El pasado 22 de marzo se celebró el Día Mundial del Agua, una efeméride que pretende concienciar sobre la importancia y necesidad de hacer un uso racional y sostenible del líquido elemento si queremos que la vida siga desarrollándose en la Tierra. Y es que, aunque se la conozca como “el planeta azul” por la abundante presencia de agua en la misma, en realidad se trata de un bien muy escaso, ya que el agua dulce, esa que podemos aprovechar de manera directa los seres humanos, representa menos del 3% del total del agua de nuestro planeta. Además tampoco es tan fácil acceder a las reservas de agua dulce, ya que aproximadamente el 66% está congelada en glaciares y casquetes polares, un 30% son aguas subterráneas y solo un 4% la encontramos en ríos y lagos. Y este año las protagonistas del Día Mundial del Agua han sido las aguas subterráneas, buscando “hacer visible lo invisible”.
Las aguas subterráneas siempre han sido las más desconocidas y han generado mitos y leyendas tenebrosas que han quedado grabadas en el imaginario colectivo, llegando incluso a darnos pavor su mención al asociarlas, en muchas ocasiones, con la muerte. Solo hay que recordar ese río de los muertos que debían cruzar los egipcios o el tránsito de las almas de los griegos por la Laguna Estigia. Pero dejemos de lado la mitología y veamos lo que nos dice la Geología sobre ellas.
Aguas subterráneas en poros, no en ríos
Las aguas subterráneas son las que se infiltran en el terreno y se acumulan y circulan bajo tierra. Pero, a diferencia de lo que cuentan las leyendas, no se suelen encontrar en enormes túneles subterráneos por los que se mueven como grandes ríos. Estos grandes conductos solo están presentes en algunos tipos de rocas como, por ejemplo, las calizas, formadas principalmente por carbonato cálcico (CaCO3). Cuando el agua de lluvia, que es ligeramente ácida porque tiene disuelto algo de CO2 atmosférico, entra en contacto con estas rocas carbonatadas, reacciona químicamente y las disuelve hasta formar cuevas y cavidades en las que se forman lagos y ríos subterráneos.
Realmente, la mayor parte del agua subterránea se almacena y se desplaza a través de unos orificios microscópicos que tienen algunas rocas y sedimentos y que conocemos como poros. Esta porosidad convierte a estos materiales en permeables, es decir, permite que el agua circule a través de ellos. En Geología denominamos a estos materiales como acuíferos. Estas aguas subterráneas vuelven a salir al exterior alimentando a los ríos o a través de surgencias o manantiales. De esta forma, tanto el agua superficial como la subterránea acaban desembocando en los océanos, cerrando así el ciclo hidrológico.
Pero hay ocasiones en que el agua subterránea circula a mucha profundidad a través de fallas o fracturas en el terreno o bien discurre cerca de zonas volcánicas. Esto hace que su temperatura, al alcanzar la superficie, sea elevada. Así es como se forman las aguas hidrotermales. Esta agua caliente tiene la capacidad de captar elementos químicos de las rocas que atraviesa y transportarlos en disolución. Cuando esa agua asciende hacia la superficie a través de fracturas del terreno, se va enfriando y pierde la capacidad de transportar esos elementos, por lo que los va liberando por el camino y acaban reaccionando químicamente con las rocas que atraviesa, dando lugar a diferentes tipos de mineralizaciones que pueden tener un interés comercial.
Los antiguos sí que sabían
Nuestros antepasados ya se dieron cuenta del potencial del uso del agua subterránea para su propia subsistencia. Los romanos y los musulmanes preferían utilizar el agua subterránea, antes que la de los ríos, para garantizar el abastecimiento de grandes ciudades como Roma, Sevilla o Mérida. Siempre nos ha sorprendido que captasen agua de manantiales alejados de las urbes y la transportasen empleando enormes acueductos a pesar de estar ubicadas junto a grandes ríos. Pero estas civilizaciones conocían los rigores del clima mediterráneo, con grandes reducciones de caudal de los ríos durante las épocas de sequía y con momentos de arrastre y acumulación de sedimentos y residuos durante las épocas de lluvias intensas, disminuyendo la calidad del agua. Por ello, preferían utilizar el agua subterránea que no se veía influenciada por estos factores. Y también les dieron un buen uso a las aguas hidrotermales, empleándolas en las termas y baños públicos precursores de los balnearios modernos. Incluso, en los últimos siglos hemos llegado a embotellar y comercializar esta agua mineral procedente de surgencias hidrotermales.
En la época actual, en la que el agua dulce apta para el consumo humano se ha convertido en un recurso de primera necesidad que es cada vez más escaso debido a los efectos de la emergencia climática, la contaminación y alteración de los ambientes acuáticos y la sobreexplotación del agua de ríos, arroyos, lagos y embalses, los estudios geológicos centrados en las aguas subterráneas son básicos para nuestro desarrollo. Conocer dónde están los acuíferos, por dónde se va a mover o va a salir al exterior el agua y cuál puede ser su composición química, nos permite planificar cómo explotarla de manera sostenible y mantenida en el tiempo para asegurarnos un suministro futuro de agua. Pensad en esta última reflexión la próxima vez que abráis el grifo y os bebáis un vaso de ese líquido vital formado por moléculas compuestas por dos átomos de hidrógeno unidos a uno de oxígeno.
Sobre la autora: Blanca María Martínez es doctora en geología, investigadora de la Sociedad de Ciencias Aranzadi y colaboradora externa del departamento de Geología de la Facultad de Ciencia y Tecnología de la UPV/EHU
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