Este texto de Eduardo Angulo apareció originalmente en el número 8 de la revista CIC Network (2010) y lo reproducimos en su integridad por su interés.
Fue en 1981. El aceite de colza tóxico mataba por media España, y el entonces Ministro de Sanidad y Catedrático de Física, Jesús Sancho Rof, declaró que el síndrome era «una neumonía provocada por el Mycoplasma pneumoniae», y añadió con énfasis y afán pedagógico, mal aconsejado y bastante temerario, que el micoplasma no era peligroso ya que, en su opinión, «es un bichito tan pequeño que si se cae de la mesa se mata».
Una sociedad como la nuestra, rodeada, inmersa, en la ciencia y la tecnología no se merece el nivel de educación científica que tienen sus ciudadanos y, lo que es peor, sus dirigentes. Como afirma la Premio Nobel Christiane Nüsslein-Volhard, es inquietante que el discurso público de cualquier tipo a menudo premie la ignorancia científica. Es evidente que, si la mayoría de los ciudadanos tienen un nivel bajo de educación científica, las decisiones que se tomen basadas en la ciencia y la tecnología, que son casi todas, pueden resultar desde casualmente adecuadas hasta absolutamente inverosímiles. Y así ocurre, por ejemplo, con la inclusión o no del creacionismo en la educación, la polémica sobre el aborto, las centrales nucleares y su seguridad, los organismos transgénicos y sus peligros, el cambio climático, la exploración del espacio y tantos otros asuntos a debatir y decidir democráticamente. Son decisiones que nos conciernen a todos.
Hoy no se puede, no se debe, ser un analfabeto en ciencia y tecnología. Un ignorante es manipulable, no tiene ni criterio ni conocimientos, ni siquiera los más básicos, y, como todo ignorante, es atrevido y actúa según sus creencias, y con fe suficiente, esas creencias son inamovibles y difíciles de cambiar. Por tanto, el dilema está claro: o deciden los ciudadanos en su ignorancia plagada de convicciones pétreas, o deciden los ciudadanos después de recibir una educación científica y tecnológica adecuada que promueva el interés por la ciencia y se renueve a través de una buena divulgación. Debemos comprender y difundir con energía la aportación esencial de la ciencia a la construcción de la sociedad democrática. Juan Ignacio Pérez, antiguo Rector de la Universidad del País Vasco (UPV/EHU), lo subraya con acierto al destacar que no existe sociedad democrática sin ciencia y que no puede existir una ciencia de futuro en una sociedad no democrática. Ciencia y democracia son, a pesar de algunos, las dos caras del dios Jano, aunque, por una vez, ambas miran en la misma dirección. En conjunto, ciencia y tecnología nos rodean por todas partes e influyen, más bien más que menos, en nuestra vida diaria o en nuestras decisiones más importantes. Es necesario transmitir el conocimiento en ciencia y tecnología para que podamos comprender nuestro mundo y planificar el futuro. La divulgación científica es esencial en una sociedad democrática.
Lo dicho me lleva a reflexiones sobre la divulgación científica que, quizá ya expuestas muchas veces por personas mejor preparadas, me provocan una cierta inquietud y un deseo de presentarlas de nuevo en esta ocasión. Antes de continuar, necesito aclarar que considero que comunicación científica y divulgación científica no son lo mismo. La comunicación científica proviene de instituciones y personas que difunden líneas y resultados de investigación. Dan a conocer la ciencia y sus resultados a la sociedad. Es necesaria socialmente: legitima y justifica la investigación científica y la dedicación y el gasto que supone. Tiene apoyos pues son las propias instituciones y empresas quienes la promueven para dar a conocer lo que hacen. Sin embargo, hay que destacar que muchas noticias que provienen de la comunicación científica, quedan en simples notas en la prensa en las que ni siquiera se cita la fuente. Se ahorra sitio y se pierde credibilidad al no citar la institución o la publicación de procedencia. La divulgación científica, en general, más que instituciones, la hacen personas. Contiene todas las características que hemos dado a la comunicación científica pero, además, es educativa y es pedagógica. Exige un esfuerzo, a veces importante, al receptor, y por ello, también implica su compromiso previo con la ciencia y la tecnología. No es habitual que compre un libro o vea un documental de divulgación científica quien no se interese por la ciencia. Aunque el compromiso con la ciencia puede ser pasivo e inconsciente, tal como ocurre con los documentales sobre la naturaleza: el receptor se asombra, se sorprende, se interesa, pero también aprende. Cada vez se destaca más, en la divulgación, este aspecto lúdico y cualquier excusa divertida ayuda a enseñar ciencia. Quizá sea banalizar la ciencia pero, es indudable que es eficaz. Además, si la divulgación demuestra emoción por lo que expone es más eficaz: la emoción atrae y ayuda al aprendizaje y la mejor emoción es la que implica cercanía y cotidianeidad. Siempre, claro está, que no ahogue la certeza y objetividad de la ciencia.
