Uno puede intuir el tamaño y el peso de una piedra viendo cómo salpica cuando cae al mar, puede hacerlo muy bien, con precisión, aventurarse incluso a imaginar el color o si tiene aristas. En más de una ocasión, sin embargo, cuando uno se sumerge para buscarla, en el fondo solo hay arena.
Si ya eso es complicado, cuánto más cuando los únicos datos son las descripciones de cómo salpicaba esa piedra que hizo un tipo al que le importaba un carajo la salpicadura. Y a veces la piedra.
Antes de cruzar el Rubicón con aviesas intenciones, Julio César presentó varios episodios de caídas asociados a distinta sintomatología neurológica, de inicio aparentemente brusco y aparentemente transitorios. Su causa, la que se ha sugerido durante mucho tiempo, pudo haber sido una epilepsia. Es decir, una sintomatología secundaria a una descarga anómala, hipersíncrona y excesiva de un grupo de neuronas de su corteza cerebral. El motivo por el cual ese grupo de neuronas hicieran eso ya es otro cantar, claro.
Sin embargo, ¿pudieron aquellos episodios tener otra causa? ¿Y si la clínica del buen Julio tuvo que ver con el cese del flujo sanguíneo de forma transitoria en una zona muy concreta de su cerebro? ¿Y si padecía una enfermedad de Ménière que le provocaba vértigos de forma ocasional? ¿A nadie se le ocurre, teniendo en cuenta que parte de esos episodios ocurrieron durante sus campañas en Hispania, otra causa de caídas que aparece y desaparece sin dejar rastro? * Por proponer, digo. Todas esas piedras encajan con la salpicadura (y muchas otras), a Julio César ya le da igual, pero si entrara en la consulta y nos preguntara qué le pasa y cuál es el tratamiento tendríamos que zambullirnos para ver cómo es esa piedra.
Cuando Pablo de Tarso puso rumbo hacia Damasco era un fariseo que tenía a bien ensañarse a gusto y de forma atroz con los católicos cristianos. Vio una luz, se cayó del caballo y, ahora sí, vio la luz. El resto ya lo conocen. ¿Tuvo una crisis epiléptica? Eso dicen los rumores. Puede, claro, por poder… pero también pudo haber sido un aura migrañosa, por ejemplo; Pablo experimentando por primera vez un aura visual en forma de punto brillante central que se sigue de una alteración de la sensibilidad en la mano y en la boca, todo ello secundario a una depresión cortical propagada. Es normal que se asustara y se cayera del caballo. De hecho, si le preguntamos a Gastaut —uno de los padres de la epileptología moderna— eso sería lo que nos diría, que lo de Pablo fue una migraña con aura visual, al menos. Claro, como aquí no estamos para caer en el ad hominem, él también pudo equivocarse. De hecho, ¿y si lo que le ocurrió a Pablo fue que la luz brillante de aquel sol damasceno provocó una pérdida unilateral y transitoria de su visión? ** Entonces, ¿acaso alguno pasaría por alto el estudio de sus carótidas? No, ni siquiera Gastaut.
Giorgio de Chirico, fundador de la llamada pintura metafísica, no vivió hace tantos años ni tuvo la importancia de los otros dos. Según el psiquiatra Klaus Podoll y el ensayista Ubaldo Nicola, “sufría repetitivos síntomas abdominales, cefaleas y una variedad de disfunciones cerebrales paroxísticas de aparición brusca que empleaba como fuente principal de inspiración para su estilo único de pintura metafísica“.
Lo han acusado de migrañoso y epiléptico (apunte que sabrá apreciar el buen cuñado: si es raro, siempre puedes usar el comodín de la epilepsia del lóbulo temporal. Ahí cabe casi de todo) y ya hemos visto que a veces esta diferencia es muy sutil. ¿Qué tenía Giorgio, migraña o epilepsia? ¿Quizá alguna otra enfermedad neurológica de esas raras que nadie conoce? Pues… probablemente ninguna***, esa era su forma de pintar. Su inspiración no provenía de las auras visuales migrañosas, ni son achacables a una epilepsia parcial, ni tan siquiera un atisbo de patología psiquiátrica. Pintaba así. Punto.
Hay muchos más. Cientos (me atrevo con cualquiera, ojo). Y en todos cabe la misma alternativa, en unos más y en otros menos, pero en todos se puede decir los mismo. Y no es que sea imposible saber lo que sucedió, no, es que nos empeñamos en empezar por el final del proceso. Decir que Julio César tuvo un ictus o Pablo una migraña es sencillo. Y erróneo. Julio César tuvo episodios paroxísticos de alteración de la marcha cuya localización (topografía lesional) desconocemos y por tanto, es imposible abordar la etiología (vascular, comicial, migrañosa, tóxica, carencial, tumoral, infecciosa, inflamatoria,…). Al cabo, con dos mil años de retraso, no es ni lo más importante ni lo más divertido.
Este post ha sido realizado por Azuquahe Pérez (@Azuquahe) y es una colaboración de Naukas con la Cátedra de Cultura Científica de la UPV/EHU.
Notas del autor:
* Yo solo hago la pregunta, son ustedes los que lo acusan de borracho.
** La pérdida de visión unilateral y transitoria con la exposición a la luz brillante puede ser una manifestación de la estenosis crítica/oclusión de la arteria carótida interna: dada la disminución del flujo sanguíneo secundaria, el metabolismo retiniano es incapaz de sintetizar el pigmento fotorreceptor que “consume” la luz.
***Según el propio Giorgio lo suyo eran fiebres espirituales…
Juan R
Interesante el repaso por los personajes de la historia y sus cosas. Sobre los detalles que se aportan siempre se puede afinar. Por ejemplo, Pablo de Tarso perseguía y se ensañaba con los «cristianos» sin importar si eran católicos, ortodoxos, protestantes o de otra calaña, ya que por aquella época todavía no había diferencias entre cristianos… no habían llegado los reformistas, ni siquiera se había instalado el cristianismo en Roma.
Pero, cierto es que algunos detalles ni son lo importante ni lo divertido.
Salud
Azuquahe
Oiga, se lo compro y asumo la falta.
¡Gracias!