El miedo nos ha moldeado. Nos ha hecho como somos.
No son pocas las personas que tienen miedo a las alturas. Ese miedo era aquello que nos salvaba de caer de las ramas cuando, siendo unos pequeños primates arborícolas, nos encontrábamos ante un salto que no nos veíamos capaces de superar.
El sonido de un siseo nos hace saltar y ponernos en estado de alerta, y la oscuridad nos recuerda con frecuencia que allí se esconden cosas peligrosas. Es el miedo el que nos previene de ser mordidos por la serpiente o devorados por el león.
El miedo es un salvavidas al que, evolutivamente, nos hemos agarrado. Tan importante es para nosotros que a cada miedo particular incluso le ponemos nombre. Y es que, si bien es cierto que «correr es de cobardes», hay que recordar que «el cementerio está lleno de valientes». Porque el primate que sobrevivía lo suficiente para reproducirse era aquél que nunca era mordido por una serpiente, aquél que no se mataba de una caída, y aquél que se salvaba de ser devorado por un león.
El miedo es una emoción que ha sido clave en nuestra evolución. El miedo nos permitía sobrevivir evitando los peligros o huyendo de ellos. El miedo en ese aspecto, es bueno, es útil. Nos ayuda a sobrevivir.
Pero también el miedo es muy peligroso: nadie está libre de padecerlo, y esto puede volver vulnerable a la población. Y muchos grupos y organizaciones sociales se han aprovechado de ello a lo largo de la historia. Las poblaciones humanas son, para nuestra propia desgracia, muy fáciles de influenciar. Sobre todo de cara al miedo.
Las religiones nos convencen de que hagamos lo que ellas dicen; si no nos acogemos a unas estrictas normas propias de las poblaciones casi tribales de la edad de bronce; si no aceptamos unos mitos y tomarlos como si fueran verdad; si pretendemos tomar matrimonio sin tener en cuenta la iglesia; si tenemos una orientación sexual distinta de la de la mayoría o toleramos e incluso defendemos a los que la tienen de las injusticias cometidas hacia ellos; si luchamos por la igualdad social y de derechos entre hombres y mujeres y no toleramos que ellos sean considerados superiores a ellas; si rechazamos los viejos dogmas establecidos y aceptamos la evolución biológica tal y como las evidencias empíricas nos muestran que, en realidad, sucede; si hacemos esas cosas, que todo el mundo hace alguna de ellas, somos pecadores. Nos infunden miedo amenazándonos, en tiempos antiguos, con duros castigos físicos y con la muerte, en ocasiones muy violenta y enormemente agónica, y antes y también ahora, con un castigo eterno. Y algo eterno, generalmente, es algo que dura mucho, mucho tiempo.
Encontramos personas que rechazan las vacunas e incluso promulgan la realización de actividades como la «fiesta de la varicela» porque unos pocos intentan asustar a la gente afirmando que sus hijos van a sufrir graves problemas de salud si las recibiesen. Ahí vemos el miedo.
Nos encontramos con grandes movimientos de personas que rechazan el avance biotecnológico de la transgénesis y demás manipulaciones genéticas provocando el miedo en los demás, y promulgando las maravillas milagrosas de «lo natural», ignorando que en realidad llevamos más de diez mil años modificando los genes de lo que nos comemos, y también que dentro de lo que llamamos «natural» están incluidas cosas como la cicuta, los terremotos, la malaria o algo tan sencillo como la muerte. Miedo. Más miedo.
Y no pocas asociaciones y organismos de diversa índole nos intentan convencer de que las nuevas tecnologías de la comunicación o esas estelas de condensación que se producen tras los aviones son la causa de muchos de los problemas de salud de hoy, y lo hacen mediante diferentes usos del miedo, que incluye desde mentir a la población mediante la simple desinformación hasta las duras amenazas que ciertas personas emiten a las voces racionales discordantes. Por supuesto, no faltan los que se dedican a vender hipotéticos e ineficaces remedios a este tipo de falsos males, siempre aprovechandose del miedo. Más miedo.
