Si hubiese sido usted un operador de sonar, sirviendo en un submarino en 1942, seguro que no le hubiera gustado escuchar, mientras se movía sigilosamente en medio del océano, como el eco de su localizador volvía a usted tras rebotar en algo desconocido. Y menos aún, que ese eco se desplazara hacia arriba al atardecer y tras pasar la noche cerca de la superficie, regresara al alba a las profundidades para quedarse allí durante las horas de luz. Los culpables no eran, sin embargo, los submarinos enemigos, sino millones de toneladas de peces mesopelágicos, en su comportamiento natural de migración vertical para alimentarse.
Tal era la cantidad de estos animales, que devolvían un eco al sonar y hubo que dar nombre a su masiva presencia. Capa de dispersión profunda. O también, falso fondo, porque llegó a pensarse que el retorno del sonido lo producía el suelo oceánico.
Un estudio publicado en Nature Communications ha puesto de manifiesto las grandes carencias que tenemos en cuanto a la comprensión de los océanos y a los comportamientos de las formas de vida que lo habitan. El trabajo, dirigido por el doctor en oceanografía Xabier Irigoien, estima en al menos 10 veces superior a lo que se creía hasta ahora la biomasa de peces mesopelágicos, los más abundantes del mundo, aunque otros expertos, como Carlos Duarte, que también ha participado en la investigación, se atreven a aumentar la nueva cifra en un 30%, considerando que podrían extrapolarse los resultados obtenidos en las zonas de medición a otras áreas oceánicas.
La capa de dispersión profunda, se localiza a profundidades entre los 200 y los 1.000 metros, un lugar del océano conocido como zona mesopelágica, o zona gris, aunque es mucho más evocadora la versión del inglés que podría traducirse por “dimensión desconocida”.
Debido a la poca cantidad de luz que logra penetrar hasta allí, cualquiera de sus habitantes se encuentra en un ambiente de luminosidad tenue y crepuscular que ha obligado a las especies pobladoras a desarrollar, más de lo normal, sus capacidades sensoriales. Grandes ojos, en comparación con el tamaño del cuerpo, o bioluminiscencia, para cazar o comunicarse con otros miembros de la misma especie, son algunas de las adaptaciones.
Pero quizá las más sorprendentes aclimataciones, son las que tienen que ver con su habilidad para detectar cambios en la presión a su alrededor, y con ellas, el movimiento de los potenciales depredadores, sobre todo, el atún y el pez espada. Por esa razón, tampoco era tarea fácil capturarlos con los métodos de pesca convencionales, y por lo tanto, realizar una estimación correcta. Estos peces detectaban las redes a 100 metros de distancia, separándose de ellas, y no regresando a su posición inicial hasta dos horas después. Como advertía Stein Kaartvedt en 2012, las valoraciones podrían estar en un orden de magnitud por debajo de lo real, dado que sólo capturaban aquellos peces viejos, muertos o enfermos, que no podían escapar. Además, dada la sobreexplotación actual de las principales especies predadoras, era de esperar un aumento de la biomasa de las predadas.
Un dato importante a este respecto lo aportó la Expedición Malaspina, una exploración de la biodiversidad global del océano, que entre julio de 2010 y diciembre de 2011 pudo determinar, mediante aparatos de acústica avanzada, que entre los 40˚ Norte y la misma latitud Sur el promedio de la biomasa de peces mesopelágicos fluctuaba entre los 11.000 millones y los 15.000 millones de toneladas, cuando la calculada hasta entonces era de 1.000 millones.
En esta nueva investigación, los científicos han combinado datos acústicos de la expedición Malaspina con un modelo trófico que les ha llevado a concluir que la biomasa de estos peces debe de ser, al menos, 10 veces más alta de lo que se había estimado.
Los resultados del estudio de Xabier Irigoien vienen, por lo tanto, a confirmar aquellos datos y establecen, sin género de duda, que las reservas de peces mesopelágicos pasan de los 1.000 millones a los 10.000 millones de toneladas, como mínimo, ya que estas cifras se refieren a las mediciones realizadas entre los 40˚ Norte y Sur. La estimación para zonas hasta los 70˚, latitudes a partir de las que la presencia de estos peces disminuye fuertemente, podría ser aproximadamente un 30% mayor.
Los análisis revelan además otras características que se les puede atribuir al conjunto de especies de habitan los mares a esas profundidades y que tienen que ver con el ciclo del carbono.
Al alimentarse en superficie y migrar diariamente a profundidades de más de 500 metros, los peces mesopelágicos aceleran el transporte de CO2 al fondo del océano y contribuyen también a aumentar el consumo de oxígeno en aguas profundas. Las nuevas estimaciones de biomasa indican que su papel en los ciclos biogeoquímicos del océano debe evaluarse de nuevo.
Referencias:
Irigoien X., Klevjer T.A., Røstad A., Martinez U., Boyra G., Acuña J.L., Bode A., Echevarria F., Gonzalez-Gordillo J.I. & Hernandez-Leon S. & (2014). Large mesopelagic fishes biomass and trophic efficiency in the open ocean, Nature Communications, 5 DOI: 10.1038/ncomms4271
Kaartvedt, Stein. Staby, Arved. Aksnes, Dag L. “Efficient Trawl Avoidance by Mesopelagic Fishes Causes Large Underestimation of Their Biomass.” Marine Ecology Progress Series Vol. 456: 1–6, 2012 doi: 10.3354/meps09785.
Esta anotación post ha sido realizada por Javier San Martín, (@SanMartinFJ) (@activatuneurona) y es una colaboración de Activa tu Neurona con el Cuaderno de Cultura Científica
Viaje a la dimensión desconocida – La Estrella de Oriente 56
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