El experimento es muy simple; consiste en lo siguiente: cada participante lanza un dado y dice al experimentador qué número le ha salido. El experimentador, por su parte, da al participante una cantidad de dinero proporcional al número obtenido. Esto es, si sale un seis, le da más dinero que si sale un cinco; si es un cinco, más que si sale un cuatro; y así sucesivamente. El participante sabe que recibirá más dinero del experimentador cuanto más alta sea la puntuación del dado, y el experimentador no conoce dicha puntuación. Así pues, el experimentador no sabe si los participantes son veraces. Mejor dicho, no sabe si cada participante dice la verdad o no. Pero como repiten el experimento con muchos individuos, sí sabe, en conjunto, qué grado de alejamiento hay entre las puntuaciones que dicen los participantes haber obtenido y las reales. Y ese grado de alejamiento es una medida del nivel de fraude en el que incurren los participantes al responder a su entrevistador y, por lo tanto, de la honradez intrínseca de aquéllos. Este experimento se ha hecho con grupos de personas de veintitrés países.
De forma paralela, los investigadores han recopilado datos sobre corrupción gubernamental, evasión de impuestos y fraude político, cuyas fuentes fueron el Banco Mundial y Freedom House, una ONG que analiza la libertad política y la democracia en 159 países. Combinando los datos así obtenidos han calculado, para cada país, un índice del grado de violación de las normas.
Y como era de esperar, hay un fuerte vínculo entre el grado de violación de normas –simplificando, el índice de corrupción- y el nivel de fraude medido en los experimentos con los grupos de personas. En definitiva, cuanto mayor es la corrupción que hay en un país, con menor honradez tienden a comportarse sus ciudadanos. Los autores del trabajo sostienen que como utilizaron datos de 2003 y los individuos que formaron los grupos experimentales eran muy jóvenes entonces, su grado de honradez no pudo incidir en la violación de las normas. Y por ello concluyen que la honradez de la gente está muy condicionada por la percepción que se tiene del grado general de cumplimiento de las leyes y que, por lo tanto, hay una componente cultural muy importante en la honradez de las personas.
Esa conclusión es coherente con observaciones en las que se ha constatado que el comportamiento de la gente está muy condicionado por el de las personas de su entorno. Es más fácil tirar residuos al suelo en lugares que ya están llenos de porquería que en sitios impolutos. La frecuencia con que se pintarrajean paredes o se cubren con carteles también depende de lo limpia que está la pared. La mejor manera de evitar que se ensucie el entorno es manteniéndolo limpio. La limpieza promueve limpieza, y la suciedad, suciedad. Y eso que sirve para el entorno físico, también valdría –de acuerdo con este trabajo- para el paisaje moral.
Los autores de esta investigación proponen que la dirección causal va del proceder institucional y social al comportamiento individual, y que, por lo tanto, la corrupción no sólo ejerce una influencia perniciosa por sus negativos efectos sobre la vida económica de las sociedades, sino que también las perjudica a través de su incidencia sobre el comportamiento de las personas. Sin embargo, sin negar esto último, no creo posible establecer tal direccionalidad con carácter unívoco. Instituciones y valores coevolucionan: instituciones moralmente sólidas promueven valores positivos, eso parece claro, pero uno no puede dejar de pensar que personas con tales valores hacen que las instituciones adopten también comportamientos ejemplares.
Sobre el autor: Juan Ignacio Pérez (@Uhandrea) es catedrático de Fisiología y coordinador de la Cátedra de Cultura Científica de la UPV/EHU
Este artículo fue publicado en la sección #con_ciencia del diario Deia el 27 de marzo de 2016.