Hoy toca comentar un libro, una novedad en este espacio. Se trata de “Radicales libres”, de Michael Brooks editado por Ariel, este año (2012). Por las razones que expondré más adelante, he dejado pasar un tiempo entre la lectura del libro y la redacción de esta anotación. Y no he querido leer ninguna recensión sobre el mismo antes de escribir estas líneas, aunque he de reconocer que no he podido evitar leer algunas opiniones, -de tono más bien crítico-, sobre algunos aspectos de su contenido.
La razón por la que he dejado pasar varias semanas desde la lectura del libro es que, en cierto modo, me llegó a enfadar y he querido que el tiempo atenuara o eliminara el enfado. Entre las observaciones que me habían llegado, algunas se referían al hecho de que en el texto se han deslizado errores científicos. Es posible que así sea, pero no tengo un conocimiento tan preciso de los asuntos tratados como para poder juzgar su corrección científica. La razón de mi enfado no tiene nada que ver con eso, sino con el tono en que está redactado.
El principal defecto que le he visto a “Radicales libres” es la voluntad de su autor por dar un tono de cierto escándalo a prácticas científicas que en realidad son bastante normales. Y que, en todo caso, en el fondo no suponen ninguna objeción de fundamento al quehacer científico. Algunas de las prácticas que glosa no son correctas; otras fueron aceptables en su día, pero hoy no lo son. Y a otras, finalmente, no se les puede poner ningún pero.
La tesis central de la obra de Michael Brooks es que la ciencia no es como se la imagina la gente desde fuera; no consiste en un procedimiento perfectamente pautado y que se atiene a normas universalmente compartidas por la comunidad científica. Según Brooks, lo normal en la práctica científica real es que haya una cierta anarquía; por eso se refiere a los científicos como “anarquistas secretos”. Comenta casos concretos en los que, supuestamente, el consumo de sustancias alucinógenas facilitó el surgimiento de una gran idea. Se refiere a conflictos entre científicos que han entorpecido o bien algún descubrimiento o bien el reconocimiento de la paternidad de una idea. Alude al machismo que han sufrido las mujeres en la ciencia o al “racismo” cuyas consecuencias han padecido investigadores procedentes de países alejados de los países con más tradición. También somete a crítica el sistema de publicaciones científicas con el procedimiento de revisión por pares, y las injusticias que ha ocasionado tal sistema en ocasiones. Glosa descubrimientos científicos que se han hecho recurriendo a métodos poco ortodoxos, -como utilizarse un investigador a sí mismo como sujeto de experimentación-, e incluso ilegales o rayanos con la ilegalidad. Por supuesto, tampoco han faltado los comportamientos “inadecuados”, en la amplia gama que va desde alguna falta de índole menor hasta lo que se puede considerar fraude sin paliativos.
Dejando al margen el tono del libro que, como ya he dicho, no me ha gustado demasiado, el principal peligro que percibí es que su lectura puede alimentar ideas que resultan muy peligrosas para la ciencia. Algunos apartados producen la impresión de que no carece del todo de fundamento esa crítica que hacen a la ciencia algunos pensadores posmodernos, que consiste en atribuirle el carácter de una mera construcción social y no una aventura intelectual genuína que se guía por un método que, aunque con limitaciones, ha resultado ser extraordinariamente potente. Y es ahí donde he visto el peligro. Me ha preocupado que el que prácticas relativamente normales en el mundo de la ciencia sean de dudosa corrección o ética, pueda dar pie a considerar la actividad científica como un artificio que no persigue el conocimiento por su propio interés, sino que obdece a motivaciones de otro tipo. El autor no lo llega a expresar en ningún momento en esos o similares términos, eso es cierto, pero se trata de un terreno en el que llueve sobre mojado.
Esa es la principal prevención con la que he recorrido el libro. Y esa es la razón por la que he dudado antes de escribir esta reseña. Sin embargo, creo que el libro aporta un punto de vista, una visión de los hechos científicos, que no debemos ocultar. Es cierto que la práctica científica tiene claroscuros. Es verdad que las motivaciones de quienes hacen ciencia y la forma en la que a veces la hacen deja mucho que desear. Pero también lo es que en lo que se refiere al progreso científico el tiempo, y el propio método, acaba poniendo a cada cual en su sitio. Quiero decir con esto que una idea ha podido surgir de un modo extraño. O puede ocurrir que un conflicto de intereses entre varios científicos dé lugar a que se retrase un descubrimiento clave. Y también puede pasar que durante un tiempo, por razones poco confesables, pueda permanecer en vigor un punto de vista erróneo sobre algún aspecto concreto. Todo eso es posible. Pero a pesar de ello, el avance se produce. La misma práctica científica descarta teorías, desestima el valor de ciertos “descubrimientos”, corrige trayectorias erróneas, etc. A largo plazo, solo perduran los puntos de vista sólidos; sólo los descubrimientos bien sustentados en las pruebas se mantienen. La secuencia de conjeturas y refutaciones, tal y como la describió Karl Popper va destilando los conocimientos que resultan verdaderamente valiosos.
Por eso, conviene leer el libro de Brooks. Porque es bueno conocer y ser conscientes de las debilidades y de los puntos oscuros de la práctica científica y de los científicos. Es la mejor manera de inmunizarse frente a prácticas rechazables. Y en todo caso, si hoy los seres humanos combatimos con éxito muchas enfermedades, entendemos relativamente bien cómo evolucionan los ecosistemas y lanzamos satélites al espacio y los colocamos en órbitas geoestacionarias, -por poner solo tres ejemplos de grandes logros científico-tecnológicos-, es porque a pesar de las cosas que cuenta Michael Brooks, la ciencia funciona, y el propio autor se encarga de recordarlo.
Otras reseñas de este libro en El trastero de Yelptls, en Entomoblog, en Física de película, en Scientia, en Ciencia de bolsillo, en Fuente de la eterna juventud, y en Idea secundaria.
avalgoma
Actualmente estoy leyendo el libro y en lo esencial estoy de acuerdo con estas opiniones.
Lo que es evidente es que el autor hace todo lo posible por vender su idea y la balanza está claramente inclinada al lado que más le conviene.
Ni todo es blanco ni todo es negro, también hay grises y sin embargo se mueve.
#método sobradamente honesto « Cuaderno de Cultura Científica
[…] de Williams me ha recordado el libro “Radicales libres”, de Michael Brooks, del que ya hice una reseña hace unos meses. En el libro, su autor sostiene que la ciencia no es como se la imagina la gente […]