Este texto de JM Mulet apareció originalmente en el número 14 (2013) de la revista CIC Network y lo reproducimos en su integridad por su interés.
Uno de los temas que más controversia despierta en Europa en los últimos tiempos es el de la biotecnología verde y dentro de ella, las temidas plantas transgénicas. Decía Carl Sagan que, «vivimos en una sociedad profundamente dependiente de la ciencia y la tecnología y en la que nadie sabe nada de estos temas. Ello constituye una fórmula segura para el desastre». Y en este tema se puede ver lo proféticas que fueron las palabras de Sagan.
Cualquier nueva tecnología tiene unos inicios inciertos en los que despierta recelos y reticencias. A este aparente rechazo o precaución ayuda el hecho de que tiene un precio muy elevado que hace que solo sea accesible a un sector muy minoritario de la población. A medida que se va perfeccionando, los costes se abaratan y esta tecnología es cada vez más accesible y va siendo utilizada por más gente, hasta que se traspasa un punto de no retorno en el cual ya somos absolutamente dependientes de esta tecnología y no podemos vivir sin ella. ¿Cuántos en su día dijeron que nunca utilizarían un teléfono móvil porque era un innecesario capricho de ricos y ahora viven pegados a él? ¿Cuántos decían que nunca utilizarían Internet por ser propiedad del ejército estadounidense y hoy lo primero que hacen al levantarse es mirar el diario digital y leer los emails? Con los transgénicos ha pasado algo parecido, pero ha sido una revolución silenciosa. El punto de no retorno lo cruzamos hace mucho tiempo. Hoy en día sería imposible vivir sin las plantas transgénicas ni sus productos derivados, puesto que hacen el algodón de la ropa, los billetes de euro y el material sanitario. También el pienso del ganado es mayoritariamente soja y maíz transgénico, por lo que sin él, la carne subiría de precio y bajaría en calidad.
A nivel científico no existe ningún debate sobre el tema. No hay científicos con un mínimo conocimiento sobre biotecnología vegetal que cuestionen esta tecnología. No obstante, a nivel social pasa como con el tema del cambio climático. La evidencia científica y el consenso científico está de acuerdo, pero cuando aparece una voz disonante desde el campo de la ciencia, disfruta de una gran cobertura mediática, sin que nadie cuestione si es tan experto como alega o si los resultados que muestra son válidos. Esto crea la apariencia de un debate que en realidad no existe.
En septiembre de 2012, muchos medios reprodujeron la noticia de que un ‘científico’ (utilizar este apelativo con Seralini es ser muy generoso) francés había demostrado que el consumo de maíz transgénico producía tumores en ratas de laboratorio. A pocos de los medios que recogieron esta noticia les llamó la atención que esta variedad lleva 15 años utilizándose para alimentación animal sin que se haya observado ningún efecto adverso ni advirtieron los evidentes errores metodológicos que fueron denunciados a los pocos días. Sin embargo, todos los días aparecen artículos de investigación en revistas científicas especializadas anunciando nuevas variedades de plantas transgénicas con nuevas aplicaciones, que han superado todos los filtros científicos y se publican en medios de mucha más calidad que el artículo de las ratas con tumores (que se publicó en una revista menor) y no merecen ni una miserable línea en los medios de comunicación. De hecho, si consideramos una perspectiva histórica, las plantas transgénicas han sido la tecnología agrícola que ha tenido una aceptación y una implantación más rápida en toda la historia de la humanidad. Ahora mismo estamos viviendo una revolución verde, pero no ha sido la primera.
