
A mediados del siglo XX China se encontraba muy lejos del brillante pasado que, mil años atrás, la había convertido en la civilización más poderosa y avanzada del planeta. Su obstinación por el aislamiento, su abrupta renuncia a la navegación, sus constantes conflictos tanto internos como externos, su inmovilismo confuciano o su terquedad en mantener antiguas tradiciones la mantuvieron al margen de la mayoría de progresos y avances tecnológicos que las diferentes revoluciones políticas, sociales e industriales fueron aportando al mundo con el paso de los siglos. En 1958, el presidente Mao Zedong propuso una ambiciosa iniciativa para conseguir que el país avanzase pisando a fondo el acelerador. Aquel programa se denominó «El Gran Salto Adelante» (大跃进) y, como su nombre indica, pretendía recuperar el evidente atraso de China, no con pequeños pasitos y avances, sino poniendo toda la carne en el asador. La principal baza de Mao Zendong era contar con una enorme población, casi 700 millones en esos años. Si las potencias industrializadas producían acero en grandes cantidades China también sería capaz si millones de familias construían hornos caseros y juntaban todo el metal que encontrasen. El resultado fue decepcionante, la calidad del acero chino era mediocre y, en muchos casos, completamente inutilizable.
Otra de las grandes campañas del «Gran Salto Adelante» pretendía acabar con las frecuentes plagas que propagaban enfermedades y perjudicaban la producción, especialmente tres: mosquitos, ratas y moscas. Sin embargo, en la cultura tradicional china, el número 3 representa la armonía, el equilibrio, la buena suerte… la superstición imperante les hizo añadir otra especie a combatir para llegar al 4, un número que sí representa la muerte, la desdicha y la mala fortuna. Para honrar ese tradicional pensamiento mágico incluyeron a los gorriones entre las plagas a exterminar. Los gorriones picoteaban la fruta y se comían las semillas mermando las cosechas. Toda China se lanzó a matar gorriones, a veces con métodos bastante curiosos como por ejemplo usando ruido. Los campesinos hacían turnos golpeando tambores, cazuelas y lo que tuvieran a mano para impedir que los pájaros se acercasen a las cosechas. En este caso tuvieron bastante éxito y los gorriones casi fueron erradicados en un par de años. Lo que el Gran Salto no había previsto es que estas aves no solo comen semillas y fruta, sino también insectos. Sin sus depredadores naturales, las plagas de mosquitos, moscas y langostas «empezaron a proliferar alimentándose glotonamente de las plantas. No tardaron en aparecer nubes de langostas migratorias que caían sobre los cultivos, devorando todo a su paso; sus daños eran tan devastadores que el país pasó, entre 1958 y 1962, por una de las mayores hambrunas de los tiempos modernos cuyo balance rondó, según algunas estimaciones, los treinta millones de muertos».

Los gorriones chinos de los años ‘60 deberían haberse convertido en un contundente ejemplo de lo que sucede cuando se alteran los delicados equilibrios de la naturaleza y, sin embargo, tan solo unas décadas más tarde, no parece que hayamos aprendido demasiado del grave error del Gran Salto Delante de Mao Zedong. La disminución generalizada de las poblaciones de aves en la mayoría de regiones del mundo es un fenómeno bien documentado que no está teniendo la atención que merece.
En nuestro país, por ejemplo, la Sociedad Española de Ornitología (SEO/BirdLife) acaba de publicar el informe más reciente del estado de las aves en España (2024) con unos datos ciertamente preocupantes: desplome histórico de aves en todo el país. El seguimiento de aves de SEO se divide en tres grandes programas: SACRE (primavera), SACIN (invierno) y NOCTUA (aves nocturnas). En primavera, el 43 % de las especies presenta declive de sus poblaciones con respecto a 1998. Las especies invernales solo un 66 % presenta una situación estable y, finalmente, las nocturnas que presentan el peor estado de conservación, con más de la mitad de las especies en declive y ninguna en aumento. Ni siquiera nuestros gorriones se salvan de la debacle: en lo que va de siglo su número ha disminuido un 20 %.
Coincidiendo con este informe, la revista Nature ha publicado un importante estudio que analiza cómo los cambios causados por el ser humano en el uso del suelo (agricultura, urbanización y deforestación) afectan a la diversidad funcional de las aves desplegando serias consecuencias para los ecosistemas que dependen de ellas. Trabajos anteriores ya indicaban que el cambio de uso de la tierra es el principal factor implicado en el declive de las aves a nivel mundial.

El estudio es uno de los mayores que se han realizado hasta la fecha y los investigadores recopilaron datos de 3696 especies diferentes de aves en 1281 lugares repartidos por el mundo. Usaron rasgos morfológicos (como el tamaño del cuerpo o la forma del pico y alas) que se relacionan con la forma en laque las aves contribuyen a funciones ecológicas, ya sea dispersando semillas, controlando plagas de insectos, etc…
Las conclusiones del trabajo publicado confirman que el cambio en el uso del suelo reduce la cantidad de aves pero añade un elemento fundamental: también debilita la capacidad de los ecosistemas para resistir y recuperarse de nuevos impactos. Los errores del pasado parecen regresar con fuerza añadiendo un nuevo indicador: en temas medioambientales siempre tropezamos con las mismas piedras.
Referencias y más información:
Amin Maalouf (2024) El laberinto de los extraviados: Occidente y sus adversarios Alianza Editorial
SEO/BirdLife «Programas e informes de seguimiento de aves en España»
Weeks, Thomas L., et al. (2025) Land-Use Change Undermines the Stability of Avian Functional Diversity Nature doi: 10.1038/s41586-025-09788-0
Sobre el autor: Javier «Irreductible» Peláez es escritor y comunicador científico. Autor de «500 Años de Frío» (2019) y «Planeta Océano» (2022). Es ganador de tres premios Bitácoras, un premio Prisma a la mejor web de divulgación científica y un Premio Ondas al mejor programa de radio digital.
