El caso de Stanley Milgram

Ciencia infusa

«No aceptamos someternos a una autoridad simplemente por ser un fenómeno cultural o histórico transitorio, sino porque fluye de las necesidades lógicas de la organización social. Si queremos tener una vida social en cualquier forma organizada, es decir, si queremos tener una sociedad, debe haber miembros de la sociedad responsables de los imperativos de organización.»
Stanley Milgram, 1974

Eichmann,_Adolf

En Jerusalén, el 15 de diciembre de 1961, Adolf Eichmann fue condenado a muerte por un tribunal formado por los jueces Moshe Landau, Benjamin Halevy y Yitzhak Raveh. Adolf Eichmann había sido, en los años del Tercer Reich de Hitler, teniente coronel de las SS y jefe de la Sección IVB4 de la Gestapo, encargada de los transportes de judíos a los campos de concentración para su exterminio. Eichmann cumplió su cometido con eficacia y brillantez y fue felicitado y condecorado por ello.

Unos días más tarde, el 27 de diciembre, Stanley Milgram, de la Universidad de Yale, envió a los editores de la revista Journal of Abnormal and Social Psychology un artículo, el primero que publicaba sobre este tema, titulado “Behavioral study of obedience” (“Estudio conductual de la obediencia”).

Ambos hechos, que parecen lejanos, están relacionados. Eichmann utilizó la obediencia a su gobierno como base de su conducta. Lo había dejado escrito Hitler en su libro “Mi lucha” cuando aseguró que la potencialidad de un partido político no reside en su inteligencia ni en la independencia espiritual de sus miembros, sino “más bien en la obediencia disciplinada con que ellos se subordinan a sus dirigentes”. El mismo Eichmann declaró, como escribió Hannah Arendt en su libro sobre el juicio en Jerusalén, que “su culpa provenía de la obediencia, y la obediencia es una virtud harto alabada”.

Y la obediencia como conducta era el objetivo de los estudios de Milgram. Venía de una familia judía y sus padres, Samuel y Adele, habían emigrado a Estados Unidos desde Europa Oriental, la madre de Rumania y el padre de Hungría. Stanley nació en el Bronx, en Nueva York, el 15 de agosto de 1933. Hizo la tesis en Harvard y trabajó en Yale hasta volver a Nueva York, a la Universidad de la Ciudad de Nueva York, donde permaneció hasta su muerte en 1984.

Habían pasado 15 años desde el final de la Segunda Guerra Mundial, y Milgram conocía lo que allí había pasado, los campos de concentración y las matanzas de judíos, y quería entender cómo miles de alemanes y de otros europeos habían obedecido a los nazis y habían participado en los crímenes de la guerra.

Empecemos por consultar el Diccionario de la Lengua para centrar con rigor lingüístico que es la obediencia. Allí, además de otras definiciones, hay una que creo corresponde a lo que tratamos. Es la “obediencia debida”, y dice así: “Obediencia que se rinde al superior jerárquico y es circunstancia eximente de responsabilidad en los delitos”. Esta es la obediencia que alega Eichmann y es la que intriga a Milgram.

Su estudio conmovió al mundo académico y a la sociedad en general. Comienza Milgram con la afirmación de que la obediencia es un elemento básico de la estructura social. Algún sistema de autoridad es necesario en la vida de la comunidad. Quien vive solo es el único que no necesita someterse o desafiar a una autoridad. Y como somos una especie grupal, social se dice ahora, en nuestra comunidad debe haber autoridad y obediencia, o rebelión.

Para Milgram, como escribe él mismo, la obediencia, como determinante de la conducta, tiene particular relevancia en nuestro tiempo, y también en su tiempo, con la posguerra tan cercana y en medio de la guerra fría. Añade que, entre 1933 y 1945, millones de personas fueron asesinadas. Se construyen enormes y avanzadas instalaciones para matar, todo el sistema ferroviario europeo funcionó para transportar a los que serían asesinados, y la industria química investigó y fabricó grandes cantidades de gases tóxicos para cumplir eficazmente los objetivos marcados. Se dice que todo fue idea de un hombre pero, para hacerlo, se necesitaron muchas personas, miles y miles, que, simplemente, obedecieron. Y eso declaran y así se justifican.

Es la obediencia el mecanismo psicológico que une lo que hace un individuo con lo que marcan las consignas políticas en las que cree. Como afirma Milgram, es la obediencia lo que une a los hombres con la autoridad. Y, añade, el Tercer Reich era un régimen construido sobre el más riguroso código de obediencia. Todo se hizo en nombre de la obediencia debida, aquella que, según nuestro Diccionario, lo excusa todo.

Es lo que va a investigar Milgram, algo así como la obediencia a una escala mínima pues, simplemente, será ordenar a una persona ingenua y descuidada, que administre una descarga eléctrica a la víctima. Parece que comenzó su experimento en julio de 1961, recién iniciado el juicio a Eichmann en abril del mismo año.

