Este texto de Pilar Perla apareció originalmente en el número 14 (2013) de la revista CIC Network y lo reproducimos en su integridad por su interés.
No hay un único camino para divulgar. Aunque la motivación sea común: responder al derecho de la ciudadanía a tener una información científica de calidad, que le sirva para tomar mejores decisiones, con espíritu crítico, para construir su propia opinión, y que le haga también partícipe de la cultura de su tiempo. La divulgación de autor, libre y creativa, da lugar a verdadera artesanía divulgativa. Múltiple y única.
Fibras vegetales entretejidas para reflejar las direcciones de las olas, las corrientes, los vientos, las fosas marinas… Conchas para marcar las islas. Antes de diseñar uno de sus mapas, los marinos polinesios se fijaban bien en el recorrido del sol, en las estrellas y las direcciones de los vientos, en el movimiento del océano, en las algas flotantes y las migraciones de las aves.
Bambú o palma entrelazados para pintar el agua y el aire, sus peligros y sus caminos invisibles. Pintarlos para contar a otros cómo no perderse. Una ayuda para navegantes. Así veo esta tarde la divulgación de la ciencia después de tropezarme en el océano de Internet con la imagen de un mapa polinesio que alguien lanzó dentro de un tuit.
Bambú, palma. Palabras, papel. Al comunicar la ciencia ponemos en manos del lector una brújula para andar por el mundo. Para que, luego, cada cual vaya donde quiera, con un pensamiento propio, con su mapa particular. Sigo en el mar, que proporciona disfrute, alimento y tragedia, que es siempre el mismo y siempre distinto. Cuando divulgamos la ciencia, miramos desde donde miran otros. Elegimos entre siete mares con muy distinta profundidad. Porque el científico explora las honduras de su campo, donde se maravilla y se arriesga, pero el público no tiene el curso de buceo. A veces, ni siquiera sabe nadar. Por eso tenemos que proponerle una visita guiada por la superficie.
Encontrar el nivel de detalle justo para hacer una aproximación abordable por el lector es una labor delicada, que precisa cooperación entre periodistas y científicos. Que pide salir de casa, al encuentro del otro. A veces basta con aproximarse a un tema, con disfrutar de la música aunque no entendamos la letra.
El lector como norte
En el fondo, la divulgación científica acerca, rompe distancias, propone un viaje. Un viaje para todos: lectores, divulgadores y científicos. Los medios de comunicación estamos permanentemente en la pista de atletismo, con la meta a la vista: el día siguiente, a veces hasta el minuto siguiente. Pero hay algo que importa más que el aquí y el ahora.
Importa el rumbo. Escribimos para quienes nos leen; tratamos de enamorar lectores. ¿Y qué es la comunicación sino un ejercicio de seducción? Desplegamos mil estrategias divulgativas para conquistar al ciudadano y equiparle con cultura científica y mirada innovadora. Porque la ciencia es la mejor herramienta que tenemos para entender el mundo. Una sociedad con cultura científica es más libre, es capaz de enfocar racionalmente lo que ve y de hacerse preguntas sobre lo que no comprende.
Importa también el pulso interior. Hasta el año 1968 se consideraba que correr los 100 metros lisos en menos de 10 segundos era misión imposible. El atleta Jim Hines rompió en pedazos esa palabra al lograr una marca de 9,95. Y contó su secreto: correr como si la carrera no terminara nunca. Así, conseguía volar.
En nuestro viaje, para que se produzca el encuentro entre ciencia y sociedad, hay que hacer un ejercicio de empatía, ponerse en el lugar del otro y responder a las preguntas que el ciudadano se haría. Pensar en el lector sobre todas las cosas. Es función del periodista científico, que pone la ciencia y la tecnología al alcance de todos, actuar como mediador entre ambos mundos, como intérprete, pero siempre al servicio del público, no del científico.
Bien contada, la ciencia es apasionante. Y el mayor reto es trasladar esa pasión al público, conquistarle. Conseguir que se quede con nosotros hasta el final. Para eso hay que mirarle siempre a los ojos. Que sienta: “Parece que lo han hecho para mí”. Y sea verdad.
Un reto creativo
No hay una única ruta para divulgar. Al contrario. Podemos explorar nuevos caminos, abrir otras vías. Con creatividad y audacia. Menos amarrada a la actualidad que otros contenidos del periódico, en su particular carrera –más que de velocidad, de fondo-, la óptica divulgativa puede ser (si le dejan) muy libre e imaginativa. Así entendida, la divulgación aparece como un reto creativo, un territorio de libertad. Volvemos a encontrarnos con el mar.
