“Fuego, foca, foto…” ¿Podemos decir estas palabras gracias a la dieta de nuestros antepasados?

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Alineación dental antes y después (derecha) de los cambios en la dieta. Imagen: Scott Moisik a partir de D. E. Blasi et al (2019) Human sound systems are shaped by post-Neolithic changes in bite configuration Science doi: 10.1126/science.aav3218

Fuego, foca, foto, fofo, fumar, fieltro, feminista… Es gustoso pronunciar el sonido de la efe, ¿verdad? Quizá por eso la palabra malsonante por excelencia en inglés sea “fuck” (disculpen el exabrupto), porque a los anglosajones se les da mejor que a nadie el convertir un sonido u onomatopeya en el centro de sus palabras (“crack” es más sonoro que “crujir”, aunque tampoco está mal, y “ring” es mejor que “llamar al timbre”, ahí sí que no hay discusión).

Pero volvamos al hilo, que me pierdo. Hablábamos del sonido de la efe, y la reflexión viene a cuento de un estudio recientemente publicado en la revista Science que sugiere que si somos capaces de pronunciarlo, así como otras consonantes labiodentales (en el castellano, solo le acompañaría la pronunciación tradicional de la uve, que solo se conserva en algunas regiones), es porque hace miles de años nuestros antepasados cambiaron su alimentación, eso cambió sus mandíbulas y con eso, los sonidos que eran capaces de pronunciar, abriendo la puerta a una variedad lingüística y comunicativa no disponible anteriormente.

Imagen: D. E. Blasi et al (2019) Human sound systems are shaped by post-Neolithic changes in bite configuration Science doi: 10.1126/science.aav3218

Comida dura, mandíbulas potentes

Vamos por partes. El estudio ha sido realizado por Balthasar Bickel, Damián Blasi y Steven Moran, del laboratorio de Lingüística de la Universidad de Zúrich, en Suiza. Su intención era poner a prueba una idea propuesta por otro lingüista, el americano Charles Hockett en 1985. Hocket escribió entonces que las lenguas habladas por los cazadores-recolectores carecían de estas consonantes labiodentales y que, al menos en parte, su dieta podía ser responsable.

Según su teoría, consumir y masticar alimentos fibrosos y duros requería de una mayor fuerza en la mandíbula y suponía un mayor desgaste de los molares, y como tal, sus mandíbulas inferiores eran mayores y los molares ocupaban más espacio en ella, empujando las demás piezas dentales hacia delante y causando una alineación entre los dientes delanteros de la mandíbula inferior y la mandíbula superior.

Esto dificultaba, dijo Hockett entonces, que los dientes de arriba tocasen el labio inferior, contacto necesario para pronunciar la gustosa efe. Para hacerse una idea, pruebe a colocar hacia delante su mandíbula inferior hasta que dientes de arriba y abajo coincidan. ¿Verdad que le resulta una postura incómoda? Eso es por la llamada sobremordida, ese espacio que la mayoría tenemos entre los dientes superiores y los inferiores cuando cerramos la mandíbula. Al introducirse la agricultura y técnicas como el molido de los cereales, la fabricación de derivados lácteos y más formas de cocinado para la carne, la postura anterior habría sido menos necesaria y esta sobremordida habría ido haciéndose cada vez más común, hasta el día de hoy.

Imagen: D. E. Blasi et al (2019) Human sound systems are shaped by post-Neolithic changes in bite configuration Science doi: 10.1126/science.aav3218

Un 29% menos de energía para pronunciar la F

Blasi y compañía querían poner a prueba esta idea y, esperaban a priori, demostrar que Hockett se había equivocado.

Para empezar, los investigadores utilizaron un modelo informático para calcular que con una sobremordida, producir esas consonantes labiodentales cuesta un esfuerzo un 29% inferior. Después, analizaron las lenguas del mundo y descubrieron que en las civilizaciones de cazadores y recolectores hay un 75% menos de consonantes labiodentales que en las lenguas habladas en sociedades agrícolas. Por último, estudiaron las relaciones y evoluciones lingüísticas y determinaron que las consonantes labiodentales se difunden con rapidez, de forma que esos sonidos podrían haber pasado de ser raros a ser comunes en los 8.000 años que han pasado desde la adopción de la agricultura y otros métodos de manipulación de los alimentos.