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Trabaja con 40 voluntarios, todos hombres, con edades entre 20 y 50 años. Entre ellos hay profesionales, trabajadores, comerciales, oficinistas y hombres de negocios. En el experimento intervienen también el científico y la víctima. El científico es un profesor de biología del centro, de 31 años de edad, siempre educado y tranquilo pero enérgico si es necesario, y siempre con su bata gris. La víctima tiene 47 años, de origen irlandés y siempre educado y agradable. En realidad, es un actor bien preparado.

El experimento se hizo en los sótanos de la Universidad de Yale, en un laboratorio elegante y limpio. En la habitación, dividida por un biombo, estaban el voluntario, la víctima y el científico. La víctima (L de learner), a un lado del biombo, está sentado en una mesa sencilla y unos cables eléctricos, conectados a sus brazos, simulaban venir, a través del biombo, de la mesa del voluntario (T de teacher). Este estaba en la otra mitad de la habitación, también sentado a una mesa, y, junto a él, en otra mesa estaba el científico (E de experimenter).

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Al voluntario le han explicado que el estudio es sobre aprendizaje y castigo. Es decir, es para mejorar la enseñanza y pretende conocer la influencia de un castigo y de la amenaza del castigo en la conducta del alumno y en su mejora en el aprendizaje. En principio, es obvio, un objetivo interesante personal y socialmente. Por ello, se le pide al alumno que estudie pares de palabras y, después, se le presentará una y debe decir cuál su pareja. El voluntario, en la otra habitación donde no le ve pero le oye, tiene un aparato que, le han dicho, si el alumno falla, le aplica una descarga eléctrica. Tiene delante 30 interruptores, del 1 al 30, y cada uno de ellos aplica una descarga más fuerte que el anterior, desde 15 voltios, en el número 1 y el más suave, hasta 450 voltios, en el número 30, con a una potencia fuerte e, incluso, peligrosa. Por supuesto, alumno no recibe las descargas pero está entrenado para que, según sube la escala del castigo, gemir, gritar y pedir, por favor, que aquella tortura pare. El científico, en la misma habitación que el voluntario, le vigila, anota sus reacciones y, si se niega a dar la descarga, se lo pide, primero, y se lo exige si se sigue negando pues, le dice, es necesario para completar el estudio.

Los resultados, el mismo Milgram lo afirma, “se desvían radicalmente de los previsto”. Ninguno de los voluntarios detiene las descargas antes de los 300 voltios, y 26 llegan hasta los 450 voltios. O sea, el 65% de los voluntarios llegan hasta el final y el 100% llegan a los 300 voltios que también duele. Y ello a pesar de las quejas y gemidos del alumno castigado.

Hay conductas individuales sorprendentes e inesperadas. De los 40 voluntarios, 14 dan muestras de nerviosismo con sudor, temblores, tartamudeos, se muerden los labios e, incluso, hay sonrisas y risas nerviosas. Hay 3 que tienen convulsiones incontrolables y, en un caso, hubo que parar el experimento debido a lo violentas que fueron.

Milgram escribe que es sorprendente la tendencia de los voluntarios a obedecer al científico, aún en contra de sus ideas. Esta pulsión a obedecer crea una enorme tensión. Parecería que en un experimento de laboratorio como este en que no obedecer es tan sencillo como parar y no supone ningún prejuicio para el desobediente, no debería aparecer tanta tensión. Pero no es así, se obedece, con tensión y emociones desatadas, aunque se quiera desobedecer.

Milgram propone que las personas tienen dos posibles respuestas a una situación concreta como la narrada en el experimento: el estado autónomo, en que dirigimos nuestros actos y somos responsables de ellos, y lo que Milgram llama estado de agente en que aceptamos que otros dirijan nuestros actos. En este segundo estado, las personas deben considerar que quien dirige está legitimado para ello. A él se transfiere la responsabilidad de lo que ordena y se hace. Es, de nuevo, la obediencia debida.

Cambió Milgram las condiciones del experimento y, a los dos años, en 1965, publicó resultados en los que cambiaban las cifras concretas, pero la respuesta general era la misma. Por ejemplo, si el experimento se hacía en un local de la ciudad y no en el solemne edificio de la Universidad de Yale, la obediencia de llegar hasta los 450 voltios cae al 47.5%. O si hay dos científicos en vez de uno, la responsabilidad personal del voluntario parece que se diluye y, además, la autoridad aumenta y, por ello, la obediencia llega al 92.5%. Y si hay voluntarios instruidos por Milgram para que desobedezcan y no pasen de los 150 voltios, la obediencia del grupo de voluntarios cae en un 90%. O si el científico controla desde otra habitación y ordena por teléfono, la obediencia cae en un 80%. Incluso si el científico no lleva bata y va vestido de calle, la obediencia también es muy baja.

