“Si el sueño no sirve para ninguna función vital, es el mayor error que ha cometido la evolución.”
Allan Rechtstaffen, 1971.
Dormir es un enigma. Así lo afirman los expertos y, por ejemplo, James Krueger y su grupo, de la Universidad Estatal de Washington en Spokane, escriben que dormir es un enigma científico y que es el último proceso fisiológico para el que no existe ningún tipo de consenso sobre su función o funciones. O sea, ¿por qué dormimos? ¿por qué dedicamos entre un tercio y un cuarto de nuestras vidas a dormir? Cuando estamos despiertos, comemos o no comemos, bebemos o no bebemos, nos reproducimos o pasamos de ello, o hacemos o no hacemos muchas otras cosas que nos interesan o no nos interesan. Pero cuando dormimos, se nos mueven los ojos a gran velocidad y soñamos, sin remedio ni control por nuestra parte. Además, no hay que olvidar que la mayor parte de los animales también duermen. Es una función ubicua en el reino animal. Por tanto, algo importante debe suponer el sueño para que la evolución lo haya seleccionado en muchas especies y durante millones de años.
Para ilustrar la importancia del dormir en la biología de nuestra especie vamos a repasar unos ejemplos concretos. En primer lugar, Marie-Pierre St.-Onge y su equipo, de la Universidad Columbia de Nueva York, han estudiado la relación entre la dieta y el dormir bien o mal.
Sabemos que dormir poco y mal está relacionado con el riesgo de ganar peso y, en último término, con la obesidad, tanto en niños como en adultos. Es más, si dormimos lo justo comemos menos grasas. Sin embargo, esta relación no supone causalidad, es decir, no sabemos con precisión qué relaciona el sueño y la dieta. Conocemos las consecuencias pero no por qué se dan. Además, nos cuentan los autores que todavía sabemos menos de la relación inversa, o sea, de si la dieta afecta al sueño.
Trabajan con 26 voluntarios, la mitad mujeres, de 30 a 45 años, y con un sueño habitual de 7 a 9 horas cada noche. El experimento dura seis días, con 9 horas de cama cada noche, una dieta controlada los primeros cuatro días, y comiendo lo que gusten los dos últimos días. De esta manera, los investigadores consiguen datos sobre el sueño de cada voluntario con dieta controlada y no controlada. La dieta controlada lleva el 31% de grasas, el 53% de carbohidratos y el 17% de proteínas.
Los resultados indican que la dieta no controlada disminuye la duración del sueño profundo y reparador y aumenta el tiempo necesario para lograr el sueño. Sobre todo influyen las fibras en la dieta pues acortan el tiempo necesario para caer en el sueño y aumentan el tiempo duración del sueño profundo. Con dieta controlada se tardan, de media, 17 minutos en dormir, y sin dieta controlada la media sube a 29 minutos. Además, las grasas saturadas disminuyen el tiempo de sueño profundo. Y el porcentaje de carbohidratos, si es alto, se asocia con despertar más veces durante el sueño.
En resumen, poca fibra y mucha grasa saturada provocan un sueño más corto, más ligero, con menos descanso y más despertar durante la noche.
Una pista sobre la relación entre el sueño y el peso corporal nos llega de la investigación del grupo de Gerda Pot, del King’s College de Londres. Hacen un meta-análisis de once trabajos ya publicados y encuentran que dormir poco, entre tres horas y media y cinco horas y media, aumenta la ingestión de energía con un incremento medio de 385 kcal por día. Y no observan cambios en cuanto al gasto de energía por dormir poco.
Y una segunda pista sobre la relación entre sueño y dieta nos llega desde Suecia, desde la Universidad de Uppsala y un grupo liderado por Chistien Benedict. Han publicado un estudio con nueve voluntarios, todos hombres y con una edad media de 23.3 años, que pasan por dos experimentos sucesivos, el primero con pocas horas de sueño nocturno, entre las 2.45 y las 7.00 horas, y el segundo con sueño de duración normal, desde las 22.30 hasta las 7.00 horas. Antes y después se les toman muestras de las heces para estudiar su microbiota intestinal, es decir, los microorganismos que viven en su tubo digestivo. La microbiota interviene en la digestión de los alimentos y regula su disponibilidad para la absorción de los resultados de esa digestión. Por tanto, la composición de especies de la microbiota y su función es importante para la entrada de nutrientes en el organismo.
El estudio de Benedict demuestra que la microbiota cambia su composición en especies según las horas de duración del sueño, con aumento en algunos grupos de bacterias y disminución de otros. Por otros parámetros que miden los autores, también encuentran que, con poco sueño, no hay cambios en los ácidos grasos en la sangre pero sí hay una caída del 20% en los efectos de la insulina aunque, también, no hay cambios en la concentración de glucosa. Además, los autores reconocen que no es fácil plantear hipótesis sobre causas y efectos de estos cambios producidos por el poco sueño.
Otro ejemplo es el estudio del sueño en jóvenes adolescentes que han publicado Sylvie Mrug y su grupo, de la Universidad de Alabama en Birmingham. Son 84 adolescentes voluntarios, con una edad media de 13.3 años y la mitad son chicas. Les toman datos de sus horarios para dormir, de su autoevaluación sobre la calidad del sueño y, además, les miden la concentración de cortisol en saliva para cuantificar su nivel de estrés.
