2016 será recordado por la cantidad de vidas de grandes artistas que se cobró. Su sucesor no empezó mucho mejor y, al segundo día, se llevó a John Berger. Vale, no suena tan mediático como Cohen o Bowie, pero se trata de una de las figuras más influyentes en el mundo del arte del siglo XX. Aunque, he de admitir que ese nombre no me era familiar hasta que el año pasado conocí la iniciativa Mirar al Arte (#MA140) de Miquel del Pozo, un regalo para quienes somos neófitos en ese mundo. Mi primer contacto directo con la obra de John Berger se remonta a hace tan solo un par de semanas, cuando tras la noticia de su muerte empecé a indagar sobre su trabajo. Así, di con una joya llamada Ways of seeing (traducido al español como Modos de ver), una serie de cuatro capítulos grabados por la BBC en un lejano 1972 y que, sin embargo, ha sobrevivido a lo efímero. Berger es el presentador del programa y nos habla sobre arte de una manera diferente y entusiasta, consiguiendo que, pese a que hayan pasado 45 años desde su emisión, el mensaje guarde su frescura (no podemos decir lo mismo de su ropa y de los medios técnicos de que disponía).
No pretende ser este texto una biografía de Berger, sino una pequeña reflexión sobre Modos de ver y sobre como la ciencia juega un papel importante a la hora de comprender mejor el arte. Ahora bien, sería muy descortés no presentaros mínimamente al personaje en cuestión: John Peter Berger vino al mundo en un Londres de entreguerras y bien temprano mostró su vocación artística. Aunque comenzó su carrera como pintor, pronto cambió el pincel por la pluma y, gracias a ella, revolucionó el modo de entender el arte. Lo hizo más accesible, lejos de las ininteligibles interpretaciones habituales que lo mantenían alejado del pueblo. Y es que Berger era un intelectual comprometido, de firme pensamiento marxista, algo que le supuso no pocos problemas a la hora publicar sus obras. Pese a ello, sus libros tuvieron un gran éxito y su eco todavía resuena en el modo de entender el arte de muchas personas.
Modos de ver arranca con una reflexión muy básica pero que quizás no nos hayamos planteado lo suficiente: la llegada de la fotografía cambió de un modo radical el modo en el que observamos el arte. Hoy en día podemos ver una reproducción de una obra artística en un libro cualquiera, en una postal veraniega o en nuestro propio teléfono móvil. Obviamente este ha sido un gran avance, ya que el arte se ha “democratizado” y se ha hecho accesible a cualquiera. Pero entraña un riesgo: es posible manipular su mensaje.
Viajemos por un momento en el tiempo, por ejemplo, al Renacimiento. Cuando un pintor elaboraba un cuadro, sabía que creaba un objeto que sería observado in situ. La pintura en sí era una historia, un todo. Estaba dirigida, además, a un público específico que, se presupone, sabría interpretar la obra. El pintor no realizaba ese cuadro pensando que siglos después millones de ojos verían una reproducción que perdería parte de su esencia. Reproducción que, por otra parte, aísla la obra del contexto en el que se halla. O, yendo todavía más allá, que la desfragmenta. Porque ¿qué pasa si mostramos detalles por separado de una obra? Por supuesto que seguirán teniendo valor artístico, pero, el mensaje que transmitirán no será el mismo. Sería como mostrar frases sueltas de un cuento. Para explicar esto, es mejor recurrir al magnífico ejemplo que emplea Berger. Mirad la imagen siguiente por un instante y tratad de describirla o, mejor aún, dejad salir lo primero que os venga a la cabeza.
No hay duda de que se trata de una mujer hermosa (o que, por lo menos, obedece a los cánones de belleza clásicos), pero, a priori, poco más podemos decir. Habrá quien haya reconocido el genial trazo de Botticceli y es que, en efecto, nos encontramos ante un fragmento de una de sus más emblemáticas obras. El rostro que acabamos de observar va más allá de la belleza humana, es el paradigma de lo bello, nada más y nada menos que la mismísima diosa Venus, Afrodita para los griegos. El cuadro al que pertenece es Marte y Venus cuya reproducción podéis disfrutar a continuación (la obra original se encuentra en la National Gallery).
