El geólogo beato

Fronteras

Si comprobamos el santoral del día 25 de noviembre vemos que una de las celebraciones es la del Beato Nicolás Steno. Nacido en Copenhague en enero de 1638 bajo el nombre de Niels Steensen, decidió seguir con la costumbre de la época de latinizar su nombre durante sus estudios universitarios de anatomía. Pero, a pesar de los grandes descubrimientos médicos que realizó, quienes le veneramos brindando en su nombre cada mes de noviembre somos las personas profesionales de la Geología.

Litografía con el retrato de Nicolás Steno, realizado por J. P. Trap en 1868 a partir de una pintura original realizada en vida del científico. Fuente: Wikimedia Commons

Su pasión por la Geología nació por casualidad. Resulta que, tras convertirse en un anatomista famoso en toda Europa, Steno acabó llegando en 1665 a Florencia, donde entró a formar parte de la mayor institución científica de la época. Pero, por aquel entonces, ya estaba desencantado de la medicina, cuyos tratamientos tradicionales consideraba “peor que inútiles”. Sin embargo, un año después, tuvo la oportunidad de cambiar su campo de estudio.

Unos pescadores habían capturado un tiburón gigante en las costas de Florencia y Steno fue el elegido para realizar su disección. Entonces, recordó una de sus pasiones ocultas durante su época de estudiante universitario. Todo comenzó por la afición de su tutor de anatomía en Copenhague, Thomas Bartholin, de coleccionar unas extrañas rocas llamadas glossopetrae, traducido como “lenguas de piedra”, que se suponía que tenían propiedades curativas y que mostró en repetidas ocasiones a Steno. Así, mientras estudiaba los restos del tiburón, se dio cuenta de la semejanza entre las extrañas piedras y los dientes del escualo, dejando por escrito su convencimiento de que las glossopetrae eran antiguos dientes de tiburón petrificados. Bueno, lo dijo de manera suave y en condicional, que tampoco quería meterse en líos con las autoridades eclesiásticas de su época.

Dibujo de Nicolás Steno de los dientes fósiles de tiburón conocidos como glossopetrae, publicado en el tratado “Elementorum myologiae specimen, seu musculi descriptio geometrica. Cui accedunt canis carchariae dissectum caput, et dissectus piscis ex canum genere”. Fuente: Dominio público

Pero su interés por el conocimiento geológico no se detuvo ahí. Las observaciones realizadas en los dientes de tiburón le llevaron a proponer un origen para esas conchas marinas petrificadas que se encuentran en las montañas. Steno concluyó que las partes duras de los organismos marinos debieron enterrarse en un barro blando en el fondo del mar y que, tras el paso del tiempo, tanto el barro como los restos orgánicos se endurecieron a la vez, formando así las rocas y los fósiles que contienen. Incluso, dejó caer que esos materiales podrían haberse desplazado desde su lugar de origen después de petrificar. Aunque otra vez lo dijo en condicional y de manera un poco velada, porque estaba sentando las bases de la fosilización, la tectónica de placas y las dimensiones del tiempo geológico en una época en que la Tierra se había formado tal y como la vemos hoy en día y apenas tenía una edad de poco más de 4000 años. Sin duda, podría haberse metido en un buen lío con esas afirmaciones.

Su prudencia en sus publicaciones de índole naturalista le permitieron tener cierta libertad para realizar salidas de campo observando todo lo que le rodeaba, buscando más explicaciones en el ámbito de las Ciencias de la Tierra. Así, en 1668 publicó un pequeño tratado que le convirtió en el primer padre de la Geología y que, aún hoy en día, presenta varias de las bases de nuestra ciencia, el “De solido intra solidum naturaliter contento dissertationis prodromus”, traducido como “Discurso preliminar de una disertación sobre los cuerpos sólidos de manera natural contenidos en un sólido”.

