César San Juan
La terrible situación que está sufriendo la isla de La Palma tras una devastadora erupción volcánica ha hecho más visible el papel de la denominada psicología de emergencias. Sobre todo, considerando el carácter errático, continuado e imparable de la lava contra cuyo avance no hay forma de hacer nada.
La investigación sobre desastres ha cuestionado las visiones tradicionales del comportamiento colectivo que se asocia a respuestas de pánico irracional, comportamientos antisociales, saqueos, etc.
Cabe pensar que, muy posiblemente, el éxito del cine de catástrofes sea, en alguna medida, responsable de la imagen social del comportamiento humano en situaciones críticas o catastróficas. Películas como El coloso en llamas, Poseidón, Terremoto y Vulcano, entre otras, han exagerado el lado más oscuro e irracional del comportamiento humano, solo dignificado en contadas excepciones por esos héroes que siempre aparecen corriendo en sentido contrario a una enloquecida muchedumbre.
Efectivamente, la evidencia empírica sostiene que la mayor parte de las personas afectadas por un desastre natural disponen de los suficientes recursos psicosociales para afrontarlo aunque, obviamente, habrá una casuística muy diversa en función del grado de exposición al desastre. Dicho en otras palabras, es muy distinto perder a un ser querido, perder la vivienda o, en una esfera más periférica, observar con inquietud, pero desde la lejanía, las explosiones de lava.
Los cuadros clínicos más frecuentes
En todo caso, es absolutamente imperativo que las administraciones garanticen las necesidades básicas materiales de los damnificados y la atención a las personas que, por diferentes motivos, van a precisar un acompañamiento más directo y, eventualmente, apoyo psicológico ya que, en caso contrario, se acabaran identificando cuadros de relevancia clínica, siendo los más frecuentes los siguientes:
- Síndrome de estrés postraumático. Reexperimentación del acontecimiento traumático. Evitación de los estímulos asociados al acontecimiento. Aumento de la activación motora. Puede aparecer ideación suicida.
- Síndrome de aflicción por catástrofe. Para las personas que han sufrido pérdidas considerables, las reacciones emocionales más probables son el dolor por la pérdida de seres queridos, de posesiones, de sustento, que se manifiesta en forma de tristeza, ira, ansiedad, nostalgia, sentimiento de desgracia, etc.
- Síndrome del superviviente. La irritabilidad, la ira y la agresión, que aumentan en los años siguientes al desastre, pueden cebarse con algunos supervivientes que no han podido gestionar lo que el resto de personas de su círculo se ha empeñado en considerar “buena suerte”. También los desórdenes físicos y la tasa de mortalidad aumentan entre los supervivientes.
- Efectos en los niños. En niños afectados por desastres se constatan comportamientos regresivos y un gran aumento de la dependencia.
Los recursos propios de los afectados
En definitiva, lo esencial para entender el impacto psicológico de una crisis de esta naturaleza es el desequilibrio que se produce entre las demandas planteadas al sujeto, enfrentado a una circunstancia excepcional, y sus propios recursos o capacidades para afrontarlo apropiadamente. Es muy característica la desazonante sensación de impotencia e ineficacia para resolver los problemas derivados del desastre y controlar las emociones desatadas en el propio sujeto.
Dicho esto, no obstante, tenemos que ser especialmente cuidadosos al interpretar las respuestas ante una situación catastrófica. Por ejemplo, sentimientos como temor, ansiedad, ira, frustración o culpabilidad inmediatamente después de la catástrofe, o durante su evolución, como el caso que nos ocupa, debemos interpretarlos como normales ante una situación anormal, y constituyen la parte dinamizadora de la reacción ante lo que está ocurriendo. Por tanto, se trata de una respuesta adaptativa. Una respuesta catatónica, pasiva o excesivamente dependiente tiene, en este sentido, un peor pronóstico.
También es muy habitual la búsqueda intensiva, pero irreflexiva, de soluciones. El sujeto focaliza su atención en el problema sobrevenido de manera abusiva, con las consiguientes pérdidas de atención respecto a otros asuntos vitales relacionados con el bienestar de los suyos o incluso su propia seguridad.
“¿Por qué me ha sucedido a mí esto?”
También dirige el sujeto su actividad cognitiva y fiscalizadora hacia sí mismo, haciéndose preguntas aparentemente esenciales pero objetivamente carentes de toda lógica como, por ejemplo, “¿por qué me ha sucedido a mí esto?” o “¿qué he hecho para ser merecedor de esta situación?”. Este tipo de reacciones son a las que nos referíamos con la necesidad de que reciban respuestas adecuadas en forma de acompañamiento y apoyo psicológico con el fin de evitar la vulneración del sujeto más a largo plazo.
Desde esta perspectiva, debemos señalar como flagrantes malas prácticas el insistente debate de estos días acerca de la idoneidad de construir viviendas en las faldas de volcanes activos o potencialmente activos.
Dejando al margen que las faldas de los volcanes de La Palma conforman, de hecho, prácticamente toda la superficie de la isla, sea como fuere, este momento es sin lugar a dudas el más inapropiado para debatir sobre el particular ya que solo puede contribuir a generar desolación e impotencia.
Ahora lo que toca es atender todas las necesidades materiales y psicosociales de la población afectada. Debe hacerse sin tregua porque el volcán no la está dando.
Sobre el autor: César San Juan es profesor de psicología criminal en el Departament de Psicología Social de la Universidad del País Vasco / Euskal Herriko Unibertsitatea
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Artículo original.