Dentro de la biotecnología vegetal y de la historia de la agricultura se habla de tres revoluciones verdes. La primera sucedió en el Neolítico y fue la que supuso el nacimiento de la agricultura. Los humanos paleolíticos eran nómadas que vivían como cazadores recolectores y que, ocasionalmente, se peleaban con otras tribus. En diferentes lugares diversos grupos humanos se dan cuenta de que es más cómodo buscar un asentamiento fijo y, en vez de depender de los animales salvajes y de las plantas silvestres, seleccionar aquellas que fueran más interesantes y plantarlas. Este fue el paso decisivo para la transición del paleolítico al neolítico. Si la escritura marca el inicio de la historia, la agricultura marca el inicio de la civilización. De hecho, las primeras civilizaciones que triunfan, correlacionan con las que se asientan en lugares más fértiles o que desarrollan mejores sistemas de gestionar los alimentos, como Mesopotamia y Egipto, muy vinculadas a los ríos que fertilizaban las tierras y permitieron acumular un excedente agrícola. La primera revolución verde marcó el nacimiento de la agricultura y también de la biotecnología, puesto que aprendimos a seleccionar las mejores semillas para dar lugar a mejores plantas, seleccionando mutaciones que en la naturaleza no tendrían posibilidades de tener éxito. Domesticar una planta y hacer que fuera más productiva, suponía un poder semejante a dominar el fuego. El esplendor de los mayas está muy vinculado a la domesticación del teosinte para crear el maíz, de la misma forma que su declive se debe a una larga sequía. Otras técnicas biotecnológicas de esta primera revolución verde fueron las hibridaciones o cruces forzados entre dos especies distintas que sirvieron para crear plantas que en la naturaleza nunca hubieran existido como el trigo o la mayoría de los cereales que conocemos actualmente. También los primeros injertos, y por tanto la capacidad de tener dos tipos de frutas diferentes en un mismo árbol, provienen de esta revolución.
Todos estos inventos básicos (hibridaciones, selección artificial e injertos) fueron tan efectivos que esa primera revolución verde estuvo vigente hasta mediados del siglo XX. Por mucho que ahora parece que se glorifique la agricultura del pasado, conviene recordar que era una actividad muy ineficiente y tremendamente contaminante. Por ejemplo, el sistema de cultivo de los antiguos mayas era la milpa, sistema en el que se deforestaba un trozo de selva para sembrar maíz, frijol y calabaza. Cuando se agotaba el suelo, lo solucionaban deforestando otro trozo de selva. De hecho, si los mayas hubieran tenido una agricultura eficiente hubieran podido hacerle frente a la sequía y no se hubieran extinguido. Estrategias igualmente ineficientes se desarrollaban en otras partes del mundo.
A mediados del siglo XX se vio claramente que la población continuaba creciendo, pero la producción de alimentos no lo hacía al mismo ritmo. Eso impulsó a numerosas instituciones, públicas o privadas, a hacer un esfuerzo en investigación para tratar de desarrollar formas de agricultura más eficientes. Aunque la segunda revolución verde se hizo gracias al esfuerzo de muchas personas, destaca Norman Borlaug, que trabajando en México con un equipo de colaboradores locales desarrolló nuevas variedades de trigo. Originalmente hicieron frente a las royas, una plaga del trigo que causaba estragos. Después de los primeros éxitos lograron desarrollar variedades más productivas. El truco fue seleccionar aquellas que tenían el tallo más corto, por lo que acumulaban más nutrientes en el grano y producían menos parte no aprovechable para alimentación humana. Años más tarde, gracias a los avances en biología molecular, se descubrió que lo que seleccionaron fueron mutaciones espontáneas en la ruta de biosíntesis de las giberelinas, una hormona vegetal que se encarga de regular el crecimiento de la planta. Estas variedades consiguieron que México fuera autosuficiente en producción de trigo en 1956.
Luego fueron exportadas a todo el mundo y se siguen utilizando en la actualidad. Últimamente diferentes grupos ambientalistas dicen que la segunda revolución verde fue una catástrofe ambiental y que no ha servido para eliminar el hambre en el mundo. Estas afirmaciones no se sostienen si analizamos los datos. Norman Borlaug es el hombre al que más personas le deben la vida, mucho más que el descubridor de cualquier medicamento. Hoy en día está comiendo más gente que en cualquier época anterior y el porcentaje de gente que pasa hambre también es el menor que en cualquier momento de la historia. Independientemente de la alimentación, si no hubiera existido la segunda revolución verde ya nos hubiéramos cargado el planeta. Como ejemplifican las milpas mayas, si el sistema no es eficiente, la caída de producción se compensa usurpándole terreno a la naturaleza y utilizándolo para la agricultura. Para hacernos una idea, en el año 1900 en Estados Unidos hacía falta entre 35 y 40 horas de trabajo para producir 100 bushels de maíz. Hoy solo se necesitan 2,5 horas de trabajo y un acre de tierra para conseguir la misma cantidad.
