Los animales –humanos incluidos, por supuesto- son sistemas orgánicos autoorganizados cuya estructura permanece en el tiempo, o se modifica a lo largo de su desarrollo de acuerdo con un patrón preestablecido. Hasta que mueren, claro está.
El genoma porta, de forma codificada, las instrucciones a partir de las cuales se forma y funciona cada individuo. Incluye, por lo tanto, las instrucciones que determinarán, en interacción con las condiciones ambientales, el modo en que desempeñe sus funciones. Éstas pueden agruparse en las siguientes categorías: (1) mantenimiento de la integridad estructural y funcional del organismo; (2) adquisición y procesamiento de los recursos necesarios para producir copias de sí mismos; y (3) control de los procesos implicados en las funciones anteriores y en las relaciones (del tipo que fueren) con el resto de organismos del mismo o de otros linajes.
Hay muy pocas características animales que puedan ser consideradas realmente universales. Todos son organismos pluricelulares; sus células son eucariotas; y tienen un modo heterótrofo de alimentación, o sea, necesitan materia orgánica procedente de otros organismos. Casi todos se reproducen sexualmente (aunque unos cuantos son capaces de hacerlo asexualmente también) y unos pocos sólo se reproducen mediante partenogénesis. La inmensa mayoría han de ingerir el alimento, ya que no pueden absorberlo directamente del exterior, como hacen los hongos. Casi todos tienen metabolismo aerobio. Y casi todos disponen también de un sistema de control e integración. Muchos tienen capacidad de desplazamiento.
Los animales intercambian materia y energía con el exterior y sobre ese intercambio ejercen grados variables de control. El intercambio de materia puede estar relacionado con la economía de agua y sales. También puede tratarse de procesos implicados en la renovación de los componentes estructurales y la generación de nuevas estructuras (somáticas o reproductivas), o de la provisión del oxígeno y la energía necesarios para generar las moléculas de alto contenido energético –ATP principalmente- con las que alimentar las actividades propias del animal, tanto internas como externas.
Como en el resto de seres vivos, para comprender la biología de los animales es preciso tener en cuenta que los que existen hoy son el (hasta ahora) último eslabón de un linaje que se remonta a un antepasado común en el origen de la vida. No es posible fijar con exactitud el momento en que aparecieron pero se puede aventurar que ocurrió hace unos seiscientos millones de años. A lo largo de los tiempos han ido apareciendo nuevos linajes, a los que agrupamos bajo diferentes categorías a efectos taxonómicos, y han ido despareciendo otros. La categoría taxonómica básica es la especie, y está formada por el conjunto de individuos que pueden reproducirse entre sí dando lugar a descendencia fértil1. Los individuos de un mismo linaje presentan siempre una cierta variabilidad genética, provocada por efecto de las mutaciones y de la recombinación entre los genomas de los gametos que se unen para dar lugar a un nuevo individuo. Y pueden aparecer nuevos linajes por efecto de la selección natural y la deriva genética.
Decimos que los animales (individuos o linajes) se adaptan a unas determinadas condiciones cuando sus características fenotípicas son más adecuadas (para su desempeño bajo las referidas condiciones) que las anteriores a producirse la adaptación en cuestión. Ésta puede consistir en una respuesta de carácter fenotípico (de tipo fisiológico o etológico) de un individuo a un cambio ambiental, o en la aparición de una variante génica más adecuada que la anterior para el desempeño de los animales que la poseen; esta segunda modalidad, al contrario que la primera, se refiere a procesos que cursan a través de generaciones. En ambas acepciones del término es clave la noción de “adecuación” o, más propiamente, “aptitud”. Una adaptación siempre conlleva una mejora de la aptitud, y como consecuencia de ello, el individuo o el linaje que experimenta esa mejora se ve favorecido en términos de potencial reproductivo. O sea, es capaz de producir un mayor número de descendientes.
Teniendo en cuenta lo anterior, decimos que un determinado rasgo o una respuesta biológica tienen valor adaptativo cuando propician una mejora de la aptitud. No todos los rasgos animales son consecuencia de una adaptación. También decimos que sobre los animales actúan presiones selectivas, que son factores susceptibles de inducir variaciones en el grado de aptitud de los individuos pertenecientes a un determinado linaje. Una presión selectiva favorece a aquellas variantes génicas que proporcionan una mayor aptitud, razón por la que provocan un aumento de su frecuencia en ese linaje.
La adecuación (o aptitud) no es estable a lo largo del tiempo, sino que depende de las circunstancias ambientales a las que se encuentran sometidos los animales. Si esas circunstancias cambian, la aptitud también puede hacerlo. Bajo esas condiciones pueden producirse adaptaciones, en forma de respuestas biológicas en plazos de tiempo cortos (en todo caso inferiores al periodo de vida de los individuos), que permitan mantener o mejorar la aptitud. Y en plazos más extensos de tiempo (más que el periodo vital de los individuos) también pueden producirse adaptaciones de base genética, si alguno o algunos individuos de un determinado linaje cuentan con una variante genética que proporciona un mayor grado de aptitud. Como consecuencia de ello, esa variante acabaría siendo la más abundante en los miembros del linaje o, incluso, la única, pues esos individuos tendrían una mayor descendencia y el rasgo ventajoso se acabaría extendiendo a todo el grupo.
Nota:
1No obstante, esa definición de especie tiene algunos problemas a la hora de llevarla a la práctica.
Sobre el autor: Juan Ignacio Pérez (@Uhandrea) es catedrático de Fisiología y coordinador de la Cátedra de Cultura Científica de la UPV/EHU
Manuel López Rosas
Alucinante la apretada nota que nos permite, y nos obliga a pensarnos, en tanto individuos como parte de una totalidad, que tiene amplios antecedentes y posiblemente sobrevivirá mucho después -o digamos simplemente «después»- de que nuestro entorno cambie y la actual especie asuma mutaciones propicias a continuar la vida en esas otras condiciones.
🙂
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