El orden es una fantasía

Fronteras

Damian Ucieda Cortes. Demolition, Glasgow, Reino Unido, 2015

Uno de los cometidos más sofisticados de las ciencias es mostrar el conocimiento de forma elegante. Pensemos en las fórmulas matemáticas que describen las leyes físicas. En los modelos de moléculas y cristales. En el enunciado de hipótesis. Con qué precisión del lenguaje y con qué precisión plástica describimos cómo es lo que nos rodea. Con qué elegancia.

Para muchos, entre los que me incluyo, el paradigma de todo esto es la Tabla Periódica de los Elementos.

A lo largo de la historia se han sucedido varios intentos de ordenar los elementos químicos. Una vez tuvimos la certeza de que algunas sustancias eran elementos químicos, es decir, que estaban formadas por un solo tipo de átomos; comenzamos a ordenarlos de acuerdo con sus propiedades: peso atómico, tipo y número de elementos con los que enlaza, estado natural… Teníamos la intuición y el deseo de que los elementos que lo conforman todo, el aire, la piel, la arena, todo, respondiesen a un orden mayor, como si este orden nos hubiese venido dado.

Hubo intentos bellísimos, como el del tornillo telúrico. Para ello se construyó una hélice de papel en la que estaban ordenados por pesos atómicos los elementos químicos conocidos, enrollada sobre un cilindro vertical, y al hacer coincidir elementos químicos similares sobre la misma generatriz se apreciaba que el resto de las generatrices surgidas también mostraban relación entre los elementos químicos unidos, lo que claramente indicaba una cierta periodicidad. Era tan bonito que era una pena que no fuese cierto. El tornillo telúrico no funcionaba con todos los elementos químicos, solo servía para los más ligeros.

Hubo otro intento especialmente refinado de ordenar los elementos químicos que tenía relación con la música. Qué fabulosa la relación entre la música y la química. Al ordenar los elementos de acuerdo con su peso atómico creciente -exceptuando el hidrógeno y los gases nobles, que todavía no se conocían- el que quedaba en octavo lugar tenía unas propiedades muy similares al primero. Se le llamó ley de las octavas. Era bonito ver tal relación entre la naturaleza de los elementos químicos y la escala de las notas musicales. Lamentablemente la ley de las octavas empezaba a fallar a partir del elemento calcio. Con lo bonita que era. Una lástima.

Cuando ya se conocían 63 elementos químicos -en la actualidad conocemos 118- se ordenaron en grupos de acuerdo con sus propiedades químicas. Y dentro del grupo, se organizaron por peso atómico creciente. Quien lo hizo por primera vez, hace 150 años, tuvo la osadía de corregir algunos pesos atómicos que hacían peligrar la estética de aquella tabla. Dejó huecos para elementos que, según él, se descubrirían en el futuro. Y es que la tabla, ante todo, tenía que ser bonita, porque la realidad es bonita y tiene que responder a algún orden. Qué locura si no. Pues la tabla de los elementos químicos también.

Aquella tabla fue el origen de la actual Tabla Periódica de los Elementos. Con el tiempo, efectivamente descubrimos más elementos químicos. Rellenamos los huecos, tal y como era de esperar. Y hasta descubrimos que aquel orden no respondía a pesos atómicos crecientes, o al menos no siempre, y de ahí los cambios propuestos. Aquel orden respondía al número de protones que cada elemento químico contiene en su núcleo. Lo llamamos número atómico, pero hace 150 años no se sabía nada de esto. Era bonito, era ordenado, era elegante. Tenía que ser verdad.

En las ciencias, y en cualquier otra forma de conocimiento, la belleza es criterio de verdad. Las leyes físicas que conseguimos expresar con fórmulas matemáticas, cuanto más bellas, más ciertas. Cuanto más y mejor comprimamos su verdad en estilosos caracteres del alfabeto griego, más ciertas. Nos brindan esa sensación tan placentera de tenerlo todo bajo control. Nos hacen creer que, si está ordenado, es que lo hemos entendido.

Las ciencias describen la realidad. Lo hacen a su manera, con su lenguaje propio. El de los números, las palabras, las ilustraciones. Esa descripción nos satisface cuando es lo suficientemente elegante. Podríamos tener un conjunto de 118 elementos químicos de los que conocer absolutamente todo, de forma individual, y no haberlos ordenado jamás. Y sabríamos lo mismo, pero nos daría la impresión de que, sin orden, los datos son solo datos. No hay conocimiento sin orden.

