Este texto de Mauricio-José Schwarz apareció originalmente en el número 10 de la revista CIC Network (2011) y lo reproducimos en su integridad por su interés.
En su libro de 1995 El mundo y sus demonios, Carl Sagan levantó una voz de alarma al señalar: «Hemos dispuesto una civilización mundial en la cual los elementos más cruciales dependen profundamente de la ciencia y la tecnología. También hemos dispuesto las cosas de tal modo que casi nadie entienda la ciencia y la tecnología. Ésta es una receta para el desastre».
Esta situación no es nueva. Ni la mayoría de los griegos comprendían el principio de Arquímedes, ni casi nadie en la Europa de la era de los descubrimientos entendía la navegación marítima, ni el público en general estaba familiarizado con los principios de las máquinas de vapor en la revolución industrial. Hoy mismo, la mayoría de los ciudadanos de los países industrializados tampoco comprenden esos temas, por no decir el funcionamiento de la tecnología actual.
La respuesta a esta situación parecía sencilla: divulgar la ciencia, popularizarla, mostrar a la gente los logros maravillosos no de ‘la ciencia’ como ente abstracto, sino de los hombres y mujeres que buscan el conocimiento; abrir las puertas de laboratorios, observatorios y otras instalaciones, compartir el entusiasmo por saber.
El esfuerzo divulgador desde principios del siglo XX ha ido mucho más allá de todo lo realizado anteriormente en la historia humana. Sea por la energía nuclear, el carisma de Einstein, la carrera espacial, los transplantes de órganos u otros acontecimientos relacionados con la ciencia que incidieron en la percepción popular, la ciencia salió de las revistas especializadas o minoritarias y se hizo un lugar en los medios de comunicación. Desde 1908, cuando el creador del concepto moderno de la ciencia ficción, el editor luxemburgués Hugo Gernsback, empezó a lanzar una larga serie de revistas de divulgación, pasando por la creación en 1975 de la Asociación Española de Periodismo Científico, hoy Asociación Española de Comunicación Científica, de los premios para la promoción de la implicación del público con la ciencia y hasta la creación en 1995 de la cátedra Charles Simonyi para la comprensión pública de la ciencia en la Universidad de Oxford, cuyo primer ocupante fue Richard Dawkins, los medios de comunicación han ido abriendo espacios a la divulgación, al menos en apariencia.
El problema denunciado por Sagan, sin embargo, parece más acucioso ahora, cuando la tecnología está al alcance de más y más personas en todo el mundo, y cuando las decisiones políticas y económicas que inciden en el rumbo del avance científico dependen de procesos en los cuales la información -o la desinformación- de los electores y de los gobernantes deciden sobre la investigación científica.
Ciencia como magia
En la revisión de 1973 de su colección de ensayos Profiles of the future, originalmente publicados en 1961, Arthur C. Clarke afirmó que, «cualquier tecnología lo suficientemente avanzada es indisitinguible de la magia». Cierto. Cualquier observador que ignore el funcionamiento de la tecnología, como en el caso de las sociedades preindustriales que, enfrentadas súbitamente en la Segunda Guerra Mundial a los aviones y su cargamento, fuente de riqueza y bienestar no explicados satisfactoriamente y después desprovistos de ellos al terminar las hostilidades, establecieron rituales mágicos para causar la vuelta de los aviones y su contenido. Son los ‘cultos al cargamento’ que sobreviven en lugares como Vanuatu o Papúa Nueva Guinea.
Saber que la tecnología o la ciencia están allí, pues, no basta para poder distinguirlas como tales. Pese al trabajo del sistema educativo, de los divulgadores científicos y del entorno social, el público entiende poco sobre cómo funciona la alta tecnología de su vida cotidiana: ordenadores, nuevos materiales, satélites o diagnósticos y tratamientos de la medicina.