En los años 80 llegó la tercera revolución verde. Años antes, Cohen y Boyer habían conseguido coger un trozo de ADN de un virus y meterlo en una bacteria, dando lugar al nacimiento de una nueva disciplina científica, la ingeniería genética. Era cuestión de tiempo que la tecnología se afinara para permitir que ese intercambio de genes se diera en plantas. Se descubrió de forma casi simultánea, utilizando tres técnicas diferentes y dos plantas diferentes en los laboratorios de investigación de la empresa Monsanto en San Louis (Missouri) y las universidades de Gante, en Bélgica y de Washington en Estados Unidos. Este doble descubrimiento explica en gran parte la idiosincrasia actual de esta tecnología. En Europa las plantas transgénicas se vieron como una herramienta para estudiar la fisiología y la biología molecular de las plantas y así se siguen utilizando hasta ahora en la mayoría de universidades y centros de investigación.
Monsanto lo vio como una idea comercial y se puso a desarrollar productos para que salieran al mercado. Ninguna empresa europea se interesó demasiado por esta tecnología (a pesar de que algunas como Unilever la utilizaban en levaduras). Cuando Monsanto tuvo la primera variedad lista para exportar, a las multinacionales europeas les entraron los miedos a que arrasara el mercado. Por eso vieron con buenos ojos que la política europea fuera restrictiva en el tema de los transgénicos. No era más que una medida proteccionista disfrazada de principio de precaución o de defensa medioambiental. El problema ha sido que cuando ya se han puesto al día, la ley se les ha vuelto en contra. Hace pocos meses la empresa alemana BASF tuvo que mover toda su división de biotecnología a Estados Unidos y cambiar la estrategia de desarrollo de productos para cubrir las necesidades del mercado americano puesto que veía imposible conseguir la autorización de sus productos para el mercado europeo.
Con la perspectiva que nos dan los 17 años desde que salieron al campo las primeras plantas transgénicas, hay algunas ventajas que son incuestionables. Cada cosecha ha superado a la anterior en superficie y producción en porcentajes de dos dígitos. La principal potencia en producción y consumo es Estados Unidos, que sigue un modelo privado, sin embargo la segunda es Brasil, que desarrolla los transgénicos en base a un modelo público. En el 2013 por primera vez, hubo más hectáreas sembradas en países en desarrollo que en países desarrollados y los últimos en apuntarse han sido Cuba y Sudán. No obstante esta revolución no esta concluida, sino que no ha hecho más que empezar. A diferencia de otras generaciones anteriores, aquí se han dado diferentes generaciones dentro de la misma revolución.
Las plantas transgénicas de primera generación son las que ahora mismo están en el mercado. El efecto beneficioso se consigue con la inclusión de un único gen en el genoma y por eso fueron las primeras en desarrollarse, por ser las más fáciles. Entre ellas tenemos las plantas resistentes a insectos, a herbicidas o a determinados virus. Estas variedades benefician principalmente al agricultor haciéndole más fácil su trabajo. Para el consumidor la variedad transgénica es indistinguible de la que no lo es y solo nota una reducción en el precio. Pero por poner un ejemplo, en Argentina el coste de producción de la soja no transgénica era de 78 dólares/Ha en herbicidas. Hoy gastan solo 37 dólares/Ha, a lo que hay sumar el ahorro en emisiones de CO2, horas de trabajo y fertilizantes, ya que la soja resistente a herbicidas permite la siembra directa, que consiste en poner las semillas sobre los restos de la cosecha anterior y utilizarla como fertilizante.
