Fraude científico (II). La difusa frontera de la deshonestidad

Firma invitada

Joaquín Sevilla

Hay una broma clásica, que circulaba en fotocopias por los laboratorios antes de internet, que consiste en un glosario de frases típicas de artículos científicos junto con su supuesto significado verdadero. Cosas del tipo “la muestra fue tratada con extremo cuidado” significaría “solo se nos cayó al suelo tres o cuatro veces” o “un resultado típico” que significaría “la única vez que salió así de bien”. La broma resulta graciosa entre las personas que escriben artículos científicos porque de una u otra forma se encuentran reflejados en ellas. Todos exageramos un poco nuestros resultados a la hora de comunicarlos, o quizá no tan poco. ¿Es esto fraude? La gran mayoría de la gente no considera fraude este tipo de prácticas de, llamémosle, escritura creativa. ¿Y olvidar un punto en una gráfica porque difería mucho de otros cien? ¿Es eso fraude? Solo un dato entre cien, claramente disonante, parece que la ley de los grandes números estaría de nuestro lado. Aunque no sepamos que se hizo mal, podemos suponer que en ese caso hubo un fallo en el experimento y podemos descartarlo sin problemas. ¿Y dos? ¿Y si fueran el 75% de los datos?

Figura 1. Las malas prácticas científicas constituyen un continuo sin fronteras definidas. Sobre él se puede encontrar un umbral de lo aceptable individual y socialmente. El umbral no es fijo.
Figura 1. Las malas prácticas científicas constituyen un continuo sin fronteras definidas. Sobre él se puede encontrar un umbral de lo aceptable individual y socialmente. El umbral no es fijo.

Entre las prácticas que sin ser perfectas son claramente aceptables y la deshonestidad manifiesta existe un continuo en el que no es evidente establecer la frontera. Esta cuestión la ha estudiado con profundidad el investigador de la Universidad de Duke Dan Ariely. En sus estudios sobre economía basada en el comportamiento (behavioral economics) ha realizado una serie de experimentos sobre la deshonestidad, no en el ámbito específico de la ciencia pero aplicables también al mismo (refs 2, 3). Según estos trabajos, los mentirosos compulsivos, personas abiertamente deshonestas, existen pero en una proporción bajísima. La mayoría pensamos de nosotros mismos que somos personas honestas, y nuestro comportamiento no debe entrar en contradicción con esa autoimagen de rectitud. Por otro lado, hay muchas situaciones en las que, sin apenas riesgo, tenemos al alcance de la mano algo que nos produce un beneficio significativo a cambio de una pequeña falta.

Por un lado tenemos la autoimagen de rectitud, y por otro la tentación del beneficio fácil y entre ambos polos se establece una tensión que se resuelve con el establecimiento de un umbral de lo aceptable, un cierto nivel de deshonestidad que podemos racionalizar que resulta tolerable. Es aceptable tomar un lápiz del armario de material de la oficina y llevárselo a casa, o una carpeta o unos folios. En cambio si se deja un cesta con monedas, aunque tengan el mismo valor que los lápices, nadie se lleva una moneda, no es aceptable, lo percibimos como un robo. Ariely describe un montón de experimentos, realizados en algunos casos con grupos de miles de personas, en los que se comprueba la existencia de ese umbral de la deshonestidad tolerable y, lo que es más interesante, cómo ese umbral se modifica un poco al alza o a la baja en función de algunas variables de entorno con las que juegan en los experimentos. Los comportamientos que más fácilmente van a entrar dentro del margen de lo aceptable son los que se pueden justificar de una forma más sencilla: el daño producido es muy pequeño, todo el mundo lo hace, etc.

Estos resultados de Ariely son directamente transportables al caso de la honestidad del científico. La pequeña falta de llevarse un lápiz del trabajo, que apenas es nada y todo el mundo lo hace tiene su equivalente en la exageración de los resultados en las publicaciones: aceptamos que no hace daño a nadie y que todo el mundo lo hace, luego no plantea problemas a nuestra autoimagen de científicos rectos.

