Basta pronunciar la palabra amianto, o asbesto, para que a muchos —y, sobre todo, a los propietarios de las casas de los programas de reformas— se nos pongan los pelos de punta. Utilizada desde la Antigüedad en numerosos ámbitos, las propiedades de esta fibra mineral son ampliamente conocidas desde entonces, algunas muy útiles, de ahí su popularidad, y otras muy dañinas. Aun así, no fue hasta 2005 cuando la Unión Europea prohibió completamente su uso —algunos países miembros ya lo habían empezado a eliminar mucho antes—. Pero ¿qué es exactamente el amianto?, ¿para qué se ha utilizado a lo largo de la historia?, ¿por qué es tan peligroso? Para empezar, hasta que se empezaron a estudiar sus nocivos efectos sobre la salud, fue el material del futuro, un compuesto milagroso a prueba de todo… y con aplicaciones para casi todo.
El amianto es un grupo de seis minerales fibrosos de origen metamórfico compuestos de silicatos —los de mayor abundancia en la naturaleza—: grunerita (o amosita, para la variante fibrosa), crisotilo, riebeckita (crocidolita), tremolita, bisolita (actinolita) y antofilita. La combinación de este origen mineral y que se presente en forma de fibras largas, flexibles y resistentes es lo que le otorga tanto sus propiedades como su versatilidad. Estamos ante un material ignífugo, con excelentes propiedades aislantes tanto eléctricas como térmicas, una gran durabilidad, resistencia química y mecánica, y, sobre todo, abundante y barato. Su ligereza y que se presente en forma de fibras posibilita, además, manipularlo con facilidad, pero también es lo que lo convierte en un peligro para la salud.
La inhalación de fibras microscópicas de amianto, que pueden encontrarse flotando en el ambiente en cualquier entorno en el que se esté trabajando con él, puede provocar graves patologías. Estas se quedan alojadas en los pulmones durante largo tiempo, dada la dificultad del cuerpo para eliminarlas, lo que, a largo plazo, acaba produciendo inflamación y daño celular. Aparecen así enfermedades como la asbestosis, que causa fibrosis pulmonar, o ciertos tipos de cáncer como el de pulmón y el mesotelioma, que afecta a la pleura o el peritoneo.
Que las personas que trabajaban con amianto enfermaban se sabe desde casi los orígenes de su uso. Existen testimonios incluso de Plinio el Viejo, que ya habló del padecimiento pulmonar de los esclavos que manipulaban habitualmente amianto, y en 1899, se documentó clínicamente en Londres el primer caso de fibrosis pulmonar de una trabajadora del amianto de 33 años por inhalación de estas fibras. Las primeras regulaciones del trabajo con amianto, dada su alta peligrosidad, se remontan a los años treinta, por eso sorprende que no haya sido hasta hace relativamente poco cuando por fin se han tomado medidas. Y no solo eso: la locura comercial y la mayor expansión de la industria del amianto se produjo, incluso sabiendo esta información, durante la década de los años cuarenta, con su pico durante los cincuenta y los sesenta.
A lo largo de la historia de la ciencia ha sido habitual que, ante la llegada de un nuevo descubrimiento o adelanto tecnológico, este se haya visto como una especie de santo grial o piedra filosofal que iba a solucionar todos nuestros problemas. Sucedió con la electricidad, con la radiactividad —recordemos todos aquellos productos de uso cotidiano que llevaban radio, como pastas de dientes—, e incluso puede que esté sucediendo ahora con la inteligencia artificial. El amianto no se quedó atrás, pero con la diferencia de que, en su momento de mayor auge, como hemos comentado, sí se conocían los riesgos que su uso implicaba.
La mayoría de aplicaciones del amianto son de sobra conocidas. En la construcción se ha usado como aislamiento, revestimiento, para aumentar la durabilidad y resistencia de los suelos… En la industria automotriz, era un material habitual en pastillas de freno y embragues, pero las aplicaciones más espeluznantes fueron, probablemente, en el ámbito textil, para la confección de ropa ignífuga. Se utilizó incluso en electrodomésticos, sobre todo en aquellos que generan calor, como calentadores, hornos y secadores. Lo que tal vez muchos no sepan es que, durante mucho tiempo, se promovió muchísimo su uso en objetos mucho más cotidianos. Y, para muestra, este documento de 1942:
Cortinas, fundas, manteles… también mantas, guantes de cocina, bolsas, cuerdas… incluso el tejido para confeccionarlos uno mismo se anunciaba como maravilloso. Todos estos productos se vendían con total, demasiada, normalidad. Por ejemplo, para los fanáticos de la Navidad que ya estén pensando en la decoración de su árboles y belenes existía incluso nieve artificial hecha de amianto.
Parece que del mismo tipo que la que le cayó a Dorothy, el Espantapájaros y el León de camino a Oz.
Solo cabe hacerse una pregunta cuando la historia nos pone en situaciones similares: ¿cuál es nuestra prioridad? ¿El beneficio económico o el beneficio humano? El uso de amianto, a diferencia de lo que sucedió con el radio y sus efectos, no se promovió desde la ignorancia.
Bibliografía
The Mesothelioma Center. (s. f.). History of asbestos. Asbestos.com. https://www.asbestos.com/asbestos/history/
Asbestorama. Perfil de Flickr. https://www.flickr.com/photos/asbestos_pix/asbestos
Rare Historial Photos (s. f.). Vintage photos show how asbestos products were once marketed, 1930s-1970s. Rare Historial Photos. https://rarehistoricalphotos.com/asbestos-vintage-advertisements/
Tweedale, G. (2000). Magic mineral to killer dust. Oxford University Press.
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Sobre la autora: Gisela Baños es divulgadora de ciencia, tecnología y ciencia ficción.