En enero de 1957, y con un título algo desafortunado, apareció un artículo en la revista Mechanix Illustrated que, visto en retrospectiva, seguramente fue más profético de lo que pretendía. «Usted tendrá esclavos para 1965», se podía leer, cuando ni siquiera se había cumplido un siglo de la abolición de la esclavitud en Estados Unidos. Menos mal que no se refería a esclavos humanos… sino a robots. Así que, teniendo en cuenta que eso es exactamente lo que significa la palabra robot, puede que no sea tan grave.[1]

Tengamos en cuenta que, durante mucho tiempo, y especialmente debido al desarrollo de las primeras máquinas computadoras y la influencia de la cibernética, no hubo una línea que separara claramente la inteligencia artificial de la robótica. Cuando, en los años cincuenta, se pensaba en máquinas inteligentes, se asumía de forma casi automática que tendrían algún tipo de «cuerpo», normalmente humanoide, aunque no necesariamente. Pero, con cuerpo o sin él, parece que no iban desencaminados en cuanto a lo que serían capaces de lograr algún día y qué papel jugarían en nuestras vidas.
Este número de Mechanix Illustrated en el que aparece el artículo del que vamos a hablar hoy, se publicó apenas unos meses después de la Conferencia de Dartmouth, donde se había acuñado el término «inteligencia artificial», pero esta disciplina estaba aún relegada al ámbito académico. El camino de siete décadas de desarrollo hasta llegar al auge de la IA generativa acababa de comenzar, así que la posibilidad de contar con máquinas inteligentes pertenecía más al ámbito de lo fantástico que de lo científico o tecnológico. No en vano el autor de este artículo, Otto O. Binder, era escritor de ciencia ficción.[2] Que este tipo de especulaciones aparecieran en revistas de divulgación de la época tampoco era nada raro, y, de hecho, fue bastante habitual hasta finales del siglo XX.
Pero ¿cómo se pensaba que serían los robots del futuro en los años cincuenta? En una palabra: ¡maravillosos! Los años cincuenta fueron una de las décadas más tecnooptimistas de la historia reciente, así que pocas veces encontraremos supercomputadores malvados que quieren acabar con la humanidad o distopías en las que los robots se vuelven contra nosotros —ese tipo de narrativas fueron más típicas en años anteriores y posteriores—. Asomarse a los años cincuenta es asomarse a todo lo bueno que podría llevar asociada consigo la tecnología… si queríamos.

Así, en el artículo de Otto O. Binder, los robots servirían para todo, nos ayudarían en todo y, además, lo harían encantados, en el sentido más asimoviano posible. Tendríamos un robot doméstico que nos despertaría por la mañana y pondría las noticias en la radio mientras nos desperezamos. Entre tanto, nos prepararía el agua de la ducha a la temperatura perfecta y luego nos secaría, nos afeitaría, nos peinaría y nos ayudaría a vestirnos. Seguramente, en este ratito, nuestro otro robot, el que haría las funciones de mayordomo, ya estaría preparando el desayuno, y por supuesto se encargaría también de recoger la cocina y lavar los platos. ¿Que justo ese día ha nevado fuera? No habría problema si tenemos un robot de mantenimiento que despeje la entrada, no con una pala, sino con un spray atómico que derrite la nieve gracias al calor que emite —eran los años cincuenta, no podíamos esperar menos—. Y así con todas las funciones del hogar, incluso las de gato, porque, por supuesto, también tendríamos un robot gato para acabar con los ratones.
Pero bueno, hasta aquí, Binder tampoco estaba hablando de nada demasiado loco o que no se hubiera imaginado ya muchas veces antes. La única lástima es que, supuestamente, tendríamos todo esto en 1965 y en 2025 haya poco rastro de ello.
Pero el artículo comienza a ponerse interesante en la parte en la que habla de avances que ya han llegado o para los que falta muy poco. Porque en este futuro robótico, los vehículos autónomos ya serían una realidad —y los policías robot para regular el tráfico, también—, así como los asistentes, que no solo servirían para tomar nota de todo aquello que les dictamos, sino que contestarían llamadas e incluso nos ayudarían a organizar nuestra agenda. También habló de que los robots nos sustituirían en la realización de trabajos peligrosos o nos permitirían interactuar de forma remota para diversos cometidos —General Electric ya estaba probando algunos sistemas de este tipo en aquella época—, incluyendo cirugías. Y plantea que estos dispositivos estarían controlados a través una red de telefonía o televisión. También es interesante la mención a un sistema inteligente para analizar compuestos químicos con mucha mayor eficacia de lo que lo haría un humano, lo que abriría la puerta al desarrollo de nuevos fármacos… parece que no iba desencaminado de todo.

Lamentablemente, y en un contexto de posguerra, no se pasan por alto las aplicaciones bélicas. Habla de drones militares como blancos de entrenamiento —seguramente estaba pensando en el Radioplane OQ-2, de 1945, pero mucho más avanzado y autónomo— y de cazas sin piloto; de visión por computador para analizar el terreno y de misiles autoguiados. Lo inquietante es que el tono con el que escribe sobre ello es casi entusiasta. El mismo con el que habla de que un robot se encargue de la casa y nos ayude en nuestra vida cotidiana.
Pero es que Binder va más allá, y ya que los robots serían, por lo general, más fiables que nosotros —todavía flotaba en el aire la idea de que las máquinas eran lógicas e infalibles, a diferencia de los humanos, que nos dejamos llevar por las emociones—, ¿por qué no iban a ocupar puestos en el ámbito de la política o las finanzas? En el mundo de la economía se utilizan, de hecho, sistemas de IA desde hace muchísimo tiempo.
Al mirar con detenimiento los robots de Binder, puede parecer que estaba hablando de algo que no tiene mucho que ver con los sistemas de IA modernos, pero, eliminando la parte estática, las funciones que plantea son las mismas. Los seres humanos hemos soñado con máquinas capaces de desempeñar determinadas funciones durante muchísimo tiempo, y en las últimas décadas estamos consiguiendo crearlas.
Lo que un día fue imaginación, aparece cada vez con más frecuencia en la realidad que estamos viviendo. Tal vez Otto O. Binder no se detuvo demasiado en las posibilidades creativas que podía abrir la IA. Y, en realidad, tiene todo el sentido: lo lógico era pensar que las IA harían todo aquello que nos resulta tedioso, no lo que disfrutamos, pero, como sugería un poco más arriba, si algo caracteriza a los seres humanos… es su falta de lógica a la hora de tomar muchas decisiones.
Bibliografía
Baños, G. (2024). El sueño de la inteligencia artificial. Shackleton Books.
Binder, O. O. (enero de 1957). You’ll own slaves by 1965. Mechanix Illustrated.
Notas:
[1] Como la mayoría sabrá, la palabra robot aparece por primera vez en, de Karel Čapek, aunque el autor siempre atribuyó la acuñación de la palabra a su hermano Josef.
[2] Y no un escritor cualquiera, fue el creador de Supergirl, junto con Al Plastino, y escribió numerosos guiones para Marvel. Tiene en su haber más de 4500 historias, también relatos y novelas.
Sobre la autora: Gisela Baños es divulgadora de ciencia, tecnología y ciencia ficción.