Este texto de César Tomé apareció originalmente en el número 13 (2013) de la revista CIC Network y lo reproducimos en su integridad por su interés.
Afortunadamente la ciencia, como la naturaleza a la que pertenece, no está limitada ni por el tiempo ni por el espacio. Pertenece al mundo, y no es de ningún país o época. Cuanto más sabemos, más sentimos nuestra ignorancia; más sentimos cuánto queda desconocido; y en filosofía el sentimiento del héroe macedonio nunca puede aplicarse: siempre hay nuevos mundos por conquistar.
Esta cita pertenece a un discurso que Humphry Davy, uno de los más eminentes científicos del siglo XIX, dirigió a los miembros de la Royal Institution en 1825. En este breve texto se ponen de manifiesto, por una parte la fe en un progreso sin límites para la ciencia y la paradoja del conocimiento, cuanto más conocemos más somos conscientes de lo que no sabemos y, además, lo desconocido parece ser cada vez mayor que lo que se conoce. Pero, cabría plantearse, ¿en qué consiste el progreso científico? ¿realmente es ilimitado? Y ya puestos, ¿es racional?
Estas preguntas podrían parecer intrascendentes para la investigación científica como tal, esto es, el investigador buscará sus resultados independientemente de si existe el progreso en ciencia o no, otra cosa es que sus posiciones filosóficas le influyan más de lo que está dispuesto a reconocer. Pero, tal y como yo lo veo, no son intrascendentes en absoluto para un divulgador científico. El divulgador debe contextualizar lo que cuenta, ponerlo en perspectiva, muchas veces histórica, y en bastantes casos su posicionamiento, consciente o inconsciente, sobre el progreso científico será el que marque su enfoque de los hechos que intenta explicar. No sólo eso, parte de su público objetivo tendrá probablemente una posición diferente y esta diferencia será un obstáculo para la transmisión del conocimiento. De hecho, cuanto más “de letras”, más dificultades. Por ello, tener una idea, aunque sea aproximada, de en qué formas diferentes podemos entender el progreso científico sería de utilidad para que el divulgador pudiera hacer llegar mejor su mensaje o, al menos, comprender mejor las reacciones de partes de su audiencia.
En lo que sigue analizaremos someramente, y sin ánimo de ser exhaustivos, lo que desbordaría los límites de este artículo, tres visiones fundamentales del progreso científico que científicos y divulgadores suelen tomar como propias. Es posible que el amable lector descubra y se identifique claramente con una de ellas, considerándola “de cajón”, o con una combinación lineal de las tres. Para finalizar veremos una cuarta que suele ser frecuente, explícita o implícitamente, en una parte no menor del público teóricamente objetivo y que está en la raíz de parte del rechazo a la ciencia, sus métodos y resultados, dificultades de comprensión aparte: hablamos del relativismo.
El concepto de progreso
El concepto de “progreso” presupone la existencia de un objetivo o fin como referencia que permita medir dicho progreso. Por tanto, si pretendemos hablar de progreso en ciencia deberíamos ser capaces de encontrar un fin para la ciencia que tenga sentido. ¿Cuál podría ser éste? A Francis Bacon se le atribuye la frase Scientia, potentia est, habitualmente traducida como “el conocimiento es poder” (si bien literalmente no aparece en ningún escrito de Bacon sino del que fuera su secretario, Hobbes). Independientemente de cual fuese su autor real, la frase se tomó como principio rector de la incipiente Revolución Científica en el siglo XVI en el sentido de que el poder se refiere a la capacidad de predecir con precisión, manipular y controlar el mundo natural. No hay duda de que en este sentido se sabe más ahora que en las generaciones pasadas y que la ciencia, entendida así, ha progresado desde sus comienzos al presente. Las perspectivas a futuro también parecen brillantes, aunque quizás no ilimitadas.
La capacidad de predecir es una parte importante de la historia del progreso científico pero no puede serlo todo. Si el Oráculo de Delfos hubiese sido infalible, por ejemplo, la capacidad para predecir habría sido ilimitada, pero no hablaríamos de ciencia: de entrada no sabríamos por qué el Oráculo acierta siempre. Por tanto, el progreso científico está unido a la noción de una cada vez mayor comprensión de cómo funciona el universo. Esta comprensión suele adoptar típicamente forma de historia, teoría o narración. Pero producir una narrativa coherente acerca de cierta secuencia de acontecimientos no es suficiente para producir esta comprensión. La “comprensión” debe estar conectada con lo “comprendido”, es decir, con la cuestión de qué es verdad, qué es lo real.