Tenemos pues un primer modelo para acercarnos al análisis del fraude científico: las malas prácticas se disponen en un continuo sobre el que existe un umbral de lo aceptable admitido personal y socialmente. El umbral no es fijo, puede variar con el tiempo, con el grupo social (por ejemplo entre diferentes disciplinas científicas) y por supuesto con el individuo concreto. Consideraremos por tanto prácticas fraudulentas las que estén más allá del umbral de lo aceptable.

Figura 2. Representación esquemática de los dos tipos de fraude científico, el que empuja el umbral de lo aceptable movido por su deseo de corroborar una hipótesis y el que salta el umbral en un atajo hacia méritos profesionales esquivos.
Figura 2. Representación esquemática de los dos tipos de fraude científico, el que empuja el umbral de lo aceptable movido por su deseo de corroborar una hipótesis y el que salta el umbral en un atajo hacia méritos profesionales esquivos.

En el fraude científico se pueden establecer dos categorías fundamentalmente diferentes, que se corresponderían con las dos facetas fundamentales del científico y que dan lugar a dos formas distintas de rebasar el umbral de lo aceptable. Federico di Trocchio, tras un extenso análisis de casos de fraude (ref 4) ya establece estas dos categorías de fraude. La actividad del científico tiene dos aspectos fundamentales: por un lado la ciencia es una actitud vital, el deseo de conocer, de plantear preguntas y encontrar respuestas; por otro lado la ciencia es una profesión, una profesión muy exigente en ocasiones, que requiere de la obtención de resultados con regularidad. Esta exigencia se resume a menudo en la frase “publicar o perecer”.

La ciencia como actitud vital da lugar a un tipo de fraude en el que el umbral de lo tolerable se va desplazando poco a poco hacia lo deshonesto. El científico, obcecado por la validez de su hipótesis, descuida el rigor de sus prácticas y se va deslizando hacia el fraude progresivamente. En su mente el fin justifica los medios y nunca pierde su autoimagen de honestidad. Por otro lado, el científico como profesional, en casos en que la amenaza de “publicar o perecer” se percibe muy próxima a perecer, puede sentirse impelido a saltarse el umbral de lo aceptable y caer en malas prácticas abiertamente. A diferencia del caso anterior, en este la ruptura del umbral es brusca y consciente.

Referencias.

(ref 1) Parece ser que la primera versión procede de C.D. Graham, From Metal Progress 71, 75 (1957). Se puede encontrar en multitud de sitios, por ejemplo: (i) A glossary for research reports o (ii) Guide To Translating Scientific Papers Into Plain English

(ref 2) “The Honest Truth About Dishonesty: How We Lie to Everyone–Especially Ourselves” Dan Ariely, Harper Collins Publishers, 2012.

(ref 3) Se pueden encontrar conferencias de Ariely en youtube donde explica sus experimentos: Tam 2013, TED 2012

(ref 4) «LAS MENTIRAS DE LA CIENCIA» Federico di Trocchio. Alianza Editorial, 1993

Sobre el autor: Joaquín Sevilla es doctor en ciencias físicas y profesor titular de tecnología electrónica en la Universidad Pública de Navarra donde, además, se encarga de enseñar sobre aspectos básicos de investigación en el máster en ingeniería de telecomunicación.


Nota:

La serie “Fraude científico” tiene su origen en una lección que impartió Joaquín Sevilla en el curso de verano “Los demonios de la ciencia: Educando en (con)ciencia” organizado por Ikerbasque y la Cátedra de Cultura Científica dentro del programa de 2015 de los Cursos de Verano de la UPV/EHU en San Sebastián.

La serie está compuesta por las siguientes cinco anotaciones:

(I). Una primera aproximación.

(II). La difusa frontera de la deshonestidad.

(III). Profundizando en los dos tipos de fraude.

(IV). Algunas consecuencias.

(y V). Resumen y conclusiones.

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