Hacia los polos, hacia la montaña, hacia las profundidades. A raíz del aumento de la temperatura global los científicos llevan años observando que algunas especies están huyendo del calor hacia climas más fríos, ya sea hacia altitudes mayores en el caso de la montaña, hacia los polos o hacia aguas más profundas. Las observaciones, sin embargo, no se corresponden exactamente con el modelo y parte de las especies, hasta un 60%, se mueve en otras direcciones. En otras palabras, hay muchas excepciones y no se observa una migración masiva y lineal hacia otras latitudes.
La hipótesis más manejada achaca estas excepciones a las diferencias biológicas entre especies, pero un estudio recién publicado en Science [footnote]Pinsky M.L., Worm B., Fogarty M.J., Sarmiento J.L. & Levin S.A. (2013). Marine Taxa Track Local Climate Velocities, Science, 341 (6151) 1239-1242. DOI: 10.1126/science.1239352[/footnote] plantea una explicación más compleja: las especies marinas se están moviendo en función de las variaciones de temperatura locales – dentro de una tendencia global – y conocer estos patrones puede ayudar a anticipar sus movimientos migratorios.
El equipo de Malin Pinsky, de la Universidad de Princeton, es uno de los primeros en realizar un análisis a gran escala de lo que está sucediendo en el océano en relación a las variaciones de temperatura. Estudian el mar porque, debido a que hay menos barreras físicas, el ritmo de migración es mayor que en los hábitats terrestres. Los investigadores tomaron los datos de 43 años de pesca en las costas de Canadá y EEUU (de 1968 a 2011) y estudiaron los movimientos de unos 128 millones de animales marinos. Entre ellos había especies comerciales como la langosta, la gamba o el bacalao, y los científicos vieron en torno a un 70% de estos bancos cambiaron la latitud y profundidad y sus movimientos estaban correlacionados con las fluctuaciones en la temperatura del océano.
Desde un punto de vista global, las especies se movieron unos 8 km al norte cada década, pero analizando cada especie había grandes variaciones: las langostas se movieron hacia el norte a un ritmo de unos 70 km por década, pero casi la mitad de las especies se movieron hacia el sur. «Si seguimos la temperatura, que es lo más fácil de predecir, obtenemos a la vez un método para conocer dónde estarán las especies», asegura el investigador principal, Malin Pinsky. «El clima cambia a diferentes ritmos y en diferentes direcciones en diferentes lugares», añade. «Los animales están expuestos a diferentes cambios en la temperatura». Estos cambios tienen que ver con la propia naturaleza de las corrientes y sus intrincados recorridos. Los peces son extremadamente sensibles a cambios mínimos de temperatura y pueden buscar nuevas ubicaciones con mucha facilidad. Esas rutas, explican los autores, parecen erráticas, pero cuando se amplía la escala no se ven estos matices.
El estudio es especialmente interesante por varios aspectos. El primero es esa diferencia entre los movimientos observados a escala global y los locales. No es incompatible observar que decenas de especies se están moviendo al sur en una zona con la predicción del modelo de que la mayoría busca aguas menos calientes y está cambiando gradualmente su territorio. Otro aspecto fascinante es el de la utilidad de estas predicciones para evitar conflictos pesqueros que ya se están produciendo. Los bancos de peces como la caballa cambian de lugar y eso ha dado lugar a una auténtica batalla diplomática entre los países que pescan en el Atlántico norte. «Es por tanto muy valioso desarrollar modelos regionales de predicción», asegura Daniel Pauly, experto de la Universidad de British Columbia. «En EEUU, por ejemplo, puedes ver el centro de distribución de los abadejos moviéndose poco a poco, y puedes predecir cuándo Rusia va a tener el 50, el 80 o el 90% de las reservas».
Sobre el autor: Antonio Martínez Ron es periodista
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