El pasado 26 de agosto se cumplió el 40 aniversario de las inundaciones de Bilbao. Era plena Semana Grande (o Aste Nagusia en euskera), las fiestas multitudinarias de Bilbao. Fueron unas fiestas pasadas por agua, en las que llovió todos los días, pero ese sábado 26 de agosto de 1983, sería diferente. Se produjo lo que entonces se conocía coloquialmente como un episodio de gota fría, al que hoy denominamos DANA (Depresión Aislada en Niveles Altos), que provocó hasta tres episodios tormentosos intensos con abundante precipitación. Un «reventón» en toda regla, o un diluvio repentino como dijeron muchos vecinos en aquel momento. La ría de Bilbao, esa zona de desembocadura del río Nervión que atraviesa la ciudad, ya iba cargada de agua, el terreno de la cabecera del río estaba empapado y no podía infiltrar más agua de lluvia y, encima, se sumó la marea alta. Así se produjo el desastre, la ría acabó desbordándose inundando el Casco Viejo de Bilbao y otras zonas cercanas. Y he usado la palabra desastre porque provocó la pérdida de vidas humanas, no solo daños materiales [*]. (
Las inundaciones y riadas en zonas urbanas, desgraciadamente, siguen siendo noticia todos los veranos y otoños, no solo en nuestro país. Pero tenemos que ser conscientes de que los ríos no son nuestros enemigos. El hecho de que, de manera periódica, el agua desborde el cauce de un río y acabe inundando las zonas de su alrededor, es un proceso meramente natural. De ahí el nombre geológico que reciben estas zonas que bordean los cauces: llanura aluvial o llanura de inundación. El problema surge cuando los seres humanos decidimos colonizar estas áreas, porque entonces una inundación se convierte en un riesgo geólogo que nos afecta de manera directa, tanto a nuestras infraestructuras como a nuestras propias vidas.
Desde hace milenios, cuando una sociedad humana decide asentarse en un lugar fijo, elige un lugar en el que tenga disposición permanente de agua. Y, en muchas ocasiones, los ríos son los elegidos. Por poneros un ejemplo, seguro que al igual que yo habréis estudiado que las primeras civilizaciones humanas surgieron entre dos ríos, el Tigris y el Éufrates. Pero el agua no es lo único importante que nos aportan los ríos para decidir construir nuestros hogares en sus márgenes. Cuando esta agua se desborda en la llanura de inundación, arrastra sedimentos de diferentes tamaños, desde los más finos como la arcilla y el limo hasta los más gruesos como arenas y gravas, que se pueden convertir en materiales de construcción para nuestros hogares, enseres o infraestructuras. Además, esos sedimentos suelen tener mucha materia orgánica en descomposición, lo que los convierte en excelentes tierras de cultivo para la agricultura y la ganadería. La necesidad (o la avaricia, en muchas ocasiones) de aprovechar estas zonas para nuestro desarrollo económico y social, nos lleva a modificar el medio natural para adaptarlo a nuestros objetivos, llegando a desecar humedales próximos a los ríos, a modificar el recorrido de sus cauces para que discurra por donde nos interesa o, incluso, a encauzar el curso fluvial entre canales y diques artificiales.
Pero la naturaleza siempre sigue su curso, por mucho que nos empeñemos en luchar contra ella. El agua de un río buscará el camino más fácil para fluir desde su zona de cabecera hasta la desembocadura y, por mucho que lo modifiquemos de manera artificial, en cuanto tenga suficiente energía para superar nuestras barreras y canalizaciones, regresará a su cauce original. Y el agua que no pueda seguir en ese cauce se desbordará en su llanura de inundación, llevando consigo abundantes sedimentos que se pueden convertir en un gran flujo de lodo. Si en esa antigua llanura de inundación hoy se levanta una gran ciudad, no es culpa del río.
La Geología nos permite evitar que estos eventos naturales, las inundaciones o riadas, se conviertan en riesgos para el ser humano. Cada vez que un río se desborda, deja una marca a su alrededor debido al depósito de una nueva capa de sedimentos. Si podemos cartografiar el área cubierta por estos materiales y darle una edad absoluta a cada uno de los niveles, gracias a técnicas de datación como el C14, podremos delimitar con precisión la llanura de inundación y calcular periodicidades temporales, es decir, sabremos cada cuánto tiempo se cubre de agua toda esa zona. Así elaboramos mapas de riesgos de inundaciones en donde describimos la probabilidad temporal de que sufran riadas. Por ejemplo, podemos señalar en rojo las partes de la llanura de inundación que se van a inundar, al menos, una vez cada cincuenta años, mientras marcamos en verde aquellas que se cubrirán de agua una vez cada quinientos años. Gracias a estos mapas de riesgos se pueden hacer planificaciones urbanísticas adecuadas y exentas de peligro para la población.
Pero, ¿qué sucede en zonas ya construidas? No podemos tirar abajo media ciudad de Bilbao, o de Valladolid, o de Segovia, porque en el pasado se construyese donde no se debía. Entonces actuamos en el curso alto del río. Se pueden realizar acciones en el medio natural, recuperando las zonas de ribera del río para que actúen de nuevo como llanuras de inundación que recojan el exceso de agua y sedimentos. Y también se puede trabajar en el propio cauce, poniendo barreras artificiales dentro del mismo para que reduzcan la energía del agua, es decir, disminuyan su velocidad, y retengan los materiales que transporte para evitar que lleguen hasta zonas urbanas y se conviertan en esos temibles flujos de lodo. Todo ello sumado a la colocación de dispositivos que miden, en tiempo real, la velocidad y el volumen de agua de los ríos, para poder emitir alertas tempranas de posibles desbordamientos y tomar las medidas de protección más adecuadas.
Ejemplo de la reducción del riesgo asociado a una avenida de agua cargada de sedimento en la zona baja de un río mediante la construcción de barreras artificiales en el cauce. Vídeo del Servicio Geológico de Japón.
Tenemos que aprender a convivir con estos eventos naturales y utilizar nuestro conocimiento geológico para evitar los riesgos, porque las riadas van a seguir produciéndose, lo importante es cómo nos afectan a los seres humanos. Y un último consejo, nunca os acerquéis a una rambla seca durante períodos de lluvia intensa o fuertes tormentas, porque si una vez corrió agua por esos cauces, volverá a hacerlo, y no querréis estar ahí cuando suceda. Más vale prevenir que curar, porque la naturaleza tiene las de ganar.
Nota:
[*] Véase este reportaje/ infografía de El Correo para más detalle
Sobre la autora: Blanca María Martínez es doctora en geología, investigadora de la Sociedad de Ciencias Aranzadi y colaboradora externa del departamento de Geología de la Facultad de Ciencia y Tecnología de la UPV/EHU