Este texto de Mª Carmen Gallastegui apareció originalmente en el número 11 de la revista CIC Network (2012) y lo reproducimos en su integridad por su interés.
Los economistas, al reflexionar acerca del crecimiento, pensamos en progreso tecnológico, en acumulación de capital, en capital humano, capital natural, capital TIC, en innovación, en productividad y en competitividad, por citar algunos de los conceptos con los que el crecimiento está relacionado. Pensamos, también, en ahorro privado e inversión porque juegan un papel crucial en el logro de sendas de crecimiento sostenidas. Lamentablemente nos olvidamos del capital natural, el capital proporcionado por la naturaleza. Más recientemente hemos incluido variables como los valores, la cooperación, la capacidad de emprender o el análisis pormenorizado del tipo de modelo de crecimiento que mejor garantiza el crecimiento en el futuro.
A la hora de trabajar con las interacciones entre las variables mencionadas hay que construir modelos sencillos que permitan ordenar las ideas y contestar a preguntas como: ¿por qué unas economías son mucho más ricas que otras? ¿Qué explica el gran aumento en la renta real a lo largo del tiempo? ¿Cuáles son las fuentes de acumulación del conocimiento? ¿Cuál es el efecto de la acumulación de conocimiento en el crecimiento? O, ¿cómo se consigue una senda de crecimiento equilibrada?…
Sabemos las respuestas a algunas de estas preguntas, no a todas; y además, no son las únicas cuestiones relevantes sino sólo una muestra pequeña de las que nos interesan.
En lo que sigue, intento proporcionar un esquema conceptual sencillo en el que entender lo básico e incorporar nuevas variables relevantes para entender las bases del crecimiento sostenido de una economía.
Algunos hechos relevantes
Al observar, en períodos largos de tiempo, las fluctuaciones que experimenta la producción agregada (PIB) se comprueba que están dominadas por el fenómeno del crecimiento. El output aumenta de forma sostenida, aun a pesar de sufrir fluctuaciones cíclicas que, en ocasiones, son de magnitud considerable. Esto es cierto para muchas economías pero no para todas. Además, si ampliamos el foco de análisis a perspectivas temporales más amplias encontramos que no siempre las economías han crecido; ha habido períodos largos de tiempo de estancamiento (Blanchard, 2003). Así, si se mira la evolución experimentada desde 1950 hasta el presente por países ricos como Francia, Alemania, Japón, el Reino Unido y los Estados Unidos, los hechos más importantes observados son:
– Los cinco países han experimentado un fuerte crecimiento y un gran aumento en el nivel de vida.
– A mediados de los 70, el crecimiento se atenúa.
-Los niveles de producción per cápita de los cinco países han convergido a lo largo del tiempo. Los que comenzaron con niveles más bajos han crecido más que Estados Unidos, el líder mundial.
Pero si el plazo de tiempo del análisis se amplía y se analiza un número superior de países, los resultados obtenidos difieren:
– El fenómeno de un crecimiento sostenido del output es reciente. En Europa, por ejemplo, hubo períodos, desde el imperio romano hasta el año 1500, en que no se produjo ningún crecimiento del PIB per cápita. Incluso en años posteriores, desde 1820 hasta 1950, aunque el crecimiento fue positivo las tasas a las que se crecía eran substancialmente inferiores a las que estamos acostumbrados.
– La convergencia en los niveles de producción per cápita no ocurre en todos los países. Muchos países asiáticos están creciendo a ritmos rápidos que les permiten converger, pero no es el caso para la mayoría de los países de África. Algo similar ocurre a nivel regional dentro de algunos Estados.
Hay pues evidencia donde basarse cuando se quiere defender que el crecimiento sostenido es una pauta al margen de las fluctuaciones cíclicas pero también, remontándose al pasado o incluso a situaciones del presente, para defender que el crecimiento a largo plazo no está garantizado. En el presente nos encontramos en una crisis de la que hemos sido incapaces de escapar con prontitud. Hemos vuelto a topar con un escenario recesivo que siembra dudas sobre el futuro inmediato. Además de la perversa coyuntura estamos afectados por la estructura del modelo económico que utilizamos.
