«Ingeniería» viene de «ingenio», y un ingenio desmesurado es precisamente lo que se necesitaba hace alrededor de un siglo para conseguir, con medios muy limitados, desarrollar tecnologías que siguen suponiendo un reto en el siglo XXI… como un robot humanoide.
Y ni siquiera es necesario hablar de replicar las capacidades mentales y de percepción de un ser humano. La complejidad de nuestro sistema musculoesquelético supone un desafío bastante grande a la hora de intentar reproducirlo por medios mecánicos. Conseguir que innumerables sensores, motores y actuadores se coordinen con la naturalidad con la que lo hacemos nosotros ha requerido de décadas de I+D… y ni siquiera hemos conseguido una fluidez comparable a la que nos otorga la biología. Simplemente conseguir control y estabilidad en cuerpo en bipedestación requiere de una capacidad inmensa de procesamiento en tiempo real —y rezar para que no aparezca un obstáculo inesperado o se dé alguna circunstancia imprevista—.
Cuestión aparte es el coste de fabricación, el consumo energético y la autonomía de estas máquinas, su seguridad… Por no mencionar su rentabilidad, a día de hoy, o la posible aceptación que podrían tener por parte de la sociedad.
Eso no quiere decir que no hayamos conseguido muchísimo ya: ahí están ASIMO, Atlas, Optimus o Walker X, desde hace décadas en algún caso —merece la pena repasar los nombres que les han dado a estos robots, la ciencia ficción siempre está más presente de lo que parece—. Sin embargo, aún falta algún que otro salto cualitativo para que todos tengamos uno en casa que nos deje todo limpio como una patena y nos planche la ropa… Porque para eso queríamos robots, ¿no? Para que hagan lo que a nosotros no nos gusta hacer. ¿O también, como a la IA, les vamos a pedir que hagan por nosotros solo las cosas divertidas como bailar, cantar…?
En cualquier caso, construir un robot humanoide relativamente funcional utilizando electrónica moderna puede tener cierto sentido, y es esperable que los resultados sean muy buenos en algunos casos. Ahora bien, intentar hacerlo utilizando motores eléctricos, relés y amplificadores requiere de un optimismo notable. Conseguir, además, asombrar al mundo con el resultado supone una auténtica fantasía.
Bienvenidos a la Feria Mundial de Nueva York de 1939 y a «El mundo del mañana». Os presento a Elektro:
Hagamos la vista gorda respecto a que en aquel momento pensaran que era una buena idea poner a fumar a un robot en un espectáculo familiar… y, sobre todo, no pensemos que Elektro era simplemente una marioneta, porque había mucho más de lo que parecía tras esa exhibición.
Este gigante bonachón de aluminio con chasis de acero medía 2,14 m y pesaba alrededor de 120 kg —solo su «cerebro» se aproximaba a los 30 kg—. Tenía 48 relés, 11 motores, diversos amplificadores, un micrófono e incluso un «ojo eléctrico» —un fotosensor, en realidad— que le permitían traducir u ejecutar hasta 26 instrucciones dadas, a través de la voz, por un operador humano. Entre otras cosas, Elektro podía caminar hacia delante y hacia atrás, inclinar y girar la cabeza, mover las manos, contar con los dedos…
Aunque, evidentemente, no entendía lo que le decían, su mecanismo le permitía detectar y convertir el sonido que entraba por su micrófono —y que tenía que seguir patrones bastante concretos y cerrados— en impulsos eléctricos que, a su vez, se transformaban en impulsos luminosos. Esa luz intermitente activaba un fotosensor, cuya corriente, tras pasar por un sistema de amplificadores, activaba determinados relés que eran los que ejecutaban las instrucciones.
¿Y cómo hablaba y contestaba a las preguntas que le hacían? La síntesis de voz por computador no empezaría a desarrollarse hasta la Segunda Guerra Mundial, así que Elektro contaba con ciertos discursos pregrabados en ¡discos de fonógrafo! que se activaban según la señal que recibía, a la par que determinados movimientos de cabeza, labios y brazos.
Sí, Elektro no dejaba de ser un truco, pero uno bastante elaborado que le debemos a Joseph M. Barnett, Jack Weeks Sr. y Harold Gorsuch, ingenieros de la fábrica de Mansfield de la Westinghouse Electric Company.

El caso es que el truco funcionó, y el robot se volvió tan popular que, en 1940, antes de que cerrara la feria, ya tenía su propia mascota: el perrete Sparko, que podía caminar hacia delante y hacia atrás, sentarse, mover la cabeza, menear la cola y ladrar.
Al clausurarse el evento, ambos eran auténticas superestrellas y empezaron a hacer giras por todo el país. Con el estallido de la Segunda Guerra Mundial, parece ser que Elektro acabó en el sótano de la casa de uno de sus creadores, Jack Weeks Sr., que trató de salvarlo del desmantelamiento —por la escasez de materia prima y componentes durante el conflicto, ya que todo se destinaba al esfuerzo bélico—. Parece ser que, durante aquellos años, se convirtió en el mejor amigo del hijo de ocho años del ingeniero. Tras la guerra, Elektro y Sparko volvieron a la escena pública y llegaron incluso a promocionar, en su momento, el estreno de la película Ultimátum a la Tierra. Elektro incluso hizo una aparición estelar en una película de serie B: Sex kittens go to college (1960).
La historia de Elektro y Sparko podría considerarse, de alguna manera, la de dos juguetes rotos —literalmente en este caso— desde sus años de gloria en la Feria Mundial de Nueva York hasta sus últimas apariciones. Se piensa que Elektro acabó decapitado, su cabeza en manos de uno de sus creadores originales, Harold Gorsuch, y el resto de sus piezas desperdigadas. Y aquí entra en escena aquel niño que había jugado con él en el sótano de su casa. Cuando Jack Weeks Jr. vio a su viejo amigo en el cine, trató de rescatarlo y buscarle el lugar que se merecía en un museo, sin conseguirlo. Lo que si hizo, como el ingeniero en que se convirtió ya de adulto, siguiendo los pasos de su padre, es construir una réplica para el Mansfield Memorial Museum de Ohio.

Fuente: Dominio público/Daderot.
¡Por cierto… se me olvidaba el crossover! Es posible que en algún momento de la primavera de 1940, Elektro recibiera a un invitado muy especial: el 26 de mayo de 1940, un jovencícismo Isaac Asimov pasó el día en la Feria Mundial de Nueva York —en lo que fue una de sus primeras citas románticas, con una de sus compañeras de clase de química orgánica—. ¿Es posible que visitara a Elektro y que de allí le surgiera alguna inspiración? Curiosamente, Robbie, el primero de sus relatos de robots positrónicos, no se publicó hasta septiembre de ese mismo año.
Bibliografía
Asimov, I. (1995). I. Asimov. A memoir. Bantam Books.
Bales, R. (2025). The history of Elektro of Westinghouse. History Computer. https://history-computer.com/inventions/elektro-of-westinghouse/
Baños, G. (2022). Elektro, ¡una celebridad robótica! Curso de robótica y programación. Luppa Solutions y EMSE Publishing.
Marsh, A. (2018). Elektro the Moto-Man Had the Biggest Brain at the 1939 World’s Fair. IEEE.
Radio-Craft (agosto de 1939). Elektro—The Moto-Man. Radio-Craft.
Sobre la autora: Gisela Baños es divulgadora de ciencia, tecnología y ciencia ficción.