Y los políticos y gobernantes que deciden sobre asuntos como la aprobación de leyes o la asignación de presupuestos tampoco suelen tener una idea clara de qué es la ciencia. Saben, vagamente, que la ciencia es importante porque permite que haya desarrollos tecnológicos que generan patentes que pueden ser importantes para la riqueza de un país, pero ello sin comprender cómo se hace la ciencia, cómo se desarrolla la tecnología, o qué se puede exigir (y cuándo, y cuánto y cómo) a los científicos a cambio de la inversión pública en ciencia.
E ignoran también cómo se llega al conocimiento y a la tecnología que se derivan de él. Parece magia. La observación de Carl Sagan no sólo sigue siendo válida, sino que parece más urgente porque a una masiva ignorancia sobre los hechos de la ciencia, se ha unido la ilusión de que sí se entiende cómo funcionan, que las cosas son tremendamente sencillas y que la complejidad de la ciencia parece artificial ante la sobresimplificación de las explicaciones que, con frecuencia, aumentan la suspicacia sobre la ciencia como si se complicara innecesariamente.
La suspicacia ante la ciencia y quienes la hacen tiene muchos orígenes, y su ejemplo esencial son las armas nucleares. Sin entrar demasiado en el tema, baste señalar que los medios de comunicación también juegan un papel relevante en la eternización y agudización de esa percepción popular. Es parte de los enfoques de los medios de comunicación que informan de ciencia sin profundizar en los procesos de obtención del conocimiento, como si apareciera de súbito y fragmentariamente, no como resultado de un trabajo basado en conocimientos previos. La premura, el ritmo vertiginoso, el espacio limitado, las exigencias de la publicidad, todo determina que el mensaje se reduzca a su mínima expresión, sin arriesgarse a intentar solventar en comunicación la complejidad científica.
El público entiende que, o no hay nada que entender, o el proceso no es noticiable, no es relevante o se desarrolla sin permitir el acceso a él a los intrépidos corresponsales que cubren la noticia. Se ofrece el resultado del partido sin dar cuenta de su desarrollo dejando la idea de que o es irrelevante o es sospechoso.
El hito revolucionario
Todo avance, descubrimiento o desarrollo científico que presentan los medios se presenta como si su traducción en beneficios directos para nuestra vida fuera automática, o como si fuera necesariamente revolucionario. Que obligara, la frase es recurrente a ‘reescribir’ todo cuanto sabe ‘la ciencia’. Todo avance biomédico se anuncia como decisivo para derrotar alguna enfermedad especialmente gravosa, todo logro en materiales se presenta como elemento inminente de nuestros teléfonos móviles u ordenadores. Todo hallazgo paleoantropológico es un ‘eslabón perdido’ que cambia nuestra idea de la evolución, o es el verdadero ‘primer humano’ o ‘ancestro definitivo’. Todo debe ser deslumbrante, todo debe alterar profundamente la historia, como creen que lo hicieron las leyes de Newton, la invención del teléfono o la teoría de la relatividad … sin importar que, en realidad, nadie se diera cuenta de la importancia de esos descubrimientos en el momento.
Cuando estos avances anunciados de continuo no proceden a hacerse realidad en nuestra vida cotidiana, aumenta la desconfiaza en la ciencia y no, por cierto, en los medios de comunicación. Esta banalización y exageración sensacionalista de la información científica es un problema menor junto a la desinformación que no distingue entre qué es ciencia y qué no lo es.
Pseudociencia como ciencia
La confusión entre la ciencia y lo que no lo es se presenta en distintas variantes. El mundo de lo sobrenatural, lo esotérico, lo mágico o místico, llamados en su conjunto ‘el misterio’, como fuerza social y económica que incide fuertemente entre el público, especialmente juvenil, ha intentado apropiarse del lenguaje de la ciencia, de sus conceptos, de su aspecto, creándose con ello un disfraz que pretende obtener respetabilidad y reconocimiento sin acudir tan abierta y frecuentemente a la mística y lo sobrenatural. Es la reconversión de lo esotérico en pseudociencias, las distintas disciplinas, creencias y procesos que simulan ser ciencia para obtener una legitimidad que, de otra, forma no podrían obtener con sus propios méritos.