Efectivamente, a uno le gustaría saber si lo que se cuenta es verdad o, al menos, aproximadamente verdad. De aquí que otra medida del progreso científico sea un incremento en nuestro conocimiento de, o una convergencia con, la verdad. Para que podamos hablar de progreso, se requiere que las sucesivas teorías o narrativas sean más verdaderas que las predecesoras. Sin embargo, si dos narraciones parecen igualmente verdaderas, habrá que recurrir a la capacidad de explicar. Desde este punto de vista, el progreso ocurre cuando una narración menos explicativa es sustituida por otra que lo es más.
Desde el siglo XVI de Bacon a la actualidad muchos pensadores han argumentado no sólo que el progreso científico existe sino que, además, éste es “racional”. Las críticas más mordaces del análisis de Thomas Kuhn de las revoluciones científicas ha estado precisamente dirigido hacia la presunta “irracionalidad” del cambio científico. Y es que la racionalidad del progreso científico, en cambio, algunos la cimentan en un compromiso con el realismo científico. Por ello, para algunos realistas el progreso tiene lugar precisamente porque las explicaciones de los científicos se van aproximando a la verdad de cómo es el mundo. La capacidad explicativa y la precisión de las predicciones de las narrativas se asume que se basan en el hecho de que estas explicaciones se aproximan a la forma en la que el mundo es en realidad, más o menos. Sin embargo, a la hora de explicar este cuadro con detalle, la cosa se vuelve problemática.
Los positivistas lógicos
El positivismo lógico posiblemente sea la posición por defecto de los científicos y divulgadores con formación en las ciencias físicas (física, química, sus combinaciones, variantes y aplicaciones). Para describir el positivismo no hay que complicarse demasiado: su postura se puede resumir en un reduccionismo extremo y en la proclamación consecuente de la unidad de la ciencia. Quizás el hito más importante de esta visión del mundo sea la publicación que comenzó en 1938 (para nunca completarse; el trabajo se abandonó en 1969) de la “Enciclopedia Internacional de la Ciencia Unificada” por parte de Otto Neurath, Rudolf Carnap y Charles Morris, con la colaboración de personajes de la talla de Niels Bohr y Bertrand Russell. El proyecto promovía la idea de que había un lenguaje de la ciencia, una unidad de método encarnada en el método hipotético-deductivo. Esta unidad de método es lo que implicaría que existe una unidad de las leyes, lo que implica de facto un reduccionismo a la física como la ciencia más básica que sirve de cimiento a la química, la biología, la psicología y al resto de las ciencias sociales.
Acompañando a esta visión reduccionista del mundo va un compromiso con lo que se llama modelo de cobertura legal de Hempel de la explicación científica y la jerarquización de las conexiones de las distintas explicaciones. Esto puede parecer muy complicado pero, al contrario, se resume en lo que muchos entienden intuitivamente por reduccionismo. En un momento dado las leyes sociológicas se verán subsumidas por las leyes y teorías psicológicas, que a su vez se verán subsumidas por las leyes biológicas, y éstas a su vez serán subsumidas por las leyes de la química, que lo serán por las de la física. Este procedimiento se piensa que continúa de forma indefinida. Cada aumento de nivel trae mayor sistematización al cuerpo de conocimiento científico establecido y constituye el progreso científico.
En este punto encontramos que existen dos variantes. La racionalista que afirma que la búsqueda de leyes cada vez más generales terminará en una serie de leyes “auto-evidentes”. Y la empiricista, para la que las leyes de más alto nivel funcionan siempre como “explicadores inexplicados”. Tanto en un caso como en otro la búsqueda de leyes más generales continúa, en principio, indefinidamente. En el límite, lo que para los racionalistas podría ser una “teoría final”, sea lo que sea lo que ello signifique, los empiricistas no podrían reconocerlo como tal. El efecto neto es un universo donde el progreso científico no tiene fin.
La visión de Popper
En los años 30 del siglo pasado Karl Popper desarrolló una alternativa a la visión positivista de la ciencia. Popper aceptó la visión positivista de la naturaleza de las teorías y la importancia del método hipotético-deductivo pero se separó completamente de ellos en lo que respecta a lo que él consideraba la cuestión crítica: cómo deben validarse las afirmaciones científicas. Los positivistas creían/creen que las teorías tienen que ser validadas por las pruebas. A la hora de elegir entre dos teorías la regla era: escoge la teoría que es más probable en función de las pruebas. Popper rechazaba este enfoque prefiriendo enfatizar la falsabilidad de las afirmaciones científicas.