Casi cuatro décadas más tarde, en 1999, Thomas Blass, de la Universidad de Maryland en Baltimore, publicó un meta-análisis de los trabajos publicados con experimentos como el de Milgram hechos por otros autores y en otros países. Hasta el mismo Blass se sorprende de que la tasa de obediencia, de llegar hasta el máximo de descarga eléctrica, se mueva entre el 40% y el 90%, y la media se sitúe entre el 61% y el 66%, una cifra muy parecida a la obtenida por Milgram en 1963 (hay un estudio en España en 1980 con un porcentaje entre el 50% y el 90%, según los autores; no he podido consultar el trabajo original).

milgram

En 2014 se ha publicado una revisión de las conclusiones del experimento de Milgram con el material encontrado en la llamada Caja 44 del Archivo Milgram que se conserva en la Universidad de Yale. Allí estaban almacenadas las respuestas de los voluntarios a un cuestionario que rellenaron meses después del experimento, cuando ya conocían el verdadero objetivo de la investigación. El análisis de esas notas lleva al grupo de Alexander Haslam, de la Universidad de Queensland en Brisbane, Australia, a añadir una nueva respuesta a la exigencia debida ordenada por la autoridad.

Según Haslam, sería la del seguidor comprometido, la del que se siente bien cumpliendo la tarea ordenada aunque sea desagradable, la del que acepta la ideología que subyace en la labor encomendada. La identifica con objetivos de la comunidad y, además, siente que sigue a unos líderes, los científicos en este caso, cuyos objetivos son más virtuosos que viciosos. Así consigue mitigar el estrés que le provoca cumplir con la desagradable tarea encomendada. En los estudios de Milgram, el objetivo tiene que ver, creen los voluntarios, con un estudio sobre aprendizaje y castigo, sobre la mejora de la enseñanza en el grupo y, por tanto, con una asunto de gran interés social. En conclusión, es importante la ideología que subyace detrás del estudio, ideología que, si se está de acuerdo, disminuye el estrés y justifica el daño provocado en otros.

Adolf Eichmann fue ejecutado en la horca, unos minutos después de medianoche, el 31 de mayo de 1962 en la prisión de Ramla, en Israel. Su cuerpo fue incinerado y sus cenizas arrojadas al Mediterráneo.

«En materia política, la obediencia y el apoyo son una misma cosa.» Hannah Arendt, 1963

«Yo diría que, sobre la base de haber observado a unas mil personas en mis experimentos y de mi intuición formada e informada por esos experimentos, si un sistema de campos de concentración de muerte de la clase que vimos en la Alemania nazi se estableciera en Estados Unidos, uno sería capaz de encontrar personal suficiente para esos campos en cualquier ciudad americana de tamaño mediano.” Stanley Milgram, 1979

Referencias:

Arendt, H. 1963 (2003). Eichmann en Jerusalén. Un estudio acerca de la banalidad del mal. Ed. Lumen. Barcelona. 433 pp.

Blass, T. 1999. The Milgram paradigm after 35 years: Some things we now know about obedience to authority. Journal of Applied Social Psychology 29: 955-978.

Haslam, S.A., y 3 colaboradores. 2014. “Happy to have been of service”: The Yale archive as a window into the engaged followership of participants in Milgram’s “obedience” experiments. British Journal of Social Psychology DOI: 10.1111/bjso.12074

Milgram, S. 1963. Behavioral study of obedience. Journal of Abnormal and Social Psychology 67: 371-378.

Milgram, S. 1965. Some conditions of obedience and disobedience to authority. Human Relations 18: 57-76.

Posenthal, J. 1963. Vida de Eichmann. Ed. Rodegar. Barcelona. 215 pp.

Sobre el autor: Eduardo Angulo es doctor en biología, profesor de biología celular de la UPV/EHU retirado y divulgador científico. Ha publicado varios libros y es autor de La biología estupenda.

