Desde que los hermanos Lumière crearon el primer cinematógrafo, el conocido como séptimo arte ha sufrido un sinfín de revoluciones desde el punto de vista técnico. Algunas, en tiempos realmente lejanos, como aquella que dio voz a un mudo Charles Chaplin o la que permitió apreciar en technicolor que las baldosas que pisaba Dorothy eran de color amarillo chillón. Décadas más tarde George Lucas reinventó los efectos especiales para transportarnos por una galaxia muy lejana a bordo del Halcón Milenario y su amigo Steven Spilberg se sirvió de maquetas hiperrealistas para hacernos pensar que cada vez que un vaso de agua temblase aparecería un Tiranosaurio dispuesto a devorarnos. Ya en tiempos más recientes, James Cameron explotó las posibilidades del cine en 3D y nos rodeó de unos peculiares seres azules con los que reventó los récords de recaudación. Pero, hay otra pequeña revolución en marcha, una que se fragua silenciosamente en Gdansk, esa agradable ciudad a orillas del Báltico que ya parece haber olvidado que fue el lugar donde estalló el más ignominioso capítulo de la historia de la humanidad cuando en los mapas figuraba como Ciudad libre de Danzing.
Probablemente esta revolución no cambie el modo de hacer cine. Incluso habrá quien lo vea como un paso atrás en el avance de una industria cada vez más controlada por ordenadores pero, lo cierto es que, se trata de un proyecto que justifica por partida doble que al cine se le llame arte. Hablo de Loving Vincent y sólo necesitaréis ver este tráiler de un minuto para entender a lo que me refiero:
Dorota Kobiela y el ganador de un Oscar Hugh Welchman se embarcaron hace unos seis años en un ambicioso proyecto al que hace unas semanas le daban las últimas pinceladas. No, no aprovecho que se trata de una película sobre van Gogh para hacer una metáfora fácil. Literalmente, el último fotograma de los 64000 que componen la película, fue pintado hace apenas unos días. Y es que, Loving Vincent, es una película diferente, es una película hecha en su totalidad a base de pinturas al óleo.
Como ya dijo quien cede el nombre a la película: “Solo podemos hablar a través de nuestras pinturas”. Quizás por eso, cuando Kobiela y Welchman tejieron la historia sobre la vida de van Gogh, decidieron que para que la obra se impregnase del espíritu del pintor holandés debían huir de la tecnología digital. Y no solo eso, volvieron a los orígenes del mundo de la animación y les dieron una vuelta de tuerca. Desarrollaron una nueva tecnología que les permitió implementar un peculiar proceso creativo para realizar cada uno de los aproximadamente 900 planos de los que consta el filme. Primero, se rodaron las escenas con actores y actrices reales usando la técnica croma (esa en la que se emplea un telón verde de fondo). Estas escenas se proyectaron sobre lienzos para ser transformadas en óleos por más de una centena de pintores y pintoras de todas partes del mundo que imitaban el característico estilo de van Gogh. Tras fotografiar la pintura correspondiente a un fotograma pintaban el siguiente y lo volvían a fotografiar y así, sucesivamente, hasta tener un plano con decenas de fotogramas. Una titánica tarea en la que se invierten meses para conseguir unos pocos segundos de metraje. Eso sí, una vez editada la secuencia de fotogramas se consiguen maravillas como las que habéis visto en el tráiler. Podéis entender mucho mejor el proceso creativo en este vídeo de la BBC.
Por si imitar el estilo del pelirrojo loco no era suficiente, se han empleado más de cien de sus obras para crear los escenarios de la película. Podremos visitar el célebre Dormitorio en Arlés, ver una partida de billar en El café de noche o contemplar La noche estrellada. Igualmente, muchos rostros nos resultarán familiares ya que parecen retratos que se escapan de sus marcos para cobrar vida. En la Imagen 2 tenéis el formidable resultado de juntar la a un actor de carne y hueso (Douglas Booth) con una obra de van Gogh. Ese joven de gabardina amarilla es el protagonista, Armand Roulin, que sin darse cuenta se verá envuelto en la misteriosa muerte del pintor holandés, lo que sirve de hilo conductor de la película. Y aunque puede que Douglas Booth no sea un actor de mucho renombre, eso no significa que no vayamos a encontrar caras familiares entre el reparto como la de Saoirse Ronan (dos nominaciones al Oscar con apenas 22 años), Helen McCrort (Polly en Peaky Blinders) o Jerome Flynn (Bron en Game of Thrones).
