Science Wars (1): El despertar de la inquina

Experientia docet

En las llamadas guerras de la ciencia (science wars), cuyo último brote virulento tuvo lugar en los años noventa del siglo XX, las ciencias se enfrentan a las humanidades en distintos frentes de batalla: epistemología, metodología, política académica y política nacional. Si bien, siendo “puristas”, el enfrentamiento es entre científicos realistas-objetivistas y los postmodernos social-culturalistas, los enfrentamientos han existido en forma de escaramuzas en los últimos dos siglos, antes de que los postmodernos fuesen.

science wars

Aunque los dos bandos tienden a llevar vidas independientes, las guerras y guerrillas de la ciencia se han activado, en general, siempre que las dos partes han tenido que competir por el apoyo institucional, concretamente el de la universidad.

Paradójicamente la universidad moderna surge de una alianza entre ciencias y humanidades. En la reforma de la universidades alemanas a comienzo del siglo XIX los catedráticos de ciencias naturales (filosofía natural en la época) y los de humanidades aúnan fuerzas para promover la facultad de filosofía frente a las tradicionales de derecho, teología y medicina. En el proceso científicos y humanistas aparcaron sus diferencias para hacer hincapié en su metodología común basada en la investigación empírica y exacta, ya fuese en unas disciplinas nacientes tan separadas como la química y la filología germánica.

A pesar de la unidad programática, la concepción alemana de la institución colocó a las ciencias naturales como subordinadas a la filosofía y a las humanidades, que trataban con unos temas tan importantes como la cultura y el espíritu humano, y excluyó completamente cualquier tipo de aplicación de la ciencia, no digamos ya a la tecnología.

Los reformadores de la universidad alemana también insistieron en el principio de libertad académica, que aseguraba el derecho del investigador individual de tener una voz independiente incluso cuando estaba al servicio del estado.

La evolución posterior de la universidad de investigación alemana cambió la posición relativa de ciencias y humanidades, en buena medida por el reconocimiento conforme avanzaba el siglo XIX de la relevancia práctica y económica de las ciencias y la necesidad de formar grandes cantidades de estudiantes en campos técnicos. El resultado fue la predisposición del gobierno a crear más plazas para científicos y dotarlos con mejores instalaciones.

Cuando otros países, especialmente los Estados Unidos, se inspiran en el modelo alemán para crear sus sistemas de educación superior (por ejemplo, el Massachusetts Institute of Technology se crea en 1865 inspirado en la universidad de investigación alemana de Gotinga), también copiarán la posición relativa de ciencias y humanidades.

Los acontecimientos del siglo XX tendrían un efecto directo en el reparto del poder y el dinero en las universidades europeas. Así, por ejemplo, en la Universidad de Cambridge, durante la Primera Guerra Mundial, los científicos naturales se apoyaron en la recién descubierta importancia militar e industrial de la ciencia para lanzar un programa de reforma educativa que incluía un asalto, casi definitivo, al dominio de los estudios clásicos en los currículos y a la adopción del doctorado al estilo alemán (Ph.D. o philosophiae doctor). Los reformistas tuvieron éxito eliminando los requisitos de latín y griego y mejorando la posición de la ciencia al obtener apoyo estatal para la investigación. Sin embargo el movimiento de reforma no siempre discriminó entre ciencias y humanidades: sí lo hacía entre las enseñanzas utilitaristas como las lenguas modernas, las ciencias naturales y las ingenierías frente a las tradicionales de matemáticas y clásicos.

Conforme avanzaba el siglo XX los gobiernos del mundo vinieron a apreciar cada vez más la relevancia de la ciencia para la fortaleza económica y militar de sus países. Las contribuciones de base científica a la tecnología industrial y militar, especialmente las armas químicas durante la Primera Guerra Mundial y la bomba atómica durante la Segunda, llevaron a los humanistas a cargar contra la ciencia, a decir que estaba desmadrada y a reivindicar que era necesaria una vuelta a las humanidades para recuperar los valores morales perdidos en la avalancha tecnocientífica. A pesar de ello, tanto el público como los políticos siguieron apreciando los logros intelectuales y las manifestaciones tecnológicas que eran resultado directo de las investigaciones científicas, lo que elevó aún más en la segunda mitad del siglo la consideración de la ciencia y la proliferación de currículos orientados a la ciencia y a la ingeniería.

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Sobre el autor: César Tomé López es divulgador científico y editor de Mapping Ignorance

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