Desde este punto de vista la labor del científico consiste en someter a hipótesis y conjeturas a las pruebas a cual más severa y aceptar provisionalmente aquellas que pasasen las más severas. Popper se basa en la idea de que la elección racional es la mejor elección, y en que ser racional es ser crítico; por tanto, en el caso de tener que elegir entre teorías, lo racional es elegir la que haya superado la crítica más feroz o, en otras palabras, la teoría más corroborada.
Las teorías mas corroboradas además “siguen la pista” de la verdad, en el sentido de que Popper argumentaba que se podía definir una medida de la proximidad a la verdad que el llamaba “verosimilitud”. Esto ha sido muy discutido, pero la verosimilitud creciente de sucesivas teorías sería una medida del progreso científico.
Positivistas y popperianos consideran que el progreso científico existe y que es racional. Sin embargo en los años 60 surgieron corrientes de pensamiento, muchas basadas en la epistemología evolucionista, en las que aparece la palabra irracional cuando se habla del progreso científico. Una de las principales corrientes de esta época es la de Kuhn, que analizaremos con cierto detalle por su interés. La segunda es la corriente personificada en Paul Feyerabend, que abre la puerta al relativismo epistemológico que coloca en par de igualdad el conocimiento alcanzado por el método científico que el que pudiese ser alcanzado por el arte, por ejemplo, en cualquiera de sus manifestaciones.
La visión de Kuhn
El crecimiento de una disciplina científica, según Kuhn, sigue un patrón estandarizado de diferentes etapas, a saber,
1 Ciencia inmadura
2 Ciencia madura (normal)
3 Ciencia en crisis
4 Ciencia revolucionaria
5 Resolución: vuelta a ciencia normal
El ciclo se repite indefinidamente entre las etapas 2 y 5. Común en el lenguaje científico y divulgativo actual y clave en el pensamiento de Kuhn es el concepto resbaladizo de “paradigma” o “matriz disciplinar”. Una matriz disciplinar es la colección de métodos, fórmulas, reglas, procedimientos y compromisos que gobiernan la investigación científica. Kuhn llegó a distinguir cuatro componentes principales de las matrices disciplinares: generalizaciones simbólicas, modelos, valores y ejemplos. Estos últimos se refieren a los ejemplos estandarizados que dan “contenido” a los principios abstractos de la matriz disciplinar. Los ejemplos son las unidades fundamentales en la matriz y son las herramientas básicas mediante las que el científico que trabaja en una tradición de ciencia normal avanza el rango de fenómenos que se consideran similares a ley por los principios básicos y las teorías de dicha tradición.
La ciencia madura (normal) es para Kuhn una tradición que resuelve problemas. La mayoría de los científicos pasarían la mayor parte de sus vidas trabajando dentro de estas tradiciones. El progreso en esta fase consiste en incrementar el número de sistemas que pueden ser comprendidos en términos de los ejemplos fundamentales de la teoría. Sin embargo, ninguna teoría (o paradigma) resuelve con éxito todos sus problemas. Los problemas que se resisten a ser asimilados por las técnicas del paradigma se denominan “anomalías”. Cuando el paradigma se ve incapaz de reducir las anomalías a las leyes propias, cuando los científicos perciben que la naturaleza se resiste al molde que supone el paradigma, se entra en crisis.
Cuando uno de los nuevos paradigmas comienza a aparecer como aspirante a la sucesión, el resultado es un conflicto entre el nuevo y el viejo paradigma. Como los paradigmas invaden insidiosamente las visiones del mundo, las reglas de juego para decidir entre paradigmas competidores no son las mismas que las que operan en una sola tradición. Kuhn afirma que no sólo las visiones del mundo asociadas a las diferentes tradiciones paradigmáticas son diferentes sino que, en cierta manera, el mundo mismo es diferente para los practicantes de las diferentes tradiciones. Cuando el conflicto se resuelve, el resultado es una nueva ciencia normal.
Los críticos de Kuhn se apresuraron a hacer notar la irracionalidad del proceso del cambio de paradigma, ya que, por de pronto, los estándares y valores de uno no tienen por qué ser compartidos por el otro. Como respuesta a estas críticas, Kuhn señaló que había ciertos valores característicos de la ciencia, tales como la simplicidad, la precisión predictiva y los requisitos de consistencia que trascendían cualquier matriz disciplinar concreta. Con esta salvaguarda, la ciencia revolucionaria sería tanto progresiva como racional.