A estas alturas espero que, como yo, estés contando los días para el estreno de la película. También es posible que te estés preguntando si el autor de este artículo ha decidido retirarse del mundo científico y tiene ahora pretensiones de crítico de cine. Nada más lejos de la realidad. Pero resulta que la existencia de esta original película me sirve para hablar de algo con lo que todos y todas estamos familiarizados pero que quizás no conozcamos tan bien: la pintura al óleo.
Y es que ¿quién no ha leído “óleo sobre lienzo” en los rótulos de algún museo? Habrá incluso quien haya hecho sus pinitos con esta técnica. Pero, ¿sabemos realmente lo que es un óleo? No hay que ser catedrático en etimología para intuir que tras esa palabra se esconde una técnica pictórica vinculada, de un modo u otro, al aceite. De hecho, si consultamos el diccionario de Real Academia nos encontramos con que sorprendentemente (o no) la primera acepción no tiene conexión alguna con en el arte: “Del lat. oleum Aceite de origen vegetal, especialmente el de oliva”.
Vale, entonces algo tendrá que ver la pintura al óleo con esos líquidos indispensables en nuestras cocinas. Además, teniendo en cuenta que se usa cera de abeja o leche de vaca para aglutinar pigmentos, ¿por qué no usar aceite? Es un medio líquido, fácil de obtener y muy manejable. Entonces, ¿podría dedicarse Arguiñano a publicitar aceite de oliva virgen extra para artistas? ¿Sirve cualquier aceite para pintar un cuadro? Como muchas otras veces, la respuesta está en la química. Aunque por si acaso ya adelanto a los amantes del oro líquido que nunca les faltará este aceite, o por lo menos, no por culpa de la pintura.
Empecemos por el principio. Los aceites vegetales están formando mayoritariamente por un tipo de lípidos llamados triacilgicéridos, aunque quizás os suene más si digo triglicéridos. Exactamente, eso que junto al colesterol tanto nos preocupa al recibir los resultados de una analítica. Estos temidos compuestos están formados por una molécula de glicerol y tres ácidos grasos que se unen formando lo que se denominan ésteres (ver Imagen 3). Precisamente, será la naturaleza y la abundancia de estos ácidos grasos los que condicionen las propiedades de los diferentes aceites.
Como podéis ver en la Imagen 3, los ácidos grasos contienen una larga cadena en la que los átomos de carbonos (cada uno de los diferentes vértices) se unen entre sí (también se unen a átomos de hidrogeno aunque estos no se representan en la imagen). Pues bien, hay dos factores que tenemos que tener en cuenta a la hora de explicar las propiedades de los aceites: la longitud de estas cadenas y el número de insaturaciones. Y aquí tenemos otra palabra que relacionaréis con el mundo de la nutrición. Cuando hablamos de grasas saturadas o insaturadas lo que estamos haciendo es referirnos a como se unen los átomos de carbonos en estas cadenas. Una insaturación no es otra cosa que dos átomos de carbono que se unen mediante un doble enlace (de ahí que haya dobles líneas entre algunos puntos de las cadenas de ácidos grasos). Por ejemplo, el triglicérido de la imagen anterior tiene un ácido graso saturado en la primera posición (ácido esteárico), uno con una insaturación en la segunda (ácido oleico) y otro con tres insaturaciones en la tercera (ácido linolénico). Este detalle, que podría parecernos anecdótico, es de vital importancia para entender tanto las propiedades fisicoquímicas de los aceites como las de las grasas. De hecho, la distinción que hacemos entre estas dos substancias se debe en gran medida a los dobles enlaces. Las grasas son sólidas a temperatura ambiente porque son ricas en triacilglicéridos saturados que tienen un punto de fusión más alto. Los aceites en cambio son líquidos porque contienen un porcentaje alto de triacilglicéridos insaturados tienen un punto de fusión más bajo. Algunos aceites son ricos en grasas saturadas, pero al ser cadenas muy pequeñas siguen siendo líquidos. Aunque eso ya es harina de otro costal.