Lo que aprendimos hace tiempo
Los economistas clásicos reconocieron que la acumulación de capital era el motor fundamental del crecimiento. Fue R. Solow (1957) el que animó de forma importante el análisis al comprobar empíricamente que la producción por trabajador había aumentado más de lo que se podía explicar teniendo en cuenta sólo la acumulación de capital. Su modelo fue posteriormente completado.
Para pensar acerca del crecimiento la estructura conceptual mínima utilizada es una función de producción agregada que relaciona el nivel de output agregado (y) con los factores de producción, capital (k) y trabajo (l). La cantidad de output (pib) que se producirá, dados los niveles de k y de l, depende del estado de la tecnología recogida en la función que relaciona estas tres variables.
Por tecnología los economistas entendemos el rango de productos (bienes y servicios) que pueden ser producidos, así como las técnicas disponibles para producirlos. En una concepción más amplia, la tecnología se ve influida por otro tipo de factores: la forma en que se gestionan las empresas, la forma y sofisticación de los mercados, el sistema organizativo del país, las leyes, su cumplimiento, el contexto político, la gobernanza, etc. Estas variables están siendo incorporadas en los modelos y analizadas en detalle.
En el modelo básico, el aumento en el output por trabajador vendrá de la mano, o bien, de un incremento en el nivel de capital por trabajador o de una mejora en el estado de la tecnología. Además, la forma en que se especifica la función de producción agregada implica que el crecimiento no se puede lograr única y exclusivamente a través de la acumulación de capital. Y esto es así porque las hipótesis del modelo, hipótesis clásicas en teoría económica, implican que los rendimientos al capital no pueden ser continuamente crecientes. Llegará un punto en que los rendimientos comenzarán a decrecer y el sostenimiento de un aumento en la producción por trabajador exigirá cantidades cada vez más elevadas de capital.
Esto, a su vez, impone un sacrificio en términos de consumo presente y es previsible que la sociedad no esté dispuesta a ahorrar lo suficiente para que la necesaria acumulación de capital tenga lugar. Con el mismo nivel de producción no se puede consumir y ahorrar más simultáneamente y se produce un dilema para la política económica. ¿Deben los gobiernos propiciar aumentos en la tasa de ahorro (y de inversión) en el presente al objeto de conseguir aumentos en el nivel de crecimiento y del consumo en el largo plazo? Si lo hacen se estará favoreciendo a las generaciones futuras en perjuicio de las generaciones presentes.
Quizá a algún lector el argumento le resulte familiar dada la época de defensa de la austeridad en la que estamos inmersos. La economía española necesita, primero, reducir el endeudamiento en el que ha basado su crecimiento durante la última década, para poder más tarde generar el ahorro suficiente que permita invertir en crecimiento. Se impone la austeridad a favor del desapalancamiento y el ahorro sin que, lamentablemente, se sepa poner fecha cierta a ese futuro con crecimiento. El ahorro debe trasladarse de forma masiva hacia la inversión en capital productivo, hacia la mejora en la tecnología y hacia la consecución de todo tipo de innovación, tecnológica y social.
Sin renunciar a la hipótesis de los rendimientos decrecientes del capital, algunos modelos consideran que el crecimiento de otras variables como la tecnología y el empleo, pueden contrarrestar los efectos de los rendimientos decrecientes. Sin embargo, esto no invalida la afirmación acerca de la importancia de la tasa de ahorro de una economía (la proporción de la renta que se ahorra). Las mayores tasas de ahorro no son capaces de sostener permanentemente ‘tasas’ de crecimiento del output superiores pero lo que sí pueden es conseguir un mayor ‘nivel’ de output. La distinción entre tasas y niveles es relevante a la hora de juzgar el papel del ahorro en el sistema económico.
La consideración de otras variables relevantes
El análisis de modelos teóricos y de ejercicios empíricos nos enseña que un crecimiento sostenido exige encontrar ‘formas cada vez más eficientes’ de producir los bienes y los servicios o ‘formas de producir nuevos’ productos y ‘maneras de producir mejores’ productos. Sólo entonces la economía podrá crecer a una tasa sostenida. Por eso, los países que logran tasas de progreso técnico elevadas son los que eventualmente se convertirán en los más ricos.
