Los geólogos y los paleontólogos no son gente de naturaleza mórbida, pero lo cierto es que los hitos de la historia de la Tierra vienen marcados por grandes mortandades. Una forma clásica de ordenar la edad a la que se formaron las rocas es analizar los fósiles que contienen; viendo qué animales y plantas vivían en cada estrato y haciendo mucho análisis cruzado entre diferentes localizaciones es posible estimar la edad relativa de las rocas. En la práctica la evolución de los seres vivos sirve para establecer una escala temporal: los fósiles sirven como indicadores de edad. Los grandes periodos de la historia de la Tierra vienen determinados por grandes cambios en los fósiles que hay en las rocas correspondientes, y pocos cambios son más bruscos que un evento de extinción que afecta a muchos seres vivos. La presencia, o ausencia, de un determinado animal o planta puede marcar un momento del tiempo; combinando muchas presencias y ausencias se puede afinar mucho la edad. Si el evento de extinción es pequeño, o limitado en el espacio, en la escala estándar tendremos un cambio de Serie, como pasar de Ordovícico Medio a Superior; si es una extinción mayor el cambio será de Periodo, como del Silúrico al Devónico. Y si la mortandad fue masiva, provocando cambios drásticos en la flora y fauna del planeta, tendremos un cambio de Era, como pasar del del Mesozoico al Cenozoico.
Hay pocos cambios de Era en la tabla Cronoestratigráfica de la Comisión Internacional de Estratigrafía, afortunadamente. Porque en cada uno de ellos la vida en la Tierra estuvo muy cerca de desaparecer: fueron extinciones masivas que afectaron a numerosos sertes vivos al mismo tiempo en breves periodis, y en todas partes. Y de entre esos cambios brutales ninguno como la Gran Muerte: el tránsito entre los Periodos Pérmico y Triásico, es decir, entre las Eras Paleozoica y el Mesozoica. El momento en el que nuestro planeta estuvo a punto de convertirse en una roca muerta vagando por el espacio.
Hace aproximadamente 252 millones de años algo ocurrió que acabó con entre el 90 y el 96% de las especies que estaban vivas en aquel momento. Algo que golpeó con ferocidad el mar, donde dio la puntilla a los últimos Trilobites, a los Euriptéridos (escorpiones de mar), al grupo de Equinodermos llamados Blastoideos y a los peces Acantodios. Algo que mató al 99% de los Radiolarios del plancton, al 98% de los crinoideos y gasterópodos, al 97% de los Ammonites y de los Foraminíferos, al 96% de los Antozoos (corales y anémonas) y de los Braquiópodos.
Pero que también acabó con el 70% de las especies animales que vivían en tierra y modificó sustancialmente la composición de la flora terrestre para siempre, lo que indica que hizo cambiar bruscamente la distribución de ecosistemas en todo el planeta. Algo que acabó con varios grupos de reptiles (los Anápsidos) y con hasta dos tercios de otros grupos (Saurópsidos y Terápsidos), además de con anfibios como los Laberintodontos. Varios de los grupois supervivientes quedaron debilitados, otros (como los Diápsidos, de donde evolucionarían después los dinosaurios) tardaron hasta 30 millones de años en recuperarse.
Algo que subió la temperatura media del planeta 8 grados centígrados, la concentración de CO2 en la atmósfera a más de 2000 partes por millón (frente a las 280 anteriores a la Revolución industrial) y que averió la capa de ozono, permitiendo que durante milenios las radiaciones ultravioletas alcanzaran la superficie.
Algo que atacó selectivamente a los seres vivos con conchas de carbonato cálcico y metabolismos lentos con sistemas respiratorios poco eficientes, y que según una investigación reciente pudo provocar lluvia ácida de tal calibre que el suelo alcanzó la acidez del vinagre. Algo que mató selectivamente a los seres vivos con poca tolerancia a altas concentraciones de CO2. Algo como una hipoxia masiva de los océanos, con la consecuente acidificación de las aguas. Pero la hipoxia no es suficiente para explicar los patrones, ni la dificultad en la recuperación que hizo que durante el Triásico Temprano siguieran las extinciones.
Algo realmente muy gordo.
¿Qué pudo provocar la Gran Muerte? Sabemos que otras extinciones han sido causadas por volcanismo masivo, por impactos de objetos extraterrestres, o por el movimiento de los continentes modificando la cantidad de costa y plataforma continental en el planeta, las regiones con mayor riqueza biológica. Pero ninguna de ellas por sí sola basta para explicar la profundidad y velocidad de este evento de extinción, como tampoco sus patrones característicos o lo prolongado de la recuperación posterior. Empieza a abrirse camino una hipótesis: la Gran Muerte no tuvo una causa única, sino que fue el producto de un periodo de extremada mala suerte para la vida en la Tierra que encadenó varias megacatástrofes en un corto periodo de tiempo, con lo que sus efectos se multiplicaron. Y sobre todo dos: los Traps Siberianos, una megaerupción en lo que hoy es Siberia, y el impacto de Araguainha, en el actual Brasil. Dos grandes desastres que además ocurrieron en los peores lugares posibles.