9 comentarios

  • Avatar de César

    Todo esto es muy interesante debido a que existen varias condicionantes que definen el comportamiento de una persona con respecto a análisis como el presentado. Pienso que el experimento implica cosas más allá de la obediencia tales como el placer que se obtiene de tener el control e inflingir algún tipo de sufrimiento a otros.
    Pero sin ampliarme mucho, creo que los resultados cambiarian si a los voluntarios se les aplicase una muestra del voltaje que aplicarán a otro, en ellos mismos.
    Todo mundo ha visto las imágenes de los campos de concentración y nos horrorizamos con las cámaras de gas o los cadáveres amontonados pero nuestra sensación no pasa de ser solo una referencia de olores y sentimientos distantes; sería muy diferente si nostros mismos llegamos a experimentar algo de lo aplicado en los campos. Eichmann pudo haberlo pensado dos veces, si un familiar o él mismo hubiese sido transportado en esos vagones, y sufrido un poco de los efectos del gas, etc.
    Por otro lado, se dice que «es mejor estar al lado del poder, que cruzarse en su camino». Eichmann ciertamente se sometió a una obediencia plena, pero pienso que eso se debía a dos cosas principales: Primeramente, la idea de la raza superior «tenía cierta lógica» debido al incesante bombardeo idelógico al que fue sometida la Alemania de ese entonces; y segundo, por temor. Eichmann prefirió estar de parte del poder y ser uno de sus mejores elementos, para que no se viese afectado – él y su familia – asegurándose de que para sus superiores no existiese un resquicio de duda en ser parte del proyecto. Eichmann en el fondo sabía que hacía un mal, pero para él, mentalmente, era un mal necesario por partida doble. Eso pienso.

  • Avatar de Juan

    Eichmann estaba convencido como todos los nazis que la «nueva Alemania» sería para siempre, añadamos a la ecuacion la poca simpatía que tenía a las personas que quitaba la vida y tendremos una persona con la profesion y paga de verdugo bien considerado en este entorno obedeciendo a sus superiores sin cargo de conciencia alguno. Un funcionario eficiente rodeado de palmaditas de aprobacion.
    Eichmann vivia en paz y así lo demostró en su juicio; estan en guerra donde las licencias de la vida cambian y en estas circustancias se apresuraron con eficacia y organizacion germana a retirar de inmediato a unos seres que molestaban a la humanidad, al menos a su interpretacion de la misma.

    Por otro lado varias son las situaciones que en mi opnion no consideró Milgram en los ensayos realizados en la universidad o dependiendo de esta de una forma u otra.
    Mi atrevida intuicion me indica que en todos los pueblos de la tierra existe un porcentage altisimo, antes de nombrar al total de las personas, dispuestas a pulsar el boton de los 450 voltios y aun más allá si las circustancias son las adecuadas.
    Estas pueden ser variadisimas y de diferente indole: una madre que necesite alimentar a su hijo muriendo de hambre, una persona tratando de conseguir droga, y miles de casos más donde nos podemos encontrar nosotros mismos y nuestras peculiares propuestas llegado el caso, pensemos y las encontraremos. No tiene que haber testigos, el boton de los 450 voltios e inclusive el de la muerte tiene que permanecer en el anonimato pero una vez apretado solucionará nuestro pesar o ambicioso deseo, lo que queramos, inclusive la salvacion de cientos o miles de otras personas.
    En todas las guerras, tambien en la nuestra hubo gentes que denunciaron con mentiras a algun ser y/o familias al enemigo sabiendo que este los fusilaría despues de la tortura. Fueron miles los casos, unos y sus enfrentados en la guerra de España, en todas las guerras donde existe esta posiblidad de «apretar el boton» con fatales consecuencias. Tambien aquí obedeceríamos a alguien cuando esto se realiza en el total anonimato: nuestro ser interior y su compleja estructura.
    El ser humano es más miserable de lo que nos gustaría ceer y nadie se escapa del apelativo, nadie, inclusive el reo y quien le juzga. Se tienen que dar las circustancias apropiadas y la accion tiene que ser anonima y con beneficio alguno. La lista de «pulsadores de boton» es inmensa tan grande como la misma humanidad.
    Si queremos retiremos la palabra miserable para no entrar en la filosofia y permanecer en el ensayo, suplantemosla por -racionalmente dirigido a la necesidad inmediata o aquello que en una medida u otra le cause placer fisico o emocional, despues de varias recciones quimicas tambien fisico-
    Estas son mis opiniones.

  • Avatar de Juan

    Para terminar quisiera añadir lo siguiente:
    El pueblo judio fue humillado, torturado y fumigado en su camino a la extincion total planeada. Una forma extrema de aprender que no deberíamos apretar estos «botonones» de la muerte, sin embargo está lejos este grupo de seres de demostrar que han aprendido «algo de aquello». Cuando observamos la historia protagonizada con los habitantes de las tierras que ocuparon donde tenían tambien la oportunidad de ser condescendientes a pesar de ser indeseados huespedes no lo hicieron.
    Cuando le juzgaron a Eichmann previamente transladado involuntariamente a Israel justificamos el acto de venganza porque somos todos iguales: «apretadores de botones.»
    En consecuencia tampoco debemos de escandalizarnos porque todos somos de la misma condicion: Judios, alemanes, suecos, americanos, españoles, papues, chinos…todos. El saber que somos así es el primer paso para mejorar.

    El error y el peligro está en el pueblo o en la persona que crea que no es de esta categoría, que es mejor.
    Una opinion más.

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