Joaquín Sevilla
De vez en cuando salta a los medios de comunicación un caso de fraude científico y siempre resulta sorprendente. Claro que sabemos que las personas que se dedican a la ciencia son humanas y por tanto sujetas a las mismas debilidades que cualquier otra persona, pero hay cierto tipo de debilidades que resultan especialmente incómodas. Nos resulta especialmente repulsivos las violaciones relacionadas con la profesión del delincuente: un pirómano de profesión bombero, un delincuente sexual sacerdote o, el caso que nos ocupa, un mentiroso de profesión científico.
El fraude científico existe, existe desde siempre y hay casos entre los científicos más famosos. Hay fundadas sospechas de que Ptolomeo hizo pasar por suyos datos astronómicos que en realidad eran de Aristarco de Samos (ref 1). Recientemente ha ingresado en prisión Dong-Pyou Han, un investigador en vacunas, condenado por inventar datos en experimentos sobre la vacuna contra el VIH (ref 2, 3). Los casi 2000 años que separan estos sucesos han estado salpicados de otros muchos casos. Parece ser que Millikan eliminaba de su cuaderno de laboratorio las observaciones que no le interesaban, Mendel y sus guisantes también han resultado polémicos, incluso hay dudas sobre si Galileo realizó realmente los experimentos que relata en sus textos. Hay casos clásicos, como el del hombre de Pitdown, un fósil que se hizo pasar por el eslabón perdido en la evolución entre el hombre y el mono cuando realmente era un engendro creado con trozos de cráneo humano y de chimpancé (ref 6). Hay multitud de casos bien documentados, así como diversas compilaciones (ref 4, 5).
Repuestos de la sorpresa inicial y convencidos de que de vez en cuando aparecen casos de fraude científico, el siguiente paso es suponer que esos casos son relativamente anecdóticos. Probablemente se trate de unas pocas manzanas podridas en un ambiente fundamentalmente honesto. Sin embargo la evidencia empírica parece dejar claro que no es este el caso. Según algunos estudios (ref 7), un tercio de los científicos admite realizar algún tipo de malas prácticas y uno de cada 50 admite falsificar o inventar resultados, una de las peores prácticas imaginables. Estos resultados están en la misma línea de otros publicados con anterioridad (ref 8) en los que se elevaba al 72% el nivel de incidencia de algún tipo de malas prácticas científicas. Es interesante notar que cuando se pregunta por las malas prácticas que uno conoce de los compañeros los números salen bastante más altos que cuando se pregunta por las propias.
Con independencia de los detalles finos, este tipo de estudios deja claro que el modelo de unas pocas manzanas podridas en un entorno fundamentalmente honesto no se sostiene. Unas prácticas en las que incurre entre el 66% y el 72% de un grupo no se puede considerar una rareza; esos números más bien sugieren que estamos más ante una característica que ante una enfermedad. Sin embargo, habrá quien piense que no puede haber una zona de incertidumbre tan grande ya que la ciencia bien hecha sigue un proceso establecido bien definido como es el método científico. Según esa imagen el método científico es como una máquina de hacer chorizos que, si se alimenta con el material adecuado (observaciones y experimentos) y se le da vueltas correctamente a la manivela (hipótesis, deducción, comparación con el y vuelta al comienzo), lleva inexcusablemente al resultado deseado: conocimiento científico certificado. Esa visión del método científico es demasiado simplista y fundamentalmente incorrecta. Lamentablemente no existe un método científico normativo que proporcione una certificación (ref 9), un criterio de demarcación definido entre lo que es científico y lo que no lo es. Tampoco se puede recurrir a otros criterios sencillos del tipo “es ciencia lo que haya sido publicado en revistas de alta calidad con revisión por pares”. Los pares que revisan los artículos vigilan un cierto tono general de sensatez de lo que se publica pero no repiten con sistemática los resultados propuestos para publicación. De hecho, como veremos más adelante, se publican por estos cauces “oficiales” de la ciencia multitud de errores y falsedades.
Queda pues planteado el problema, no disponemos de ninguna criba que nos separe el grano de la paja: la ciencia bien hecha de la que se ha generado con mala praxis. Por otro lado, comportamientos calificables como mala praxis en algún sentido u otro afectan a la mayoría absoluta de los científicos. Para comprender como es esto posible, y por qué no elimina la validez de la ciencia (o en qué medida si lo hace) necesitamos un modelo más complejo de la actividad científica y de la mala praxis en la misma. Esto es lo que se pretende desarrollar en los próximos capítulos de esta miniserie sobre el fraude científico.
Referencias:
(ref 1) Astronomy &Geophysics (April-May 1997) 38 (2): 24-27. doi: 10.1093/astrogeo/38.2.24
(ref 2) Nature 523,138–139 (09 July 2015) doi:10.1038/nature.2015.17660
(ref 3) «Ex-scientist sentenced to prison for academic fraud» USA Today July 1, 2015 Es interesante como en este titular “expulsan” al condenado de la profesión de científico, como si el fraude fuera incompatible con el título de “científico”.
