La historia que define lo que es Europa ahora mismo, nuestra situación económica, social, política y, por supuesto, cultural es la posguerra de la II Guerra Mundial. Los 10, 20 años posteriores a la victoria aliada son un periodo clave para comprender nuestra vida y, sin embargo, permanece para mucha gente en un limbo de desconocimiento.
Los periodos de posguerra son épocas de tremendo desgaste social, político y económico. Los conflictos bélicos proporcionan un enemigo claro contra el que luchar, un objetivo político que conseguir y empujan la economía para lograr ese propósito: la paz.
Una vez conseguida la ansiada paz, el mundo se para. La destrucción y la muerte dan lugar a la valoración de daños y la consciencia del agotamiento mental, económico, físico y político. La guerra ha terminado y ¿ahora qué?
Este ¿ahora qué? fue especialmente grave después de la II Guerra Mundial y se prolongó durante muchos años. La unión de los aliados se deshizo en el aire tras la derrota de los alemanes y el nazismo. El enemigo era ahora el comunismo que, a su vez, se oponía al capitalismo occidental intentando que los países en la órbita soviética no cayeran bajo su influencia. La política, la economía, las fronteras, todo debía alinearse con un bando u otro. Nadie era nazi nunca más, pero había que decidir: o se era capitalista o se era comunista. Sin medias tintas.
La cultura y la ciencia también tomaron partido. Científicos e intelectuales se organizaron para promover las bondades culturales de uno u otro sistema de acuerdo con sus intereses o ideales. La culpable de esta toma de posición por parte de la cultura y la ciencia fue de alguna manera la Coca Cola.
Terminada la II Guerra Mundial, Estados Unidos se convirtió (aún más) en el motor del mundo occidental. Los préstamos y ayudas del llamado Plan Marshall sirvieron para reconstruir, reorganizar y volver a poner en marcha las economías europeas. Coca Cola comenzó a tomar posiciones en Europa. En fechas tan tempranas como 1947 y 1949, la multinacional abrió plantas de embotellado en cinco países europeos. Alemania, en 1951 contaba con 96 plantas de embotellado y se convirtió en el mayor mercado fuera de Estados Unidos.
Esta invasión de la bebida amiga no fue vista con buenos ojos por las élites políticas y culturales europeas. Los franceses temían, incluso, que su Torre Eiffel acabara cubierta con el logo de la compañía y que los servicios de distribución de la bebida pudieran servir como red de espionaje. La cultura americana era considerada por los europeas como poco refinada, pueblerina y carente de referentes históricos. No era del agrado de muchos europeos, tanto de derechas como de izquierdas, que además la veían como un arma más de los estadounidenses para completar sus afanes imperialistas y de control de Europa.
Este sentimiento de sospecha hacia los «angloamericanos» fue aprovechado por Stalin, en 1948, para crear el llamado Movimiento por la Paz en una reunión en Breslavia, Polonia, en un Congreso Mundial de Intelectuales.
En el Movimiento por la Paz estuvieron involucrados intelectuales y artistas como Picasso, Louis Aragon, Neruda, Sartre y muchos más y su primer presidente fue Fréderic Joliot-Curie, Premio Nobel de Química en 1935 y esposo de Irene Curie. Los comunistas controlaban todos los movimientos, las publicaciones y las actividades del Movimiento y consideraban con desdén a las élites occidentales involucradas. Eran utilizados como «tontos útiles» que servían de vehículo para la propaganda de la política soviética.
El Movimiento por la Paz consiguió un cierto éxito en sus propósitos entre las élites europeas.
«En este momento la propaganda comunista goza en Francia, especialmente entre los no comunistas, del mayor éxito que ha tenido nunca». (Jannet Flanner, New Yorker, 1950)
Se creó entonces el otro bando formado por intelectuales europeos que no querían que Stalin ganara la guerra de la propaganda y estaban dispuestos a encabezar una campaña «vendiendo» las bondades de la cultura occidental y del sistema capitalista.
En Berlín, en 1950, se fundó el Congreso para la Libertad Cultural. Se eligió la ciudad alemana para demostrar que su lucha era contra los soviéticos y que Berlín se consideraba territorio del bloque capitalista a pesar de su división.
Bertrand Russell, Benedetto Crocce, Steibenck o Julian Huxley, biólogo y primer presidente de la Unesco formaron parte de este movimiento. Muchos excomunistas, como Koestler o Margarete Buber-Nueman se fueron sumando poco a poco.
Si el Movimiento por la Paz tenía detrás al omnipotente partido comunista soviético, el Congreso para la Libertad Cultural contaba con el respaldo político y económico de la CIA que lo utilizaba para movilizar a las élites europeas sobre todo de Francia, Italia y Alemania contra los comunistas.
Las batallas culturales se dieron en todos los ámbitos: la proyección de películas, los programas de radio, las obras de teatro, las revistas. Una de las más importantes fue la llamada «Batalla del Libro». Intelectuales comunistas recorrieron ciudades de provincias de Francia, Bélgica e Italia vendiendo y firmando libros y dando conferencias. La idea era vender el concepto de que el comunismo representaba la cultura europea frente a la cultura americana que venía impuesta por un «invasor».
Los Estados Unidos contraatacaron estableciendo más de 65 Casas de América por toda Europa en las que se podían consultar libros, revistas y periódicos americanos. Fue en este momento cuando el inglés sustituyó al francés como segunda lengua en países como Austria.
La cultura americana era un imán muy potente. Ni los intentos desesperados de los comunistas por acabar con ella, ni los torpes y obvios movimientos propagandísticos de los propios americanos consiguieron acabar con su atractivo.
La batalla cultural entre la población europea fue ganada por los americanos mucho antes de que las élites europeas fueran, siquiera, conscientes de ella.
70 años después es fácil ver todas estas intrigas y movimientos como infantiles. Pensamos con claridad meridiana sobre unos y otros y puede que pensemos que en el justo medio hubiera estado la posición correcta. Podemos, incluso, sentirnos tentados a juzgar a unos y otros por la posición que tomaron pero… tenemos que recordar que somos lo que somos y hemos llegado a pensar así gracias a esos años, a esas decisiones y a las consecuencias que acarrearon. Ni la cultura, ni el arte ni la ciencia pueden ser apolíticos ni neutros porque las personas no lo somos.
La posguerra de la II Guerra Mundial nos trajo hasta aquí y no solo política o económicamente.
Referencia:
Posguerra, de Tony Judt. Editorial Taurus, 2006.
Sobre la autora: Ana Ribera (Molinos) es historiadora y cuenta con más de 15 años de experiencia en el mundo de la televisión. Autora de los blogs: Cosas que (me) pasan y Pisando Charcos.
busgosu
“Ni la cultura, ni el arte ni la ciencia pueden ser apolíticos ni neutros porque las personas no lo somos”, esta sentencia no es cierta para el universo y su realidad que si son apolíticos. La política es el estado metal de los hombres viendo en su pequeño mundo, que es su propia interpretación interior del mundo.
La posguerra que nos hizo | Frontera | Cuaderno…
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