Ahora sí nos queda claro que se trata de una obra de temática mitológica. Venus mira cómo Marte, dios de la guerra, duerme apaciblemente mientras unos pequeños sátiros se divierten jugando con sus objetos bélicos. ¿Comprendemos el mensaje que quiere transmitir al ver el cuadro en su totalidad? Puede que sí o puede que no. El destinatario de esa obra, probablemente algún mecenas acaudalado, tenía la capacidad de entender la obra, pero los conocimientos o gustos de aquel destinatario no tienen por qué ser los mismo que los tuyos, que posas los ojos sobre esta reproducción más de medio milenio después. Y es por eso que tenemos que romper una lanza por la Historia del Arte que nos ayuda a interpretar este tipo de obras (aunque sea la del irascible dios). ¿No podría ser esta obra una hermosa alegoría de que el amor es más poderoso que la violencia? ¿No logra Venus, la diosa del amor, que su divino y violento amante descanse tranquilamente rodeado de los traviesos sátiros?
Hay que tener claro que Berger no crítica el uso de reproducciones ni de fragmentos de las obras. De hecho, son una herramienta indispensable a la hora de compartir el arte, y una demostración de que su valor cultural va más allá de su mero valor estético. Siempre y cuando tengamos claro de donde provienen. El uso de obras de arte es un poderoso método de transmitir mensajes de toda índole, desde publicitarios a políticos, como podréis ver en muchas escenas de vuestro día a día. Y para muestra, un ejemplo de merchandising que me parece delicioso. Observad la siguiente etiqueta.
Efectivamente, se trata de una salsa de tomate y setas italiana. En ella hay una imagen de una pintura de aspecto antiguo con otro rostro de hermosas facciones (aunque con una expresión mucho menos alegre que la anterior). Empujados por la publicidad tradicional podríamos pensar que esa mujer está preparando una salsa o cocinando un buen plato de pasta para dar de comer a su numerosa prole. Bien podría ser una escena de uso cotidiano al más puro estilo de la lechera de Vermeer. Nada más lejos de la realidad. En realidad es un fragmento de una celebérrima obra del genial Caravaggio que poco tiene de cotidiana.
Ahora el uso de esa imagen queda más claro ¿verdad? Con una gran sutileza la compañía ha asociado una salsa de tomate al óleo Judith y Holofernes. A diferencia de la obra anterior, ahora observamos una escena bíblica. La piadosa viuda Judith de Betulia, cuya ciudad estaba sitiada por las tropas babilónicas, ofrece su compañía a Holofernes, el general enemigo. Solo que, en vez de proporcionarle una noche de lujuria, lo emborracha y le corta la cabeza. Y de esta manera tan diplomática se salvó una vez más el pueblo de Yahveh. Esta escena ha sido representada en infinitas ocasiones, ya que permite reflejar a una mujer en una posición de poder sobre el hombre, algo muy poco habitual, como bien sabéis. Donatello, el propio Botticelli, Goya o Klimt son algunos de los que han escenificado el triunfo de Judith, cada uno siguiendo su característico estilo. Pero, puestos a elegir, tal vez esta obra de Artemisa Gentileschi hubiese sido más adecuada. Transmite incluso más rabia que la obra de Caravaggio, quizás porque su autora también era una mujer única (y en este caso real) en un panorama artístico gobernado por hombres.
Volviendo a las reflexiones sobre Modos de ver, hay otro factor que permite modificar la percepción de las artes plásticas: la música. Pensad en alguna obra desgarradora como el Gernika o Los fusilamientos del 3 de mayo. Imaginad ahora que veis esas obras oyendo el Requiem de Mozart o La marcha Radetzky de Strauss. Estarías contemplando la misma imagen pero el mensaje que os transmitiría sería bien diferente. Esto lo refleja Berger empleando la Cena de Emaús, otra obra maestra de Caravaggio. Primero nos la muestra mientras suena una potente ópera italiana y, después, junto a un relajante coro religioso. La diferencia es abismal, pero mejor lo juzgáis viendo (y oyendo) el primer minuto del siguiente vídeo.