Ambas, comunicación y divulgación, deben mostrar la ciencia y sus valores, metodología, conocimientos, beneficios, costes y peligros. Por ello, la divulgación no es bien vista por grupos políticos y sociales que prefieren un ciudadano ignorante y, por tanto, más fácilmente manipulable. Jesús Ávila escribió que se debe establecer una relación de confianza mutua entre la sociedad, representada por sus dirigentes, y los científicos. Esta es una relación entre dos élites, los políticos y los científicos funcionando como expertos, algo muy de actualidad. La relación debe ser entre los científicos y los ciudadanos, en una fase previa en el sistema educativo, que debe proporcionar conocimientos de ciencia y tecnología; y en una segunda fase, de actualización y divulgación que ponga al día esos conocimientos. Pongamos un ejemplo: el vertido de la British Petroleum en el Golfo de México. Allí existía esa perforación porque los científicos, actuando como expertos, habían asegurado a los políticos, que aprobaron las leyes y reglamentos necesarios, que esa perforación a gran profundidad era segura. Los científicos, cuando no actúan como expertos para los políticos, saben que esa perforación no es segura y más si en la zona hay hidruro de metano. Si los científicos actúan como expertos y no existe un cuerpo civil de la administración lo suficientemente establecido, el científico acabará siendo el experto voz de su amo del político, pues de éste dependen los fondos y su futuro. Si los datos científicos hubiesen llegado sin filtrar a los ciudadanos y estos tuvieran una formación básica en ciencia y tecnología, esa prospección nunca se hubiese aprobado. Una consecuencia: ahora los ciudadanos no se fían de los científicos debido al pecado original de éstos de actuar como expertos para los políticos.
Ejemplos: los móviles, las antenas para móviles y el cáncer; las nuevas centrales nucleares y su seguridad; los cultivos transgénicos; las vacunas; y así podría seguir con más asuntos. La única relación interesante a largo plazo entre políticos y científicos es aquella, y me repito, que signifique divulgar la ciencia entre los ciudadanos y que sean éstos los que tomen las decisiones. Ingenuo y utópico, quizá.
Otro reto de la divulgación científica, y de la educación en general, es desarrollar el sentido crítico en los ciudadanos. No solo debe, con la voluntad pedagógica que he mencionado, enseñar, sino que, además, debe desarrollar una intensa sensibilidad crítica ante las variadas y múltiples informaciones que le llegan. Y debe aprender a ser crítico incluso con la propia ciencia; es más, sobre todo debe serlo con la ciencia. Y revertir la tendencia, observable en cualquier actividad, de un pensamiento general cada vez menos crítico y más acomodado o, peor, indiferente.
Hay dos aspectos de cómo llega la ciencia a la sociedad que me preocupan especialmente. En primer lugar, y ya lo he mencionado de pasada al hablar de comunicación científica, las noticias se dan sin citar las fuentes o citándolas de manera insuficiente, y sin el menor atisbo de crítica. Sé que la información no es opinión, a ser posible, pero no se pueden ofrecer, sin más, curas inmediatas del cáncer, el problema de la energía resuelto por la fusión fría, o datos de contaminación donde se confunde detección y control; es necesario un mínimo de sentido crítico.
Y en segundo lugar, hay una preocupante tendencia, que vende muy bien, de convertir la divulgación científica en un apartado más de los métodos de autoayuda: las mentes flexibles, alcanzar la felicidad, cómo encontrar pareja, la atracción sexual, y quién sabe cuántos temas más, mezclan ciencia y autoayuda de manera peligrosa. Los escritos de autoayuda, para que sean eficaces, exigen que el lector crea en lo que allí encuentra y no hay nada menos parecido a la ciencia que la fe. Con la fe, todo está hecho y no queda nada para el debate, la discusión y el futuro. Y en la ciencia, por el contrario, que todo explica pero nada justifica, no hay temas cerrados, todo está sujeto a revisión. Es Eduardo Punset quien afirma, con razón, que el pensamiento científico es frágil, es transitorio hasta que alguien demuestre lo contrario.
