El cambio climático de origen humano es un hecho sobre el que el consenso de los científicos es prácticamente unánime. Los datos, en cualquier caso, dejan pocas opciones. La cuestión es que a la hora de hablar de cómo combatirlo parece que todo se resume en dos grandes grupos de posibilidades: por un lado emitir menos gases de efecto invernadero a la atmósfera y, por otro, desarrollar tecnologías que permitan almacenar estos mismos gases en forma sólida o líquida eliminándolos de la atmósfera. Y eso parece todo. Salvo que se piense a lo verdaderamente grande, claro, y hablemos de geoingeniería: ¿y si usamos técnicas de terraformación?
La primera vez que se habla de alterar el clima de un planeta, Venus, con la idea de terraformarlo (hacerlo habitable por seres de la Tierra) aparece en novelas de ciencia ficción de los años treinta del siglo XX. El que la ingeniería humana tiene los conocimientos necesarios para cambiar el clima de un planeta quedó patente en un artículo que Carl Sagan publicó en Science en marzo de 1961 titulado “The planet Venus”, en el que imaginaba rociar la atmósfera venusiana con algas para eliminar el dióxido de carbono y conseguir que se alcanzasen niveles de temperatura en la superficie tolerables. Esto fue antes de que se supiese que las nubes de Venus eran básicamente de ácido sulfúrico concentrado, claro.
En 1973 Sagan volvió al tema con la publicación en Icarus de «Planetary Engineering on Mars» en el que proponía cubrir las regiones polares de materiales que absorbieran la energía incidente o de llevar plantas oscuras que creciesen en las nieves de los polos con la idea de convertir Marte en una mini-Tierra. Un estudio llevado a cabo por la NASA en 1976 llegó a la conclusión de que en Marte era posible la aplicación de una “ecosíntesis planetaria”, esto es, terraformar el planeta.
¿Y por qué no aplicar una técnica similar para revertir el cambio climático en la Tierra? Eso es lo que ha debido pensar un equipo de investigadores de la Universidad de Harvard (EE.UU.) encabezados por David W. Keith al proponer esparcir partículas de caliza o calcita (carbonato cálcico) en las capas altas de la atmósfera terrestre, a unos 20 km de altura. La calcita reflejaría y dispersaría la radiación solar incidente, con lo que se ralentizaría el calentamiento por efecto invernadero.
Si bien no es la primera vez que se propone algo así (ha habido propuestas usando desde sulfatos a polvo de diamantes) el carbonato de la calcita tiene la ventaja de que neutralizaría tres ácidos presentes en la atmósfera (HNO2, HCl y HBr) que son de origen humano y forman los radicales que destruyen el ozono. En otras palabras, el uso de calcita revertiría el calentamiento global y contribuiría a reparar el agujero de la capa de ozono.
Los autores han elaborado un modelo que les permite ser muy precisos en su recomendación. El tamaño de partícula ideal es de medio micrómetro de diámetro. Habría que dispersar 5,6 millones de toneladas al año a una altura de entre 18 y 20 km, entre los 20 y los 30 º de latitud, para conseguir una dispersión homogénea. Con todo esto se conseguiría una disminución de la energía que entra al sistema de 2 W/m2, suficiente para contrarrestar los efectos del dióxido de carbono.
Aparte de que serían necesarios experimentos en altitud para confirmar que el modelo funciona en condiciones reales, experimentos a muy pequeña escala (1 kg de calcita) suficientes para comprobar cómo se dispersa la calcita y qué reacciones químicas tienen lugar realmente y a qué velocidad, los autores afirman de que es un proyecto factible incluso desde el punto de vista económico. Según sus cálculos el transporte de una tonelada de calcita costaría del orden de 1 euro y la calcita en sí es un material barato.
Más problemático parece cómo dispersar un aerosol sólido fino de forma eficaz, desde el punto de vista técnico. Pero el principal inconveniente serán los obstáculos políticos, empezando por los negacionistas del cambio climático, y de las organizaciones ecologistas (por no mencionar a los que creen en conspiraciones) para llevar a cabo un proyecto así.
Técnicamente es posible y si se diese el visto bueno ya en 2020 se podría estar ejecutando. Algo que no ocurrirá. Esperemos que no haya que recurrir a algo así de forma desesperada.
Referencia:
D.W. Keith et al (2016) Stratospheric solar geoengineering without ozone loss PNAS doi: 10.1073/pnas.1615572113
Sobre el autor: César Tomé López es divulgador científico y editor de Mapping Ignorance
Este texto es una colaboración del Cuaderno de Cultura Científica con Next
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