[youtube]https://youtu.be/0pDE4VX_9Kk?t=1018[/youtube]
 
En otro momento del reportaje, Berger nos enseña una archiconocida obra de la National Gallery: La virgen de las rocas. Nos dice que gracias a muchos años de investigación y profundos estudios, se ha demostrado que la obra de la pinacoteca inglesa es genuina y que una similar que se encuentra en el Louvre es una réplica. Y es en esta afirmación donde se nota el paso del tiempo. Hoy en día, la atribución despierta controversia y ambos museos consideran que su virgen salió de los pinceles de Leonardo. Eso sí, parece que hay consenso al decir que la del museo francés es la original. Pero este tema nos dará para un capítulo aparte en el futuro. A lo que quiero llegar es a la importancia de los estudios y la investigación realizada sobre las obras de arte que resalta Berger. El presentador no menciona explícitamente el análisis científico, quizás porque esas palabras fueron dichas en el año 72, cuando las técnicas para estudiar el arte estaban muy poco desarrolladas. Pero, hoy en día, no hay duda de que la ciencia juega un papel vital en ese aspecto. Podemos decir que la ciencia nos ayuda a ver el arte.
Eso es lo que hemos intentado demostrar desde este rincón del Cuaderno de Cultura Científica en los últimos meses. En este tiempo hemos encontrado obras de Picasso y van Gogh ocultas bajo otras de sus pinturas gracias a los rayos X. Hemos visto los cambios que realizó van Eyck en la composición del Matrimonio Arnolfini usando luz infrarroja. Hemos descubierto que un mismo cuadro es fruto del trabajo de tres pintores de la talla de Bellini, Tiziano y Dossio. E, incluso, hemos encontrado obras de arte que han estado escondidas durante siglos. Pero, todo ello no nos puede llevar a pensar que la ciencia tiene todas las respuestas. La información que nos ofrece sería estéril sin una correcta interpretación del contexto en el que se elaboró la obra de arte en cuestión. Tengamos siempre presente que un fragmento no representa la totalidad de la obra.
Y quería acabar este texto con el cierre que le da Berger a su intervención en el primer capítulo de Modos de ver. Mientras el plano se va acercando, observa seriamente al espectador y le señala, como el tío Sam en aquel cartel americano, solo que usando un mensaje bien distinto:
“Con este programa, como con todos los programas, recibes imágenes y significados que están presentados de cierta manera. Espero que consideres la presentación que hago, pero que seas escéptico de ella.”*
Mensaje que, como veis, no solo sirve para el mundo del arte.
*“With this program, as with all programs, you receive images and meanings which are arranged, I hope you will consider what I arrange, but be sceptical of it”.
Sobre el autor: Oskar González es profesor en la facultad de Ciencia y Tecnología y en la facultad de Bellas Artes de la UPV/EHU.
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Modos de ver, un tributo a John Berger – Cuaderno de Cultura Científica – Las Divagaciones de Miriam al-Mayiriti
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Manuel López Rosas
Excelente reclamo a considerar relaciones entre la percepción y la conciencia en el escenario de la reproducibilidad aumentada de las representaciones (pictóricas, sonoras e incluso mezcladas) de productos de diversos tiempos y culturas. Dedicaré atención a los otros videos que ya están disponibles en YouTube y recupero por ahora unas líneas que me parecen muy apropiadas para nuestros viajes por la red:
«Hay que tener claro que Berger no crítica el uso de reproducciones ni de fragmentos de las obras. De hecho, son una herramienta indispensable a la hora de compartir el arte, y una demostración de que su valor cultural va más allá de su mero valor estético. Siempre y cuando tengamos claro de donde provienen… »
Con agradecido reconocimiento. 🙂
Fotocopias, John Berger | Blogs Clubs Lectura das Bibliotecas Municipais da Coruña
[…] rompiendo géneros, en 1974 escribe un hermosísimo libro de crítica de arte y literaria, Modos de Ver, en el que como crítico intenta demostrar las funciones sociales del arte, la manera en que el […]
Maria antonieta garcis
Excelente