los propios ciudadanos occidentales puede actuar de catalizador de un posible rechazo o una más difícil aceptación en esos países.

Y por otra parte tenemos la negación del cambio climático por parte de amplios sectores sociales, principalmente en los Estados Unidos. El cambio climático fue detectado por la ciencia, y las actitudes anticientíficas en relación con ese fenómeno funcionan al revés que las que se oponen a las vacunas, los organismos transgénicos y los teléfonos móviles, puesto que hay que adoptar medidas de prevención –limitada– y adaptación, que están siendo impedidas por la oposición política. El así llamado negacionismo climático puede tener consecuencias catastróficas para un buen número de países en desarrollo puesto que, al carecer de infraestructuras adecuadas, son los más susceptibles de verse dañados por las consecuencias meteorológicas y agrícolas del cambio que ya se está produciendo.


Sobre el autor: Juan Ignacio Pérez (@Uhandrea) es catedrático de Fisiología en la UPV/EHU y coordinador de su Cátedra de Cultura Científica.

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