Artistas científicos

Fronteras

Ernst Haeckel - "Kunstformen der Natur" (1904), lámina 72: Muscinae
Ernst Haeckel – «Kunstformen der Natur» (1904), lámina 72: Muscinae

El arte y la ciencia han estado unidos desde la Antigüedad. Alberti y sus dibujos arquitectónicos, Leonardo con sus dibujos del cuerpo humano o los esquemas de sus inventos, las poesías de muchos científicos de la era del romanticismo y otros muchos ejemplos: esta interacción ha sido protagonista de posts en este Cuaderno.

¿Era Alberti un arquitecto o un pintor? ¿Y Leonardo? Los primeros científicos de la Royal Society, ¿eran químicos, físicos o poetas? Todos ellos eran lo que en su interesante artículo The need for more pi-shaped science artists, David Harris llama «artistas científicos» [science artists].

A finales del siglo XIX y durante todo el siglo XX la especialización fue abriéndose camino en todos los ámbitos del desarrollo cultural, ampliando poco a poco la brecha entre el arte y la ciencia. Los ¿científicos? dejaron de expresarse a través del arte y los artistas, enfrascados en la búsqueda de nuevos enfoques, olvidaron la ciencia.

Ahora ciencia y arte, arte y ciencia, vuelven a aparecer unidos, pero los términos de esa unión han cambiado. Ahora, más que una unión entre iguales, arte y ciencia juegan con la idea de utilizarse mutuamente. El arte busca inspiración en la ciencia y ésta, por su parte, intenta muchas veces utilizar el arte como vehículo de comunicación, como una manera de hacerse más cercana, más accesible.

Otra cosa que ha cambiado son los ejecutantes. Por esa especialización tan exigente no hay (algunos hay) físicos poetas o pintores químicos. Pero entonces, ¿quienes son ahora los artistas científicos?

David Harris realiza en el artículo anteriormente mencionado un interesante análisis sobre la condición actual del artista científico, la problemática a la que se enfrenta y las herramientas intelectuales de las que él cree que debe dotarse para cumplir con su función.

El llamado arte científico se encuentra la mayor parte de las veces en tierra de nadie. El mundo del arte lo ignora por considerarlo meramente un vehículo para la comunicación científica sin ningún valor artístico y, por su parte, la ciencia acusa al arte de no cumplir con unos mínimos de rigor y de, en muchas ocasiones, llevar a malinterpretaciones. Resumiendo, al mundo del arte, el arte científico no le parece arte y al mundo de la ciencia no le parece ciencia.

David Harris cree que hasta ahora los llamados artistas científicos se han ajustado a un perfil concreto que él denomina en «forma de T»: personas que saben poco de muchas cosas y luego tienen un conocimiento profundo o bien de arte o bien de ciencia. Harris apuesta por un futuro de artistas científicos de perfil en forma de π.

Un profesional de perfil π sería aquel con amplios y profundos conocimientos de arte y de ciencia y, además, las habilidades necesarias para trabajar de manera transversal con ambos mundos.

La visión de A. Hobart de un agujero negro supermasivo en crecimiento para NASA / Chandra X-Ray Observatory
La visión de A. Hobart de un agujero negro supermasivo en crecimiento para NASA / Chandra X-Ray Observatory (2013)

¿Cuales son las ventajas de este tipo de perfiles profesionales?

En primer lugar, y según la teoría de Harris, alguien con un perfil π , ha aprendido a pensar, interpretar y desarrollar los códigos de ambas disciplinas, y ambos lenguajes y concepciones conviven en su cabeza permitiéndole percibir las posibles interacciones y tener momentos creativos derivados de esa mezcla.

En segundo lugar, si el profesional, el artista científico, posee amplios y avalados conocimientos en arte y ciencia, además de ser capaz de hablar el lenguaje de ambas disciplinas será capaz de «vender» su trabajo tanto a unos como a otros.

Por último esos conocimientos servirán como defensa para no ser acusado (o para defenderse en caso de serlo) de no saber, de ser ridículo o absurdo. Acusaciones éstas que pueden provenir tanto de artistas como de científicos.

Esta última característica, la capacidad para ser considerado alguien con autoridad tanto en el campo del arte como en el de la ciencia, es la que marca la mayor diferencia entre los profesionales de perfil π y los de perfil T. El mayor problema de éstos últimos es su falta de credibilidad, por la que en muchas ocasiones son acusados o de falta de rigor o de falta de talento artístico.

Un artista científico de perfil π posee el necesario conocimiento de ambos mundos para, por un lado ser capaz de valorar qué parte de la ciencia tiene un valor comunicativo (toda la ciencia es valiosa pero no toda es artísticamente transmisible o merece la pena ser transmitida) y, por otro, es capaz de inscribir su arte dentro de una corriente artística, una escuela o una forma de expresión integrada en la historia del arte.

Es evidente que la existencia de este tipo de profesionales en un mundo cada vez más interconectado sería valiosa tanto para la ciencia como para el arte; y es evidente también que es muy complicado adquirir todo ese bagaje intelectual. Harris, consciente de esta dificultad, aboga porque ser experto en ambos campos no se circunscriba únicamente a tener títulos universitarios o doctorados, y se vaya más a un modelo de conocimiento adquirido a través de amplias lecturas apoyado por un asesoramiento de expertos. En mi opinión, Harris está apostando por lo que en otros momentos de la historia se llamaron intelectuales. Personas con un título en alguna disciplina pero que además atesoraban una cultura inmensa y amplísimos conocimientos fruto de una curiosidad que no terminaba nunca y que alimentaban con lecturas y más lecturas.

En mi opinión, una fructífera colaboración entre arte y ciencia es fundamental para el establecimiento de una cultura científica en la sociedad porque, como muy bien explicaba Antonio Casado da Rocha la semana pasada a propósito de una representación teatral de inspiración científica, «[puede que] la representación de la ciencia en “Ciencia ficción” sea naif o friki, pero en la medida en que la hace sentimental o estéticamente valiosa a su público, integra la ciencia en la cultura contemporánea y eso es clave para una sociedad que quiera avanzar e innovar».

Sobre la autora: Ana Ribera (Molinos) es historiadora y cuenta con más de 15 años de experiencia en el mundo de la televisión. Es autora del blog Cosas que (me) pasan y responsable de comunicación de Pint of Science España.

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