En verano evita ganar calor e intenta perderlo

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Foto: La-Rel Easter / Unsplash

Los seres humanos somos animales homeotermos, mantenemos la temperatura corporal constante a unos 37 ºC. Para conseguirlo nuestro organismo se vale de termosensores que informan de nuestro estado térmico al hipotálamo, un pequeño dispositivo neuronal en el encéfalo. Si detecta algún cambio con respecto a la temperatura idónea, pone en marcha los mecanismos necesarios para corregir el cambio y retornar a la temperatura normal. Dado que nos encontramos en verano, examinaremos cómo responde el organismo al calor.

Resumiendo mucho las cosas, en verano se trata de evitar ganar calor y de intentar perderlo. Dado que nuestra principal fuente de calor es el propio metabolismo (somos animales endotermos), cuanta menor actividad despleguemos, menos calor produciremos y, por lo tanto, menos nos acaloraremos. Por eso conviene no hacer ninguna labor de carácter físico. Y ojo: pensar, leer y estudiar no son actividades físicas. Y aunque el entorno no es nuestra principal fuente de calor, tampoco nos conviene permanecer en ambientes cálidos, bañarnos en agua caliente o tomar el sol. Se entiende fácilmente que correr a pleno sol no es lo más recomendable.

El organismo pierde calor a través de tres vías. Una es la transferencia directa hacia un material con el que se encuentre en contacto. La llamamos conducción cuando se transfiere a un objeto y convección si lo recibe un fluido. La intensidad de la transferencia de calor por esa vía depende de la diferencia de temperatura entre el cuerpo y el material con el que está en contacto. Cuanto mayor es la diferencia, más se transfiere. Y más a una masa de agua que a una de aire. Un baño a 17 ºC refresca mucho más que permanecer desnudo y seco fuera del agua a esa temperatura.

Otra vía de transferencia es la emisión de radiación infrarroja, ondas electromagnéticas de mayor longitud que la luz vivible. Se produce entre objetos que están a diferentes temperaturas, del más caliente al más frío, y su intensidad depende de la diferencia térmica. En verano la radiación es una forma de transferencia insidiosa porque cuando hace calor, lo normal es que los objetos y materiales que se encuentran en nuestro entorno próximo estén tan calientes como nuestro organismo o, si acaso, no mucho más fríos. Por esa razón no es fácil perder calor así en verano y es probable que lo ganemos.

Y por último está la evaporación. Es el mecanismo más eficaz para perder calor. El líquido que evapora nuestro organismo es la humedad de las vías respiratorias (perspiración) y el sudor (transpiración). La perspiración no está controlada fisiológicamente en los seres humanos (sí en los perros, a través del jadeo) pero la transpiración sí. La evaporación es muy útil porque nos refrigera aunque el entorno esté más cálido que nuestro cuerpo. Eso es debido a que la evaporación necesita un aporte de calor, de manera que la piel lo pierde, incluso aunque esté más fría que el aire que nos rodea. Es una forma muy eficaz de enfriamiento porque para evaporar un mililitro de agua se necesitan 560 calorías, o lo que es lo mismo, 5,6 veces más que el calor que hace falta para calentar ese mismo volumen desde 0 ºC hasta 100 ºC.

La evaporación tiene dos limitaciones. Una es que hay que beber agua para reponer la que perdemos sudando y, dependiendo de las circunstancias, también sales. Por eso es importante beber cuando hace calor. Y la otra es que la intensidad de la evaporación disminuye cuando aumenta la humedad del entorno; por esa razón los ambientes húmedos resultan sofocantes.


Sobre el autor: Juan Ignacio Pérez (@Uhandrea) es catedrático de Fisiología y coordinador de la Cátedra de Cultura Científica de la UPV/EHU

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