La segunda generación son las plantas que la modificación altera sus cualidades organolépticas, físico-químicas o nutricionales. Esta está en el laboratorio o en ensayos de campo y en breve saldrán al mercado. Estas plantas han sido más laboriosas puesto que en su desarrollo muchas veces ha hecho falta introducir más de un gen como en el arroz dorado. Este arroz contiene provitamina A y está pensado para distribuirse libre de patente en los países cuya alimentación se basa en el arroz y donde el déficit endémico de vitamina A produce ceguera infantil. Se ha conseguido añadiendo genes de Narciso y de la bacteria Erwinia uredovora. En otras plantas lo que interesa no es añadirle genes, sino añadir algo que haga que uno o varios genes no funcionen como en el trigo apto para celíacos que han desarrollado en el Instituto de Agricultura Sostenible de Córdoba. Aquí se ha añadido un gen que codifica un ARN que interfiere con los genes que expresan las proteínas del gluten que causan los problemas en los celíacos. Entre los proyectos en desarrollo tenemos carne de cerdo baja en colesterol, tomates ricos en antioxidantes y muchos otros. En estos transgénicos el beneficio es directamente observable por el consumidor. Cuando los transgénicos de esta segunda generación lleguen al mercado, empezaran a acabarse las reticencias que tenemos en Europa. Alguien puede permitirse el lujo de pagar algo más por un alimento por el hecho de no ser transgénico, pero si les dicen a los padres de un niño celíaco que si se utiliza trigo transgénico puede encontrar más variedad y a un precio similar a los alimentos convencionales, la mentalidad cambiará.
Por cierto, que esta tecnología no se utiliza solo para alimentación. Al margen del algodón y de la soja y el maíz que se utiliza para piensos, hay aplicaciones más curiosas. En Europa la empresa Florigene comercializa claveles y rosas azules que son transgénicas. También tenemos plantas que expresan proteínas fluorescentes de medusa, que tiene muchas aplicaciones al margen de la meramente decorativa. Marcar proteína con fluorescencia es una herramienta básica en biología molecular para descifrar cómo funcionan las proteínas dentro de la célula, dónde se localizan, cómo se procesan, etc., también se han modificado bacterias para que expresen esta proteína en presencia de explosivos, por lo que sirven para limpiar campos de mina y minimizar el riesgo para los artificieros.
En definitiva, la biotecnología verde es tan antigua como la civilización. Gracias a su nacimiento durante la primera revolución verde no estamos huyendo de los leones. La segunda revolución permitió que millones de personas no murieran de hambre y la tercera nos está permitiendo, por una parte, que menos gente pase hambre y por otra, ahorrarle al medio ambiente millones de toneladas de pesticidas y emisiones de CO2. Esto es solo el principio. Dentro de poco veremos cómo mejora la vida de gente con intolerancias alimentarias, con alimentaciones deficientes o cómo los alimentos comunes ayudarán a mejorar nuestra salud y más cosas que están por venir que ahora ni nos imaginamos. No tengo ni idea de cómo será la 4ª revolución verde, pero de momento a la 3ª todavía le queda mucho recorrido y alguna que otra generación.
José Miguel Mulet es licenciado en química y doctor en bioquímica y biología molecular por la Universidad de Valencia. Del 2003 al 2006 trabajó en la Universidad de Basilea (Suiza). Actualmente es profesor de biotecnología en la Universidad Politécnica de Valencia (UPV) y dirige una línea de investigación en el Instituto de Biología Molecular y Celular de Plantas, centro mixto del CSIC y la UPV, y es director del Master en Biotecnología Molecular y Celular de Plantas. Autor de los libros Los Productos Naturales ¡vaya timo! y Comer sin miedo.
Edición realizada por César Tomé López a partir de materiales suministrados por CIC Network
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“Biotecnología verde, revoluciones y generaciones”
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Diego
yo creo que siendo siete millones de almas en este mundo, no necesitamos mas comida para ser mas gente porque ya somos demasiados….y el problema es de distrubución, no de disponibilidad de alimentos… Me parece que el autor es demasiado positivo en cuanto al poder politico de la biología. Otra cosa que no menciona es el problema de dejar que estos temas los gestionen entidades privadas con sus secretos patentados, o publicas y transparentes…es mi humilde opinión.