Sobre todo en las chicas, las concentraciones altas de cortisol se relacionan con problemas al dormir y, además, dedican más tiempo al sueño, llegando hasta más de 11 horas en la cama por noche. Su autoevaluación de la calidad del sueño coincide con la concentración de cortisol en saliva pues ellos mismos detectan que duermen peor cuando están estresados. Incluso su evaluación es más exacta que la que hacen los padres sobre el sueño de sus hijos.
Y para terminar con estudios concretos, repasaremos el meta-análisis que acaban de publicar June Lo y sus colegas, del Centro de Neurociencia Cognitiva de Singapur, sobre los problemas cognitivos provocados por la duración del sueño en mayores de 55 años. Revisan 18 estudios con una muestra total de 97264 personas de 14 países y que incluyen datos del sueño y sobre memoria verbal, de trabajo y otros procesos cognitivos.
Los resultados demuestran que hay más riesgo de padecer problemas cognitivos si se duermen 5 horas o menos o 9 horas o más. Es decir, tiene sus riesgos tanto dormir poco como dormir demasiado.
Podemos añadir otro dato más y es la duración del sueño, y solo entre mamíferos para no complicar el texto. Hay una variación enorme y va, siempre referido al ciclo de 24 horas, desde las 2 horas en los caballos a las 19.9 horas de los murciélagos. Por ejemplo, el gato duerme 12.5 horas, el perro 10.1, el armadillo 18.3 o el chimpancé 9.7 horas. La especie humana duerme, según las últimas cifras publicadas a partir de datos conseguidos por una aplicación de teléfono móvil, entre 7.5 horas en Singapur y 8.1 horas en España y Holanda.
También es cierto que la conducta al dormir tiene una gran variabilidad individual. Bei Bei y sus colegas de la Universidad Monash en Victoria, Australia, lo han investigado en un meta-análisis de lo publicado en el que han seleccionado 53 trabajos después de una revisión previa.
Hay una mayor variabilidad individual en la duración del sueño en los jóvenes, entre los que viven solos o tienen diabetes o enfermedades del corazón, tienen un Índice de Masa Corporal alto, están estresados, y si presentan síntomas de depresión o de insomnio.
En resumen, el sueño y la dieta, el sueño y el estrés, el sueño y los problemas cognitivos. Es evidente que una función a la que dedicamos una parte tan importante de nuestro tiempo debe ser, y es, crucial en muchos aspectos de nuestra vida cuando estamos despiertos. Sin embargo, conocemos muy poco de cómo funciona o de cuál es la causa de que el sueño sea indispensable para nuestra supervivencia.
Podemos describir el dormir como un estado regulado con movimiento reducido y escasas respuestas sensoriales. Cuando dormimos, no podemos comer, emparejarnos o defendernos. Y, si no hemos dormido lo suficiente, caeremos en el sueño irremediablemente. El dormir es una función biológica necesaria y obligada y, si no se duerme, se sufre un tremendo cansancio, y un desajuste físico y mental y, en casos extremos, la muerte. Algo parecido se ha experimentado en ratas o en insectos.
En fin, volvemos al principio y nos seguimos preguntando por qué dormimos. También podíamos preguntarnos por qué estamos despiertos (solo hay que recordar “Matrix” para deducir que es más cómodo estar dormido), y sabemos, porque estamos despiertos, mucho de lo que hacemos en ese estado como, por ejemplo, comer o reproducirnos, mientras que no sabemos lo mismo, ni mucho menos, lo que hacemos dormidos como mover rápidamente los ojos o soñar.
Y, por tanto, seguimos sin acuerdo entre los expertos sobre la función del dormir. Se ha mencionado, entre otras muchas hipótesis, que dormir evita el gasto de energía y refuerza la inactividad cuando las conductas sean inútiles o imposibles y es mejor estar inactivo, consolida de la memoria, madura el sistema nervioso central, mejora la conducta cuando estamos despierto, refuerza o debilita, según los autores, las conexiones del sistema nervioso, limpia de desechos metabólicos el cerebro e, incluso, se ha dicho que ajusta el buen funcionamiento del sistema inmune. O, también, se ha dicho que el sueño no tiene ninguna función específica lo que, en el fondo, es una manera elegante de decir que no sirve para nada.
Cualquiera que sea la función del dormir, si es que tiene alguna, debe ser importante y proporcionar una ventaja evolutiva superior a las presiones negativas, habitualmente aplicadas por la selección natural que ya lo hubieran eliminado. Y, sin embargo, un enorme y mayoritario número de especies animales duermen, y algunas lo hacen desde hace muchos millones de años. No es algo que contribuya a eliminar especies por selección natural sino que el dormir proporciona alguna ventaja, que no conocemos, a la especie que duerme. Para acabar, parece evidente que dormir, y dormir bien, es importante.
Referencias:
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Lo, J.C. et al. 2016. Sef-reported sleep duration and cognitive performance in older adults: a systematic review and meta-analysis. Sleep Medicine 17: 87-98.
Mrug, S. et al. 2016. Sleep problems predict cortisol reactivity to stress in urban adolescents. Physiology & Behavior 155: 95-101.
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Walch, O.J. et al. 2016. A global quantification of “normal” sleep schedules using Smartphone data. Science Advances 2: e1501705
Sobre el autor: Eduardo Angulo es doctor en biología, profesor de biología celular de la UPV/EHU retirado y divulgador científico. Ha publicado varios libros y es autor de La biología estupenda.