La foto que abre esta anotación corresponde a la iglesia de San Juan Apóstol y Evangelista de Santianes de Pravia (Asturias). Fue construida entre 774 y 783 por orden del rey Silo, con motivo del traslado de la capital asturiana a Pravia desde Cangas de Onís. Muy poco después, Abderramán I comenzaba la reforma de la basílica visigoda de San Vicente Mártir (siglo VI) para convertirla en lo que hoy conocemos como Mezquita de Córdoba. Y esto, ¿a qué viene?
En un episodio de los Simpsons, el profesor Frink se divierte con un juguete preescolar en el que unas bolas de colores dan vueltas en una semiesfera transparente montada sobre ruedas conforme él desplaza el conjunto con una barra. Cuando una de las niñas de la clase le pregunta si ella puede jugar con él, Frink le espeta: “No. Tú no lo disfrutarías a tantos niveles como yo”. Si bien la posición de Frink es extrema, como corresponde a la caricatura que son los Simpsons, encierra posiblemente una gran verdad: la capacidad que la cultura científica nos da de disfrutar de las cosas a más niveles. Si el amable lector llega al final de este breve relato disfrutará, quizás, de San Juan de Santianes y de la Mezquita, a un nivel más.
En 2012 el equipo de investigadores encabezado por Fusa Miyake publicaba en Nature [1] la detección de altos niveles de los isótopos carbono-14 y berilio-10 en los anillos de los árboles formados en 775, lo que sugiere que un pico de radiación habría llegado a la Tierra el año 774 o el 775. Es decir, los árboles que se talaron para construir las vigas, artesonados y andamios de San Juan y la Mezquita podrían tener estos anillos enriquecidos.
El carbono-14 y el berilio-10 se forman cuando radiación proveniente del espacio choca con átomos de nitrógeno (recordemos que aproximadamente el 79% de la atmósfera lo es), que después se desintegran para formar estas variedades pesadas de carbono y berilio. ¿Qué pudo producir este pico de radiación en 774-775? Investigaciones anteriores descartaron la explosión de una estrella masiva (una supernova) por la sencilla razón de que una supernova del tamaño necesario no habría pasado desapercibida en el cielo en su momento y, hoy día, podrían observarse sus restos; ni nada quedó registrado en los documentos de la época que se conservan en distintos lugares del mundo (entre ellos el Diploma del rey Silo, de 775, el documento escrito medieval más antiguo que se conoce en la Península Ibérica), ni se ha observado resto alguno en el cielo.
Otra posibilidad, que ya consideró el grupo de Miyake, fue que el origen podría estar en una gran llamarada solar, pero la descartaron porque no tienen suficiente potencia para justificar el exceso observado de carbono-14. Además, de nuevo recurrieron a la diplomática: grandes llamaradas solares implican grandes auroras boreales, que hubieran quedado registradas en los documentos de la época, pero no aparece registro alguno.
En un artículo que se publicó ayer en Monthly Notices of the Royal Astronomical Society [2], Hambaryan y Neuhäuser tienen otra explicación, consistente tanto con las mediciones de C14 como con la ausencia de registros de acontecimientos astronómicos. Sugieren que dos restos estelares compactos, esto es, dos agujeros negros, estrellas de neutrones o enanas blancas, colisionaron y se fusionaron. Cuando esto ocurre parte de la energía se emite en forma de rayos gamma, la parte más energética del espectro electromagnético. Esta emisión es breve pero intensa, durando típicamente menos de dos segundos y, a diferencia de las emisiones más prolongadas, no viene acompañada de luz visible.
Si esta fuese la explicación del pico de radiación de 774-775, entonces los objetos que se fusionaron no podían estar más cerca de 3.000 años-luz o hubiese supuesto la extinción de la vida sobre la Tierra. Basándose en las mediciones de C14 los autores calculan que el estallido de rayos gamma ocurrió en un sistema situado a una distancia de entre 3.000 y 12.000 años-luz del Sol. Esto explicaría el que no hayan quedado registros documentales.
La comprobación experimental de este cálculo es doble: por una parte los astrónomos deberían encontrar un agujero negro o una estrella de neutrones de unos 1.200 años de antigüedad situada entre 3.000 y 12.000 años-luz sin el polvo y gases de una supernova y, por otra parte, paleógrafos e historiadores del arte deberían recomprobar que no existen referencias artísticas o documentales a auroras boreales o supernovas en esos años.
Independientemente de que lo anterior se pruebe o no, los lectores que hayan llegado hasta aquí podrán disfrutar gracias a este brochazo de cultura científica de su visita a Asturias o a Córdoba, a otro nivel.
[1] Fusa Miyake, Kentaro Nagaya, Kimiaki Masuda & Toshio Nakamura (2012) A signature of cosmic-ray increase in ad 774–775 from tree rings in Japan Nature DOI:10.1038/nature11123
[2] V. V. Hambaryan and R. Neuhäuser (2013) A Galactic short gamma-ray burst as cause for the 14C peak in AD 774/5 MNRAS DOI: 10.1093/mnras/sts378
Sobre el autor: César Tomé López es divulgador científico y editor de Mapping Ignorance
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