Hay quienes te intentan convencer de que la medicina, la de verdad, la que ha demostrado eficacia, no funciona, que los medicamentos causan más problemas de los que solucionan, o que las grandes empresas son las que crean las enfermedades, y así vemos crecer pseudomedicinas como la homeopatía, la acupuntura, el reiki, las flores de Bach, la quiropráctica, la sanación con cristales o la reflexología podal. Todo alrededor del mismo concepto: el miedo.
Nos dicen que los muertos pueden aún tener conciencia, y se lucran con nuestro miedo a una muerte definitiva y absoluta mientras nos venden envuelto en un oscuro papel para regalo una falsa comunicación banal con nuestros seres queridos fallecidos, o se aprovechan del temor a lo desconocido para hablar de nuestro futuro con promesas vacías y ambigüedades vagas, siempre a cambio de un cuantioso donativo que, de negarnos a proporcionar, suele desembocar en maldiciones, males de ojo y ataques psíquicos y espirituales. ¿Eficaces? No, pero que buscan lo mismo: fomentar y aprovecharse del miedo. Más miedo.
Y muchos de ellos aprovechan la ocasión para vendernos remedios de mentira contra esos miedos infundados que ellos mismos promueven, y que en realidad no sirven para nada. Ya sean cachivaches que te convierten las ondas “malas” en ondas “buenas”, pastillas de azúcar para curar el catarro, sesiones de tarot para que nos digan nuestra buenaventura, o sesiones de acupuntura con láser para dejar de fumar.
A mi son ellos los que me dan miedo. Ellos son la serpiente agazapada en la oscuridad.
Para defendernos de todos esos engaños, de toda esa «cultura del miedo» tenemos una herramienta. Una linterna que arroja luz en la oscuridad, y nos desvela y desenmascara esas serpientes, enseñándonos cómo realmente son. Una herramienta que es, a la vez, la única fuente conocida de explicaciones verificables de la realidad. Se llama método científico.
Gracias al método científico, gracias a la ciencia, hemos llegado donde estamos. Gracias a la ciencia yo estoy escribiendo este artículo y gracias a la ciencia usted lo está leyendo.
Ninguna religión ha hecho que pongamos un pie en la Luna ni ha colocado satélites en órbita —algunas personas que han logrado eso eran religiosas, pero ninguna de ellas lo consiguió empleando como herramienta ninguna religión—.
Ningún negacionista de las vacunas ha eliminado la viruela de la faz de la tierra. Las vacunas lo hicieron, y salvan millones de vidas cada año. La ciencia lo hizo.
Ningún homeópata ha conseguido desarrollar un antibiótico, nunca, ni tampoco ningún remedio que resulte eficaz más allá del efecto placebo. La ciencia sí.
Ningún practicante de acupuntura ha conseguido doblar la esperanza de vida en menos de 150 años. Lo ha hecho la medicina. Lo ha hecho la ciencia.
Ningún vidente, echador de cartas del tarot ni astrólogo ha conseguido predecir con éxito y precisión la llegada de tormentas, la próxima visita del cometa Halley ni el próximo eclipse solar. La ciencia lo consigue.
Ningún «anti-transgénicos» ha conseguido una variedad de trigo que pueda ser consumida sin riesgo por personas celíacas ni una variedad de arroz que aporte vitamina A a la dieta, con la posibilidad de prevenir muchos casos de ceguera infantil en países subdesarrollados. Ambos productos se han conseguido gracias a la biotecnología. Gracias a la ciencia.
Y ningún tecnófobo anti-antenas ha conseguido comunicarse con éxito con un robot colocado en la superficie de un distante cometa.
Eso es lo que sucede si nos quedamos sin ciencia. Sin ciencia quedamos a merced de los mercaderes del miedo.
Me parece algo importante para pensar. Y para eso hemos venido aquí, ¿no?
Este post ha sido realizado por Alvaro Bayón (@VaryIngweion) y es una colaboración de Naukas con la Cátedra de Cultura Científica de la UPV/EHU.
