Es posible que alguna vez hayáis ido a un museo geológico y, mientras admirabais con detenimiento un precioso cristal mineral perfectamente formado y totalmente transparente, detectaseis unas pequeñas burbujitas en alguna parte de su interior, reaccionando de la manera más lógica en estos casos: poner cara de fastidio y pensar que os han tangado, creyendo que ese cristal es falso y está fabricado con algún tipo de resina sintética, siendo esas burbujas imperfecciones que se le han colado a la persona que hizo la réplica. Para confirmar vuestra sospecha, habréis dirigido la mirada a la etiqueta que acompaña a la pieza, esperando encontrar un cartelito que avise de que se trata de una réplica, pero, en su lugar, os encontrasteis con una descripción completa de ese mineral, con su nombre, su fórmula química y el lugar de procedencia de la pieza. ¿Acaso pretendían engañar a todo el mundo? En absoluto, porque esas pequeñas burbujitas son unos elementos naturales asociados a la formación de muchos minerales. Se trata de inclusiones fluidas.
Para explicaros qué son las inclusiones fluidas, voy a hacer una obviedad, empezar por el principio. La mayoría de los cristales minerales se forman a partir de la unión de los elementos químicos presentes en un fluido, como el agua o el magma, bajo unas condiciones concretas de presión y temperatura. Ese mineral va a ir aumentando en tamaño a medida que se van añadiendo más partículas elementales siguiendo una estructura cristalina concreta. Es decir, las caras de los cristales seguirán creciendo a medida que se añaden nuevos átomos y/o moléculas presentes en el fluido hasta que se agoten. Mientras se produce este crecimiento mineral, se pueden generar pequeñas cavidades o huecos en la estructura cristalina que se rellenan por el fluido. Estas porciones de fluido atrapadas en el interior de los minerales son las inclusiones fluidas y, aunque generalmente tienen un tamaño muy pequeño (inferior a 0,1 mm de diámetro), en ocasiones pueden alcanzar proporciones milimétricas llegando a verse a simple vista sin demasiado esfuerzo.
De acuerdo a su origen, las inclusiones fluidas pueden dividirse en dos grandes grupos. Por un lado, tenemos las primarias, que son aquellas que se forman durante el crecimiento del cristal y tienen atrapado parte del fluido que ha dado origen a ese mineral. Generalmente se distribuyen de dos maneras a lo largo de la estructura cristalina, bien de forma aleatoria por todo el mineral o bien siguiendo los planos cristalográficos de crecimiento. Y, por otro lado, nos encontramos con las inclusiones fluidas secundarias, que se generan una vez que se ha formado el cristal, en concreto cuando este sufre alguna fractura por la que circula un nuevo fluido. En este caso, las inclusiones se orientan siguiendo la dirección de esas fracturas.
En cuanto a su estado, las inclusiones fluidas pueden encontrarse en fase líquida, fase gaseosa o aparecer como una combinación de ambas fases juntas. Incluso, es posible encontrar partículas sólidas dentro de las inclusiones fluidas, bien porque hayan precipitado de manera tardía a partir de los elementos disueltos en la fase líquida que quedó atrapada en la cavidad, o bien porque ese pequeño cristal, que ya estaba formado previamente, fue arrastrado por el fluido contenido en la inclusión y acabó atrapado con él.
Pero, aunque parezca mentira, la información contenida en esas pequeñas burbujitas atrapadas en el interior de algunos minerales es importantísima. El estudio de las inclusiones fluidas nos permite conocer ciertas características de los fluidos que dieron origen a los cristales, si son primarias, o de los fluidos que afectaron a ese mineral con posterioridad a su formación, si son inclusiones secundarias. Así sabemos la temperatura, presión, densidad y composición química de esos fluidos mineralizantes, lo cual tiene una aplicación directa en muchas áreas de investigación de la Geología. Por ejemplo, en la búsqueda de yacimientos de minerales críticos, puesto que nos dan información sobre sus procesos genéticos y el contexto geológico en el que aparecen, facilitando así su localización en otras partes del mundo. O en el uso de nuevas fuentes de energía, como la geotérmica, ya que las inclusiones fluidas se pueden comportar como termómetros del subsuelo para delimitar zonas favorables para emplear este recurso.
Aunque una de las aplicaciones de las inclusiones fluidas que a mí más me gustan es su empleo para efectuar reconstrucciones de los ambientes del pasado. En los sondeos de hielo que se extraen de La Antártida y Groenlandia se encuentran encapsuladas burbujas de gas que permiten conocer las concentraciones de ciertos gases de efecto invernadero, como dióxido de carbono (CO2) y metano (CH4), en la atmósfera de la época, pudiendo así estudiar su relación con los ciclos climáticos ocurridos en los últimos cientos de miles de años. Esta información nos permite plantear estrategias de mitigación del efecto de las actividades del ser humano en el calentamiento global actual.
Así que, si alguna vez veis un cristal enorme y muy chulo expuesto con majestuosidad en una vitrina y descubrís unas pequeñas imperfecciones en forma de burbujitas en alguna parte del mismo, no lo miréis con mala cara y le quitéis valor. Recordad que, aparte de una preciosidad, es un archivo geológico muy importante que nos permite conocer la historia que ha sufrido desde el momento de su formación hasta la actualidad con todo lujo de detalles.
Sobre la autora: Blanca María Martínez es doctora en geología, investigadora de la Sociedad de Ciencias Aranzadi y colaboradora externa del departamento de Geología de la Facultad de Ciencia y Tecnología de la UPV/EHU