Volviendo al tema que nos ocupa, ¿cuál es la importancia de la química de los aceites en la técnica pictórica favorita del gran van Gogh? Pues evidentemente la clave está en los dobles enlaces de los ácidos grasos (si no, nos hubiésemos ahorrado esa pequeña lección de química orgánica). Resulta que estos enlaces tienen un enemigo implacable, un gas omnipresente sin la que nosotros apenas podríamos disfrutar unos segundos de Los girasoles: el oxígeno. Esta molécula ataca sin piedad a los dobles enlaces causando diferentes tipos de reacciones. Algunas pueden tener consecuencias desagradables como el enranciamiento de aceites y grasas comestibles. Otras, en cambio, son indispensables para que todavía hoy podamos observar obras como el Matrimonio Arnolfini o La Mona Lisa. Me refiero a las reacciones de polimerización a través de las cuales algunos aceites se secan y crean una capa pictórica. ¿Adivináis cuáles son esos aceites?
¡Bingo! Los que tienen ácidos grasos con muchos dobles enlaces. Se conocen como secantes y entre ellos el más importante es, sin ninguna duda, el aceite de linaza. Su gran cantidad de ácido linolénico (tres insaturaciones) y linoleico (dos insaturaciones) explica que históricamente haya sido el más empleado. En cualquier caso, existen otros aceites como el de adormidera, el de nuez o el de girasol que también pueden ser adecuados e incluso más apreciados según la aplicación que se les quiera dar. El aceite de oliva, tan estimado en la cultura mediterránea, resulta inadecuado ya que es extremadamente rico en ácido oleico (tan sólo una insaturación) y contiene muy pocas grasas poliinsaturadas.
Veamos ahora que es lo que sucede desde que se deposita una pincelada de óleo sobre un soporte hasta que la tenemos delante de los ojos. Primero, el aceite comenzará un proceso de oxidación en el que surgirán radicales libres y se formarán peróxidos (ver Imagen 4). Este proceso dura unos pocos días y hace que el aceite gane peso debido a la absorción de oxígeno. Como los peróxidos son muy inestables, reaccionarán con los triacilglicéridos cercanos, de modo que se entrelazarán en una especie de red (polímero) que se denomina linoxina. Gracias a este proceso, que dura meses, y durante el cual el aceite pierde peso por la aparición de compuestos volátiles, se forma una capa pictórica que se adhiere al soporte. Puesto que en el camino, algunos de los triacilglicéridos que no reacciones quedarán atrapados en forma líquida dentro de la retícula, no sólo se obtendrá una película resistente sino también elástica y capaz de aguantar mejor las tensiones. En resumidas cuentas una capa ideal para el arte pictórico.
Obviamente, pese a todas sus virtudes, el óleo no es inmune al paso del tiempo y puede sufrir procesos químicos de amarilleamiento o una oxidación en mayor grado que acabe deteriorando la linoxina. Sin olvidarnos de procesos físicos por culpa de las tensiones antes mencionadas que provocan los característicos craquelados de obras antiguas (ver Imagen 5).
Ahora rebobinemos unas líneas. He dicho que el proceso de secado dura meses (de hecho las reacciones químicas siguen sucediendo en el óleo eternamente). ¿Significa eso que hay que esperar tanto tiempo para realizar un cuadro usando esta técnica? Afortunadamente no. Desde hace siglos se sabe que existen ciertos catalizadores, como pueden ser las sales u óxidos de plomo, cobalto y manganeso, que añadidas al aceite permiten acelerar el proceso de secado. Hoy en día se emplean catalizadores sintéticos o se realiza un tratamiento térmico al aceite que permite que el secado sea más rápido. Así, aunque desgraciadamente tendremos que esperar a bien entrado el 2017 para disfrutar Loving Vincent, esto no es debido al proceso de secado de las pinturas sino al proceso de edición posterior. En cualquier caso, espero que, llegado el momento, apreciéis que cada fotograma de la película es una pequeña obra de arte al óleo, y que tras cada pincelada de esa obra se esconde un complejo proceso químico.
Para saber más:
[1] Max Doerner (1998) Los materiales de pintura y su empleo en el arte. Editorial Reverte.
[2] Mauro Matteini y Arcangelo Moles (2004) La química de la restauración. Editorial Nerea.
Sobre el autor: Oskar González es profesor en la facultad de Ciencia y Tecnología y en la facultad de Bellas Artes de la UPV/EHU.
Y el óleo se hizo cine | kimikArte | Cua…
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Manuel López Rosas
¡Inesperada entrada! Vaya panorama y puentes apenas esperados entre áreas que requieren las consideremos con mayor atención: cine, pintura, química, alimentación, y con un film que aborda pasionalmente una biografía recomendada por muchísimos admiradores de Van Gogh.
Seguiremos atentos estas notas (y los enlaces que las acompañan). 🙂
Oskar
Me alegro de que te haya gustado Manuel. Seguiremos publicando!
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