Hay, además, más contenido en los análisis. Es preciso, por ejemplo, capturar bien el concepto de capital que deseamos utilizar en nuestros modelos: ¿hablamos sólo de capital físico o incluimos el capital humano y el capital natural? Y si nos ocupamos sólo del capital físico y humano, ¿de qué estamos realmente hablando? Los desarrollos recientes de las economías occidentales, en los que han jugado un papel importante las TIC, han puesto de manifiesto la necesidad de considerar no sólo los dos inputs primarios: capital y trabajo, sino los cambios que ha experimentado su composición a lo largo del tiempo. Hay trabajos que distinguen, por ejemplo, para el factor trabajo, características como el sexo, la edad y desde luego los niveles de estudios. Respecto al factor capital esos mismos trabajos distinguen ocho tipos de activos diferentes con especial referencia a tres que están asociados a las TIC: hardware, software y comunicaciones. Pero la casuística es mucho más amplia. En el capital humano no importa solo el nivel de conocimientos sino el tipo de conocimientos. Así, el capital específico necesario para cada empresa es algo que se logra a través del aprendizaje y de la formación a lo largo de la vida. La casuística y el análisis se complican al introducir el capital natural imprescindible para el crecimiento.
Dos conceptos relevantes a los que todavía no he prestado atención se refieren a la productividad y competitividad. La productividad es la capacidad que tiene una empresa para producir lo mismo con un gasto menor que sus competidores o la relación entre la cantidad de bienes y servicios producidos y la cantidad de recursos utilizados en el acto de la producción.
La competitividad es algo más complejo. Está bien definida cuando nos referimos al mundo de las empresas porque puede entenderse como la capacidad que tienen para aumentar o mantener su rentabilidad dadas las condiciones que prevalecen en el mercado. La idea de competitividad lleva implícita la de ‘rivalidad’ en el logro de unos resultados económicos. El aumento o el mantenimiento de la cuota de mercado de una empresa se logra, normalmente, a costa de los resultados que obtienen las empresas que operan en el mismo sector.
La competitividad tiene también una acepción de tipo territorial (país o región) aunque su definición es menos precisa y no necesariamente tiene que ver (P. Krugman) con la idea de lucha competitiva. Para la Comisión Europea (1999) la competitividad es «la habilidad de las compañías, industrias, regiones, naciones y regiones supranacionales de generar, a la vez que se ven expuestas a la competencia internacional, niveles relativamente altos de ingresos y empleo». Hay otras definiciones. OECD (1992), Porter (1991).
La competitividad se ve afectada por más variables que la productividad (tipos de cambio, relaciones de intercambio.), pero sin productividad es difícil, por no decir imposible, que se logre la competitividad.
De la teoría a la realidad
Recientemente unos colegas de Valencia (FBBVA-IVIE 2011), expertos en crecimiento, capital público, competitividad y productividad, han publicado un informe donde resumen la trayectoria de la economía española durante el periodo 1995-2010.
Las variables a las que han prestado atención son: I) la productividad; II) la estructura empresarial y la competitividad; III) el empleo y el capital humano; IV) la educación; V) el funcionamiento del sector bancario y del sector público.
Su diagnóstico, compartido por muchos, destaca las pocas mejoras en la productividad, la pérdida de competitividad internacional y el poco peso de las actividades innovadoras y de mayor contenido tecnológico durante estos últimos años. Todo ello configura un patrón de crecimiento que aunque ha sido capaz de generar tasas positivas hasta el año 2007, ha impedido sentar las bases para una economía más competitiva. Un patrón que si no se corrige puede condicionar la recuperación.
El erróneo modelo de crecimiento escogido está imponiendo sus grandes debilidades. No se quiso o no se pudo ver que crecer basándose en factores que, como la acumulación de capital, no es suficiente si esta acumulación se produce, como ha sido el caso, sin conseguir aumentos en productividad. Lo que se supone como hipótesis en el modelo básico no se ha satisfecho en el caso de la economía española.
Lo que se exige para el capital (aumentos en productividad) tiene que satisfacerse en todos los sectores o al menos en los sectores sobre los que se basa el crecimiento del PIB. Y a la hora de tener en cuenta la desagregación sectorial es preciso reforzar, sin olvidar los sectores tradicionales, el peso de los sectores innovadores y de mayor contenido tecnológico.
