Un error muy extendido, usado también como argumento a favor de algunas pseudociencias y en contra de ciertas teorías como la de la Evolución por Selección Natural, es postular que sólo puede ser conocimiento científico aquel que surge de un experimento. Según esta idea la ‘verdadera ciencia’ es la que sale de los laboratorios, de la comprobación de hipótesis en un entorno controlado con estricta determinación de variables sistemáticamente bien controladas para evitar la interacción. Todas las fuentes de error son localizadas y eliminadas, todas las fuentes de ruido minimizadas y cada variable independiente es determinada y su influencia sobre el fenómeno estudiado es medida; la ciencia es o debe ser como la física o la química, un ejercicio de extrapolación controlada a partir de casos limitados estudiados en laboratorio, porque el único conocimiento real es el que tiene base experimental.
En ocasiones se llega a discutir incluso la posibilidad de generalizar y se intenta argumentar que ninguna ley puede ser considerada verdaderamente científica a no ser que se pueda demostrar que se cumple en todos y cada uno de los casos; es el origen del ‘amimefuncionismo’ tan típico para defender pseudociencias como la homeopatía. En el fondo, y dada la imposibilidad práctica de cumplir esta condición, se trata de negar la existencia misma de la ciencia o el conocimiento: si es imposible generalizar es imposible saber, dado que cada caso concreto es independiente de todos los demás y cualquier abstracción es imposible. Si cada caso es un caso particular nunca podemos saber nada en general y el conocimiento es imposible: nihilismo epistemológico, o la ignorancia disfrazada de escepticismo extremo.
Igual ocurre con la exigencia de que todo conocimiento científico provenga de un experimento, que para empezar niega la consideración de ciencia a cualquier proceso histórico: como no podemos hacer un experimento que repita la historia de la Tierra la Evolución por Selección Natural no es una teoría científica. Como tampoco puede serlo el Big Bang, la tectónica de placas o la secuencia principal de la evolución estelar. En su interpretación más extrema hasta la historia humana sería imposible de conocer, ya que el Imperio Romano, las sociedades paleolíticas o el Siglo de Oro español son imposibles de reproducir experimentalmente. El pasado sería por tanto incognoscible.
Muchos de quienes usan este tipo de argumentos para defender las bondades de una pseudoterapia o como garrota contra Darwin no son conscientes de que en realidad están rechazando la existencia de cualquier posibilidad de conocimiento al hacerlo; tampoco es que a la mayoría de ellos les moleste demasiado. Llevado al extremo el nihilismo epistemológico haría también imposible cosas como perseguir a un criminal: en ausencia de testigos directos o grabaciones no habría ninguna forma de demostrar la comisión de un crimen, ya que ninguna pista sería suficiente prueba. No sólo el conocimiento, sino la misma sociedad dejaría de funcionar si nuestros criterios de confirmación fuesen tan estrictos. La exigencia de experimentación y de estudio caso por caso son formas de rechazo del intelecto mismo; incluso de los elementos clave de la Humanidad, una especie de auto odio en versión intelectual.
El universo que hay ahí fuera es cognoscible; las leyes existen, las generalizaciones son posibles y el experimento es una herramienta más a disposición de quien busca el conocimiento. A partir de casos concretos se pueden crear conclusiones generales que pueden ser útiles en presencia de nuevos casos. Lo ocurrido en el pasado deja pistas en el presente que pueden ser utilizadas para reconstruir lo ocurrido. Las leyes científicas existen y se pueden usar, aunque pocas sean inmutables y eternas. El cosmos es sutil, pero no malicioso, lo que nos permite usar la razón y fiarnos de las conclusiones obtenidas con ella incluso cuando se refieren a un pasado remoto. El avance de la ciencia nos demuestra que podemos conocer el universo y los intentos de rechazar esta idea para defender absurdas teorías no muestran más que la bancarrota intelectual de quienes están dispuestos a rechazar la idea misma de conocimiento sólo por no dar su brazo a torcer.
Sobre el autor: José Cervera (@Retiario) es periodista especializado en ciencia y tecnología y da clases de periodismo digital.
Masgüel
A esta entrada le hace falta un glosario de términos. Qué entendamos por conocimiento, ley científica, razón, dependerá el aceptar lo que defiendes o no. No es lo mismo afirmar que el conocimiento es posible desde una definición pragmatista, como creencia justificada, desde un positivismo, desde un realismo metafísico, etc. Si entendemos por ley científica la descripción de una regularidad natural, solo habrá leyes científicas mientras sigamos siendo «adictos al estudio de la cartografía». Estos son temas filosóficos, independientemente del uso torticero que perpetre el curandero de turno. Pero si de entrada niegas la discusión con el escepticismo, con no poca mala leche, eres tú quien se rebela contra las posibilidades del intelecto. Sócrates merendaba casi todos los días con los sofistas, sin llegar a las manos.
