Son numerosas las civilizaciones que, desde tiempos inmemoriales, conocían los efectos de plantas como el opio y las utilizaban por distintos motivos: religiosos, medicinales, por costumbre o distracción… Las culturas prehispánicas mexicanas consumían peyote, hongos, cannabis, semillas y flores; los pueblos del sur del continente americano también usaban la ayahuasca como portal entre los mundos; los mesopotámicos, sumerios y asirios empleaban más de doscientas cincuenta plantas para contrarrestar las enfermedades, muchas de ellas son drogas naturales. Son solo algunos ejemplos pero a pesar de que el consumo de drogas se ha demostrado perjudicial para el ser humano, eso no ha llevado a su desaparición.
Lejos de dejar de usarse, el mercado que existe en torno a ellas mueve cada año millones de euros en todo el mundo, algo que lleva a que constantemente aparezcan nuevas sustancias que sustituyen a las controladas por los sistemas de alerta. Cada año se ponen en el mercado entre 20 y 30 nuevos tipos de estupefacientes. Se trata, sobre todo, de sustancias tóxicas que crean psicosis y llevan a despertar estados de euforia y desenfreno en quienes las toman.
En los últimos años, además de las drogas más conocidas como son alcohol, cannabis y cocaína, han hecho aparición las denominadas drogas emergentes: sustancias químicas, fabricadas en laboratorios y que proliferan entre los más jóvenes en fiestas rave y discotecas after hours. De hecho, según los expertos, más del 30% de la población las conoce por lo que se trata de un amplio sector al que hay que prestar atención.
A diferencia de hace unos años, en la actualidad, actividades como el botellón han pasado de un plano en el que se realizaban como forma de socialización, de reunión con los amigos, a un punto en el que lo que se busca es alcanzar la embriaguez lo antes posible y con las drogas sucede algo parecido.
Diversos análisis muestran que los jóvenes de hoy en día buscan colocarse rápido, experimentar nuevas sensaciones, y para ello son capaces de consumir casi cualquier sustancia, sin preocuparse de su procedencia y sin pensar en las consecuencias.
Son los adolescentes el grupo de edad que, por porcentaje, más drogas emergentes consume y esto no es casualidad. Durante la adolescencia, entre los 15 y los 25 años, el cerebro se está preparando para la madurez y cuenta con ciertas carencias en hormonas como la dopamina, la noradrenalina o la serotonina que se pueden suplir con el consumo de ciertos estupefacientes y proporcionar así una sensación de plenitud mientras duran sus efectos. Ahora bien, estas prácticas pueden ser más peligrosas de lo que se piensa.
El consumo de drogas puede llevar a que en personas con tendencia depresiva, psicótica o con otros problemas como cardiopatías, epilepsia o psicopatía, se despierte una enfermedad que, en ocasiones, necesitará de un tratamiento de por vida.
Lejos del ‘yo controlo’, ninguna persona puede conocer cómo va a reaccionar su organismo ante el consumo de sustancias tóxicas por lo que en caso de que exista un problema latente, que no haya dado la cara hasta el momento, la ingesta de tóxicos puede despertar esas enfermedades y transformar la vida de quien la padezca. En la mayoría de los casos se trata de enfermedades mentales, como el trastorno bipolar o la pérdida de contacto con la realidad, que convertirá a esas personas en enfermos mentales.
Muchas de las drogas emergentes se camuflan en los mercados bajo otro tipo de usos, es decir, se comercializan con otros fines como abono para plantas, sales de baño, etc. e incluso se etiquetan con recomendaciones como “No injerir. Puede provocar euforia” algo que se puede entender como una provocación ya que en la propia etiqueta se anuncian las consecuencias de su consumo.
En ese sentido, los organismos competentes en el control de estas sustancias se encuentran con una dificultad añadida a la hora de lidiar con ellas: Internet. Ni que decir tiene que son precisamente lo más jóvenes quienes tienen un mayor dominio y acceso a la red y que desde ella se pueden adquirir fácilmente este tipo de sustancias que, en ocasiones, pueden provenir de países como India o China los cuales cuentan con su propia legislación, muy distinta a la occidental y en las que desde el etiquetado hasta los controles de calidad pasando por las sustancias químicas al alcance de la población poco tienen que ver con las Europeas.
Desde el punto de vista médico es muy complicado encontrar a un drogadicto que lo sea solamente de sustancia, y esto es especialmente cierto en el caso de quienes consumen drogas emergentes, que consumen de todo lo que está a su alcance, con el único fin de obtener un placer inmediato. Estas personas no buscan estar bien, sino modificar la conciencia, salir de la realidad y viajar con la mente, a veces sin billete de vuelta, donde las urgencias hospitalarias psiquiátricas suelen ser las estaciones intermedias de sus viajes.
Además, hay que considerar dos tipos de enfermos: los que tienen problemas como consecuencia de las drogas y los que se drogan como consecuencia de sus problemas. Y esa diferenciación es crucial a la hora de ayudar a alguien puesto que hay que saber desde dónde atajar el problema dado que si una persona tiene una depresión y por eso bebe se deberá tratar la depresión pero si bebe y por eso tiene depresión, la solución pasará por tratar el alcoholismo. Es lo que se conoce como enfermos duales y a los que hay que tratar desde diferentes especialidades.
Dicho todo eso, una vez más, el asunto de las drogas es uno de esos para lo que la frase ‘más vale prevenir que curar’ gana un significado destacado.
Sobre la autora: Maria José Moreno (@mariajo_moreno) es periodista
Rosalia Sanchez Ciganda
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