Siendo únicos, buscando nuestra propia voz, lograremos también diferenciarnos en un entorno comunicativo tan rico y competitivo como el actual, aportar algo a la buena información que ofrecen hoy las fuentes científicas y, finalmente, conquistar a la audiencia. Porque no queremos un mundo plano, donde una información no se distingue de otra. Además, como periodistas científicos, tenemos que ofrecer algo más para ser elegidos.
Por ejemplo, nada nos ata al orden establecido, así que podemos romper los límites de las asignaturas, los departamentos y hasta las facultades. Podemos ir de la vida a la ciencia, como en el reportaje ‘La voz única de los Stradivarius’, con el que la colaboradora de Tercer Milenio María Ares Espiñeira pretendía “divulgar distintos aspectos científicos -desde cómo crece un árbol y cómo el clima influye en su ritmo de crecimiento, hasta cómo suena un violín- a partir de un tema atractivo para todo el mundo, como es el secreto de los Stradivarius”. Este trabajo fue elegido el Mejor artículo periodístico de divulgación científica publicado durante el año 2004 en los Prismas Casa de las Ciencias a la Divulgación.
Desde el suplemento ‘Tercer Milenio’ de Heraldo de Aragón, hemos buscado la intersección: con las artes, con las letras, con el turismo y la publicidad, hasta con los refranes populares. Así, en un reportaje sobre biodiversidad literaria, Moby Dick, la ballena blanca; los tigres y cucarachas de Borges y Kafka; y el calamar gigante de 20.000 leguas de viaje submarino compartieron página.
En el empeño de preguntarnos por qué, de entender, el tema más humilde puede proponer un recorrido apasionante. Basta tirar del hilo. Como cuando un lector envió una carta al director preguntándose de dónde viene la borra (el tamo, las pelusas) que ensucia los suelos. De explicar cómo se forman las pelusas pasamos a contar cómo se libra de la suciedad una sala blanca, descubrimos que una atmósfera sin polvo nos dejaría sin nubes y sin lluvia, que hay científicos especializados en tecnología de polvos (pero de polvos industriales, cerámicos o metálicos), y que en la Luna y Marte el fino regolito complica las misiones espaciales.
También la actualidad puede ponernos creativos. No hay una única forma de contarla. Para empezar, tomando las notas de prensa como puntos de partida, como el lugar desde el que explorar los alrededores de un tema, de modo que lo hagamos nuestro, que retratemos un contexto, que busquemos la historia que hay detrás, los seres humanos que la protagonizan, que hallemos conexiones. Los científicos aragoneses que habían trabajado con Albert Fert y Oliver Smithies nos contaron, no los méritos científicos que les había conducido hasta el Premio Nobel, sino cómo son como personas, cómo enfocan su vocación. Un complemento que enriqueció la información ya emitida desde otras páginas del periódico.
Y, por supuesto, la actualidad no científica también sirve para divulgar. Es otra manera de ir de la vida a la ciencia. ¿Recuerdan el caso del joven pirata somalí sometido a diversas pruebas para averiguar si mentía sobre su edad? Aprovechamos la ocasión para explicar cómo se averigua la edad de una persona viva, pero ampliamos el campo preguntándonos también cómo se calcula la edad de un árbol, de un pulpo o del Universo. El reportaje titulado ¿Cuántos años me echas? Las edades del hombre… y todo lo demás, de Elena Sanz, obtuvo el Prisma Casa de las Ciencias a laDivulgación al Mejor Artículo Publicado en 2009.
Saber mirar
El enfoque siempre es básico. Recordemos a Joan Brossa cuando hablaba de “triunfar en saber mirar”. Pase lo que pase, somos dueños de nuestra mirada. En Tercer Milenio nos ha gustado mirar desde otro ángulo, a través de secciones como Un mundo sin, que imaginaba cómo sería un mundo sin algo que era, precisamente, lo que se ponía en valor al sacar su retrato en negativo. O como Ciencia soñada, que pedía a destacados especialistas, no que vaticinaran el futuro, sino que soñaran con el progreso deseado para su campo de estudio.