laura
Por ahora los transgénicos no han solucionado el hambre en el mundo, y no creo que lo hagan, cada vez en los países desarrollados se produce mas y se desperdicia todavía mas, el problema parece que no es la cantidad producida sino la gestión o intereses en la distribución.
inteliegencia corporativa
Excelente post ,pero a mi modo de ver excesivamente entusiasta por las bonanzas de los transgenicos ,muy bien arguementado en relación a las transformaciones historicas y revoluciones alimentarias ,pero como aprendiz aficionado que soy de seguridad alimentaria ,en el no se comenta para nada la existencia de semillas «terminator ,que sin lugar a dudas los autores del articulo tambien conoceran .
jklñ
Qué bonito todo, nadie tiene intereses económicos ni afán de comprometer futuras cosechas, tampoco arruinan economías locales, ni se expropia, no hay control de precios y patentes, no existen niños «banderileros», poblaciones agrícolas desplazadas, dependencia económica a un cultivo, gobiernos derrocados… qué bonito todo, qué ignorante es la gente. Le invito a conocer Paraguay o ciudades como Rosario, podía haber hablado del modo de implantación en los mercados de los productos transgénicos y las miserias que produce, como decía, qué ignorante es alguna gente. Quiero pensar que es sólo ingenuidad, de otra forma, cuánta mala intención. La critica no es al producto transgénico.
Tojeiro
Muchos de los comentarios que veo van de los palos del malgasto de alimentos. Voy a comentar algo a ese respecto, ¿ siendo un problema la distribución de alimentos desigual en el mundo, implica eso que los avances en biotecnología agrícola no nos pueden hacer la vida mas sencilla, preocuparnos menos por cosas tan «triviales» como morir de hambre o enfermedad ? No es una ayuda a evitar esa desigualdad eliminar las barreras tecnológicas a las que tienen que hacer frente las poblaciones con menos recursos.
Un símil, «no se puede dejar la energía en manos de las multinacionales del crudo, que cada uno se haga su pozo petrolífero libremente». Yo a eso digo, crea tecnología fotovoltaica e independiza a la población de un vector energético que precisa de altas inversiones de explotación.
Algunos dirán que las empresas privadas son quienes copan las patentes de biotecnología, y eso evita que puedan llegar al gran publico y tener precios asequibles. A eso yo asevero, si no hay inversión publica en investigaciones sin animo de lucro (si, sin amiguismos, simplemente por el bien común ) las empresas privadas patentarán todo lo básico.
No demonicemos a los científicos, puede que la solución final a las desigualdades en el mundo sean políticas, pero por ello mismo debemos pedir cuentas a los políticos. La ciencia nos da herramientas para vivir mas y mejor e indudablemente sin un buen uso no sirven de nada, pero vuelvo a decirlo… La responsabilidad es de quienes hacen uso de esas herramientas no de quien las idea.
Jacinto
Con respecto a las pérdidas en alimentos, los hogares somos responsables del 42% de la comida que se tira, mientras que la industria (mal almacenamiento, productos que no cumplen con los estándares exigidos por los consumidores, etc.) lo son en un 39%. Supongo que si la riqueza estuviese mejor repartida los alimentos costarían bastante más con respecto a nuestro nivel de renta (hablo del primer mundo) y se nos quitarían las ganas de almacenar comida en casa hasta que se pone mala o dejar de comprar ciertas frutas u hortalizas por su mal aspecto.
http://www.gominolasdepetroleo.com/2013/01/por-que-tiramos-tantos-alimentos.html
Aun así, los transgénicos son una buena apuesta por reducir el impacto ambiental de la agricultura, reduciendo pesticidas, fertilizantes, agua y CO2, además de esfuerzo humano. El tema de la gestión de patentes y demás ya es otro tema. Como todo en la vida, depende de cómo se gestione.
J.M. Mulet – Mites i pors alimentàries – 02/12/14 | Tertúlies de Literatura Científica
[…] Enllaços d’interès: – Podeu visitar el bloc d’en Dr. J.M. Mulet a Tomates con genes. –https://culturacientifica.com/2014/06/07/biotecnologia-verde-revoluciones-y-generaciones-por-jm-mulet…; […]