Koldo Garcia Etxebarria
Viajas en metro, o en autobús, y vas leyendo este artículo cuando el vehículo se detiene en una nueva parada. Levantas la cabeza y observas a la gente que entra. Ves una cara, posas tu mirada en ella y algo en tu interior te dice que ese rostro es atractivo. No sabes por qué, pero es así. Llegas a tu destino y continúas con tu día, sin embargo, no te puedes quitar de la cabeza esa imagen, ese rostro te ha hechizado. Podría ser el principio de una novela, pero, en cierta medida, es una cuestión de genética.
A lo largo de la historia, se ha escrito mucho sobre la belleza y cientos de obras de arte han tratado de representarla. El ser humano vive obsesionado con la belleza y, hoy en día, es el pilar de una industria gigantesca. Aunque sea de forma inconsciente, prestamos atención a diferentes características para medir la belleza. Algunas de las que se han estudiado en profundidad son la juventud, el estado de salud, la cantidad de grasa, la complexión, la coloración, la simetría y el carácter. Si bien el concepto de atractivo varía en función de los individuos y de la cultura, si se muestra el mismo conjunto de caras a diferentes personas, aparecen consensos en torno al atractivo tanto dentro de una cultura como entre diferentes culturas. Esto indica que puede haber una base biológica a la hora de decidir qué es bello.
La base evolutiva que puede haber alrededor del atractivo ha dado, y seguirá dando, mucho que hablar. Es un tema complejo analizar si, a la hora de elegir pareja, el atractivo y sus componentes sirven para medir la «calidad» de la posible pareja. Por ejemplo, el hecho de ver a mujeres con rostros jóvenes puede asociarse a la capacidad de reproducción; la cantidad de grasa y la complexión pueden relacionarse con el estado de salud; u otras características pueden indicar que la persona es portadora de genes que pueden garantizar la supervivencia. Sin embargo, la relación entre las características y los genes «deseables» no es tan clara: aunque la simetría, la masculinidad, el peso y/o la habitualidad se han puesto como ejemplo de estas asociaciones, realmente existen muchas dudas al respecto. Se ha sugerido que las características que resultan atractivas para encontrar una pareja «adecuada» han sido seleccionadas por la evolución, pero eso no es más que una especulación. Aunque en el campo de la sociología y/o la psicología se ha estudiado qué es lo que hace atractiva una cara, su base genética, de existir, es poco conocida.
Un estudio reciente ha analizado los componentes genéticos que pueden influir en el atractivo facial. Hay que tener en cuenta que no es fácil obtener remesas de datos con datos genéticos e información sobre el atractivo, ya que resulta muy costoso. En este trabajo se han utilizado los datos del estudio denominado Wisconsin Longitudinal Study, que recoge estos datos. Los participantes fueron un tercio de los estudiantes graduados en 1957 en los institutos de Wisconsin (EE. UU), cuyos datos genéticos se recopilaron entre los años 2006 y 2007 utilizando su saliva. Su atractivo fue medido por doce participantes (seis mujeres y seis hombres) entre los años 2004 y 2008, a partir de fotografías del anuario del instituto de 1957. Hay que decir que, si bien la fotografía de cada uno de los estudiantes fue valorada por los doce participantes, no todas las fotografías fueron analizadas por los mismos doce participantes, ya que en las labores de valoración trabajaron ochenta personas aproximadamente. Tras la recogida y adaptación de los datos, se analizaron más de siete millones de marcadores genéticos que podrían influir en el atractivo de casi cuatro mil personas, a través del estudio asociativo de todo el genoma.
Considerando que el atractivo es una característica compleja, conviene preguntarse en qué medida influyen los genes. En este nuevo trabajo han observado que la influencia de los genes es menor de lo que se había calculado anteriormente. Sin embargo, han tenido la oportunidad de relacionar varias regiones del genoma con el atractivo: dos de ellas tuvieron una relación clara y, otras diez, bastante fuerte. Se debe mencionar que la conexión de algunas de estas regiones estaba ligada, en algunos casos, al sexo, tanto al de las personas observadoras como al de las personas cuyo atractivo se estaba midiendo. Por tanto, los autores sugieren que el gen del atractivo facial puede ser específico del sexo.
Analizando los componentes genéticos que se ubicaban en estas regiones del genoma, observaron que previamente se habían relacionado estos componentes genéticos con el color de la piel, el índice de masa corporal, la altura, la proporción cintura-cadera y la morfología facial. Además, observaron que el gen del atractivo tenía correlación con el de otras características: el índice de masa corporal en las mujeres y la grasa en los hombres. Es decir, que la genética del atractivo tenía relación con la genética de los factores que pueden condicionar el atractivo.
Este trabajo ha aportado nuevos datos para profundizar en la base genética del atractivo, pero también tiene sus limitaciones. Por un lado, las personas observadoras mostraron una gran volubilidad a la hora de medir el atractivo de cada persona; es decir, hubo disparidad de opiniones a la hora de decidir cuál es el atractivo. Esto pone de manifiesto la influencia del observador, y no hay que olvidar que el atractivo de cada persona no ha sido valorado por el mismo grupo de observadores. Por otra parte, este trabajo se realizó únicamente con población de origen europeo, por lo que cabe preguntarse si los componentes genéticos son similares en otras poblaciones o hay otras características más deseables. No será fácil resolver estas limitaciones, ya que, como hemos comentado, es difícil obtener este tipo de datos y resulta complicado determinar todos los factores que pueden condicionar el atractivo.
En resumen, parece que puede haber una base genética en las características que nos resultan atractivas; y aunque tiene sus limitaciones, este trabajo es un nuevo paso para entender por qué no puedes quitarte de la cabeza esa cara que acabas de ver en el metro o en el autobús: son sus genes.
Referencia bibliográfica:
White, Julie D., Puts, David A. (2019). Genes influence facial attractiveness through intricate biological relationships. PLoS Genetics, 15 (4), e1008030. DOI: 10.1371/journal.pgen.1008030
Sobre el autor: Koldo Garcia Etxebarria (@koldotxu) es doctor en Genética, investigador en Biodonostia-Instituto de Investigación Biosanitaria y divulgador científico.
Este artículo se publicó originalmente en euskara el 19 de mayo de 2019 en el blog Zientzia Kaiera. Artículo original.
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