Las pseudociencias pueden verse apoyadas además por científicos con credenciales originarias legítimas que pasan al mundo de lo pseudocientífico. Linus Pauling y la ‘medicina ortomolecular’ con sus creencias sobre las propiedades de la vitamina C, Fleischmann y Pons trabajando en la ‘energía de punto cero’ (máquinas de movimiento perpetuo) rechazando que su descubrimiento de la ‘fusión fría’ fuera un error de medición, Rupert Sheldrake y sus interpretaciones sobre la cuántica, Luc Montaigner y su apoyo a la homeopatía, son solo algunos ejemplos, pero hay más.
Con este panorama, la trampa pseudocientífica se presenta en varias expresiones.
La más evidente son los medios especializados en ‘el misterio’, y que poco a poco intentan situarse como divulgadores de la ciencia entendida en un sentido tan amplio que no reconoce siquiera la existencia de las pseudociencias como campo. Al situar ante el espectador a la misma altura y con la misma credibilidad información científica y especulaciones sobre monstruos, fantasmas, superpoderes, conspiraciones y platos volantes, generan confusión aprovechando como ventaja que ese público no suele tener las herramientas necesarias para hacer la distinción.
Pero también confunden ciencia y pseudociencia muchos de quienes trabajan en los medios de comunicación en general y que tampoco tienen preparación para distinguir entre ciencia y pseudociencia. Cualquier persona con un buen gabinete de prensa y que hable de ‘energías’, ‘conocimientos tradicionales’, ‘medicinas alternativas’ y ‘física cuántica’ puede hacerse con una amplia difusión y total credibilidad.
Finalmente, existen incluso divulgadores que han caído en la trampa de considerar ‘ciencia de vanguardia o especulativa’ a afirmaciones pseudocientíficas en el terreno de la medicina o la mecánica cuántica, acercándose a los promotores de lo paranormal que gustan de considerarse, a su vez, divulgadores de la ciencia.
No es infrecuente así que, tanto en los medios convencionales como en los dedicados al ‘misterio’, se otorgue la misma consideración de verdad, la misma credibilidad, la misma atención, a las propuestas científicas o pseudocientíficas. La tierra plana y la tierra esferoidal, la evolución biológica y la creación bíblica, la erección de monumentos por civilizaciones humanas o por extraterrestres, las afirmaciones de quien fantasea que el LHC producirá el final de la Humanidad y de todos los miles de hombres y mujeres que trabajan en la física teórica y experimental que no aceptan esa visión… todo se presenta como asunto de opiniones encontradas, de posiciones diversas pero sin un criterio de verdad, donde se invita al público a formarse su propia opinión, cosa por demás halagüeña, aunque sin darle las bases para hacerlo, sin un criterio de verdad que sirva como brújula en la maraña de palabras en que se convierte finalmente todo espectáculo mediático.
Es una expresión de la filosofía posmodernista, el relativismo absoluto -valga la contradicción-, la idea de que la verdad objetiva no existe, de que todo hecho cultural es un constructo social o un discurso caprichoso, verdad por consenso, cuando, en la realidad de esta visión, toda afirmación es igualmente válida, el conocimiento y la ignorancia son intercambiables.
Esta visión generalizada se ha convertido en un arma para desacreditar al conocimiento científico, relativizarlo o incluso distorsionarlo directamente. Todo es opinión. Todas las opiniones son equivalentes. Todas son igualmente respetables. Rechazar cualquiera es considerado intolerante y autoritario sin importar las bases de la discrepancia.
La reapropiación popular
Ninguna cantidad de datos sobre los logros científicos puede contrarrestar por si misma esta confusión, esta visión desordenada y confusa. Del mismo modo en que el hecho científico está precedido por una comprensión del método, por un ejercicio del pensamiento crítico, parece que una buena divulgación de la información científica actualmente debe incluir un esfuerzo para que el público se ‘alfabetice’ científicamente.
