Al parecer, el sentimiento subjetivo de bienestar es un rasgo heredable, aunque en una pequeña medida. En otras palabras, aunque la herencia genética es responsable de una cierta fracción de la variabilidad de ese sentimiento de bienestar, esa fracción es pequeña; de hecho no supera un 25% de la variabilidad total.
Ese es el principal resultado de un estudio basado en encuestas realizadas en Dinamarca y Holanda. A las personas incluidas en la muestra les hicieron dos preguntas. Una era si durante la semana anterior se había sentido contenta (happy), y la otra, si durante la semana anterior había disfrutado de la vida (enjoy).
Para su posterior tratamiento estadístico, transformaron las respuestas en variables binarias (mucho o no mucho) y, además, generaron una tercera variable, combinación de las dos anteriores, de manera que si las anteriores eran afirmativas, entonces la tercera (la combinación) también lo era, y era negativa en cualquier otro caso. El número total de individuos encuestados fue próximo a 11500. Y esos individuos fueron caracterizados genéticamente analizando alrededor de 850.000 polimorfismos de nucleótido único.
El equipo investigador estimó la denominada “heredabilidad estricta (o realizada) común” (o heredabilidad común en sentido estricto), que se define como la fracción de la varianza del carácter en cuestión que es atribuible a los efectos aditivos de los polimorfismos genéticos comunes. Ese término, –heredabilidad estricta–, se utiliza por oposición a la denominada “heredabilidad amplia” (o heredabilidad en sentido amplio), que incluye, además del efecto de los polimorfismos, el de las interacciones entre ellos (epistasia) y sus posibles efectos no lineales (dominancia).
Los especialistas consideran que la heredabilidad “estricta” es más relevante que la “amplia” a la hora de evaluar el poder predictivo de las técnicas de genética molecular, entre otras cosas porque se antoja extremadamente difícil delimitar el conjunto de interacciones epistáticas (interacciones entre los efectos lineales de los diferentes polimorfismos) susceptibles de tener algún efecto. Desde un punto de vista metodológico la tarea se presentaría ardua en extremo en caso de recurrir a la heredabilidad “amplia”, pues haría falta utilizar muestras poblacionales gigantescas para otorgar al análisis el necesario rigor estadístico.
El efecto de los factores genéticos, tal y como se ha determinado en este trabajo, es estadísticamente significativo para las respuestas a la pregunta de si había estado contento (happy) la semana pasada (p = 0,01), y algo menos significativo para la variable generada a partir de las dos primarias (happy y enjoy) (p = 0,03), y en ambos casos la proporción de la varianza explicada por los factores genéticos resultó de un 10% aproximadamente. Se trata de un valor muy bajo, inferior a las estimaciones que se han hecho para otros rasgos de personalidad o características psicológicas, y también por comparación con los obtenidos a partir de estudios de gemelos, hermanos y familiares próximos para este mismo rasgo, el del bienestar subjetivo.
Según los autores, ese bajo valor de heredabilidad se debe, en parte, al error que, por razones metodológicas, se comete en la determinación del sentimiento de bienestar. Una vez corregido el efecto de ese error, el porcentaje explicado por los factores genéticos resulta algo más alto: se encontraría en el rango 12-18%. En todo caso, sigue siendo un valor bajo si se compara con la heredabilidad de otros caracteres o con la heredabilidad “amplia”, que es la que se suele obtener en otros estudios. De hecho, es muy posible que, como ocurre con otros rasgos de personalidad (neuroticismo, apertura a la experiencia, simpatía), haya una importante componente de la heredabilidad no debida a factores aditivos (lo que antes hemos denominado interacciones epistáticas).
Cuando se ha medido la heredabilidad del modo en que se ha hecho en este trabajo, se han obtenido valores de 9% y 12% para el neuroticismo y la extroversión, respectivamente. También es baja la obtenida en este trabajo si se compara con la “heredabilidad estricta” que se determina en estudios con familiares próximos; estos han arrojado valores en el intervalo de 30-40%. Lo que ocurre es que estos estudios dan cuenta de “toda” la heredabilidad estricta, y la medida en este trabajo (heredabilidad estricta común) solo es, como se ha señalado antes, la debida a los polimorfismos comunes. Al corregir las estimaciones de este trabajo de manera que se incorpora el efecto de los polimorfismos raros, se obtienen valores en el entorno de 18%-27% de heredabilidad estricta, una estimación mucho más acorde con los valores obtenidos normalmente con rasgos de personalidad en estudios de familiares próximos.
