“Serendipia. Hallazgo valioso que se produce de manera accidental o casual.”
“Chiripa. 1. Carambola, casualidad favorable. 2. En el juego de billar, suerte favorable que se gana por casualidad.”
Diccionario de la Real Academia
“En el campo de la investigación el azar no favorece más que a los espíritus preparados.”
Louis Pasteur
“La inspiración existe pero tiene que encontrarnos trabajando.”
Pablo Picasso
“Las ideas experimentales frecuentemente nacen a partir de una observación casual, por ello representan la forma más sencilla de comenzar un trabajo científico.”
Claude Bernard
El 28 de enero de 1754, Horace Walpole, cuarto Conde de Orford, hijo de un Primer Ministro y famoso escritor, envió una carta a Sir Horace Mann, amigo y embajador en Florencia, e incluyó en el texto un término recién inventado, serendipity o, en español, serendipia. Walpole construye el término a partir de una antigua fábula asiria titulada “Los tres príncipes de Serendip”, que, en sus viajes, “siempre descubrían, por accidente o por sagacidad, cosas que no estaban buscando”.
Serendip es el antiguo nombre de la isla de Ceilán, hoy conocida como Sri Lanka. Como ejemplo nos sirve aquella aventura en la que los príncipes describen un camello, al que no han visto, y afirman que está ciego del ojo derecho porque en el camino que recorre solo está comida la hierba del margen izquierdo, la única que ve con su ojo sano. O que lleva una carga de mantequilla y miel, cada una en un costado, pues en una cuneta hay hormigas comiendo y en el otro un enjambre de abejas, avispas y moscas. Las hormigas comen la mantequilla y los otros insectos la miel. Estos príncipes más bien me parecen ancestros de Sherlock Holmes que viajeros con suerte que descubren por casualidad.
Así explica Walpole a su amigo Mann lo que significa serendipia. Ahora, en nuestro tiempo, se usa serendipia en ciencia para describir un hallazgo inesperado y afortunado.
La palabra casi se olvidó hasta que, en 1955, Salvador Luria, después Premio Nobel en 1969, iniciaba un artículo sobre los virus llamados fagos, que destruyen bacterias, con este párrafo: “Nuestra historia tiene como episodio crítico una de esas coincidencias que muestran como el descubrimiento depende a menudo del azar o, más bien, de lo que se ha llamado serendipia –la observación casual que llega a un ojo receptivo”.
Para Pablo Capanna, las serendipias son ocasiones irrepetibles que no suponen un conocimiento fácil y listo para captar. Dependen de una mente alerta, entrenada y con los conocimientos suficientes como para entender lo que aparece de improviso. Hay que saber cómo sacar provecho de la serendipia. Solo lo consigue quien es capaz de ver lo que la mayoría deja pasar, eso que está delante de los ojos. A menudo parece un golpe de suerte pero, más bien, es la conclusión de un razonamiento en segundo plano según se está atento a otra cosa.
El camino que sigue la investigación científica no siempre es lineal ni predecible o, si se quiere, no se puede planificar al detalle. Las rutinas metodológicas ordenan la búsqueda, ahorran tiempo, garantizan la objetividad y evitan fantasías, pero no lo son todo ni aseguran los resultados. Es el inconveniente de los proyectos demasiado específicos y con objetivos muy concretos, pues así no se permite captar los imprevistos. Después de todo esos proyectos se preparan a partir de lo que ya conocemos y no es fácil, más bien no es posible, que planifiquen lo desconocido. Por ello es importante, por un lado, que se deje a los científicos elegir lo que investigan y que, además, siempre exista un componente importante de investigación básica. Y, por otra parte, que los que hagan ciencia estén bien provistos de conocimientos básicos y así les será más sencillo detectar lo inesperado.
También Peter Medawar, Premio Nobel en 1960, escribió que cualquier científico que no sea hipócrita reconocerá el papel de la suerte en los descubrimientos. Para Medawar, un descubrimiento científico nunca es premeditado. Un acto de la imaginación, una aventura especulativa, subyace, por tanto, en todo avance del conocimiento.
Veamos algunos ejemplos de serendipia, aunque no trataré a fondo el más famoso de todos: la llegada a América de Cristóbal Colón, que no solo no encontró lo que buscaba, las Indias y sus riquezas, sino que encontró un continente, América, que no buscaba y que, además, nunca aceptó que lo había hecho y que se había equivocado. Murió convencido de haber llegado a las Indias. Esto sí que es una serendipia sin querer, sin buscarla.
Empezaré con otra serendipia famosa como es el descubrimiento de la penicilina por Alexander Fleming, también Premio Nobel en 1945.
He conocido recientemente un relato del descubrimiento de la penicilina escrito por un testigo directo, el profesor Melvyn Price, colega y amigo de Fleming, y su visitante en el laboratorio en el momento de serendipia de encontrar e interpretar la placa contaminada con el moho Penicillium. Fue en 1928. Fleming estaba haciendo una serie de estudios con estafilococos para incluirlos en un manual de Microbiología de próxima aparición. Price había iniciado los experimentos y luego había marchado del laboratorio sin terminarlos. Fleming los estaba completando. Así que estaba rodeado de placas con cultivos de estafilococos y encontró una de ellas con una contaminación con moho. La observó y, según relata Price, vio donde crecía el moho y que había zonas cercanas de donde habían desaparecido los estafilococos. Comentó para sí mismo “That is funny…”, o sea, “Esto es curioso…”. Tomó una muestra y la guardó para próximos estudios. Fue su primer cultivo con el hongo Penicillium chrysogenum, productor de la penicilina. Fleming guardó toda su vida esa primera placa contaminada.