Portada del tratado “De solido intra solidum naturaliter contento dissertationis prodromus” de Nicolás Steno. Fuente: Wikimedia Commons

En este tratado se recogen los conocidos como “tres principios de Steno” y que son fundamentales para entender una de las principales disciplinas de la Geología, la Estratigrafía. Esta disciplina se dedica a estudiar las rocas sedimentarias, es decir, aquellas formadas a partir del endurecimiento del barro, la arena o los fragmentos de otras rocas previas y que se disponen formando capas o láminas que se llaman estratos. De esta manera, podemos conocer la historia geológica de un antiguo ambiente de depósito sedimentario, tales como el fondo marino o un lago.

Rocas sedimentarias presentes en la playa de Sopelana, Bizkaia, en las que se pueden aplicar los principios de estratigrafía de Steno para reconstruir su historia geológica: los estratos más antiguos están en la parte inferior de la columna (a la izquierda de la fotografía), los estratos están inclinados por un proceso compresivo (según la dirección de las flechas) y la continuación superior de los estratos está interrumpida por un proceso erosivo más reciente. Foto: Blanca María Martínez

El primer principio de Steno es el de la superposición de los estratos. Indica que, en una secuencia normal de estratos depositados unos encima de los otros, las capas de rocas de la parte inferior son más antiguas que las que se encuentran en la parte superior. Así, introdujo la ordenación temporal de los fósiles como herramienta para comprender la historia geológica de nuestro planeta.

El segundo principio es el de la horizontalidad original de los estratos. Quiere decir que, inicialmente, las capas de sedimento se depositan horizontales. De tal manera que, si hoy en día encontramos esos estratos inclinados, es que han sufrido algún proceso posterior a su formación que los ha movido. Vamos, que dejó caer que existe una tectónica de placas que modifica el estado original de los estratos, siglos antes de conocer la existencia de las propias placas tectónicas.

Y el tercer principio es el de la continuidad lateral de los estratos. Se refiere a que las capas de rocas se van a extender en la horizontal hasta que encuentren un obstáculo que las detenga, como, por ejemplo, el borde de un lago. De esta forma, podemos reconstruir la distribución de los medios sedimentarios antiguos e, incluso, identificar procesos que alteren las dimensiones de los depósitos originales, como eventos de erosión o fracturas del terreno.

Por si os lo estáis preguntando, al final del tratado Steno intenta curarse en salud relacionando estas revoluciones científicas con las enseñanzas bíblicas, para evitar, de nuevo, meterse en líos. Pero aquí entra lo más curioso. Mientras escribía este documento, Nicolás empezó a interesarse por la religión católica, llegando a convertirse en sacerdote en 1675. En sus últimos años de vida, se retiró de la ciencia y se dedicó por completo a la labor misionera, muriendo “en olor de santidad” en 1686.

Beatificado en 1988, Nicolás Steno sigue siendo un referente para todas las geólogas y geólogos que estudiamos sus principios en clase, los aplicamos en el campo y le pedimos inspiración mientras redactamos nuestros artículos científicos. Incluso, en 2012 Google le dedicó un precioso doodle por el 134º aniversario de su nacimiento. Así que seguiremos brindando en su nombre cada 25 de noviembre.

Doodle de Google del 11 de enero de 2012 en honor a Nicolás Steno. Fuente: Google Doodles

Agradecimientos:

A mi colega y amiga Jone Mendicoa por darme la idea de escribir este artículo sobre el gran padre de la Geología. Como ves, no he podido dejar pasar la oportunidad de incluir en el texto la frase que más te gusta de Steno y que nos descubrió el catedrático jubilado de la EHU Victoriano Pujalte.

Sobre la autora: Blanca María Martínez es doctora en geología, investigadora de la Sociedad de Ciencias Aranzadi y colaboradora externa del departamento de Geología de la Facultad de Ciencia y Tecnología de la EHU

1 comentario

  • Avatar de Rawandi

    «lo dijo de manera suave y en condicional, que tampoco quería meterse en líos con las autoridades eclesiásticas de su época. (…) una época en que la Tierra se había formado tal y como la vemos hoy en día y apenas tenía una edad de poco más de 4000 años.»

    Eso confirma que la interpretación literal de la Biblia ha sido la práctica tradicional dentro del cristianismo, desmintiendo así a ciertos apologetas actuales, tanto católicos como protestantes, que pretenden que el literalismo bíblico es un invento reciente.

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