Dado que la intervención para mejorar el bienestar subjetivo de las personas sólo se puede ejercer a través de factores ambientales (no heredables), es conveniente conocer los límites que pueden tener dichas intervenciones y para eso es esencial determinar, con la mayor precisión posible, las diferentes fuentes de variación, también la de origen genético. Es más, a partir de estos estudios pretenden llegar a identificar el conjunto de polimorfismos concretos que contribuyen de modo más decisivo al sentimiento de bienestar subjetivo.
No obstante, a la hora de valorar estos datos hay que ser cautelosos. Incluso cuando un rasgo es heredable en una alta proporción, ello no tendría por qué reducir la importancia de los factores ambientales. Los niveles basales de serotonina, así como la densidad de receptores de dopamina, inciden en la sensación de bienestar de forma directa, y están, en gran medida, condicionados genéticamente. Y hay otros factores genéticos que inciden en las preferencias, personalidad y habilidades de las personas, lo que influye en la elección de pareja y amistades, fecundidad, etc., elementos todos ellos de carácter ambiental.
Por tanto, los efectos de unos y otros factores son complejos y no es fácil establecer proporciones precisas, porque muchos actúan de modo interactivo. Y por otra parte, aunque estudios realizados en un momento y bajo ciertas condiciones arrojen unos determinados resultados de heredabilidad, esos resultados podrían ser distintos si el mismo estudio se realizase en un momento y bajo condiciones diferentes. Eso es así porque cuando las condiciones ambientales bajo las que se encuentran los sujetos son muy similares, la variabilidad registrada apenas sería atribuible a factores ambientales, de manera que habría de ser atribuida a factores hereditarios.
Para entender lo anterior, pensemos en dos poblaciones, de manera que todos los individuos de una de ellas estuviesen sometidos a restricciones nutricionales y todos los de la otra nadasen en la abundancia. Dentro de cada población se registraría una alta heredabilidad de rasgos tales como la altura o la obesidad, porque no habría apenas efecto de las condiciones alimenticias. Sin embargo, si se comparasen las dos poblaciones, se concluiría que el efecto de las condiciones nutricionales (ambientales) sería muy acusado, mucho más que el que se determina bajo condiciones relativamente homogéneas.
Un amigo, hace unos cuantos años, solía decir que algunas personas han nacido para estar satisfechas y otras para quejarse por cualquier cosa. No se refería a las circunstancias que a cada uno le toca afrontar en la vida, sino a tendencias innatas. Él decía ser de los primeros. Lo cierto es que la tendencia a fijarse en los aspectos favorables o en los desfavorables parece tener base hereditaria, Y es posible que esto tenga relación con el bienestar subjetivo. No obstante, dado que la heredabilidad del sentimiento de bienestar solo es de un 25%, aproximadamente, parece claro que las circunstancias de la vida –que pueden variar mucho entre personas y a lo largo del tiempo– acaban ejerciendo una gran influencia. Mi amigo, para su desgracia, tuvo ocasión de experimentarlo años más tarde, cuando hubo de hacer frente a circunstancias desfavorables. Así pues, si usted cree también ser de los primeros, no se confíe, y si cree ser de los segundos, no pierda la esperanza, las circunstancias pueden cambiar.
Fuente: Cornelius A. Rietveld, David Cesarini, Daniel J. Benjamin, Philipp D. Koellinger, Jan-Emmanuel De Neve, Henning Tiemeier, Magnus Johannesson, Patrik K. E. Magnusson, Nancy L. Pedersen, Robert F. Krueger, y Meike Bartels (2013): “Molecular genetics and subjective well-being” PNAS 110 (24).
Sobre el autor: Juan Ignacio Pérez (@Uhandrea) es catedrático de Fisiología y coordinador de la Cátedra de Cultura Científica de la UPV/EHU