Rawandi
«Si entendemos por ley científica la descripción de una regularidad natural…»
No. Una ley científica es más que una mera «descripción»: es una regularidad natural concreta, que existe incluso aunque nadie llegue a «describirla» jamás. Por ejemplo, las órbitas de los planetas ya eran elípticas (primera ley de Kepler) mucho antes de que el propio Kepler descubriera dicha regularidad o incluso mucho antes de que hubiera homininos sobre la Tierra.
Masgüel
Es más complicado que eso. Y no hace falta meterse en metafísicas para enredar el asunto. ¿Dónde está la órbita de un planeta, una trayectoria en el espacio, sino en el modelo que dibuja su movimiento en relación al astro que nos convenga?. En una cámara de niebla se puede ver la trayectoria de una partícula porque deja un rastro visible. Ya podemos mandar misiones a Marte, que no hay sensor capaz de ver la órbita del planeta en torno al Sol. La órbita solo existe en nuestra imaginación.
«Los huecos de nuestras creencias son, pues, el lugar vital donde insertan su intervención las ideas. En ellas se trata siempre de sustituir el mundo inestable, ambiguo, de la duda, por un mundo en que la ambigüedad desaparece. ¿Cómo se logra esto? Fantaseando, inventando mundos. La idea es imaginación. Al hombre no le es dado ningún mundo ya determinado. Sólo le son dadas las penalidades y las alegrías de su vida. Orientado por ellas, tiene que inventar el mundo. La mayor porción de él la ha heredado de sus mayores y actúa en su vida como sistema de creencias firmes. Pero cada cual tiene que habérselas por su cuenta con todo lo dudoso, con todo lo que es cuestión. A este fin ensaya figuras imaginarías de mundos y de su posible conducta en ellos. Entre ellas, una le parece idealmente más firme, y a eso llama verdad. Pero conste: lo verdadero, y aun lo científicamente verdadero, no es sino un caso particular de lo fantástico. Hay fantasías exactas. Más aún: sólo puede ser exacto lo fantástico. No hay modo de entender bien al hombre si no se repara en que la matemática brota de la misma raíz que la poesía, del don imaginativo.»
Ideas y creencias. Ortega y Gasset
Masgüel
«Queda curvo el firmamento,
Compacto azul, sobre el día.
Es el redondeamiento
Del esplendor: mediodía.
Todo es cúpula. Reposa,
Central sin querer, la rosa,
A un sol en cénit sujeta.
Y tanto se da el presente
Que al pie caminante siente
La integridad del planeta.»
El pie caminante de Guillén solo siente la integridad de un planeta cuando su cabeza imagina un poquito de astronomía. Whitman, más perezoso, lo imaginaba pegado a la espalda, tumbado en el suelo, pero no voy a aburrir con más poemas.
Rawandi
¿Dónde está la órbita de un planeta, una trayectoria en el espacio, sino en el modelo que dibuja su movimiento en relación al astro que nos convenga?
La órbita de un planeta está, obviamente, en «el universo que hay ahí fuera», por usar la expresión empleada por José Cervera en su artículo.
Los modelos científicos se construyen para representar simplificadamente «el universo que hay ahí fuera». Las órbitas de un modelo planetario no son más que representaciones (o como diría Ortega, «fantasías») de las órbitas reales.
Masgüel
Si fuese obvio no habría filosofía de la ciencia.
«Los modelos científicos se construyen para representar simplificadamente “el universo que hay ahí fuera”.»
Salvo los de fisiología, siempre que el fuera, sea de la piel. Pero no es preciso adherirse a una teoría de la verdad como correspondencia para admitir que el mundo está casi todo fuera de la piel. En la mía solo caben setenta kilos bien apretaos.
Y tampoco se trata de imaginar lo que a uno le de la gana (por ejemplo, si quiere salir al espacio, https://www.youtube.com/watch?v=h5JXrP8yv8o). Hacer mundos no es fácil: https://plato.stanford.edu/entries/goodman/#Wor
Rawandi
Si fuese obvio no habría filosofía de la ciencia.
Una filosofía de la ciencia que niega la existencia del mundo exterior a los modelos es mala filosofía de la ciencia. Buena filosofía de la ciencia es, por ejemplo, la que impregna el escrito de José Cervera.
M Mediavilla
Da la vuelta a todo este razonamiento y resulta que por la misma regla de tres no puedes negar que la homeopatía es válida si le ha funcionado a unos pocos, aunque no puedas demostrar que funciona siempre. Afirmar «la homeopatía es una pseudociencia» es un prejuicio, no es más que eso. No hay razones científicas concluyentes para afirmar eso ni las hay para negarlo, todavía está en el limbo de lo que no es demostrable, os pongáis como os pongáis y os inventéis tantos términos despectivos como el «mimefuncionismo» ese como os inventéis.