Hace poco estuve en un concierto de un grupo de los que se suelen considerar “viking metal”, un estilo dentro del heavy metal en el que los grupos se caracterizan por asumir un estilismo, tanto en las portadas de los discos como en su propia indumentaria y puesta en escena sobre el escenario, y tratar temas en las letras de las canciones recordando a esos pueblos nórdicos que, hace más de un milenio, decidieron convertirse en grandes navegantes, comerciantes y conquistadores: los vikingos (y las skjaldmær o escuderas, que no quiero que Lagertha se enfade).
Estas canciones suelen centrarse mucho en grandes batallas y viajes de conquista, desde esas primeras incursiones en tierras sajonas a finales del siglo VIII hasta las navegaciones hacia el noroeste que llevaron a estos pueblos a asentarse en Islandia (tierra de hielo) un siglo después, Groenlandia (tierra verde) a finales del siglo X y Hellulandia (tierra de rocas), Marklandia (tierra de bosques) y Vinlandia (tierra de viñas), las tres últimas en la actual Canadá, a comienzos del siglo XI. Pero no todo son cánticos de victoria, algunas canciones también hablan de la batalla de Stamford Bridge, ocurrida a finales del siglo XI y que supuso el principio del fin de la era vikinga.

Pero, ¿qué tiene que ver este periodo de la historia de los pueblos nórdicos con la Geología? Pues mucho, porque una de las principales hipótesis para explicar este “repentino” ímpetu navegante de los vikingos (y las escuderas, no nos olvidemos de las mujeres) es un evento climático bastante peculiar: el Óptimo Climático Medieval, también llamado Periodo Cálido Medieval o Anomalía Climática Medieval.
Par entender lo que es esto vamos a empezar por el principio. Actualmente vivimos en el Holoceno, la última Época en la que se subdivide el Periodo Cuaternario, y que se caracteriza por ser un interglacial, es decir, un momento relativamente cálido que acontece entre dos glaciaciones. Pero, si acercamos una lupa a la gráfica de variación de la temperatura atmosférica en el Atlántico Norte durante los últimos miles de años, veremos que se dibuja una línea en forma de dientes de sierra, con picos que representan eventos climáticos cálidos y fríos que se van alternando con una periodicidad centenaria. Y ahí es donde encontramos al Óptimo Climático Medieval, un periodo relativamente cálido que comenzó aproximadamente en el año 780 y terminó más o menos en el 1180, cuando dio paso a un momento más frío conocido como Pequeña Edad de Hielo, y que tuvo un pico máximo de temperaturas alrededor del año 1000.

En realidad, aún no se conocen exactamente cuáles son las causas que provocan estos cambios climáticos de escala centenaria, considerando que posiblemente se deba a la combinación de varios factores, siendo los más probables las variaciones en la irradiancia solar (es decir, la potencia de la radiación solar en un área terrestre determinada), la fuerza de la Circulación de Vuelco Meridional Atlántica (nuestra vieja amiga AMOC), el efecto atmosférico de erupciones volcánicas muy explosivas, cambios en la retroalimentación entre el hielo marino y el agua oceánica, o la propia variabilidad atmosférica. Vamos, un cóctel explosivo capaz de provocar variaciones de varios grados centígrados en las temperaturas promedio de ciertas zonas de nuestro planeta durante décadas.
Sin embargo, parece que estos eventos climáticos de escala centenaria no han sucedido de manera homogénea en todo el planeta, sino que han tenido un efecto muy concentrado en el Atlántico Norte, sobre todo en la zona europea. Más en concreto, en el centro y el norte de Europa el Óptimo Climático Medieval supuso un periodo relativamente cálido, con veranos no muy áridos e inviernos suaves y húmedos, que, entre otras cosas, supusieron un gran impacto beneficioso para la agricultura, permitiendo, por ejemplo, el cultivo de productos como la vid en latitudes y altitudes hasta entonces nada productivas. Y en las zonas boreales provocó un retroceso de los mantos de hielo, tanto continentales como marinos, exponiendo terrenos vírgenes hasta entonces cubiertos y abriendo pasos marítimos generalmente congelados. Aunque en la Península Ibérica parece que no lo pasamos tan bien, ya que han quedado registros, tanto geológicos como históricos, de varias épocas de sequía que llegaron a producir importantes hambrunas, alternantes con momentos de lluvias torrenciales que arrasaban con todo lo que pillaban a su paso. Vamos, lo típico de un clima semiárido.
Seguro que ya os habéis fijado en la coincidencia de fechas entre el Óptimo Climático Medieval y el auge de la era vikinga. Y os habéis quedado con ese efecto de retirada de los hielos en zonas de latitudes altas, despejando rutas marítimas hasta entonces inexpugnables. Pues estas coincidencias son las que han llevado a la comunidad científica a suponer que esta anomalía climática propició que los pueblos del norte decidiesen subirse a sus drakar y explorar zonas completamente desconocidas. Y que ese ímpetu navegante se apagase con el comienzo de la Pequeña Edad de Hielo tampoco parece casualidad, ya que este evento climático frío provocó una caída generalizada de las temperaturas y un nuevo aumento de la extensión de los mantos de hielo en Europa del Norte, volviendo a aislar, marítimamente hablando, a los pueblos nórdicos.
Aunque si leéis un libro de historia encontraréis que el final de la era vikinga se debió a varios cambios sociales en los pueblos del norte, como su conversión al cristianismo, la competencia comercial con productos procedentes de Asia occidental, o varias pérdidas de cosechas que provocaron enfermedades y hambrunas. Pero, ¿acaso los eventos geológicos, en especial los cambios climáticos, no suelen ser los desencadenantes de todos los cambios sociales que ha vivido la humanidad a lo largo de su historia?
Ahí os dejo la pregunta. Mientras pensáis la respuesta, yo voy a seguir limpiando mi cuerno para estar preparada para el siguiente concierto. Y me refiero al cuerno de beber, no a los de los cascos, que esos sí que fueron una fantasía.
Sobre la autora: Blanca María Martínez es doctora en geología, investigadora de la Sociedad de Ciencias Aranzadi y colaboradora externa del departamento de Geología de la Facultad de Ciencia y Tecnología de la UPV/EHU