Para divulgar la ciencia hay medios tradicionales, de reconocida eficacia y difusión, y, en estos tiempos de la web 2.0, nuevas posibilidades a explorar. Entre esos medios en red, uno de los más populares es el blog que, me parece, está empezando a desbancar la mayor rapidez e inmediatez de las redes sociales. El blog es ágil, sencillo de usar, mucha gente lo visita y explora, a menudo por simple curiosidad, y también hay quien busca, como cualquiera de nosotros, a través de Google resolviendo alguna duda, problema o curiosidad.
Pero, como pasa siempre en estos asuntos de la red, también hay una cierta inconsistencia y falta de compromiso: los visitantes dejan de hacerlo, los que escriben, los blogueros, dejan de hacerlo, cambian de dirección, de tema, etcétera. Es un mundo algo gaseoso, va y viene. Hay que ser constante y cabezón para no rendirse y seguir adelante.
Llega a la gente, sí; a cuánta gente llega, ni idea; da a conocer la ciencia, sí; educa, sí. Sin embargo, como en toda divulgación, y ya lo he mencionado, no conozco su eficacia real. Quizá sea uno de los problemas de la red: faltan datos, por muchas estadísticas de visitas que se tengan, hay que estudiar tiempo de permanencia, cuánto se ha recorrido el blog, cuánto tiempo ante cada pantalla,… Sin embargo, el blog produce una muy interesante retroalimentación hacia el divulgador a través de los comentarios de cada entrada. Y, además, y es una característica de la red, destaca la inmediatez de la respuesta. Esta retroalimentación inmediata puede ser un buen indicador de eficacia, siempre con la precaución de que no solo cuente el número de comentarios.
En la divulgación pasa como en la docencia, que simplemente con más medios no se mejora sin más la enseñanza. En todo caso, se facilita y, a veces, también se perjudica. Todos sabemos que un buen profesor lo es sin y con más medios, y que un mal profesor también lo es sin y con más medios. Toda esta inmediatez, que digo es tan interesante, no significa hacer divulgación descuidada o superficial. Como exige José Manuel Sánchez Ron a la divulgación escrita que tenga transparencia expositiva e imaginación literaria, debemos plantear los mismos requisitos a la divulgación a través de internet y, en definitiva, de cualquier medio.
Y, por otra parte, los medios informáticos, en este momento de la historia, son imprevisibles. Lo que yo escribo ahora, unos dos meses antes de que ustedes lo lean, estará obsoleto dentro de, como mucho, un año. Los portátiles son cada vez más pequeños, los móviles son cada vez más grandes, los lectores de libros mejoran sus prestaciones a gran velocidad y, encima, Apple se empeña en unir varias de estas funciones en un artilugio sin nombre más rápido, potente y pequeño.
Incluso podemos profetizar, teniendo siempre en cuenta que las profecías más acertadas se refieren siempre al pasado. Por ejemplo, salimos a la calle, llueve, es un día ventoso, en el móvil buscamos la previsión del tiempo, una borrasca atlántica nos manda frentes uno tras otro, la borrasca proviene de un ciclón del Caribe, en un aparte, el móvil nos explica cómo se forma un ciclón en el Caribe y cómo se transforma en una borrasca cuando atraviesa el Atlántico, etc. Además, unos gráficos del número y potencia de los ciclones formados en las últimas décadas, nos relacionan nuestra mojadura matutina con el cambio climático. Y entonces suena el móvil, alguien nos llama, y por fin el chisme cumple con su primitiva, y casi olvidada, función: comunicarnos con nuestros prójimos.
Y todo esto, ¿a dónde me lleva? Pues a preocuparme de la eficacia de lo que hago. Me pregunto si esto me lleva a alguna parte o si me sigue manteniendo en la proverbial torre de marfil que se nos achaca siempre a los científicos. Sé que conocer la eficacia en la divulgación científica no es asunto fácil. También hay divulgación ininteligible. Luis Alfonso Gámez comentó una vez que un científico para ser buen divulgador debe dejar de pensar como científico; no sé si tanto como pensar pero desde luego que debe dejar de expresarse como tal pues solo le entenderían sus colegas.