El orden es una fantasía. Esto puede interpretarse de dos formas de fácil convivencia. Es una fantasía porque es una ilusión. La realidad es un caos y somos nosotros con nuestras leyes y nuestras tablas los que creamos la ficción de orden. Es un deseo. Y es una fantasía porque es bonito. Porque así entendemos la belleza. Por eso el orden es un deseo de belleza autocumplido.

Los grandes hitos del conocimiento, entre ellos la Tabla Periódica de los Elementos, tienen algo en común: nos hablan de nosotros. Todos ellos revelan la pasta de la que estamos hechos.

Sobre la autora: Déborah García Bello es química y divulgadora científica

4 comentarios

  • Avatar de Rawandi

    Un artículo muy poético, Déborah. Sin embargo, he detectado una contradicción en la parte final, cuando dices que «no hay conocimiento sin orden. El orden es (…) una ilusión. (…) creamos la ficción de orden.».
    Los términos «ilusión» y «ficción» se aplican a algo falso o irreal, mientras que el vocablo «conocimiento» remite siempre, por definición, a algo verdadero. En consecuencia, el orden conocido gracias a la ciencia jamás puede ser ni una ilusión ni una ficción.

  • Avatar de Thalassa

    Estoy leyendo Stephen Hawking y éste introduce el espacio imaginario para poder dar solución a las ecuaciones infinitas que generan la realidad física. Entonces me pregunto si la realidad tiene como base lo imaginario la vida es pura fantasía y si reflexiono más y me pregunto «cuál es fin último del Universo y la vida» por dar una respuesta positiva respondo que es la existencia misma. No encuentro una finalidad ad hoc. Más bien , eso, una fantasía y en el peor de los caso una carrera por la supervivencia que nada difiere de las demás vidas.

    • Avatar de Rawandi

      Thalassa, la pregunta por la finalidad tienen dos respuestas muy distintas según nos refiramos al cosmos o a la vida de una persona (organismo autoconsciente). El cosmos carece de finalidad, ya que su evolución es ateleológica, o sea, no ha sido planificada por nadie. En cambio, las personas sí que podemos orientar nuestras vidas hacia una finalidad, pues hay buenas razones para vivir, como por ejemplo las que indica Steven Pinker (‘En defensa de la Ilustración’): gozar de la benevolencia promoviendo el bienestar de todos los seres sintientes, y gozar de la belleza del mundo natural (explicado por la ciencia) y cultural (artes y humanidades).

  • Avatar de Manuel López Rosas

    A diferencia de las participaciones Thalassa y Rawandi, el artículo preparado por Déborah García, ofrece enlaces para atender referencias relacionadas con lo planteado. Los comentarios polémicos, sin referencias, sólo admitenla aceptación (o negación de lo que afirman, porque ellos -o ellas lo han escrito ahí, en esa entrada-. Me inteeresa reflexioanr con más atención acerca de lo expresado, lo mencionado y lo sugerido por estas participaciones ¿Cómo acercarse un poco más a lo planteado? 🙂

    • Avatar de Rawandi

      Manuel, en mi primer comentario he negado que el orden constituya una «ilusión» ni una «ficción», ya que en un universo completamente caótico el conocimiento científico e incluso la propia vida serían imposibles. No creo que haga falta ningún enlace para respaldar algo evidente como la realidad del orden cósmico.

      En mi respuesta a Thalassa, expuse la cosmovisión racionalista, y mencioné un libro de Steven Pinker, que es un brillante defensor de dicha cosmovisión.

        • Avatar de Rawandi

          César, deberías saber que la palabra ‘caos’ posee más de un significado: su segunda acepción («desorden») se opone al orden en general, mientras que su tercera acepción («comportamiento… de algunos sistemas dinámicos deterministas») presupone la realidad física del orden («sistema»= conjunto ordenado de cosas).

          Cuando afirmé que la vida resultaría imposible «en un universo completamente caótico» me refería, obviamente, a la segunda acepción de ‘caos’, no a la tercera.
          Curiosamente, la tercera acepción, que es la que pareces manejar tú, presupone la existencia de orden en el ámbito físico y por tanto corrobora mi afirmación de que existe un «orden cósmico».

  • Avatar de Angeles

    Bueno, en líneas generales me suena muy bien pero yo también encuentro belleza en el desorden, en el caos…. empezando por esos pequeños desajustes que pueden ser la asimetría, lo impar, lo dispar … pasando por lo irracional, las emociones….

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