En palabras del Dr. Neil DeGrasse Tyson, astrofísico y uno de los más importantes divulgadores de los Estados Unidos hoy en día: «Cuando estamos científicamente alfabetizados, el mundo tiene un aspecto muy diferente para nosotros. No se trata sólo de una multitud de cosas misteriosas que ocurren. Hay muchas cosas que pasan allá afuera y que comprendemos».
La divulgación de las respuestas de la ciencia debe estar acompañada por la divulgación de las preguntas que hace la ciencia, de cómo las formula, incluso de qué es y qué no es una pregunta relevante. Mostrar y homenajear el método científico, la aproximación racional y crítica que usamos todos, absolutamente todos, cuando pensamos de un modo correcto para buscar soluciones. Contar minuciosamente que la ciencia no ocurre ‘allá’, en el gabinete, la pizarra del físico teórico, el laboratorio, el estudio de campo, la excavación, el observatorio, los lugares entre misteriosos e imponentes donde los científicos realizan acciones aparentemente rituales que resultan en datos… sino que la ciencia ocurre ‘aquí y ahora’, en cada persona, en cada familia.
El entusiasmo por el dato necesita acompañarse del cómo se llega a él, de qué es un método riguroso, de la exposición de cómo funciona un cuestionamiento profundo, libre y decidido de cuanto nos rodea, de las afirmaciones que se nos ofrecen, de los hechos que atestiguamos.
Conviene recordar que estas herramientas no son el magisterio exclusivo y excluyente de los científicos, como los deportes no son sólo para deportistas profesionales, ni la música está reservada a los músicos de oficio. Por eso, antes que ‘acercar’ la ciencia a quienes se suponen alejados de ella, separados de su forma de ver el universo, puede ser muy estimulante ayudarles a descubrir la ciencia que tienen cerca en su cotidianidad, en la cocina, el auto, la calle, como tiene cerca su experiencia deportiva o musical. La celebración del pensamiento debe siempre recordar que, para pensar críticamente, no es necesaria una especial capacidad intelectual, conceptual o matemática. Es una habilidad como andar en bicicleta que se puede aprender, ejercitar y desarrollar como parte de la vida cotidiana de todos. Que no es necesario siquiera tener una educación formal para pensar correctamente (e inversamente, una educación formal no garantiza rigor en el pensamiento). Porque si los conocimientos de la ciencia son patrimonio de toda la Humanidad, también lo es el enfoque que la produce. E insistir en lo que marca la distancia entre la ciencia y las opiniones, la pseudociencia, las creencias; el más poderoso criterio de verdad disponible: la ciencia funciona.
Todo esto no solamente presta un servicio a la ciencia y a los científicos, atrayendo potenciales estudiantes, dándole poder al ciudadano y aclarándole la situación al gobernante. Ejercitar la habilidad de pensar crítica y libremente implica también ver el Universo en términos de algo que se puede entender, de un misterio que se puede abordar buscando resolverlo y no un misterio que nos exija el asombro pasivo. Quien enfrenta cualquier retazo del Universo con ese espíritu ha encontrado al científico que lleva en sí. Conseguir ese descubrimiento, alimentarlo, impulsarlo, desafiarlo y además contar lo que hace la ciencia se convierte en una tarea cívica de primer orden. Una sociedad que sabe cómo pensar no es presa fácil de quienes pretenden decirle qué pensar.
Mauricio-José Schwarz es periodista, fotógrafo y divulgador científico. Es miembro del Círculo Escéptico y autor del blog El retorno de los charlatanes.
Edición realizada por César Tomé López a partir de materiales suministrados por CIC Network
Ciencia de la OEI
“: «La divulgación a contracorriente» por Mauricio-José Schwarz – http://t.co/lKrxfei8nj http://t.co/vWs851MNOJ”
AlainCo (@alain_co)
Sorry to answer in English.
About Fleischmann&pons you take a very good example, which is a scientific tragedy, but opposite to what you imagine.
Not only it was good measurement, done by competent people, but for the errors they were on the opponent side (dig a little about MIT fraud, MIT/caltech/longchampt/fleischamnn comparison done by Miles at ICCF17).