Teniendo en cuenta estas averiguaciones. Bickel sugiere que a medida que la comida más blanda se fue haciendo más habitual, más adultos fueron desarrollando sobremordidas y fueron utilizando consonantes labiodentales de forma accidental, y que por ejemplo en la antigua India, el uso de esos sonidos pudo haber sido una señal de estatus al significar un acceso a una dieta más delicada y costosa. A día de hoy hay consonantes labiodentales en el 76% de los idiomas provenientes de lenguas indoeuropeas.

“Una de las conclusiones principales es que el panorama de sonidos que tenemos hoy en día está fundamentalmente afectado por la biología de nuestro aparato fonador. No es solamente una cuestión de evolución cultural”, explicaba Bickel en una rueda de prensa.

Imagen: D. E. Blasi et al (2019) Human sound systems are shaped by post-Neolithic changes in bite configuration Science doi: 10.1126/science.aav3218

Si ocurrió así, no ocurrió en todas partes

Aun así, no todo el mundo ve clara la relación que Bickel y su equipo proponen entre dieta, forma de la mandíbula y sonidos del idioma. Inevitablemente, su hipótesis está basada en algunas ideas difíciles de comprobar y también en algunas contradicciones. Por ejemplo, que en la Antigua China también se comenzó a cultivar y procesar arroz de forma que fuese más sencillo de masticar y comer y en las lenguas de esa región los sonidos labiodentales son mucho menos comunes que en las lenguas europeas.

Claro que los autores no defienden que la evolución hacia la sobremordida signifique necesariamente la aparición de las consonantes labiodentales, sino que “la probabilidad de producción de esos sonidos aumenta ligeramente con el tiempo, y eso significaría que es probable que algunas lenguas los adquieran, pero no todas”, explica otro de los autores, Steven Moran, en este artículo de Smithsonian Magazine.

¿Dónde está la causalidad, que yo la vea?”

Algunos críticos, como el paleoantropólogo Rick Potts, no terminan de aceptar la conclusión del estudio: “En mi opinión, no dan suficientes razones para aceptar que la dieta fue el motivo por el que se hicieron más comunes estos sonidos, porque no tienen en cuenta en ningún momento los componentes anatómicos de producir estos sonidos”, explica en el artículo mencionado.

Potts explica que para hacer el sonido de la efe cuando no hay sobremordida simplemente hay que retraer un poco los músculos de los lados de la mandíbula, que la hacen retroceder ligeramente. “¿Cómo podría una dieta más dura y áspera limitar esa retracción? Esa es la base para hacer esos sonidos. El estudio no demuestra de ninguna forma que una mordida en la que los dientes coinciden impida o haga energéticamente más costoso pronunciar estos sonidos”, señala.

Así que en su opinión, el estudio señala algunas correlaciones que resultan interesantes pero no llega a demostrar una causalidad probable. Es, dice, como si una investigación descubriese que culturas que habiten en el ecuador tienen preferencia por el color rojo y también que esas personas tienen en sus ojos una densidad de receptores de color menor que las personas que habitan en el Ártico, por ejemplo, y concluyesen que la falta de receptores de color es lo que las hace preferir el color rojo.

“Pero ¿cómo íbamos con eso a descartar que fuese una cuestión cultural e histórica lo que hace que los habitantes de una cultura ecuatorial tiendan a elegir el rojo, y los habitantes de culturas del polo no lo hagan?”, argumenta, señalando que el estudio no ha tenido suficientemente en cuenta la acción de la historia, la cultura y la identidad de cada grupo y cada lengua a la hora de favorecer o no los sonidos labiodentales.

Referencias:

Human sound systems are shaped by post-Neolithic changes in bite configuration – Science

Ancient switch to soft food gave us an overbite—and the ability to pronounce ‘f’s and ‘v’s – Science

The Ability to Pronounce ‘F’ and ‘V’ Sounds Might Have Evolved Along With Diet – Smithsonian Magazine

Sobre la autora: Rocío Pérez Benavente (@galatea128) es periodista

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