La idea de que podemos conocer realmente más de lo que podemos contar tomó forma por primera vez como concepto epistemológico con implicaciones sociológicas gracias a Michael Polanyi en los años cincuenta del siglo pasado. Desde entonces el conocimiento tácito ha sido profusamente usado en la historiografía y la sociología de la ciencia y la tecnología.
Según Polanyi, de la misma forma en que algunas veces al percibir un objeto reconocemos patrones de los que somos incapaces de decir cómo los reconocemos, cuando conocemos muchas veces aceptamos algo implícito pero muy concreto. Y esto que aceptamos implícitamente une tres factores: el objeto de nuestra atención, la persona que conoce, y la tradición que comparte con el grupo al que pertenece esta persona.
El ejemplo favorito de Polanyi a nivel perceptivo era nuestra capacidad de reconocer las múltiples expresiones de una cara humana sin que seamos capaces de decir cómo las reconocemos. También mencionaba a menudo la capacidad de los expertos para reconocer el fraseo de un pianista o el proceso de envejecimiento de un vino, en cuyos casos por mucho que intenten describir sus elementos constitutivos son incapaces de transmitir el todo.
Cuando se aplica a la ciencia y a la tecnología el concepto de Polanyi es el equivalente a incorporar la perspectiva a una imagen que hasta entonces se ha representado plana. La visión tradicional de la ciencia como un conocimiento objetivo, incorpóreo, es insuficiente para acomodar todas las dimensiones personales y sociales implicadas en la adquisición, práctica y transmisión del conocimiento tácito. En los escritos de Polanyi la ciencia aparece como un arte, en el que las normas científicas y sociales se entrelazan, a diferencia de la empresa impersonal y abstracta que describían los positivistas lógicos a mediados del siglo XX.
Para cuando Michael Polanyi escribe de filosofía de la ciencia, ya es un investigador consolidado: ha conocido la Universidad de Budapest, donde estudió medicina y en la que se doctoró en físico-química, el Instituto Kaiser Wilhelm, donde investigó en cinética química y difracción de rayos X y la Universidad de Manchester, en la que fue catedrático de físico-química. Cuando sus intereses cambiaron, primero a la economía y después a la filosofía, la Universidad de Manchester creó una cátedra para él de Ciencias Sociales.
Polanyi, como investigador de laboratorio que era, llamó la atención sobre la importancia de las herramientas (ya sean estas instrumentos o conceptos) y del entrenamiento necesario para manejarlas adecuadamente. Como consecuencia la relación maestro-alumno, el proceso de imitación e interiorización de las normas, y el papel de las escuelas de investigación emergieron como factores importantes de la ciencia y su evolución. De aquí se sigue el concepto de “comunidad científica”, que fue introducido por Polanyi, y que en los años 60 ya era un lugar común.
Algunos historiadores de la ciencia muy influyentes, como Thomas Kuhn, Jerome Ravetz, Harry Collins o Donald MacKenzie, se reconocen deudores de Polanyi. Es a través de estos autores como la noción de conocimiento tácito contribuyó al éxito del estudio historiográfico de la ciencia como “práctica científica” y a que se fuese abandonando paulatinamente el centrarse en las teorías como si fuesen entes independientes de sus creadores.
Polanyi, polímata, dejó su impronta en sus hijos, John Charles ganaría el premio Nobel de química y George se convertiría en un distinguido economista, y en sus alumnos de doctorado y postdoctorado. De éstos, Eugene Wigner y Melvin Calvin también ganarían el premio Nobel y otro, Ernest Warhurst, sería el director de tesis de John Charles en Manchester.
Sobre el autor: César Tomé López es divulgador científico y editor de Mapping Ignorance