Miedo | Naukas | Cuaderno de Cultura Cient&iacu…
[…] El miedo nos ha moldeado. Nos ha hecho como somos. No son pocas las personas que tienen miedo a las alturas. Ese miedo era aquello que nos salvaba de caer de las ramas cuando, siendo unos pequeños primates arborícolas, nos encontrábamos ante […]
Miedo | Naukas | Cuaderno de Cultura Cient&iacu…
[…] El miedo es una emoción que ha sido clave en nuestra evolución. El miedo nos permitía sobrevivir evitando los peligros o huyendo de ellos. El miedo en ese aspecto, es bueno, es útil. Nos ayuda a sobrevivir. Pero también el miedo es muy peligroso: nadie está libre de padecerlo, y esto puede volver vulnerable a la población. Y muchos grupos y organizaciones sociales se han aprovechado de ello a lo largo de la historia. Las poblaciones humanas son, para nuestra propia desgracia, muy fáciles de influenciar. Sobre todo de cara al miedo. […]
intruso
Usar falacias como argumento, el cientifismo ataca de nuevo.
Andreu
¿Qué falacias?
Los argumentos están en el artículo.
Vacunas, trigo, bolas de azúcar, etc.
¿Qué falacias en la exposición de argumentos?
Iñaki
Totalmente de acuerdo. El método científico sirve para que vivamos mejor.
Alguien podrá decirme que ahora tenemos problemas que no existían anteriormente (cambio climático, posibilidad de una guerra nuclear) causados por el uso de la ciencia y el método científico. Cierto, pero la ignorancia no nos sacara de esta situación. De sacarnos, solo el conocimiento derivado del método científico nos sacara de esta situación. Al menos yo opino así.
Antoni Bas Olcina
la ciencia no resuelve todo, hace falta algo más.
Antonio García
Antoni Bas Olcina
Un día determinado no reirás…y eso no lo resuelve la ciencia.
Cátedra de Cultura Científica de la UPV/EHU
Es cierto Antoni, los problemas de la humanidad no los resolverán la ciencia y la tecnología. Pero posiblemente sin ciencia y tecnología no tendrán solución.
Hitos en la red #137 – Naukas
[…] Miedo nos ha hecho como somos y por eso es tan peligroso: se puede utilizar para manipularte. Pero hay […]
Manuel López Rosas
Un importante filón de pensamientos enlazados: El artículo invita a entender y explicarnos a nosotros mismos, por qué las emociones se constituyen en un freno o en un impulso y hasta que grado los razonamientos, las experiencias, las emociones, y también la conciencia de los límites de esos recursos de reflexión e integración de mi identidad personal son parte de lo que somos y hemos llegado a ser como especie, como grupo y como individuos.
Y recuperar como principio ético de acción científica, buscar el conocimiento para no propagar el miedo. Sin duda frente a ciertas prácticas «muy reiteradamente humanas» exige una nueva definición de la persona que podemos ser.
(Hablo seguramente sólo de mi caso, pero es posible que confluya con otras expresiones, sensaciones y reflexiones). Va reconocido agradecimiento a todas las participaciones en el blog CuadCultCient. 🙂
Eduardo Torres
Coincido totalmente. Pero, a diferencia de lo que la cultura acientífica a hecho ver, no se trata de que coincida por puro gusto, porque las ideas expuestas me parezcan bonitas y concuerden con mi bagaje de creencias previo, coincido porque hay evidencia de que es así. Desgraciadamente, dicha cultura acientítica supone todo lo relacionado a la ciencia como el enemigo. Por ejemplo, el concepto «evidencia». Éste, sólo al ser escuchado es tachado por muchos de innecesario y/o irrelevante sólo por el hábito que acompaña el pensar dogmático de esta parte de la sociedad. Es decir, se sigue considerando a la ciencia y, por lo tanto, a los científicos como personas arrogantes que imponen verdades y que las utilizan a su favor; la clásica imagen popular del científico que se refleja en las caricaturas como el malo; aquel que cuyo conocimiento le da poder en mal sentido. Justo por ello es necesario seguir haciendo difusión científica para hacer dar cuenta de lo equivocada que es esta perspectiva. …En fin, buen artículo.
Miedo | Antropología industrial | Scoop…
[…] El miedo nos ha moldeado. Nos ha hecho como somos. No son pocas las personas que tienen miedo a las alturas. Ese miedo era aquello que nos salvaba de caer de las ramas cuando, siendo unos pequeños primates arborícolas, nos encontrábamos ante […]