(ref 4) «LAS MENTIRAS DE LA CIENCIA» Federico di Trocchio. Alianza Editorial, 1993
(ref 5) Pablo C. Schulz e Issa Katime «Los fraudes científicos» Revista Iberoamericana de polímeros Vol 4(2), Abril 2003
(ref 6) Piltdown man (Wikipedia)
(ref 7) A Scientist’s Worst Nightmare, Neurobonkers feb 17, 2012 La infografía ahí incluida contiene multitud de referencias, algunas de las cuales se analizan en el texto citado.
(ref 8) Fanelli D (2009) How Many Scientists Fabricate and Falsify Research? A Systematic Review and Meta-Analysis of Survey Data. PLoS ONE 4(5): e5738. doi:10.1371/journal.pone.0005738
(ref 9) “Ni las teorías científicas son falsables, ni existe el método científico”. César Tomé López. Experientia Docet, Naukas, 2 de octubre de 2014
Sobre el autor: Joaquín Sevilla es doctor en ciencias físicas y profesor titular de tecnología electrónica en la Universidad Pública de Navarra donde, además, se encarga de enseñar sobre aspectos básicos de investigación en el máster en ingeniería de telecomunicación.
Nota:
La serie “Fraude científico” tiene su origen en una lección que impartió Joaquín Sevilla en el curso de verano “Los demonios de la ciencia: Educando en (con)ciencia” organizado por Ikerbasque y la Cátedra de Cultura Científica dentro del programa de 2015 de los Cursos de Verano de la UPV/EHU en San Sebastián.
La serie está compuesta por las siguientes cinco anotaciones:
(I). Una primera aproximación.
(II). La difusa frontera de la deshonestidad.
(III). Profundizando en los dos tipos de fraude.
(IV). Algunas consecuencias.
(y V). Resumen y conclusiones.
Fraude científico (I). Una primera aproximación
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Fraude científico: Una primera aproximación | Boletín BoCES
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Esteban
Fantástica entrada. Ahora que creo que habría que incluir también aquellos científicos que alimentan la ilusión de que hacer ciencia va a cambiar el panorama industrial del país. El tecnooptimismo es una forma de fraude. Los políticos, sobre todo de países en desarrollo, se han apuntado a esta moda. Hagamos ciencia, generemos patentes y cambiemos la matriz productiva. Y ponen como modelo a Corea, sin contarnos que Corea funcionó como dictadura durante muchos años que imponía por decreto porcentajes de exportación. Cuando en el CV científico empiezan a valorar patentes todo el mundo se esfuerza en patentar cualquier cosa a sabiendas de que no va a valer para nada. ¿No es eso una cierta forma de fraude?
Joaquín
Si es una forma de fraude, pero de fraude político, no científico. Una cosa es cómo la ciencia genera su conocimiento y otra el uso que se hace de ello… Vale, es verdad que no son enteramente separables y que los científicos no están completamente exentos de responsabilidades políticas. Aún así, en mi opinión, son cuestiones esencialmente distintas.
Muchas gracias por el comentario, Joaquín
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Fraude científico | Enchufa2
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Eduardo
Joaquín, la criba es natural ya que los descubrimientos (especialmente si son grandes) fraudulentos salen a la luz y no conducen a nada. Los peores son auqellos que se llevan a cabo en condiciones que están al borde de lo»aceptable» ya que se traducen en tiempo gastado en reproducirlos, además de que muchos nunca se hacen públicos.
Hitos en la red #82 – Naukas
[…] a las tripas de la parte menos bonita de cómo se hace ciencia hoy día. Los podéis ver aquí: Fraude científico (I). Una primera aproximación, (II) La difusa frontera de la deshonestidad, (III) Profundizando en los dos tipos de fraude, (IV) […]
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Dragovich
Desde mi punto de vista todo el mundo quiere Fama y dinero! La verdad que a muy pocas personas les importa el Conocimiento Puro! Todos pelean por un Prestigio…, aunque sea robado. Si realmente le interesara el Saber a las grandes instituciones apoyarían la cultura en todos los niveles sociales. Pero no es así y yo mismo lo tengo comprobado. Yo mismo he perdido descubrimientos que han sido publicados! El ladronismo existe en todos los rincones de la Sociedad Humana! Recordemos que cuando Einstein publicó su trabajo, hubo otro individuo que se quejó alegando que lo que Einstein decía eran sus ideas! Pero no se hizo una investigación! Mi pregunta es porqué? El Plagio es un delito de siempre. Debemos tomar en cuenta que las personas que gozan de mejor posición social sacan siempre ventaja con las de menores posibilidades. Esto es: si yo puedo publicar un trabajo porque tengo más facilidad que alguien, y veo la oportunidad de robar alguna idea que pertenece a ese alguien que tal vez nunca pueda publicarla…, lo hago yo. Así funciona la sociedad desde milenios; nada nuevo. Lo que sí es esporádico son los pocos casos que se descubren e investigan a fondo! Por ello se nos hace «raro» oír un fraude científico. El fraude científico es tan antiguo como la religión. Eso sí, Galilei fue un auténtico científico!
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