¿Y por qué no experimentar, también nosotros? No estamos en el laboratorio pero podemos ensayar, probar. Más aún ahora, en diálogo con el público a través de las redes sociales. A veces, estos experimentos interactivos adoptan forma de juego. Es el caso de concursos que impulsan la creatividad del lector, como ¿En qué lugar del Universo está?, con motivo del Año Internacional de la Astronomía, en colaboración con el Grupo Astronómico Silos. No sólo les pedíamos que acertaran qué se veía en la fotografía y qué sonda o telescopio la tomó, sino que escribieran un texto divulgativo que contuviera la respuesta. Uno de los textos ganadores fue el fantástico anuncio de la venta de un terrenito en la Luna. Durante el Año Internacional de la Química, Francisco Doménech planteó Enigmas moleculares mensuales. Fue curioso comprobar cómo la gente exigía un cierto grado de dificultad para disfrutar más desvelando la respuesta. “Gracias por hacernos pensar”, nos dicen ahora los participantes en el concurso Desafíos estadísticos.
Hace unos años pusimos en marcha, de la mano de Miguel Barral, una sección llamada Experimenten, en homenaje a los experimentos mentales; proponíamos a los lectores sencillos experimentos, ellos nos contaban el resultado y, a la semana siguiente, les informábamos de las conclusiones de un estudio científico sobre el tema que justamente seguía pasos similares.
El último reto es emocionar: igual que hay un lenguaje corporal que habla por nosotros sin palabras, los textos cuentan lo que no está escrito, hablan del tacto de los dedos de la persona que los tecleó, de su mirada. Sabremos si el tema le mojó o llevaba puesto el impermeable profesional. No a todos los temas se aproxima uno igual, no siempre se acerca tanto, pero cuando ocurre, se nota; y el lector se acerca también.
Mares embravecidos y barcos valientes
Si tuviéramos que trenzar con palitos el mapa polinesio de la divulgación de la ciencia actual, deberíamos representar el empuje de los formatos digitales, las innumerables rutas tendidas por las redes sociales, pero también las intensas presiones laborales y la larga galerna de la crisis. Muchas veces, ejercer con libertad y creatividad es un sueño inalcanzable o un esfuerzo heroico. Pero, conectadas por caminos marinos invisibles, encontraríamos islas valientes y barquitos aún más decididos. El temporal nos ha convertido en supervivientes, en organismos extremófilos sin otro remedio que adaptarse a las hostiles condiciones del entorno.
Y es que los comunicadores de la ciencia divulgamos contra viento y marea. Nos embarcamos en mil y un formatos para, a toda vela, tratar de llevarnos con nosotros al público. Los formatos clásicos se renuevan y surgen con fuerza otros que se entrelazan con las artes, la magia, la escena; inventan la ciencia ciudadana; usan tecnologías como las apps o la realidad aumentada; crean, sugieren, impactan, se cuelan por las rendijas de la vida cotidiana… Las I Jornadas de Divulgación Innovadora que se celebraron en Etopia, Zaragoza, el 18 y 19 de octubre (www.divulgacioninnovadora.com) trataron de todo ello.
Porque, igual que podemos saltar de una disciplina a otra al divulgar, nada nos impide contar la ciencia con las fórmulas más insospechadas. Por ejemplo, un haiku. Un formato corto pero depurado; nada que ver con el fast food informativo.
Soy lo que pienso
y pienso lo que soy
todo me encaja.
–
Sin dopamina,
lóbulo de origami
papel mojado.
–
Peajes grises,
autopistas blancas,
todo colores.
Son tres de los de haikus divulgativos, los brevísimos poemas japoneses de tres versos, salidos del Taller de Gimnasia Cerebral que organizamos desde la Asociación Española de Comunicación Científica en la Jornada Comunicar la Neurociencia celebrada en Zaragoza en octubre de 2012. Cerca de un centenar de asistentes participaron en la creación colectiva de un cerebro gigante de origami, coordinados por el Grupo Zaragozano de Papiroflexia. Después, se les lanzó el reto de componer un haiku comunicando los temas que acabábamos de experimentar en cerebro propio: aprender algo nuevo, poner a funcionar nuestra atención y nuestra memoria, nuestras habilidades espaciales y nuestra coordinación manual y visual, el trabajo en equipo, el placer de superar una dificultad, la motivación ante una nueva tarea…
Aquel día divulgamos con papiroflexia y poesía. Esta actividad, incrustada en un programa intenso, con sus diálogos y presentaciones, enlaza con uno de los talleres que impartimos Elena Sanz, editora y gestora de redes sociales de MuyInteresante.es, y yo en el Campus Gutenberg 2012 (Universidad Pompeu Fabra, Barcelona). Un taller de poda divulgativa, de bonsáis de ciencia.