Otro ejemplo de serendipia es la invención del estetoscopio, el instrumento tan conocido y peculiar que utilizan los médicos para escuchar cómo sonamos por dentro. Antes del estetoscopio, el médico colocaba su oído directamente sobre el pecho del paciente. Pero había dificultades para escuchar con claridad en los obesos y, además, las mujeres no se sentían cómodas pues consideraban que su intimidad se veía invadida.
Fue el médico francés René Laënnec quien encontró la solución en 1816. Observó a unos niños que jugaban en la calle con una tabla de madera. Uno de ellos golpeaba muy suave uno de los extremos y los demás escuchaban los golpes desde el otro extremo. Pensó que el sonido se transmitía bien en un sólido y que, quizá, así conseguiría escuchar mejor los sonidos del interior del cuerpo humano. Primero ensayó con un cilindro de papel y constató que mejoraba el sonido. Entonces encargó que le fabricaran un cilindro de madera, abombado por los dos extremos, de 30 centímetros de longitud, 3 centímetros de diámetro y un conducto interno central de 5 milímetros de ancho. Este fue el primer estetoscopio.
Y ahora, la historia de la droga LSD o dietilamida de ácido lisérgico. Fue, como en toda serendipia, una casualidad que necesitaba de un científico atento y preparado para percibirla. Era Albert Hofmann, investigador de la compañía farmacéutica Sandoz en Basilea, Suiza. Trabajaba con compuestos formados por el ácido lisérgico con varias amidas para conocer sus posibles propiedades estimulantes sobre la circulación y la respiración, el alivio de las migrañas y para detener hemorragias en el parto. El compuesto número 25 era la dietilamida del ácido lisérgico. El día era el viernes 16 de abril de 1943 y así lo relató Hofmann años más tarde a partir de su cuaderno de laboratorio y del informe que preparó para su director.
“El viernes pasado, 16 de abril de 1943, me vi obligado a detener mi trabajo en el laboratorio y regresar a casa, pues sentía una inquietud peculiar asociada con una sensación de leve mareo. Al llegar a casa, me tumbé y caí en una especie de embriaguez que no era desagradable y que se caracterizaba por la extrema actividad de la imaginación. Mientras estaba en un estado aturdido con los ojos cerrados (experimentaba la luz del día como desagradablemente brillante), surgió sobre mi un flujo ininterrumpido de fantásticas imágenes de extraordinaria plasticidad y vivacidad y acompañado por un intenso y caleidoscópico juego de colores. Esta condición pasó gradualmente y terminó después de cerca de dos horas.”
Hofmann quedó impresionado por lo que había provocado aquella molécula que llamaba LSD-25 y comenzó a hacer ensayos cuidadosos consigo mismo. Tres días después, el 19 de abril, se administró una dosis de 0.25 miligramos. En su cuaderno de laboratorio hay una sola nota sobre aquella sesión: “Deseo de reír”. Montó en su bicicleta y se marchó a su casa acompañado por un colega del laboratorio. Tuvo la placentera sensación de que, durante todo el trayecto, permaneció inmóvil. Entre los aficionados al LSD de todo el mundo, ese 19 de abril se conoce como “El Día de la Bicicleta”. Así demostró Hofmann las extraordinarias propiedades del LSD-25.
Después de estos ejemplos, con el primer antibiótico, un instrumento médico como el estetoscopio, y una droga como el LSD, podemos terminar afirmando que la ciencia, vista la contribución de las serendipias, no avanzaría si los investigadores no fueran capaces de responder a lo inesperado y de conectar lo sorprendente con lo rutinario. Además, y como escribió Alexander Fleming años después de su descubrimiento, “La historia de la penicilina tiene un cierto encanto y ayuda a ilustrar la cantidad de azar o fortuna, de fatalidad o destino, llámenlo como quieran, que hay en la carrera de alguien.” Para los científicos, no todo son objetivos a cumplir y planificación, también hay mucho trabajo e intuición y, siempre, muchos conocimientos.
Para terminar y como resumen, ocho puntos sobre la serendipia que ofrece Peter Van Andel, de la Universidad de Groningen. Aquí van:
1.- La serendipia existe.
2.- En las áreas más empíricas (astronomía, química, medicina) los hallazgos por serendipia son habituales.
3.- La serendipia ayuda, es esencial y no debe ser subestimada ni exagerada.
4.- La investigación científica sistemática y la serendipia no se excluyen sino que, más bien, se complementan.
5.- En general, la serendipia tiene a desparecer o a ser disimulada en las narraciones a posteriori cuando se publican los resultados; se racionaliza el método y no hay lugar a la casualidad.
6.- Antes decíamos por suerte o por casualidad, ahora decimos por serendipia.
7.- La mayor parte de los que aceptan y practican la serendipia son de mente abierta, perceptivos, curiosos, intuitivos, ingeniosos, flexibles, artistas, con sentido del humor y laboriosos.
8.- La intuición es una anticipación que no puede ser explícita antes o cuando ocurre y, entonces, la serendipia, por definición, sigue a la intuición.
Referencias:
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Villanueva Meyer, M. 2014. Alexander Fleming: Pionero en el uso de la penicilina. Galenus 47: 68-69.
Sobre el autor: Eduardo Angulo es doctor en biología, profesor de biología celular de la UPV/EHU retirado y divulgador científico. Ha publicado varios libros y es autor de La biología estupenda.
Manuel López Rosas
Encuentro consideraciones valiosas en estas reflexiones, es posible que no permita apoltronarse cómodamente en verdades reiteradas, pero es inevitable que así sea. Será conveniente revisar la serie completa, aportará consideraciones importantes de compartir.
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