Por otro lado, las debilidades en los marcos normativos, en la eficiencia reguladora y en el acceso a la financiación son factores relevantes; como lo es la forma en que esté diseñado el sistema educativo, sus dotaciones y la eficacia con que esas dotaciones se incorporan para lograr una mayor eficiencia en su funcionamiento. Que sigamos estando por detrás de otros muchos países europeos en la financiación de la investigación y educación, y que los recortes presupuestarios vayan a alcanzar también estas partidas constituye una mala noticia. Una noticia que implica que no estamos trabajando en el sentido de garantizar que nuestro modelo de crecimiento sea el idóneo para salir de la crisis con la máxima rapidez.
A modo de conclusión
Los mecanismos básicos del crecimiento en los países ricos son más o menos comprendidos por los economistas aunque quedan muchas preguntas sin una respuesta convincente.
¿Cuánto deberían invertir los gobiernos en investigación básica? ¿Deberían modificarse las leyes de patentes? ¿Qué pasaría en términos de crecimiento adicional si se aumentara el número de años dedicados a la educación? Como sugiere O. Blanchard, tenemos preguntas sin respuestas para el caso del crecimiento en los países ricos y si ampliamos el foco de atención e incluimos más períodos o más países nuestras certezas son todavía menores.
En cualquier caso la investigación teórica y empírica, la necesidad de ir acumulando preguntas y el esfuerzo realizado tratando de dar respuestas a las mismas nos lleva a conclusiones interesantes. Por ejemplo, la conclusión de que la tecnología no tiene que entenderse en sentido estrecho sino amplio incluyendo el establecimiento de derechos de propiedad, la inestabilidad política, mercados financieros poco eficientes o falta de emprendedores. Es difícil determinar con precisión el papel de cada uno de estos factores pero no hay ninguna duda de que son relevantes. O la conclusión también clara de que los países que más invierten en investigación e innovación (de todas clases) son los que están creciendo y mejor
superan la crisis.
Otras consideraciones incluyen la complejidad de las economías, los cambios en los entornos internacionales en los que los países y las empresas han de competir, los avances en el conocimiento. Todas exigen que el modelo de crecimiento sea analizado de forma muy desagregada.
Una de las enseñanzas perdurables derivadas del análisis de la crisis que padecemos será el del error cometido avalando, para la economía española, un modelo de crecimiento insostenible. Un modelo basado en el endeudamiento, no en el ahorro, y en una inversión excesiva en un sector, el de la construcción, en el que las ganancias en productividad son poco, por no decir nada, significativas. Así es difícil ser competitivos y todavía lo es más si no conseguimos superar el catching up de la inversión en investigación e innovación. Unamos a estos dos factores, los que hacen alusión al liderazgo, los valores, la mirada al futuro…. En fin, las importantes consideraciones vertidas en la mesa redonda que ha precedido a estas líneas y comprenderemos la magnitud de la tarea que tenemos que afrontar.
Bibliografía
1. O. Blanchard. Macroeconomics. Prentice Hall, 2003.
2. P. Krugman. Geography and Trade. Cambridge (mass). mit Press. 1991
3. Francisco Pérez García et al: Crecimiento y competitividad: trayectoria y perspectivas de la economía española. Fundación BBVA-IVIE. 2011
4. M. Porter. La ventaja competitiva de las naciones. Barcelona. Plazá y Janés. 1991
5. OECD, Technology and the Economy: the Key Relationship. Paris. 1992
6. R. Solow. Technical change and the Aggregate Production Function. Review of Economics and Statistics. 1957
Mª Carmen Gallastegui Zulaica es catedrática de Teoría Económica de la Universidad del País Vasco, UPV/EHU desde 1986. Licenciada en Ciencias Económicas (Facultad de CCEE de Bilbao), MSC (Econ) en la London School of Economics y PhD (Econ) en la Universidad de Brown (EE.UU.). Fue consejera de Economía del Gobierno Vasco y presidenta del Comité Ejecutivo de Ikerbasque. Premio Euskadi de Investigación en Ciencias Sociales y Humanidades 2006. Es vicepresidenta de Jakiunde.
Edición realizada por César Tomé López a partir de materiales suministrados por CIC Network