Porque divulgar es, entre otras cosas, saber elegir de qué prescindimos hasta quedarnos con lo esencial para comunicar una idea. Y lo bueno y breve es también una semilla, con el mensaje de que puede crecer, de que hay más. El resultado de aquel taller fue múltiple: un pechakucha, un tuit, una cuña de radio, el guión de un anuncio, el texto de una camiseta…
La divulgación puede ser un territorio de libertad, de creatividad, pero hay que poner a trabajar la libertad. Hacer, probar, intentar, luchar por que la artesanía divulgativa, que precisa unos medios y unos tiempos de elaboración de contenidos, tenga sitio en los mapas de la comunicación. En los marcos establecidos, cada vez está más difícil y, a la vez, en mar abierto, cada vez es más fácil.
Todo para lanzar, con imaginación -ya sea desde un medio de comunicación, un blog, una fuente científica, un museo, una performance, un tuit…- ese sirimiri continuo que nombraba Igor Campillo, director de Euskampus, una lluvia suave de conceptos sencillos cayendo sobre la sociedad, para que la gente se encuentre con la ciencia aunque no la busque. Para que los mensajes calen. Razón e imaginación trazan el mapa cada día. La brújula siempre está dentro de uno mismo.
Veinte años de Tercer Milenio
“¿Puede la idea de un niño inspirar un proyecto de I+D?”. Esta fue la pregunta de partida de una experiencia atípica puesta en marcha hace cuatro años desde Tercer Milenio. Aquel ejercicio comunicativo puso ideas de niños, que habían imaginado cosas que no existen, en manos de un grupo de creativas y generosas ‘cabezas’ de tecnólogos, científicos, divulgadores y empresarios que pensaron en cómo hacer evolucionar esa idea-semilla, tratando de convertir una idea fantástica en un producto real. El artículo que reflejó toda esta ‘marcianada’, Bienvenidos a un jardín de ideas, firmado por Javier Mateos y Pilar Perla, recibió el Premio Tecnalia de Periodismo sobre Investigación e Innovación Tecnológica. El jurado no premiaba un artículo que hablara sobre innovación, sino un trabajo innovador en sí mismo, un perro verde en las páginas de un periódico.
Probamos algo nuevo, y la escoba-bota que imaginó y dibujó Mateo, un niño de 5 años del colegio de Siétamo (Huesca), es hoy el proyecto Drop, un robot de cuerpo blando encaminado a la extracción de recursos submarinos. ¿La divulgación impulsando la I+D+i? Comprobamos que, desde los medios de comunicación, no sólo podemos contar lo que pasa, sino que también podemos hacer que pasen cosas, cosas tan innovadoras como ésta.
Tercer Milenio, suplemento de ciencia, tecnología e innovación de Heraldo de Aragón, acaba de cumplir veinte años. En continuo y eterno aprendizaje, con buenos estímulos para seguir adelante: Premio CSIC de Periodismo Científico 1998; Premio Especial del Jurado de los Prismas Casa de las Ciencias a la Divulgación en 2002; Mejor Artículo publicado en 2004, 2006 y 2009 en ese mismo certamen; en 2010, Premio Tecnalia y especial de Ciencia en Acción; en 2012, Premio Asebio/Genoma España de Comunicación y Divulgación de la Biotecnología.
La longevidad, la mera supervivencia, es un mérito con explicación. A la voluntad de Heraldo de dedicar ocho páginas semanales a la divulgación de la ciencia, la tecnología y la innovación se unió, desde el primer momento, en 1993, el patrocinio del Gobierno de Aragón, siempre a través del Instituto Tecnológico de Aragón. No hemos estado solos. Tercer Milenio siempre ha sido una empresa colectiva, un suplemento hecho para los lectores pero con los científicos. Porque un suplemento no sólo está formado de palabras sino también de ideas brillantes, y los nuestros son colaboradores –divulgadores, científicos, periodistas– con luz propia. Ya se sabe: “Si quieres ir rápido, vete solo; pero si quieres ir lejos, vete acompañado”.
Pilar Perla es historiadora del arte de formación, aunque ejerce el periodismo desde 1991. Coordina el suplemento de ciencia, tecnología e innovación del periódico Heraldo de Aragón, Tercer Milenio, y el blog De cero a ciencia. Es vicepresidenta de la Asociación Española de Comunicación Científica. Coordina las Jornadas de Divulgación Innovadora D+I.
Edición realizada por César Tomé López a partir de materiales suministrados por CIC Network
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oibs.cuba
Consideramos este artículo muy válido y de gran utilidad para el análisis y la reflexión de los que de alguna u otra manera transitamos por «los siete mares de la divulgación». Gracias a su autora.