A la industria de la moda cabe atribuir el 10% de la contaminación global mundial. La razón de que su impacto sea tan grande es doble. Por un lado, su cadena de suministro es larga y compleja; empieza en la agricultura (fibras vegetales) o la fabricación petroquímica (fibras sintéticas), sigue por la manufactura para, pasando por la logística, terminar en la venta al por menor. Y, por otro lado, es un sector que ha experimentado un crecimiento enorme durante los últimos años, debido a la emergencia de lo que se puede denominar fast fashion (“moda rápida”), por analogía con la expresión “fast food”. Su impacto ambiental se produce a través de cuatro componentes: el agua que se consume, los materiales que se emplean (y se desechan), el uso y eliminación de productos químicos de potenciales efectos dañinos, y el gasto de energía.
Veamos unos datos para ilustrar la magnitud de sus efectos. La industria de la moda produce anualmente entre 4 000 y 5 000 millones de toneladas de CO2, lo que representa entre el 8% y el 10% de las emisiones globales de este gas. Su consumo de agua es uno de los más importantes, con unos 7 900 000 metros cúbicos anuales; es responsable del 20% de la contaminación industrial de agua, debido a las actividades de tratamiento textil y de tintado. Contribuye en algo más de un tercio a la acumulación de microplásticos de los océanos, con una cantidad anual de 190.000 toneladas. Y genera unos deshechos textiles –incluida ropa que no se llega a vender- de más de 92.000 toneladas anuales, parte importante de las cuales termina en vertederos o es incinerada.
Si nos fijamos en el último medio siglo, la producción de ropa se elevó de forma paralela al aumento de la población hasta aproximadamente el año 2000. Sin embargo, en los veinte años transcurridos desde entonces, la producción textil ha crecido más que la población. De hecho, entre 1975 y 2018 la producción ha pasado de 6 a 13 kg por persona; en otras palabras, se ha más que duplicado. Se estima que la demanda de este tipo de moda crece en la actualidad a razón de un 2% anual.
Ese crecimiento tan grande se ha debido a la capacidad de la industria para ofrecer a los consumidores productos nuevos mucho más baratos y con más frecuencia que antes. Los principales productores han desplazado a compañías tradicionales basadas en la distribución a través de pequeños establecimientos y se han beneficiado de las posibilidades de comercialización a través de internet. Como consecuencia, las marcas de éxito ponen en el mercado hoy el doble de colecciones de las que ponían antes del 2000, cuando comenzó el fenómeno de la moda rápida.
Ha crecido tanto la eficiencia de la producción, que a pesar del aumento en el consumo, el gasto por persona en ropa ha pasado en Europa de representar el 30% de la cesta de la compra en los años 50 del siglo pasado, al 12% en 2009 y al 5% en 2020. Y esa reducción facilita que se compre más ropa porque se adquiere con mayor frecuencia. En los Estados Unidos se adquiere hoy una pieza de ropa cada 5’5 días. Y en Europa se ha reducido el tiempo de uso en un 36% en los últimos quince años.
La industria de la moda ha orientado sus esfuerzos a reducir costes y disminuir los tiempos de entrega, porque ello supone un elemento fundamental de su atractivo y éxito, pero la humanidad paga un precio por ello.
Fuente: Niinimäki, K., Peters, G., Dahlbo, H. et al. The environmental price of fast fashion. Nat Rev Earth Environ 1, 189–200 (2020).
Nota: Los autores publicaron una corrección en el mes de abril. Los datos de este artículo, salvo error, incluyen la citada corrección.
Sobre el autor: Juan Ignacio Pérez (@Uhandrea) es catedrático de Fisiología y coordinador de la Cátedra de Cultura Científica de la UPV/EHU
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