There is no theoretical argument to deny LENR, except for incompetent physicist ignoring collective effects in lattice (nor any theory that explain LENR either. theory is mute there, but not bad physicists).
What can explain that tragedy start with the tendency to ignore and deny annoying anomalies challenging current paradigm. Thomas Kuhn explain it well, how in absence of theory no anomaly can be accepted, that during transition theories are incommensurate, incomparable because (I observe it) people don’t agree of what is evidence, what is acceptable, what is important. Finally after transition, the history is rewritten to make it look like a soft transition.
Nassim Nicholas Taleb is more violent in claiming that we live under the intellectual domunation of academic who oversell their motto tha theory leads practice, while it is often the opposite. they as Kuhn say, rewrite the history to make practitioners disapear…
Finally the models of roland Benabou a bout groupthink (Mutual Assured Delusion) explain how (especially in academic world were peer-review, funding, prices, make people sucess more dependent on others opinion than on facts) a group can be locked in a denial, tha trickle down the hierarchy of dependence, and push victims to harass dissenters.
It seems you took that example without any research.
avoid wikipedia which is un der controll by Josuah Cudes and few parrots… at leats take wikiuniversity, or simply look at science from naturwissenschaften, JJAP, journal of electroanalythical chemistry, JCMNS, and various public copies on lenr-carr.org.
You can read that article which detail the antiscientific behaviors around cold fusion
http://pages.csam.montclair.edu/~kowalski/cf/293wikipedia.html
Scientific method have proven cold fusion, but as you can see academic consensus does not respect that method.
you can also start from that executive summary of recent events
http://www.lenrnews.eu/lenr-summary-for-policy-makers/
you may however be more interested in whether there are scientific evidence of LENR as real or as «artifact».
http://www.lenrnews.eu/evidences-that-lenr-is-real-beyond-any-reasonable-doubt/
those two articles are not so well written, and you may prefer that dialectic article
http://www.lenrftw.net/home/are-low-energy-nuclear-reaction-devices-real
of course it is only a start, and fater that you have 1-2 month to gather evidences of corporate interest in cold fusion/lenr, of pathological behavior of top journals (science, nature), of evidence of nuclear phenomenon in LENR experiments of various kind, of correlation, of coherences, of explanations of the claims , of the clear self-blindness of the parrots you hear on wikipedia, who did not read a paper since 1989, and are proud of it.
!
Cold fusion is nearly industrial, pushed by organizations like Swedish R&D consortium Elforsk, Toyota, Mitsubishi, National Instruments, ENEA, US Navy, Nasa, SRI… more than 3 reactors are under development more or less advanced…
that you don’t even hear people shout that national instruments boss is crazy, that Swedish electric utilities are funding pseudo science, that Toyota, Mitsubishi, teh US Navy, Italian ENEA are funding pseudo-science…
is the symptom of something …
abnormal.
It is absolutely normal if you know Benabou theory on Groupthink, and mutual assured delusion. You can also remind the subprime crisis detailed in a book by Roubini, or Berlin wall collapse by mistake…
Hope this helps,
Best regard.
PS: according to Benabou theory, you will ignore the information, either by not reading int, or by avoiding to understand the key point and focusing on convenient minor points. I take the risk to hope you will take 1-2 month to check the facts, without any prejudice.
Ildefonso Hernández Cervantes
Muy acertada me parece la frase «Una sociedad que sabe cómo pensar no es presa fácil de quienes pretenden decirle qué pensar». Yo estimo que el mayor problema que tenemos quienes logramos inventar algo útil y valioso como serían mejores máquinas, más eficientes y menos contaminantes, además de tener en contra los intereses creados de la industria mundial, consiste dicho problema en que es en extremo difícil que se entiendan nuevos conceptos y sistemas; sobre todo si son muy diferentes a lo actualmente utilizado. Al no haber aún individuos capaces de juzgar lo desconocido, se prefiere no mencionarlo e ignorarlo. Esto es gravísimo porque no se aprovechan cuestiones muy útiles que mejorarían este maltratado planeta. http://www.yontoinnovaciones.blogspot.com