Identificando el relativismo
Simplificando, y tal como decíamos al principio, investigadores y divulgadores de las ciencias naturales y físicas suelen partir de una de las tres posturas anteriores, o de una mezcla no demasiado elaborada con contribuciones de todas ellas. Sin embargo, se enfrentan en una parte de su audiencia potencial con personas que relativizan el valor del conocimiento científico, que lo pone en pie de igualdad con el conocimiento adquirido mediante otras tradiciones culturales. Son los hijos del relativismo.
El relativismo científico tiene varios padres, quizás el más notable de ellos sea Paul Feyerabend, y sus posiciones permean buena parte de la sociedad en su conjunto. En un artículo que se publicó en naukas.com (César Tomé “Del relativismo al cientificismo”, Naukas 07/07/2011 ) presentamos a modo de resumen el “manifiesto relativista”. Tras su lectura muchos reconocerán argumentos que han oído antes en alguno de sus debates:
La ciencia tiene una inmerecida posición de privilegio en la cultura. El llamado método científico es una entelequia, por lo que no se puede justificar que la ciencia sea la mejor forma de adquirir conocimiento. Ni siquiera los resultados de la ciencia prueban su superioridad, ya que estos resultados han dependido muchas veces de la presencia de elementos no científicos: casualidades, serendipias, coyunturas sociales, políticas, religiosas o personales.
La prevalencia de la ciencia es una opción ideológica y otras tradiciones, a pesar de sus logros, no han tenido su oportunidad. La ciencia está más cerca del mito de lo que la filosofía científica está preparada para admitir. Es sólo una de las muchas formas de pensamiento que ha desarrollado el hombre y no necesariamente la mejor. Es inherentemente superior sólo para aquellos que ya han decidido en favor de una cierta ideología, o aquellos otros que la han aceptado sin más, sin haber examinado sus límites y sus ventajas.
A la separación de la iglesia y el estado debería añadirse la separación de la ciencia y el estado con objeto de permitirnos alcanzar la humanidad de la que somos capaces. Si la sociedad libre y democrática ideal es una sociedad en la que todas las tradiciones tienen derechos iguales e igual acceso a los centros de poder, entonces la ciencia es una amenaza para la democracia. Para defender a la sociedad de la ciencia deberíamos poner la ciencia bajo control democrático y ser intensamente escépticos con los “científicos expertos”, consultándoles solamente si están controlados democráticamente por tribunales de no-científicos.
La prepotencia científica va mucho más allá ya que el objeto ontológico de la ciencia, “el mundo o universo”, está constituido no solo de una clase de cosas sino de un número incontable, cosas que no pueden “reducirse” unas a otras. De hecho, no hay razón para suponer que el universo tenga una sola naturaleza determinada. Más bien somos los que nos preguntamos por esa supuesta naturaleza los que construimos el mundo en el curso de nuestras pesquisas, y la pluralidad de nuestras investigaciones asegura que el mundo mismo es cualitativamente plural: los dioses homéricos y las partículas subatómicas son simplemente formas distintas en las que el “Ser” responde a diferentes tipos de investigaciones. El mundo “en sí mismo” nunca puede ser conocido.
Esta incapacidad para acceder a la verdad última del universo lleva a que existan creencias y modos de vida contradictorios. Pero ninguna de esas creencias, y sus modos de vida asociados, es ni metafísica ni epistemológicamente superior a otra, por lo que el relativismo es la solución. Una verdadera sociedad libre y democrática será aquella en la que todas las tradiciones tengan derechos iguales e igual acceso a los centros de poder. En este sentido, los padres deberían ser capaces de determinar el contexto ideológico de la educación de sus hijos, en vez de tener un número limitado de opciones debido a los estándares científicos.
Pensamos que el comunicador científico, si quiere hacer avanzar su mensaje, debe, primero conocer sus propias posiciones y, segundo, ser capaz de reconocer y nombrar por su nombre a los relativistas, en discusiones cara a cara, debates, redes sociales, como única forma efectiva de incitar a la reflexión, a lo mejor no en el sujeto en cuestión, pero sí en los posibles espectadores. Porque cuando discutimos no debemos pensar en “convencer” a la otra parte, sino en dar elementos de reflexión fundados a los que escuchan en silencio.
César Tomé López es comunicador científico, coeditor del Cuaderno de Cultura Científica de la cátedra homónima de la UPV/EHU y editor jefe de Mapping Ignorance.
Edición realizada por César Tomé López a partir de materiales suministrados por CIC Network
“El divulgador frente al relativismo” por César Tomé
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Luis Camargo
Excelente artículo. Muy pertinente.