Ghrelina

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Representación tridimensional del precusor de la ghrelina (azul y verde); la ghrelina corresponde a la parte representada en azul (Imagen: wikipedia)
Representación tridimensional del precusor de la ghrelina (azul y verde); la ghrelina corresponde a la parte representada en verde (Imagen: wikipedia)

Sabemos de su existencia desde los últimos meses del siglo pasado. Es una hormona, y como suele ocurrir con muchas otras hormonas, cumple funciones muy diferentes aunque, de una u otra forma, relacionadas. Su nombre en inglés (ghrelin) es, en realidad, el acrónimo de Growth Hormone Release-Inducing (o sea, que estimula la liberación de la hormona del crecimiento), lo que quiere decir que cuando sus niveles sanguíneos son altos provoca la liberación de la hormona que promueve el crecimiento, también llamada somatotropina. Se da la circunstancia de que ghre es la raíz indoeuropea de las palabras que hacen referencia al crecimiento.

Aunque las células que la producen y liberan se encuentran en diferentes órganos, la mayor parte están en el aparato digestivo, y especialmente en el estómago y el duodeno. Es más, cuando el estómago está vacío se secreta ghrelina y cuando se llena, se deja de secretar. Por esa razón también es conocida como la hormona del hambre. Su concentración sanguínea es elevada antes de comer y en el encéfalo produce la sensación de hambre, además, prepara al sistema digestivo para la digestión del alimento. Después de haber comido baja su concentración y deja de ejercer esos efectos, a la vez que otra hormona –la leptina- provoca en el encéfalo sensación de saciación, o sea, el efecto opuesto al de la ghrelina. En resumidas cuentas, cumple funciones muy importantes en la regulación del uso de la energía.

Pero resulta que además de esas funciones relacionadas con la regulación de la alimentación, la hormona en cuestión también juega un papel importante en el denominado “circuito de recompensa”, que es el que procesa en el encéfalo sensaciones de placer asociadas con la ingestión de alimento, la actividad sexual, o el consumo de drogas adictivas, y que es por ello responsable de la motivación para procurar la satisfacción de las necesidades alimenticias, el deseo sexual o las adicciones.

Pues bien, además de lo anterior, acabamos de tener conocimiento de que una sustancia que se halla presente en la sangre de mamíferos –una enzima de nombre largo y difícil: butirilcolinesterasa (BChE)- y que tiene la facultad de romper diferentes sustancias, también inactiva la ghrelina. Esto no es raro; al fin y al cabo, para regular la concentración de ciertas sustancias no basta con actuar sobre su producción, también hay que hacerlo sobre su eliminación. Pero lo relevante de esa actuación es que al inactivar –hidrolizándola- la ghrelina, hace que disminuya la agresividad. Esto se ha sabido a partir de experimentos con ratones macho y aunque conviene no extrapolar directamente los resultados de una especie a otra, es muy probable que esta última sustancia también ejerza ese efecto de disminución de la agresividad en los seres humanos, ya que las funciones de la ghrelina y las de la BChE no parecen diferir entre mamíferos y, además, mediante experimentos en tubo de ensayo se ha confirmado que la BChE también hidroliza ghrelina humana. No está claro cuál es el nexo causal entre la agresividad y la ghrelina, aunque algunas funciones de ésta tienen relación con los estados de ansiedad y estrés, con todo lo que ello comporta. Y además, tampoco debiera sorprendernos que una hormona que regula el hambre y que está relacionada con la satisfacción placentera de ciertas necesidades fisiológicas, tenga efectos sobre la propensión a desarrollar comportamientos agresivos.

Está bien que conozcamos cada vez mejor lo que está en la base de nuestros comportamientos, sobre todo los que pueden causar daño a los demás, pero inquieta pensar lo que a más de uno se le habrá ocurrido al respecto de este hallazgo.


Sobre el autor: Juan Ignacio Pérez (@Uhandrea) es catedrático de Fisiología y coordinador de la Cátedra de Cultura Científica de la UPV/EHU

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Este artículo fue publicado el 15/2/15 en la sección con_ciencia del diario Deia

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