Los Traps o escaleras Siberianas son una provincia ígnea formada hace más o menos 250 millones de años por una serie de efusiones masivas de lava a lo largo de hasta un millón de años que cubrió de basalto cerca de 7 millones de kilómetros cuadrados, de los que 2 millones de km2 (una extensión como la de toda Europa Occidental) se conservan aún hoy. A pesar de las enormes dimensiones de las sucesivas erupciones, y de que a diferencia de otras similares las Traps Siberianas incluyeron un componente de tipo explosivo, los cálculos indican que por sí misma la actividad volcánica no fue suficiente para provocar la Gran Muerte. Ni siquiera sumando dos factores anormales que multiplicaron su impacto.
Por un lado las coladas de lava se produjeron sobre enormes depósitos de carbón, que se incendió y liberó durante milenios ceniza, dióxido de carbono y otras sustancias nocivas (como dióxido de azufre) en cantidades inimaginables a la atmósfera. Se produjo así una contaminación brutal y con toda probabilidad un efecto oscurecimiento y cierto efecto invernadero, aunque la latitud a la que sucedía (como hoy Siberia estaba entonces cerca del Polo Norte) limitó sus efectos globales. Además parte de la lava se derramó sobre el somero Mar Paleotethys, donde pudo disparar la liberación de metano a partir de los clatratos submarinos, lo que hubiese añadido un gas de efecto invernadero muy potente a la atmósfera. La mortandad causada por todos estos efectos habría provocado que determinadas bacterias metanógenas proliferaran, añadiendo aún más metano, y permitiendo que otras bacterias se unieran a la fiesta, consumiendo el oxígeno del agua (creando zonas hipóxicas, muertas) y liberando otros gases tóxicos.
Sin embargo los cálculos y las pruebas no encajan con los patrones observados. Los movimientos atmosféricos hubiesen mantenido buena parte de lo peor de los humos en el hemisferio norte; las corrientes en el gran océano Panthalásico no hubiesen favorecido las regiones hipóxicas. En suma: las Traps Siberianas no bastan. Hace falta algo más.
Y aquí entra el cráter de Araguainha, en lo profundo de la selva brasileña, que ha sido datado en unos casi exactamente coincidentes 254 millones más menos 2,5 de años de edad. Parece que a un mundo que ya tenía problemas por culpa de lo que ocurría en Siberia estuvo a punto de rematarlo un impacto meteorítico, no por su tamaño, sino por su puntería.
No fue un impacto enorme: el cráter de Araguainha no tiene hoy más de 40 kilómetros de diámetro, aunque se estima que no debió tener más de 25 en origen. Esto indica el impacto de un bólido de entre 1.000 y 1.500 metros de diámetro, muy lejos del tamaño del impacto de Chicxulub que acabó con los dinosaurios y dejó un cráter de 200 kilómetros (el bólido tuvo en este caso al menos 10 km de diámetro). Pero igual que las Traps Siberianas, Araguainha tuvo complicaciones porque la región de impacto estaba formada por pizarras oleógenas del Paleozoico. Estas rocas estaban entonces cargadas de petróleo, que se incendió y ardió durante probablemente milenios, inyectando a la atmósfera todo tipo de gases tóxicos y de efecto invernadero. A diferencia de las erupciones siberianas, Araguainha estaba entonces cerca del ecuador: en una posición ideal para que su pluma de humo cubriese por completo el planeta llevada por la circulación atmosférica normal.
Ambas cosas sumadas debieron crear un panorama apocalíptico. Cielos oscurecidos con radiación solar reducida matando la vegetación; aumento de la temperatura global con disrupción de los patrones climáticos; lluvia ácida de escala y niveles inimaginables, acabando con la vegetación superviviente y arrasando los mares someros, donde los animales con conchas de carbonato literalmente se habrían disuelto; animales que comían vegetación (la hierba aún no existía) muriendo de hambre, y los carnívoros después; muerte, hedor y destrucción en todo el globo. Y todo esto durante miles, y miles, y hasta millones de años, hasta tal punto que la recuperación completa no llegó hasta el Triásico Medio, 30 millones de años después.
Si bajo las masivas erupciones de las Traps Siberianas no hubiese habido carbón. Si el bólido no hubiese caído en Araguainha, sino en otro lugar donde no hubiese pizarras oleógenas. Si la mayor extinción de la historia de la vida no se hubiese producido, ¿quién sabe qué tipo de mundo sería el actual? Por otro lado, si el impacto hubiese sido un poco mayor, o si las erupciones se hubiesen extendido más,. quizá toda la vida animal y vegetal del planeta habría muerto, y la Tierra hubiese podido volver a ser un planeta de bacterias, como lo fue durante miles de millones de años. La Gran Muerte trajo desgracias, pero también cambió para siempre la historia de la evolución. A veces la muerte de lo viejo es necesaria para que lo nuevo pueda vivir.
Este post ha sido realizado por Pepe Cervera (@Retiario) y es una colaboración de Naukas con la Cátedra de Cultura Científica de la UPV/EHU
La Gran Muerte
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anónimo
Sin acritud
mórbido, da.
(Del lat. morbĭdus).
1. adj. Que padece enfermedad o la ocasiona.
2. adj. Blando, delicado, suave.
¿No querrá decir morboso?
Hitos en la red #56 – Naukas
[…] cosas que nos chiflan. La muerte, La Gran Muerte y la mala suerte por Pepe Cervera, las experiencias cercanas a la muerte, La estrella que se acercó al Sol hace 70 […]
adrian
Muy buen articulo. Muy interesante como la combinacion de dos o mas factores trae consigo efectos exponenciales. Saludos desde Argentina
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