Como dijo Arthur C. Clarke, cualquier tecnología lo suficientemente avanzada es indistinguible de la magia. Pero Richard Feynman, otro Premio Nobel, en frase a menudo atribuida a Einstein, también afirmó que «si no eres capaz de explicar tu trabajo a tu abuela es que, en realidad, no lo entiendes». Por lo tanto, aunque sea magia, debemos ser capaces de explicarla para que la entienda todo el mundo. También es cierto, y hay que tomarlo como principio de precaución, lo que escribió Javier Sampedro, cuando afirmaba con razón, que para escribir con claridad, primero hay que pensar con claridad.
Y suponiendo que nos sabemos explicar, y no voy a ir más allá, ¿llegamos a la gente, a los ciudadanos, a esa ciudadanía a la que me refería al principio? Mi primera conclusión es, a la vez, esperanzadora y deprimente. Creo que solo divulgamos para quien quiere aprender; para quien, previamente, quiere ser divulgado; para quien tiene un compromiso previo con la ciencia y la tecnología. Y cómo obtener ese compromiso es algo que también dejo en el aire.
En resumen, he dejado abiertos tres puntos que a mí me interesan pero que, en absoluto, cierran cualquier otro comentario sobre lo que acabo de decir. Esos tres puntos se podrían resumir en conocer si la divulgación científica es lo mismo para todos, en si lo que hacemos como divulgación es eficaz y en, si es necesario un compromiso previo del receptor de la divulgación, cómo conseguirlo.
Para acabar, considero que la ciencia dejará de ser divulgada cuando forme parte de la educación de los ciudadanos, cuando sea popular. En ese momento, la divulgación, en su aspecto educativo, y en su aspecto lúdico, pasará a formar parte de la vida diaria. Quizá tenemos miedo al llamado almanaquismo, es decir, a la divulgación anecdótica de la ciencia, sin interés y basada en curiosidades expuestas sin orden. Pero, de esta manera, dejamos de lado la explicación científica de los hechos simples y sencillos de la vida diaria y nos centramos en los grandes temas: el cerebro, la inteligencia, la evolución, vida, Universo, Tierra,… Ni un extremo ni su contrario, pero me haría feliz que, cada día, en vez de consultar el horóscopo, la mayoría de los lectores buscaran la columna de ciencia en una especie de calendario zaragozano científico que incluyesen los medios escritos.
Eduardo Angulo Pinedo es doctor en Ciencias Biológicas y profesor titular de Biología Celular de la UPV/EHU. Investiga la relación entre células y tejidos con el medio ambiente, con más de un centenar de artículos publicados en revistas nacionales e internacionales. Autor de Julio Verne y la Cocina, La vuelta al mundo en 80 recetas (2005), Monstruos, Una visión científica de la Criptozoología (2007), y El animal que cocina, Gastronomía para homínidos (2009). Ha colaborado en el libro colectivo Misterios a la luz de la Ciencia (2008). Desde 2007 publica los blogs La Biología Estupenda y Cine, Literatura y Medio Ambiente. Es director del Colegio Mayor «Miguel de Unamuno» de la UPV/EHU.
Edición realizada por César Tomé López a partir de materiales suministrados por CIC Network
molinos
Muy buen post.
Un par de cosas, me ha gustado la diferenciación entre comunicación científica y divulgación científica. La comunicación científica debe ser ente iguales y no tiene porqué ser accesible para todo el mundo, el problema viene cuando documentos, artículos o ponencias de comunicación científica se pasan a la prensa como «divulgación» y resultan ininteligibles, complejas y dan una imagen de la ciencia muy «dura» por llamarla de alguna manera a la sociedad. Además, esas comunicaciones científicas no son bien tratadas por el periodismo que por supuesto no es experto y malinterpreta lo que quiere. Al hilo de esto, la malinterpretación de datos o informaciones científicas es algo que no es exclusivo de esa rama del conocimiento. No hay como saber de un tema, da igual que sea física, que arte, que sanidad para desesperarse leyendo ciertos artículos de prensa o viendo reportajes en televisión.
Para mi, hacer la ciencia accesible no es banalizarla…Y por último, por mucho que nos empeñemos siempre habrá gente que no querrá aprender y que pasará del tema pero también siempre habrá gente a la que poder enseñar y provocar curiosidad.
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