Si usted se llamara José Cardero o Felipe Bauzá, podría haberse enrolado como cartógrafo o dibujante en la expedición Malaspina o haber participado en las exploraciones, menos conocidas, de las goletas Sutil y Mexicana, y viajado a lugares con nombres exóticos como Nutka, Alasca (así se escribía entonces), o Bahía Botánica.
Al literario Barsoom, que nos describió Carl Sagan en el capítulo 5 de la serie Cosmos, y que tanto le recordaba a Chryse, el lugar que fotografió la Viking I en 1976 cuando tomó tierra en la superficie de Marte, ahora tenemos que sumar otros parajes donde la ciencia está ganando terreno a la imaginación, sin perder un ápice del atractivo de la fantasía.
Los lugares que hoy cautivan la imaginación de los seres humanos, ya no están en la Tierra, ni de momento podemos llegar hasta allí con nuestras naves tripuladas, pero siguen teniendo nombres evocadores, casi sacados de la ciencia ficción, como Nebulosa Trífida, Cariclo o Nube de Oort. Precisamente, en estas últimas regiones del Sistema Solar, los astrónomos han realizado dos descubrimientos recientes, que sugieren por una parte, la presencia de un planeta gigante más allá de Plutón y por otra, que existe un cuerpo exótico, un asteroide con anillos similares a los de de Saturno entre este planeta y Urano.
La revista Nature ha publicado dos descubrimientos recientes de astrónomos que estudian los confines de nuestro sistema solar. En uno de ellos se ha constatado, por primera vez, la existencia de anillos en un objeto que no es un planeta.
Cariclo es un planeta enano. Un centauro. Cuerpos que se distribuyen en una extensa región entre Júpiter y Neptuno. Un astro pequeño, de unos 250 kilómetros de diámetro, que apenas se ve como un punto brillante en los telescopios más potentes y que tiene características, tanto de un cometa como de un asteroide.
Precisamente esto había confundido hasta ahora a los astrónomos que no habían sabido como interpretar que el hielo de Cariclo no se detectara en las observaciones realizadas entre 1997 y 2008. Los científicos habían perdido la señal de hielo y en su lugar habían detectado una bajada inexplicable en el brillo, por lo que suponían que Cariclo expulsaba agua al espacio en forma de chorros como los cometas. La realidad sin embargo, es que cuando no se detectó el agua fue porque los finos anillos estaban de canto.
El descubrimiento ha sido posible gracias a la observación, desde ocho enclaves distintos, del paso de Cariclo por delante de una estrella, lo que se conoce como ocultación. Además de los eventos típicos, correspondientes al comienzo y final del proceso, los astrónomos hallaron otros dos eventos breves difíciles de explicar.
«Tras dar muchas vueltas a los datos me di cuenta de que estábamos detectando material que se distribuía en una elipse alrededor de Cariclo, formando un anillo como el de Saturno”, explica José Luis Ortiz, investigador del Instituto de Astrofísica de Andalucía (IAA-CSIC) que ha participado en el hallazgo.
Los anillos, que hacen de Cariclo un objeto excepcional, tienen una anchura de 7 y 3 kilómetros, están separados por una zona estrecha y oscura y podrían estar formados por hielo de agua.
Los astrónomos barajan varias explicaciones sobre el origen de los anillos. La más plausible es que, como en el caso de nuestra luna, algún objeto impactara con Cariclo y generara un disco de residuos a su alrededor, que se mantendría confinado en esa posición, por la influencia de otro cuerpo, conocido como “satélite pastor”, aún no descubierto.
Buscando a Némesis
Más misterioso es aún otro objeto que los astrónomos tampoco han logrado ver directamente, pero del que presumen su existencia a partir de la órbita de un nuevo planeta enano descubierto en la Nube de Oort. Chad Trujillo y Scott Sheppard, suponen la presencia de lo que han llamado una supertierra, que influencia la órbita del planeta enano denominado 2012 VP113.
Astrónomos de todo el mundo han tratado de localizar este objeto, que según Trujillo y Sheppard sería 10 veces mayor que la Tierra, y de ponerse de acuerdo sobre su naturaleza, desde los tiempos del descubrimiento de Neptuno. Por entonces ya se apreció una irregularidad orbital que sugería la existencia de otros planetas más allá de él. En 1930, Clyde Tombaugh descubrió un objeto transneptuniano, al que se denominó Plutón, como noveno planeta del sistema solar, pero pronto se vio que su masa era demasiado pequeña para afectar al gigante Neptuno.
Después de especuló con que nuestro sistema sería binario, es decir, con que tendría dos soles, y con que una estrella enana marrón, a la que se dio el fabuloso nombre de Némesis, sería la causante, no sólo de las variaciones en la trayectoria de Neptuno, sino también de las extinciones periódicas en la Tierra, al mover de su helada reclusión gravitatoria, hacia el sistema solar interior, a algunos de los miles de cuerpos que pueblan la ignota Nube de Oort.
Entre esos cuerpos está el recién descubierto 2012 VP113, que tiene un diámetro de 450 kilómetros y se encuentra 80 veces más lejos del Sol que la Tierra.
Referencias:
Braga-Ribas F., Sicardy B., Ortiz J.L., Snodgrass C., Roques F., Vieira-Martins R., Camargo J.I.B., Assafin M., Duffard R. & Jehin E. & (2014). A ring system detected around the Centaur (10199) Chariklo, Nature, DOI: 10.1038/nature13155
Chadwick A. Trujillo y Scott S. Sheppard. “A Sedna-like body with a perihelion of 80 astronomical units”. Nature 507, 27 de marzo de 2014. DOI: doi:10.1038/nature13156
Esta anotación ha sido realizada por Javier San Martín, (@SanMartinFJ) (@ACTIVATUNEURONA) y es una colaboración de Activa Tu Neurona con el Cuaderno de Cultura Científica.