Javier San Martín
Lázaro Saitoti, jefe de la tribu Masai del territorio de Goile (Tanzania) es un ser especial. Vive a sólo 15 minutos de la Garganta de Olduvai, cerca de donde Mary Leakey encontró el rastro de los humanos bípedos más antiguos del mundo. Como algunos ciudadanos en los llamados países occidentales, ciertos Masai tienen su Smartphone, su Facebook, y algunos trabajan entre semana como guías turísticos… pero cada fin de semana, vuelven a su tribu, a vivir en sus chozas y entre excrementos de ganado. Un viaje desde el siglo XXI, al neolítico.
Viajar a lugares como este, es para los antropólogos una posibilidad de ver con sus ojos de científico del siglo XXI, el desarrollo de la vida, tal como era (más o menos), en el neolítico.
Como asegura David Canales, técnico de la Fundación Atapuerca, los humanos, en lo esencial, hemos cambiado poco, a pesar del paso del tiempo, y es posible encontrar comportamientos actuales que se pueden aplicar a lo descubierto en los yacimientos. “En la Sima de los Huesos, (Atapuerca) encontramos unas muescas, unas marcas en los molares del Homo Heidelbergensis, de más de medio millón de años. Y vimos por estudios traceológicos (la traceología es una disciplina que estudia las huellas que generan en los instrumentos debido a su uso), que eran causadas por la madera. Que se habían metido un palo en la boca y lo habían usado como palillo. Y los Masai, hoy día, hacen lo mismo. Cogen ramas de acacia y se la meten en la boca para usarlas como palillos”.
Como si se tratara de una película basada en la colonización de África, el primer obstáculo para algunos Masai, es ver por primera vez a un “blanco”. El territorio de Goile, está aislado de las zonas turísticas de la Tanzania, así que muchos Masai nunca han visto a uno.
Superada la primera impresión, los Masai se vuelcan en agradar a los recién llegados y les enseñan su organización social.
La visita de científicos de Atapuerca a la tribu Masai de Goile, supuso un buen momento para nombrar jefe a Lázaro. Durante la ceremonia, le ungieron con una mezcla de leche, queso, y excrementos de vaca. Son los atributos más preciados del animal más importante para el clan, y con ellos rebozaron a Lázaro, a sus mujeres y sus hijos.
La vaca es un animal sagrado para los Masai. En nuestra cultura, como en la suya, todo gira alrededor de lo sagrado. Si nos olvidamos de las grandes ciudades, y por un momento pensamos en los viejos pueblos de castilla, es en su centro donde se localiza lo que para nosotros es (o era) sagrado. La iglesia. En el caso de los Masai, los establos y las cuadras ocupan el centro del poblado, y las casas se organizan alrededor.
Dice Lázaro que el Dios “Lengai” ha regalado todas las vacas a los Masai. Por eso, cuando Lázaro y sus compañeros devolvieron la visita, y llegaron a Cantabria, lo primero que preguntaron es qué demonios hacían aquellas vacas allí. Porque esas vacas eran suyas. Todas. Sin excepción. Eran un regalo de Lengai.
Una de las cosas que hizo Lázaro cuando vino a España, fue probar un tetrabrik de leche. Le encantó. El primero se lo bebió del tirón. Pero luego cuestionó nuestra forma de vida. Tras visitar una conocida planta embotelladora burgalesa preguntó para qué queríamos tanta leche, si estábamos dejando secas a las vacas.
Tampoco le gustaron las ciudades. Cuando se les hacía ver dónde vivían los ciudadanos y el tiempo que tardarían en pagar aquella minúscula ventana en lo alto de un gran edificio, su reflexión fue simplemente lógica: -“Pero eso no está bien. Aquí os estáis equivocando en algo”.
En comparación, la vida es muy sencilla en Tanzania, sobre todo si eres hombre. Allí solo trabajan las mujeres y los niños. Las mujeres se ocupan de las labores de la casa y los niños del ganado. Así que lo que te encuentras cuando caminas por el Ngorongoro, es a grupos de hombres, debajo de una acacia, hablando de lo que les preocupa. El ganado, el tiempo, y los animales. Les encanta imitar los gruñidos de los leones en todas las situaciones posibles.
Lázaro regresó a su tribu. Y ahora es el jefe, así que todo el mundo quiere llevarse bien con él, y públicamente, le da regalos, y le muestra su amistad, para que si en algún momento futuro hay alguna discusión con otro miembro del pueblo, el jefe tenga más miramiento hacia su adulador. En el fondo, no somos tan diferentes.
Desde la distancia, Lázaro continúa en contacto con los científicos de Atapuerca gracias a las nuevas tecnologías. Lo que no cambia es que sigue compartiendo aquello que le interesa (y que es interesante). Sus mensajes dicen: “Mira lo que tengo para almorzar”. En la foto que lo acompaña se ve una calabaza llena de leche… Un Masai en facebook.
Más información en: Historias de antes de la historia
Sobre el autor:
Javier San Martín (@SanMartinFJ) es doctorando en periodismo científico en la UPV/EHU y coautor de Activa tu Neurona.
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